La búsqueda del Espíritu Santo como prioridad espiritual
En febrero de 2001, en una tarde soleada en la ciudad de Natal, Rio Grande do Norte, Brasil, participé de mi primera junta de iglesia como pastor auxiliar. Ese domingo me llevó el pastor titular, y en el camino hablamos de sus experiencias de vida y de mis sueños para el ministerio.
Al llegar a la iglesia, cuando estaba por bajar del auto, me pidió que esperara. La puerta del auto ya estaba abierta, pero aquel siervo de Dios me pidió que la cerrara nuevamente. Mirándome a los ojos, me dijo algo que jamás olvidaré: “Lucas, hoy es tu primer día de ministerio. Vas a pastorear una iglesia con más desafíos de los que tuve que enfrentar, y quienes vengan después tendrán que enfrentar desafíos aún mayores”.
El tiempo y la experiencia han demostrado lo absolutamente acertado que estaba aquel pastor. Ante este panorama, algunas preguntas surgen en mi mente: ¿Cómo pastorear en días tan difíciles? ¿Cómo ser un pastor que sea determinante allí donde esté? ¿Cómo ofrecer respuestas a un mundo confuso? Creo que el libro de Hechos presenta principios fundamentales para que seamos exitosos en nuestro ministerio, a pesar del contexto complejo en el que vivimos.
Prioridad espiritual
Lucas registró dos frases de Cristo que deben sonar a nuestros oídos como nuestra mayor prioridad. En Lucas 24:49 está escrito: “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto”. A su vez, en Hechos 1:8, el Señor afirmó: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”.
Jesús dejó en claro a sus discípulos que necesitaban buscar al Espíritu Santo, y ese debía ser el primer punto de su agenda. Necesitaban apegarse a esa promesa más que a cualquier otra, pues sin la presencia y el poder del Espíritu sus esfuerzos serían inútiles. Según Leon L. Morris, ellos no debían “intentar la tarea de la evangelización con sus propios y escasos esfuerzos”, sino “esperar la venida del Espíritu”.[1] ¿Por qué es tan importante entender esto? Porque estamos en guerra, y nada tenemos en nuestras manos que nos garantice el éxito como iglesia sin la presencia del Espíritu.
Es necesario comprender la necesidad del Espíritu Santo en el contexto del Gran Conflicto. De hecho, el término que Lucas utiliza para referirse al poder es dynamis, y se aplica a esa condición. Darrell L. Block afirmó: “Cuando Lucas usa dynamis, generalmente tiene en mente el poder para vencer a las fuerzas del mal, ya sea por milagros o por la autoridad de Dios que viene a través del Espíritu”.[2] Esto coincide con las palabras de Elena de White: “El pecado podía ser resistido y vencido únicamente por medio de la poderosa intervención de la tercera Persona de la Deidad, quien iba a venir no con energía modificada, sino en la plenitud del poder divino”.[3]
Llegará el tiempo en que las personas nos oirán, no a causa de la posición que ocupemos, de la experiencia que acumulemos o de la preparación intelectual que tengamos, sino, sobre todo, por la autoridad espiritual que viene de la comunión con Cristo y de una vida llena del Espíritu.
Por eso, necesitamos un ministerio que reconozca sus propias debilidades y limitaciones, y que se sienta incapaz de hacer la obra solo. Actualmente tenemos el privilegio de contar con programas, materiales, recursos, estrategias, predios, estructuras, comisiones, planes y eventos, pero todo eso sin el Espíritu es como perseguir el viento: no tendrá ningún valor si Dios no comunica vida, poder y gracia en todo lo que somos y hacemos.
El verdadero evangelista
No hay duda de que el Espíritu es quien lidera la misión de la iglesia en el libro de Hechos. Él lleva a los miembros a testificar (Hech. 1:8); habla a través de los labios de los discípulos (2:4); invita a todos a arrepentirse (2:38); levanta a Pedro como predicador y a Esteban como testigo poderoso y osado (4:8; 7:55); orienta a Felipe para que se acerque al eunuco, lo cual resulta en su bautismo (8:29, 38); conduce a Pedro hacia Cornelio y sus familiares y amigos, a fin de predicarles las buenas nuevas de la salvación (10:36-48); separa a los dirigentes para la misión (13:2); abre puertas de modo que el evangelio se predique en Europa (16); revela a Pablo lo que le espera en cada campo misionero (20:23); y, finalmente, llama a los corazones endurecidos de los judíos que no aceptaron a Cristo como Salvador (28:25).
Según Simon Kistemaker, el fervoroso compromiso misionero de la iglesia apostólica “demuestra el deseo de Dios de que el evangelio se extienda, para lo cual envía al Espíritu Santo para ayudar en ese propósito”.[4] Cuando pensamos en evangelismo, ya sea público o personal, debemos buscar siempre la dirección del Espíritu, pues es él quien conduce la misión.
