¿Por qué habéis elegido la obra de Dios como vuestra vocación para la vida? No me refiero necesariamente a los predicadores, sino también a los maestros, tesoreros, contadores, instructoras bíblicas, secretarias, y a cualquiera que dedique su vida al servicio de Dios.
Mientras analizamos este tema, no perdamos de vista el siguiente texto: “Fue un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan” (Juan 1:6).
Retomando nuestra pregunta, ¿por qué habéis decidido ser obreros en esta causa? ¿Porque visteis la posibilidad de un ingreso seguro? ¿Acaso os sedujo la agradable perspectiva de llegar a ser dirigentes, o de figurar delante de la gente? ¿O bien sentisteis amor por las almas, y allá en lo profundo de vuestro corazón experimentasteis el deseo abrasador de tener una parte en promover el reino de Dios, para apresurar la venida de Jesús, vuestro bendito Salvador? ¿Por qué elegisteis ser servidores de Cristo? Además, ¿por qué todavía seguís siendo obreros?
Una vez asistí a una reunión dirigida por cierta organización en Texas. Advertí que el pastor ni siquiera podía leer los textos. Su esposa tenía que permanecer a su lado para leer las referencias bíblicas. Quise saber por qué un hombre que no sabía leer se había puesto a predicar. ¿Cómo había sido llamado al ministerio? Tras investigar, supe que cierto día mientras trabajaba en su plantación de algodón, la rueda del arado que él guiaba medio dormido, pasó por encima de una piedra y lo hizo caer de su asiento. Esa fue su señal de que Dios lo había llamado a predicar.
Llamado, hecho, puesto
Nuestro llamamiento al ministerio debe fundarse en algo más sólido y fundamental. Veamos en qué forma llegamos a ser ministros. “Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios” (1 Cor. 1:1). Somos llamados por la voluntad de Dios. En Hechos 26: 16, al exponer ante el rey Agripa la experiencia de su conversión y su llamamiento al ministerio, Pablo repitió las palabras de Jesús:
“Para esto te he aparecido, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto”. Esta declaración concuerda con la de Efesios 3:7: “Del cual yo soy hecho ministro por el don de la gracia de Dios que me ha sido dado según la operación de su potencia”. Y en Colosenses 1:23, en la última parte, Pablo dice: “Del cual yo Pablo soy hecho ministro”.
Podéis ver en qué forma Pablo fue hecho ministro. No fue ni su elección ni su plan. El tenía otros planes e ideas. Él ya tenía un honroso cargo. Pero fue Dios quien lo llamó por su voluntad, y lo hizo un ministro por la gracia de Jesucristo.
Llegar a ser ministro no es algo que se logra de la noche a la mañana. No es algo que nosotros podemos elegir por nuestra propia voluntad, o que llegamos a comprender únicamente a través de nuestros sentimientos. Es el llamamiento divino de Dios hecho por la voluntad y la gracia de Dios.
En 2 Timoteo 1:11, el apóstol dice: “Del cual yo soy puesto predicador, y apóstol, y maestro de los gentiles”. Aquí vemos que el ministro es puesto por Dios. “El cual se dió a sí mismo, en precio del rescate por todos, para testimonio en sus tiempos: de lo que yo soy puesto por predicador y apóstol, (digo verdad en Cristo, no miento) doctor de los gentiles en fidelidad y verdad” (1 Tim. 2:6, 7).
Para que el llamamiento fuera todavía más seguro, Pablo también fue puesto por predicador, apóstol o maestro. ¡Puesto por Dios para esa obra! ¡Llamado por Dios! Los predicadores son un producto especial de la gracia divina y salvadora de Jesús.
Nuestra suficiencia es de Dios
No sólo somos hechos ministros, sino ministros eficientes. “No que seamos suficientes de nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra suficiencia es de Dios; el cual asimismo nos hizo ministros suficientes de un nuevo pacto: no de la letra, mas del espíritu; porque la letra mala, mas el espíritu vivifica” (2 Cor. 3:5, 6).
