PRIMERA PARTE
Este tema denota la existencia de un problema. Puede ser de ausencia de relaciones, de malas relaciones o de relaciones sin propósito claro. No nos referimos a las relaciones oficiales de la Iglesia Adventista con otras denominaciones, sino a las relaciones que individualmente cada uno de nosotros mantiene, y debe mantener, con esas denominaciones. En realidad, nuestras relaciones son escasas, no muy buenas (para no decir malas), y no poseen un propósito muy claro. Muchos de nosotros, sin embargo, nos relacionamos con ellos para enseñarles la verdad, lo cual parece un propósito bien claro y definido, pero como veremos más adelante, no es tan claro.
En consecuencia, nos vemos en la obligación de analizar nuestras malas relaciones con los protestantes y ver cuál es la causa teológica que las provoca, a fin de remediar el problema, si tiene remedio posible. Para esto seguiremos el siguiente bosquejo: primero: causas históricas; segundo: causas teológicas, y finalmente consideraremos una posible solución al problema.
CAUSA HISTORICA: UNA EXPERIENCIA DE ATAQUE, RECHAZO Y DESPRESTIGIO
Es verdad que la historia en general marcha hacia una meta o un objetivo que es el reino de Dios. De acuerdo con esto el advenimiento de la Iglesia Adventista con su anuncio del reino de Dios tendría que haber sido celebrado con regocijo por toda la cristiandad. Pero, como dice el teólogo Paul Tillich, “en la historia hay siempre una mezcla del bien y el mal”. Las fuerzas del mal no vieron el nacimiento de la Iglesia Adventista con alegría y por lo tanto pusieron sus energías a la tarea de desprestigiarla. ¿Cómo lo hicieron? Fundamentalmente de dos maneras:
En primer lugar, levantando otros grupos e ideas erróneas, pero con características semejantes a la Iglesia Adventista. Citamos como ejemplo tres grupos que no sólo tenían algunas similitudes con el movimiento adventista, sino que además surgieron más o menos en el mismo lugar geográfico. Nos referimos a los misteriosos golpecitos de las hermanas Fox (espiritismo moderno), los primeros trabajos de José Smith (fundador del mormonismo) y el perfeccionismo socialista de John Humphery Noyes. Todos ellos surgieron alrededor de la misma fecha y dentro de un radio de no más de 30 km en el norte del estado de Vermont. Allí mismo Guillermo Miller, a comienzos del siglo pasado, inició el gran movimiento adventista.
Conocemos los errores del espiritismo y tenemos una idea clara del mormonismo. Quizá conviene mencionar que hasta hoy en los Estados Unidos se confunde a la Iglesia Adventista con los mormones. Entre el 13 y el 15 de marzo de 1970 la famosa Gallup International, llevó a cabo una encuesta para medir la actitud actual del público norteamericano hacia la Iglesia Adventista. Una de las preguntas era: ¿Qué es lo primero que viene a su mente cuando Ud. oye el nombre adventista del séptimo día? Si bien la respuesta más frecuente fue “la observancia del sábado”, todavía aparecen respuestas como las siguientes: “Pienso en las pruebas que tuvieron que pasar en Utah”, “Salt Lake City”, “los mormones”.
De las ideas antes citadas probablemente la que nos resulte más desconocida sea el perfeccionismo de Noyes. El creía que con la conversión venía una liberación total de pecado y una completa pureza del corazón. A esto agregó las ideas del socialista utópico Robert Owen y las de Fourrier, y concluyó que el socialismo combinado con perfeccionismo llegaría a ser invencible y fundó la famosa colonia de Oneida, en la cual introdujo muchos principios de salud, la carne fue reducida a un mínimo indispensable y se promovió una vida sencilla. Esto no los libró del error de matrimonios comunes en los cuales se practicaba una extrema continencia masculina.
La segunda manera en que las fuerzas del mal lucharon contra los adventistas fue por medio de la proscripción religiosa. Los dirigentes religiosos atacaron a los adventistas desde el mismo comienzo de las actividades de éstos. Como ejemplo leamos un párrafo del libro Fermento de Libertad, escrito por Alice Felt Tyler. Hablando de la oposición levantada al movimiento de Guillermo Miller ella dice:
“El obispo de Vermont publicó un panfleto condenando el error de intentar la fijación de una fecha para el segundo advenimiento. Ministros de todas las sectas a través de toda Nueva Inglaterra y estados adyacentes publicaron y predicaron diligentemente condenando el movimiento. Multitudes de furiosos ciudadanos trataron de dispersar algunas de las reuniones de los seguidores de Miller; aun el mismo profeta (G. Miller) fue atacado con huevos y tomates podridos” (págs.73, 74).
