Cuando hay muchas cosas importantes que hacer, el pastor inteligente y productivo sabe elegir lo que es esencial.
Ningún pastor desea ascender por la escalera del éxito para descubrir al final que estaba apoyada en la pared equivocada. Todos deseamos llegar al final y tener la satisfacción de saber que no sólo hicimos algunas cosas buenas, sino también lo mejor. Al servir a Cristo, Marta hizo lo bueno; pero Jesús destacó el hecho de que ella se había olvidado de algo necesario. A pesar de sus buenas intenciones, le era difícil establecer prioridades.
El éxito es la consecuencia de una serie de decisiones correctas. Cada día nos encontramos frente a un cruce de caminos. Cuando le decimos sí a una actividad, debemos estar listos para decirle “no” a otra. “El aprendizaje eficaz—dice Ted Engstrom— es la disposición a sacrificar algo en pro de objetivos predeterminados”. Sabremos lo que queremos alcanzar, y entonces nos concentraremos en esa única determinación. Como decía Dwight L. Moody: “Me dedico profundamente al número uno… no superficialmente al cuadragésimo”.
Pero, ¿cuáles deben ser nuestras prioridades? ¿Cómo debemos emplear nuestro tiempo cuando hay una infinidad de cosas buenas que se pueden escoger y llevar a cabo? Cada pastor debe determinar esas prioridades por sí mismo. No hay una respuesta definida para contestar la pregunta acerca de cuánto tiempo debemos dedicar cada semana a administrar la iglesia, a aconsejar y a visitar a los miembros. Las respuestas dependerán de los dones del pastor, de la cantidad de miembros de iglesia y de las expectativas de la congregación.
Sin embargo, hay principios que nos pueden orientar, no importa qué trabajo estemos haciendo. 1.a siguiente lista de prioridades hecha por Erwin Lutzer nos ayudará a elegir las muchas opciones que se nos presentan en el ministerio.
LA ORACIÓN ES MÁS IMPORTANTE QUE LA PREDICACIÓN
Cuando digo que “la oración es más importante que la predicación” no quiero decir que debemos dedicar más tiempo a la oración que al estudio, aunque puede haber ocasiones cuando eso sería provechoso. Lo que quiero decir es que debemos proteger más el tiempo de la oración que el del estudio. Cuando nos veamos obligados a elegir, la oración debe tener prioridad.
Jesucristo pasó gran parte de su ministerio en oración. Cierto día sus milagros dejaron tan admirada a la multitud que toda la ciudad se reunió delante de la puerta. A la mañana siguiente se levantó de madrugada y se fue a un lugar solitario a orar. Pedro y otros discípulos lo interrumpieron diciendo: “Todos te buscan” (Mar. 1:37). ¿Qué habríamos hecho nosotros? Seguramente habríamos vuelto a Capernaum para satisfacer las expectativas de la gente. En cambio, Cristo les dijo a los discípulos: “Vamos a los lugares vecinos, para que predique también allí; porque para esto he venido” (vers. 38).
Puesto que tenía otras responsabilidades, dejó a la multitud desilusionada. No permitió que la multitud administrara sus compromisos. La oración, en esas horas tempranas de la mañana, era más importante que el ministerio. Aunque tengamos que dedicar mucho tiempo a preparar nuestra mente para la predicación, no podemos olvidar que los grandes hombres de antaño pasaban la misma cantidad de tiempo en oración. Para ellos, la oración no era la preparación para el trabajo: era el trabajo. No importa cuánto tiempo dedique a esto, haga de ello su prioridad número uno.
LA PREDICACIÓN ES MÁS IMPORTANTE QUE LA ADMINISTRACIÓN
Muchos pastores dedican tanto tiempo a administrar la iglesia, a visitar a los miembros y a otras actividades que no tienen tiempo para el estudio y la meditación. Ja tentación consiste en dedicar la mayor parte de nuestro tiempo “a lo que nos gusta”. Los que les gusta estudiar muchas veces se olvidan de la administración; los que les gusta administrar descuidan el estudio. Feliz la iglesia cuyo pastor hace las dos cosas.
Las juntas son necesarias. Pero más importante es lograr que la congregación alcance sus objetivos. Pero, después de todo, el ministerio de la Palabra es el que produce una impresión más profunda. Por lo general, la iglesia puede soportar una administración deficiente si la predicación es eficaz. No hay nada más trágico que el hecho de que la gente vaya a la iglesia y regrese a sus hogares sin haber recibido alimento espiritual.
Una forma de disponer de más tiempo en un día muy atareado consiste en practicar el arte de delegar responsabilidades. Pregúntese qué está haciendo y lo que se podría hacer por medio de otras personas. Sea generoso al delegar todas las responsabilidades posibles. ¿Es posible que nos hayamos olvidado de que nadie posee todos los dones, y que Dios los distribuyó entre los otros miembros de la iglesia? ¿O estamos tan deseosos de conservar el control que retenemos todo en nuestras manos? Es mejor que dejemos ese deseo a los pies de la cruz.