Si seguimos la dirección de Dios, mejoraremos todas nuestras aptitudes, para poder presentar al mundo esta verdad admirable en su ambiente debido y refinado. No podemos lograr esto por nuestras propias fuerzas. Nuestra suficiencia está en Dios. Las siguientes palabras de la pluma inspirada han sido de gran ayuda para mí:
“Las dulces influencias que deben abundar en la iglesia están ligadas a los ministros, que deben manifestar el precioso amor de Cristo.
Son instrumentos en su mano, y todo el bien que realizan es hecho a través de su poder.
Para el honor de Cristo él hace que sus ministros sean para la iglesia, a través de las obras del Espíritu Santo, una bendición más grande que lo que las estrellas son para el mundo. El Salvador debe ser su suficiencia. Si ellos acudieran a él como él acudía a su Padre, harían sus obras. Cuando hagan de Dios su seguridad, él les dará su resplandor para que lo reflejen al mundo.
“Que los que son como estrellas en la mano de Cristo recuerden que siempre deben conservar una santa dignidad…
“Los siervos de Dios deben predicar su palabra a la gente. Bajo la acción del Espíritu Santo ellos aparecerán como estrellas en la mano de Cristo para brillar con su resplandor. Que los que pretenden ser ministros de Cristo se levanten y brillen; porque ha llegado su luz, y la gloria del Señor se ha levantado sobre ellos. Que ellos comprendan que Cristo espera que hagan la misma obra que él hizo” (Testimonies, tomo 6, págs. 413, 414).
Dios nos ha llamado a un puesto muy elevado. Me afecta profundamente ver que muchos hombres y mujeres abandonan el ministerio. En mis viajes he conocido a muchos que una vez predicaron y enseñaron esta maravillosa verdad. Ahora se han vuelto a las cosas de este mundo. He participado en juntas que han pedido a hombres y mujeres que hicieran ciertas cosas, y en vez de aceptarlas presentaron la renuncia a su cargo. He estado en juntas en las que se han tratado problemas referentes a personas. En lugar de rectificar sus yerros, han pedido una licencia.
Que Dios nos haga comprender el admirable y santo compañerismo al que nos ha llamado, y la tarea sagrada que nos ha encomendado. No tenemos nada más en el mundo. ¡Esta es nuestra tarea! ¡Esta es nuestra responsabilidad! ¡Este es nuestro deber! Es la voluntad de Dios que formemos parte de su ministerio.
En 1 Corintios 15:9, 10, el apóstol nos dice: por la gracia de Dios “soy lo que soy”. No seríamos lo que somos si no fuese por esta gracia de Dios. ¿Estáis vosotros en armonía con el plan de Dios? ¿Sois ministros puestos por Dios? ¿Sois un hombre enviado por Dios, cuyo nombre es—————— ?
Los asalariados
Jesús mismo dejó dicho que algunos ministros serían meros asalariados. Es una cosa triste saber que en nuestro ministerio hay asalariados. Un asalariado es alguien que trabaja para recibir un sueldo. El ministerio es para él sólo un trabajo, un medio de subsistencia. Se preocupa únicamente de sí mismo. Estudia la manera más fácil de hacer las cosas, para no tener que hacer muchas visitas, o tener demasiados compromisos, o dar demasiados estudios bíblicos.
¡Sí, claro, está ocupado, pero muy ocupado! Ocupado con cosas triviales, o desempeñando alguna lucrativa ocupación al margen de su trabajo. Está ocupado con sus propios compromisos, en detrimento de la obra de Dios. La visita a los hogares, para estudiar y orar con los hermanos, es una carga cuyo cumplimiento dilatará todo lo posible. Le agrada el placer de figurar en público y la alabanza que le reporta el desempeño de su trabajo, pero rechaza las verdaderas cargas y responsabilidades. Esas las coloca sobre los hombros de alguna otra persona. Cuando surgen los problemas y los peligros, los rehúye. ¿Por qué? Porque es un asalariado, y ha perdido el sentido de la responsabilidad de su llamamiento.
Los verdaderos pastores
Por el contrario, el verdadero pastor se da por entero a la obra de Cristo. Toda su vida está dedicada a salvar almas. Tiene un interés como el de Cristo en su grey. Siente plenamente la responsabilidad de su cargo. Cumple fielmente sus deberes. Alimenta su rebaño, lo protege de los lobos rapaces y lo mantiene espiritualmente bien nutrido. Sí, él llora entre el pórtico y el altar. Las almas constituyen su vida. Ama a las almas, y nada considera demasiado duro —ningún sacrificio demasiado grande— para salvar un alma.
“Por la conversión de un pecador, el ministro somete a máximo esfuerzo sus recursos. El alma que Dios ha creado y Cristo ha redimido es de gran valor, por causa de las posibilidades que tiene por delante, las ventajas espirituales que se le han concedido, las capacidades que puede poseer si se halla vitalizada por la Palabra de Dios, y la inmortalidad que puede obtener mediante la esperanza presentada en el Evangelio. Y si Cristo dejó las noventa y nueve para poder buscar y salvar a la única oveja perdida, ¿podemos justificarnos nosotros por hacer menos? El dejar de trabajar como Cristo trabajó, de sacrificarse como él se sacrificó, ¿no es una traición de los cometidos sagrados, un insulto a Dios?
“El corazón del verdadero ministro está lleno de un intenso anhelo de salvar almas. Gasta tiempo y fuerza, no escatima el penoso esfuerzo, porque otros deben oir las verdades que le proporcionaron a su propia alma tal alegría y paz y gozo. El Espíritu de Cristo descansa sobre él. Vela por las almas como quien debe dar cuenta. Con sus ojos fijos en la cruz del Calvario, contemplando al Salvador levantado, confiando en su gracia, creyendo que él estará con él hasta el fin como su escudo, su fuerza, su eficiencia, trabaja por Dios. Con invitaciones y súplicas, mezcladas con la seguridad del amor de Dios, trata de ganar almas para Cristo, y en los cielos se lo cuenta entre los que ‘son llamados y elegidos, y fieles’ ” (Los Hechos de los Apóstoles, pág. 268).
¿Están nuestros nombres entre éstos registrados en el cielo?
Habéis oído el llamamiento de Dios. Habéis ocupado vuestro lugar en el ministerio, no importa en qué puesto estéis. Seguid entonces avanzando, creyendo. Nunca miréis hacia atrás. Dios, que os llamó a su obra, es fiel, y os mantendrá firmes hasta el fin (1 Cor. 1:8, 9).
Como el apóstol Pablo, siempre debemos mantener nuestros ojos puestos en el blanco que se nos ha señalado, el premio de la soberana vocación a que hemos sido llamados (Fil. 3:13, 14). Debemos olvidar lo pasado y proseguir hacia adelante. Sé que Satanás a veces nos sume en el desánimo. Hay períodos en que nuestros ministros pueden no llevar muchos frutos, cuando el auditorio es reducido. El número de almas bautizadas puede ser escaso, pero, hermanos, no dudemos del llamamiento de Dios.
Puede seros de utilidad, como en el caso del apóstol Pablo, recordar las circunstancias en que fuisteis llamados al ministerio. Os dará nuevo ánimo y esperanza ver cómo Dios os ha guiado. “Así que somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio nuestro; os rogamos en nombre de Cristo: reconciliaos con Dios” (2 Cor. 5:20). No quedan dudas. Estamos actuando en el lugar de Cristo. Somos sus embajadores. Sus representantes. Somos el eslabón que debe unir la humanidad caída a la Divinidad. Entonces seremos los instrumentos de Dios para salvar a los perdidos, y delante de todos los hombres seremos reconocidos como los ministros de Dios (1 Cor. 4:1).
Cuando veamos el exaltado carácter y la santidad de la obra a que hemos sido llamados, diremos con la mensajera del Señor:
“Nunca comprendí mejor que hoy el exaltado carácter de la obra, su santidad, y la importancia de que estemos capacitados para desempeñarla. Veo esta necesidad en mí misma. Necesito una nueva capacitación, una santa unción; de lo contrario no podré seguir instruyendo a otros. Necesito saber que estoy trabajando con Dios. Necesito saber que comprendo el misterio de la piedad. Necesito saber que la gracia de Dios está en mi propio corazón, que mi propia vida está en armonía con su voluntad, y que estoy caminando en sus pasos. Entonces mis palabras serán verdaderas, y mis acciones rectas” (Testimonies, tomo 2, pág. 618).
“Fue un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan”. Que Dios nos ayude a tener la convicción en nuestros corazones que él nos ha nombrado y nos ha llamado a su obra.