Los adventistas fueron expulsados de sus iglesias sin que hubieran cometido otro delito que el de creer en el adventismo del reino de Dios. Todo esto creó un espíritu de defensa. Los predicadores adventistas han sido tan agudos en atacar a los demás cristianos como éstos lo fueron con ellos. Se produjo, pues, un distanciamiento, y el rechazo fue tan ciego que condenaron a los adventistas de secta no cristiana, sin siquiera tomarse la molestia de estudiar debidamente sus enseñanzas y doctrinas. Posteriormente la fuente donde los no adventistas estudiaban las creencias de los adventistas fueron los libros amargados y falsos del apóstata D. M. Canright. Ha habido, sin embargo, en los últimos años un cambio de actitud en ellos y algunos teólogos protestantes al estudiar las doctrinas adventistas en los escritos de los teólogos de esta iglesia han concluido que la Iglesia Adventista del Séptimo Día es cristiana.
CAUSAS TEOLÓGICAS: UNA VISIÓN DINÁMICA Y ESCATOLÓGICA
Al tratar las causas teológicas que deterioran nuestras relaciones individuales con los no adventistas no nos proponemos plantear una lista de los puntos de diferencia entre ambas teologías. Lo que nos proponemos es tomar solamente tres puntos teológicos en los cuales, ya sea por la diferencia entre la Iglesia Adventista con las demás denominaciones o por falta de comprensión que los adventistas individualmente tenemos de nuestra propia teología, se da lugar a una actitud que rechaza las relaciones espontáneamente agradables. Estos puntos teológicos son: 1) nuestra comprensión de las profecías, 2) nuestra escatología y 3) nuestro concepto de la función que la iglesia debe cumplir en el mundo.
1) Nuestra comprensión de las profecías. Nos referimos especialmente a las profecías apocalípticas. La primera pregunta que surge en relación con este asunto es: ¿qué es profecía apocalíptica? La literatura apocalíptica es un tipo especial en la literatura hebrea relacionada con la cautividad babilónica, que presenta el conflicto entre las fuerzas del bien y del mal y el triunfo de Dios y su pueblo, pero un conflicto que ocurre no tan sólo en el tiempo cuando se escribe, es decir el presente, sino que también tiene relación con el futuro. La profecía apocalíptica tiene que ver entonces con acontecimientos profetizados en relación con el triunfo de Dios en el futuro, tanto como en el presente. Daniel y Apocalipsis están considerados dentro de este tipo de profecías, junto con la mayoría de los profetas menores y parte de los escritos de los profetas mayores.
La teología protestante es “situacional” en su consideración de las profecías apocalípticas. Esto significa que esa teología se concentra en el propósito original y la situación en la cual se dio la profecía y se escribió su texto. En cambio, la teología adventista es más “sistemática’’. Esto significa que esta teología busca coherencia interna y paralelos entre los diferentes textos. El énfasis está más en el futuro que en el presente, lo que resulta justamente inverso al énfasis protestante.
¿Hay alguna solución para este aparente conflicto? Por supuesto que sí. Aunque esta solución teológica no había surgido anteriormente de esta manera, sin embargo estuvo siempre presente en la teología adventista. Esta solución consiste en el principio de la triple aplicación de las profecías apocalípticas que los teólogos adventistas han elaborado más sistemáticamente durante los últimos años, sin que esto signifique que es un descubrimiento enteramente nuevo.
El principio de esta triple aplicación consiste en lo siguiente: a) Las profecías apocalípticas dadas antes de Cristo tienen un cumplimiento parcial y literal en el Israel literal, b) Tienen un cumplimiento espiritual y universal en el cristianismo, c) Tendrán un cumplimiento literal y universal en todos los fieles de todas las edades cuando Cristo venga por segunda vez en gloria.
De esta manera la profecía tiene un cumplimiento pasado, presente y futuro. El pasado corresponde al Israel literal; el presente a la iglesia cristiana, y el futuro al ESCATON, o sea el fin. Este principio de interpretación está basado en otro que es el decisivo, el más valioso y el que jamás debe faltar en toda interpretación de las profecías apocalípticas para no caer en error. Nos referimos a la cruz como punto de división y a Cristo como la llave para entender cada símbolo profético. Esto significa que en la biblia hay una armoniosa unidad tan cristocéntrica que cada símbolo, sea éste histórico, profético o apocalíptico, se refiere a Cristo. En consecuencia, toda interpretación de las profecías apocalípticas debe ser cristocéntrica, y como corolario de esto surge el principio de la triple aplicación.
El énfasis situacional de la teología protestante queda atendido con la aplicación literal al pueblo de Israel en la época inmediatamente posterior al cautiverio o a la de la misma liberación. Y el énfasis sistemático queda atendido con las aplicaciones a la iglesia cristiana y a todos los cristianos cuando Cristo venga. La dinámica de la aplicación de la profecía apocalíptica va de lo literal parcial a lo espiritual universal y a lo literal universal.
Si nosotros, en nuestras relaciones individuales con los protestantes no tenemos en cuenta este enfoque teológico dinámico y cristocéntrico de las profecías, no estaremos en condiciones de comprenderlos ni tampoco estaremos en condiciones de transmitirles una imagen adecuada de nosotros mismos, resultando esto en una falta de comunicación, o en una comunicación equivocada que solamente provocará incomprensiones y malas relaciones. (Continuará.)
Sobre el autor: Profesor de Teología en el Colegio Adventista del Plata, Argentina