CONCLUSIÓN

    2) Nuestra escatología. La siguiente causa que deteriora nuestras relaciones con los no adventistas radica en la mala comprensión de nuestra escatología, no sólo por parte de los evangélicos sino, lo que es más desastroso, por nuestra propia falta de conocimiento de ella.

    La escatología es la doctrina de los acontecimientos del fin, ya sean éstos los finales en la vida de un individuo, tales como la muerte, o los finales de la iglesia de Cristo, los cuales tienen estrecha relación con la segunda venida de Cristo. Por la propia definición del término, la Iglesia Adventista es una iglesia esencialmente escatológica, entendiendo por esto dos cosas: que su existencia se produce en el fin de la historia de la iglesia cristiana, y que sus doctrinas están condicionadas por su carácter escatológico. Es decir que, si tuviéramos que describir nuestra teología en una palabra, ésta tendría que ser “escatología”: nuestra teología tiene que ser cristocéntrica, pero no sólo históricamente cristocéntrica, sino también escatológicamente cristocéntrica. De aquí que la vida de la Iglesia Adventista no reciba sus fuerzas de una tradición histórica como ocurre con todas las iglesias protestantes, sino que su fuerza vital está emanando siempre del futuro, del fin, de la segunda venida de Cristo. Aun el presente de la Iglesia Adventista no es un simple presente temporal limitado por el mañana, sino el mañana germinando en el presente. Es decir que, parafraseando a San Agustín, el presente es el “arrabal” del escaton, del futuro. Este futuro visto no como tiempo que se espera, sino como el tiempo asociado a unos acontecimientos que ya comenzaban a hacerse reales.

    Todo lo que enseñamos tiene que estar en relación con nuestra escatología. En este sentido la Iglesia Adventista es la única iglesia escatológica. Las iglesias protestantes son todas iglesias históricas. Ellas tienen un credo, la Iglesia Adventista no. Esto implica una gran diferencia que contiene el germen de muchas incomprensiones en las relaciones mutuas. Mientras una verdad es teológicamente discutida por el teólogo protestante, con una mentalidad histórica basada en una tradición y un credo, el teólogo adventista la analiza con una mentalidad escatológica. Hay en esto, sin embargo, un peligro del cual no nos hemos librado los adventistas. Nos referimos al peligro de desarrollar hoy sentimientos acerca de acontecimientos que todavía no han llegado a su realización plena. Podemos dar un par de ejemplos que lo ilustran: la formación de la imagen de la bestia y la aplicación de la marca de la bestia.

    Sobre la imagen de la bestia leemos: “La imagen de la bestia representa la forma de protestantismo apóstata que se desarrollará cuando las iglesias protestantes busquen la ayuda del poder civil para la imposición de sus dogmas” (El Conflicto de los Siglos, pág. 498).

    Muchos adventistas tratan a los protestantes de hoy como si ellos fueran el producto de ese otro protestantismo “que se desarrollará”. Es decir que hemos ya dado a la existencia un sentimiento que probablemente sea apropiado cuando ese hecho tome su completa realidad, pero que ahora no tendría que surgir en nosotros. Lo que queremos decir es que muchos adventistas hemos estado tratando a los protestantes como si ellos ya estuvieran en esa situación. Quizá todavía estemos viviendo en un tiempo semejante a lo que fue para Israel el tiempo entre la ascensión de Cristo y el apedreamiento de Esteban. El gran Pentecostés está todavía en el futuro. Los protestantes todavía son hijos de Dios y sus ministros son todavía pastores del rebaño. Por lo menos esto es lo que el espíritu de profecía enseña cuando dice: “Nuestros ministros deben tratar de acercarse a los pastores de otras denominaciones. Orad con estos hombres y por ellos, por los cuales Cristo también intercede. La suya es una solemne responsabilidad. Como mensajeros de Cristo, debemos manifestar un profundo y ferviente interés en estos pastores del rebaño” (Evangelismo, pág.362).

    Destacamos el hecho de que los ministros de otras denominaciones son “pastores del rebaño por quienes Cristo está intercediendo”. Nosotros debiéramos tratarlos como tales. No sea que estemos ofendiendo a aquellos por quienes Cristo murió, disminuyendo así las bendiciones que él podría derramar en nuestra iglesia al atraer la influencia de esos ministros en favor del mensaje escatológico que el Señor nos ha encomendado.

    El segundo ejemplo de sentimiento creado con anticipación a la plenitud de la realidad del hecho está relacionado con la marca de la bestia:

    “Pero los cristianos de las generaciones pasadas observaron el domingo creyendo guardar así el día de descanso bíblico; y ahora hay verdaderos cristianos en todas las iglesias, sin exceptuar la católica romana, que creen honradamente que el domingo es el día de reposo divinamente instituido. Dios acepta su sinceridad de propósito y su integridad. Pero cuando la observancia del domingo sea impuesta por la ley, y el mundo sea ilustrado respecto a la obligación del verdadero día de descanso, entonces el que transgrediere el mandamiento de Dios para obedecer un precepto que no tiene mayor autoridad que la de Roma, honrará con ello al papado por encima de Dios: rendirá homenaje a Roma y al poder que impone la institución establecida por Roma: adorará la bestia y su imagen. Cuando los hombres rechacen entonces la institución que Dios declaró ser el signo de su autoridad, y honren en su lugar lo que Roma escogió como signo de su supremacía, ellos aceptarán de hecho el signo de la sumisión a Roma, ‘la marca de la bestia’. Y sólo cuando la cuestión haya sido expuesta así a las claras ante los hombres, y ellos hayan sido llamados a escoger entre los mandamientos de Dios y los mandamientos de los hombres, será cuando los que perseveren en la transgresión recibirán ‘la marca de la bestia’” (El Conflicto de los Siglos, págs. 502, 503).

    Aquí está muy claro que la marca de la bestia todavía no ha sido impuesta sobre nadie. No digamos entonces a los protestantes que tienen la marca de la bestia, y consecuentemente no los tratemos como si la tuvieran.

    ¿Cómo podemos controlar nuestra mentalidad escatológica para no caer en el peligro que acabamos de señalar? Hay una sola solución. Hemos dicho que tenemos una escatología cristocéntrica. Pues bien, esta es la única solución al problema: mantener siempre nuestra escatología cristocéntrica. Es al sacar a Cristo de su centro cuando nos quedamos con una mentalidad escatológica sin Cristo, y por lo tanto nos quedamos sin su poder de control y sin su amor. Como consecuencia, los juicios y las condenaciones que debieran quedar bajo el control de su poder, pasan a ser controlados por el poder de nuestras emociones. La actitud de Cristo es la solución a éste como a todos nuestros problemas. Y la actitud de Cristo está maravillosamente ilustrada en la parábola del buen samaritano.

3) Nuestro concepto de la función que la iglesia debe cumplir en el mundo. La tercera causa del deterioro de las relaciones con los demás cristianos es el concepto de la función de la iglesia en el mundo. ¿Qué es la iglesia?

    Esta pregunta ha tenido muchas respuestas. Comúnmente oímos decir entre los protestantes y aun adventistas que la iglesia es la comunidad de los fieles, pero esto no es una definición que realmente describa a la iglesia. Hay algunos que la consideran una institución jerárquica, otros, sin dejar la idea de institución la transforman en democrática, lo cual es una aberración, ya que confunde un asunto político con otro religioso, pero lo mencionamos tal como algunos lo usan. Ultimamente J. Hoekendkijk ha dicho que la iglesia es un movimiento entre el reino de Dios y el mundo. Esto nos coloca de lleno en el problema de su función en el mundo, pues el mismo teólogo dice que la iglesia es una función de la obra misionera, y no lo contrario. Es decir que no habría algo así como una función de la iglesia en el mundo sino que ésta sería una función del plan misionero de Dios, siendo que Cristo no habría venido a establecer una iglesia sino a ganar al mundo; como consecuencia nadie debe sumarse a un grupo religioso específico. Esto lleva a la conclusión de que todas las iglesias son vías paralelas de salvación.

    ¿Es la iglesia una vía de salvación? No, no es una vía, sino un movimiento en el cual la salvación se manifiesta. La iglesia es la visible manifestación de la salvación entre los hombres. En armonía con esto está la siguiente definición de iglesia: “La esencia de la iglesia es Jesucristo existiendo en la mente o corazón de aquellos han aceptado como su Salvador que lo aman, que se aman entre sí y que obedecen la Palabra de Dios como ellos la entienden (SDA Bible Commentary, tomo 10 págs. 266, 267).

    Esta definición adventista de iglesia implica fe para aceptar a Cristo como Salvador y reconocimiento de que también otros forman parte de la iglesia aunque entiendan las palabras del Salvador en forma diferente de como nosotros las entendemos. Los adventistas nunca han creído que ellos sean los únicos hijos de Dios sobre la tierra hoy. Concedemos más importancia al concepto de parentesco con Dios, esto es, de ser hijos de Dios, que al concepto de doctrina. Es cierto que la doctrina verdadera identifica a la iglesia verdadera, pero no excluye a otros que no tengan toda esta doctrina. Ellos también pueden pertenecer, y de hecho pertenecen al pueblo de Dios, a la iglesia. Esto es posible en una teología como la nuestra porque la relación con Dios es individualmente dinámica y progresiva. El conocimiento de la doctrina es “como la luz de la aurora que va en aumento hasta que el día es perfecto”. La perfección no es un estado que alcanzar sino un proceso a seguir. La iglesia no es una institución, ni siquiera una vía de salvación, sino un movimiento en el cual la salvación se hace real y visible a los seres humanos. Visible como una experiencia que podemos contemplar en otros y real en el sentido de que es una experiencia que debemos experimentar en nosotros mismos.

    ¿Significa esto que no debemos predicar el Evangelio a los protestantes? No. La Iglesia Adventista tiene la misión de predicar el Evangelio eterno a toda nación, tribu, lengua y pueblo (Apoc. 14:6, 7). Aquí también están incluidas las iglesias evangélicas y protestantes. Pero no debemos predicarles para convertirlos como lo haríamos con los no creyentes, sino debemos predicarles para amonestarlos. Con ellos debemos hacer la obra de reforma que Elías y Juan el Bautista hicieron por Israel. Lo lamentable es que muy a menudo creemos que la reforma consiste en degollar falsos profetas en el monte Carmelo y tratar de generación de víboras a los apóstatas. De esta manera concentramos nuestra atención en los sacerdotes de Baal que probablemente no eran israelitas sino extranjeros traídos por Jezabel, y nos concentramos en los fariseos cuya religión tan mezclada con elementos humanos ya no era divina. Nos olvidamos así de los siete mil cuyas rodillas no se han postrado ante Baal (1 Rey. 19:18) y nos olvidamos de que el mensaje de Juan era un llamado al arrepentimiento con el fin de preparar los corazones para la venida del Señor.

    Estos imperdonables olvidos nos ocurren cuando cultivamos el espíritu de orgulloso exclusivismo que tenían los judíos. Este espíritu nos hace levantar una barrera entre nosotros y los protestantes, así como los judíos la levantaban entre ellos y los gentiles. Al sentirnos poseedores de la verdad que tenemos nos creemos poseedores en nosotros mismos de esas cualidades que hacen de la verdad el supremo saber accesible al hombre. Como consecuencia de esta aberración nos creemos casi infalibles en materia de doctrina. Esto nos da una actitud que ofende a los demás. Pero escuchemos este consejo: “Hay muchos que necesitan nuestra simpatía y consejo, pero no ese consejo que implica superioridad en el dador e inferioridad en el que lo recibe” (Testimonies, tomo 3, pág. 534). Debemos eliminar esta barrera que nuestra actitud ha levantado contra los protestantes. “El muro de separación entre judíos y gentiles debía ser derribado” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 369). Ya no debiera haber barreras. No debiera haber fronteras, tampoco ninguna distinción, porque los adventistas y los demás cristianos tenemos necesidad del perdón de nuestros pecados y necesidad del mismo Cristo para que lave nuestras inmundicias. Por esta misma razón la iglesia no es una institución, sino un movimiento donde la salvación se hace real y visible a todos los hombres.