LA FAMILIA ES MÁS IMPORTANTE QUE LA CONGREGACIÓN
Los pastores necesitamos el apoyo de nuestras congregaciones. Nuestros éxitos y fracasos son conocidos por mucha gente. Como consecuencia de eso nos sentimos vulnerables a la presión de la opinión pública. Eso explica la fuerte tentación a tratar de satisfacer las expectativas de la congregación, poniéndolas por encima de las necesidades de la esposa y de los hijos.
El pastor siente a veces que tiene muchos jefes. Por eso, cuando trata de satisfacer a todos, puede pasar por alto los sentimientos de quienes más lo aman. Para reforzar nuestra convicción de que la familia es más importante que la congregación, cada uno de nosotros tiene que hacer una elección deliberada y difícil en favor de su familia. Debemos llevar a la esposa y a los hijos, por lo menos una vez, a comer un helado en vez de hacer una visita; pasar una noche con la familia en vez de asistir a un compromiso de la iglesia. Muchas veces esas pequeñas decisiones ponen realmente de manifiesto que de veras le damos valor a la familia.
Comience hoy haciendo algunas decisiones que favorezcan a su familia. No se deje engañar por el tan publicitario argumento de la “calidad del tiempo” en detrimento de la cantidad.
SER FIEL ES MÁS IMPORTANTE QUE COMPETIR
Los miembros de nuestras congregaciones nos comparan con los predicadores de los programas de televisión o con los pastores más famosos. Hay muchas historias relativas a ministros de éxito. Si nos concentramos en ellas muy pronto estaremos descontentos con nuestro trabajo. Sabremos si hemos conseguido vencer ese hábito de comparamos con los demás cuando nos alegremos verdaderamente por los éxitos de los que tienen más talento que nosotros. Cuando estemos satisfechos con la pequeña parte que nos toca hacer en la obra de Dios nos sentiremos contentos y realizados.
Dice una leyenda que cierto día Cristo les pidió a sus discípulos que tomaran una piedra y la llevaran a alguna parte. Después de algunos días transformó las piedras en panes. Los que levantaron las piedras más grandes se sintieron felices con la elección que habían hecho. Cuando el Señor les pidió de nuevo que levantaran piedras, todos escogieron las más grandes. Pero después de muchos días el Señor sencillamente les pidió que las tiraran al río. Los discípulos quedaron confundidos y se empezaron a preguntar qué sentido tenía ese pedido del Maestro. Entonces Jesús les preguntó: “¿Para quién cargaban ustedes las piedras?”
Si nosotros llevamos las piedras para Cristo, lo que él haga con ellas no tendrá mayor importancia. El asunto no es si nuestras piedras se convierten en panes, sino si el Maestro está satisfecho con nuestro trabajo. I-a fidelidad, y no el éxito como comúnmente se lo entiende, es lo que él quiere.
AMAR ES MÁS IMPORTANTE QUE SER HÁBIL
Debemos conocer la Palabra y ser capaces de transmitirla. Debemos tener la capacidad de conducir a la gente y de trabajar con ella. Sin embargo, Pablo les dio a esos aspectos esenciales de la obra pastoral un lugar menos destacado que el amor. La habilidad para hablar, el ejercicio del don de profecía, tener una fe capaz de mover montañas e incluso dar todo lo que tenemos en beneficio de los pobres, nada de eso tiene valor si no amamos (1 Cor. 13:1-3).
El amor en sí mismo no nos califica para pastorear una congregación, pero Pablo nos dice que debemos concentramos primero en el amor. Cuando tenemos que hacer una decisión, debemos desarrollar la capacidad de amar antes que la de administrar. Ni la mejor enseñanza bíblica será capaz de transformar vidas si no pasa por el filtro de una personalidad llena de amor. Cuando atacamos con dureza el pecado, es muy posible que no le estemos inspirando santidad a la congregación. Pero cuando predicamos con mansedumbre y amor, el Espíritu Santo ablanda los corazones más empedernidos.
Cuando a un famoso escultor le preguntaron cómo se podía esculpir un elefante, respondió: ‘Tomo un trozo de mármol y elimino todo lo que no se parece a un elefante”.
Tome usted su tiempo y elimine todo lo que no corresponde a sus elevadas prioridades. Si decidimos dedicar más tiempo a lo que Dios considera importante, probablemente descubriremos que estamos produciendo mucho más que antes. Cuando buscamos primeramente el reino de Dios y su justicia, nuestra productividad no tendrá fin. Sólo cuando hemos llevado a cabo lo esencial le damos a Dios la oportunidad de añadir a nuestro ministerio otros asuntos que antes eran para nosotros motivos de prioridad.
Si nuestras prioridades no son correctas, tampoco lo será nuestro ministerio.
Sobre el autor: Secretario asociado de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana