Estamos ante la crisis más grave que haya enfrentado el mundo en el siglo XXI, por la combinación de emergencias sanitarias, económicas, políticas y sociales. Y todavía nadie tiene idea de cuán profundo es el pozo, ni de cómo saldremos de él, y si es que alguna vez recuperaremos la “normalidad”. En este sentido, dado que se da por descontado que la realidad no será la misma después de la pandemia del coronavirus, se habla de la “nueva normalidad”. Y es en este sentido también que hablamos de la “iglesia pospandemia”: una iglesia que deberá adaptarse a esa “nueva normalidad”.

    Podría dedicarme a pensar en cuál sería el perfil pospandemia del pastor, adaptándose a esa “nueva normalidad”. En lugar de eso, creo que debemos volver a la “vieja normalidad”, y tomar ejemplo de un modelo de pastor ejemplar en medio de crisis y desafíos mucho más grandes de los que estamos enfrentando. Me estoy refiriendo al apóstol Pablo.

    Sin lugar a dudas, los desafíos de Pablo fueron mucho mayores que los que la mayoría de nosotros enfrentamos hoy. Enfrentó persecuciones por parte de los judíos y del Imperio Romano. Tenía que entrar en territorios no alcanzados por el evangelio, al mismo tiempo que pastoreaba las iglesias recién conformadas, instruyéndolos y capacitándolos. Viajaba a pie y a lomo de caballo, y enfrentó tormentas y naufragios mientras navegaba de un puerto a otro para cumplir su misión. ¿Qué es lo que podemos tomar como ejemplo de Pablo como pastor, para enfrentar los desafíos que tenemos por delante?

    En primer lugar, consagración absoluta, un celo ejemplar por el evangelio, una entrega sin reservas a la causa del evangelio. “He trabajado con más esfuerzo, me han encarcelado más seguido, fui azotado innumerables veces y enfrenté la muerte en repetidas ocasiones. En cinco ocasiones distintas, los líderes judíos me dieron treinta y nueve latigazos. Tres veces me azotaron con varas. Una vez fui apedreado. Tres veces sufrí naufragios. Una vez pasé toda una noche y el día siguiente a la deriva en el mar. […] He trabajado con esfuerzo y por largas horas y soporté muchas noches sin dormir. He tenido hambre y sed, y a menudo me he quedado sin nada que comer. He temblado de frío, sin tener ropa suficiente para mantenerme abrigado” (1 Cor. 11:23-27, NTV).

    En segundo lugar, una vida de oración intercesora, porque entendía que solo el poder de Dios y la obra del Espíritu Santo podían hacer crecer la iglesia: “Dios sabe cuántas veces los recuerdo en mis oraciones. Día y noche hago mención de ustedes y sus necesidades delante de Dios, a quien sirvo con todo mi corazón” (Rom. 1:9, NTV; ver 1 Cor. 1:4-9; Efe. 1:15-23).

    En tercer lugar, construir una verdadera comunidad de fe con fuertes vínculos interpersonales, que forman no solo un equipo integrado para ministrar a los demás y predicar el evangelio, sino también una red de contención para enfrentar los altibajos de la vida en este mundo. Toda la Epístola de Filemón nos habla de la preocupación del apóstol Pablo por construir esa comunidad de fe unida por el vínculo del amor y centrada en el ejemplo de Cristo de satisfacer las necesidades de los demás. Te invito a que leas nuevamente los saludos de Pablo al final de cada de una de sus Epístolas para dimensionar sus esfuerzos contantes por construir una comunidad real y verdadera centrada en Cristo.

    En este sentido es que tenemos un desafío. Facebook, YouTube y Zoom son herramientas útiles. Pero a medida que se vayan liberando actividades y podamos volver a reunirnos, es hora de ir más allá de las pantallas, a una relación cara a cara. Solo al construir esa comunidad, solo al restaurar esos vínculos personales, es que el pastor podrá volver a pastorear en todo el sentido de la palabra.

    Sí, es hora de volver a la “vieja normalidad” ejemplificada por el apóstol Pablo.

Sobre el autor: Editor de la revista Ministerio adventista.