    Cuando los pioneros adventistas no querían organizar una iglesia, estaban en lo cierto. Temían que la idea de movimiento se perdiera y el concepto de institución dominara las mentes, con la idea de “adentro” y “afuera”. No, en la iglesia de Cristo no hay un “adentro” ni un “afuera”. En esta iglesia hay una fraternidad basada en el amor y fundamentada en el sacrificio de Cristo que es la mayor expresión del amor salvador. Hoy los protestantes y evangélicos están proclamando la unión de todos los creyentes basándose en los principios de tolerancia y ecumenismo. Nosotros no propiciamos la unión sino la destrucción de barreras.

    ¿Tiene la iglesia una misión en el mundo? No, la iglesia es una misión. Todos nosotros somos una misión viviente en la cual la salvación se hace visible y real. La iglesia y Cristo son uno así como Cristo y el Padre eran uno en el plan de salvación. Cristo no era una misión del Padre, sino dijo que era “uno con el Padre”, y dijo además “el que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Juan 14:9). Así como la salvación fue visible en la cruz de Cristo, hoy se hace visible en la iglesia. Este movimiento no conoce fronteras ni admite exclusivismos de ninguna naturaleza: Cristo es su único límite, y él dijo: “A todos atraeré a mí mismo” (Juan 12:32). La Iglesia Adventista (en su ministerio también) por lo tanto, debe desarrollar la actitud de un movimiento que incluya a todos los que creyendo en Cristo se preparan para su regreso. No debe separarse, sino expandirse. No debe excluir, sino incluir. No debe luchar contra los protestantes sino amonestarlos y llamarlos al arrepentimiento.

POSIBLE SOLUCIÓN AL PROBLEMA

    Para la causa histórica proponemos la solución adventista escatológica. Aquí está la oportunidad de demostrar que nuestra fuerza no viene del pasado histórico sino del futuro, y en el futuro no hay la experiencia de ignominia sino la contraria, la de un gran movimiento de miembros de las iglesias evangélicas protestantes uniéndose con los adventistas en la espera del reino de Dios. “Olvidando ciertamente lo que queda atrás, prosigo al blanco, al premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:13, 14).

    Para las causas teológicas proponemos las siguientes soluciones: En primer lugar, un estudio más a fondo de nuestra propia teología escatológica para que así no desarrollemos sentimientos que no debiéramos tener, ya que nuestro principio escatológico de comprensión teológica es el más gloriosamente dinámico y cargado de las más preciosas bendiciones de esperanza y victoria. Una teología cristocéntrica debe darnos madurez espiritual como para destruir toda pared de separación y conservarnos en la verdad que es en Cristo para aceptación de todos los que lo reciban.

    En segundo lugar, proponemos la validez teológica del principio del amor fraternal que tolera las creencias de otros y los acepta como hermanos en Cristo, aunque tengan creencias diferentes, sabiendo que la separación entre ovejas y cabritos no está encomendada a nosotros los seres humanos, sino que es una prerrogativa que sólo corresponde a Cristo, que él aplicará cuando venga en su reino y no antes.

    En tercer lugar, proponemos que cada adventista desarrolle una conciencia definida de que su iglesia no es una institución que tiene límites que marcan un “adentro” y un “afuera”, sino que es un movimiento vivo donde la salvación, Cristo mismo, se hace visible a los ojos enceguecidos de la humanidad actual.

    Y como última solución, proponemos que la iglesia, al considerarse como un movimiento vivo, ni siquiera piense que este movimiento procede de su propia actividad, sino de la1 actividad todopoderosa en conversión de almas del Espíritu Santo, que es la potencia y la seguridad de la iglesia. Es decir que un verdadero espíritu de humildad se apodere de cada ministro y cada miembro de iglesia hasta tal punto que lleguemos a aceptar a todos los cristianos como nuestros hermanos, no mirando a los no adventistas como publicanos y pecadores. Son hermanos nuestros en la necesidad del mismo perdón y del mismo Cristo.

Sobre el autor: Profesor de Teología en el Colegio Adventista del Plata, Argentina.