Necesitamos reconocer que no es el talento del evangelista, la calidad de los equipos de transmisión de radio y televisión, la importancia de nuestros libros o el alcance de nuestros medios sociales lo que garantiza el éxito de la misión; aunque todo eso sea importante. John Stott afirmó: “Solo el Espíritu Santo puede convencer a las personas de sus pecados y necesidades, abrirles los ojos para ver la verdad de Cristo crucificado, doblegar su orgullosa voluntad y someterla a él, liberarlas a fin de creer en él y darles un nuevo nacimiento”.[5]
Esto significa que, para obtener éxito en nuestra obra, la experiencia de la iglesia apostólica debe repetirse en nosotros. En palabras de Elena de White, “el evangelio no había de ser proclamado por el poder ni la sabiduría de los hombres, sino por el poder de Dios”.[6] Pero ¿por qué el Espíritu asume todo el protagonismo de la misión? ¡Porque no hay espacio para el mérito humano cuando se trata de la salvación! Charles Spurgeon declaró: “¡Qué orgullo, aunque sin fundamento, concebir que nuestra predicación sea en sí misma tan poderosa que puede convertir a los hombres de sus pecados y traerlos a Dios sin la acción del Espíritu Santo! Si fuéramos verdaderamente humildes de corazón, no nos aventuraríamos a meternos en el combate mientras el Señor de los ejércitos no nos revista de todo el poder y nos diga: ‘Ve con esta tu fuerza’ ”.[7]
Además, la búsqueda sincera del Espíritu a través de diversas iniciativas es noble e inspiradora; sin embargo, si esto no se traduce en la misión y en la exaltación del Cristo vivo que transforma los corazones, corremos el riesgo de vivir un cristianismo contemplativo y neumocéntrico. Es decir, la búsqueda constante de experiencias de consagración y reavivamiento se convierte en un fin en sí mismo, y esto no promueve la evangelización. Por otro lado, la evangelización sin la búsqueda constante del Espíritu puede llevarnos a la indiferencia, haciéndonos perder la necesidad de su presencia y acostumbrándonos a trabajar sin él. En otras palabras, debemos poner más misión en todos los movimientos de reavivamiento y más reavivamiento en todas las iniciativas de misión.
El gran Líder
De todo el libro, tal vez Hechos 15 sea uno de los capítulos más sensibles en lo que respecta a la unidad. Entre los nuevos conversos estaban los gentiles que tenían que abandonar sus antiguas prácticas y los judíos que debían dejar atrás sus antiguas tradiciones. El clima era tenso, los ánimos estaban caldeados, y la iglesia experimentaba una polarización, provocada por los judíos, jamás vista hasta entonces. Si no se resolvía ese tema, “inevitablemente el cristianismo no sería más que otra secta del judaísmo”.[8]
La estructura del capítulo ayuda a entender mejor el contexto del debate: discusión en Antioquía sobre la circuncisión y el papel de la ley mosaica (15:1-3); recepción de la delegación de Antioquía en Jerusalén (15:4, 5); concilio de los apóstoles y los ancianos (15:6, 7a); el discurso de Pedro (15:7b-12a); el informe de Bernabé y Pablo (15:12b); el discurso de Jacobo (15:13-21); la decisión del concilio y la carta los cristianos gentiles (15:22-29); y la explicación de la decisión en Antioquía (15:30-33).[9]
Después de esa serie de discursos, da la impresión de que el Espíritu ha permanecido solo entre bastidores. Sin embargo, esta es solo la apariencia, pues en cierto momento se manifestó de forma clara y decisiva. Jacobo declaró: “Ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros” (15:28). Es decir, el mismo Espíritu estaba evaluando el tema, oyendo cada parte y dirigiendo cada mente a lo que realmente era necesario hacer. Dirigidos por el Espíritu, el Guía de la iglesia, la unidad de los fieles se mantuvo y la misión no perdió su fuerza.
El diablo está interesado en todo lo que nos divide, y sus esfuerzos serán más intensos, seductores y osados en estos últimos días. Por eso, tenemos que estar atentos y no permitir que provoque polarizaciones en el ministerio entre “ellos” y “nosotros”, entre liberales y conservadores, entre derecha o izquierda. El discutir en las redes sociales, el individualismo, la pasión por nuestras opiniones y el liderazgo centralizador, no generan unidad. Jamás deberíamos olvidarnos de que somos hermanos, que la misión es nuestra causa, el Espíritu es nuestro Guía, Cristo es nuestro Salvador y la eternidad es nuestro destino.
La unidad es una de las evidencias de reavivamiento en el ministerio y en la iglesia, y tiene como uno de sus principales objetivos mantener nuestra identidad y misión. Verdaderamente eso solo es posible con la presencia del Espíritu Santo. Necesitamos, al final de cada junta, desde la iglesia local hasta la Asociación General, pasando por las Asociaciones/Misiones, Uniones y Divisiones, tener la misma percepción del liderazgo de la iglesia apostólica: “Ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros”. Llega hasta nosotros el llamado que hizo Elena de White hace tantos años: “Reciba usted el Espíritu Santo, y sus esfuerzos tendrán éxito. La presencia de Cristo es lo que da poder. Cesen toda disensión y lucha. Prevalezcan el amor y la unidad. Actúen todos bajo la dirección del Espíritu Santo. Si los hijos de Dios se entregan plenamente a él, les restaurará el poder que han perdido por la división. Dios nos ayude a todos a comprender que la desunión es debilidad y que la unión es fortaleza”.[10]
Los días en que más necesitamos del Espíritu como aquel que convierte corazones, nos guía y es la fuente y el poder para cumplir la misión ya llegaron. Y el reavivamiento tan esperado debe comenzar por nosotros.
Sobre el autor: secretario ministerial para la Iglesia Adventista en América del Sur.
Referencias
[1] Leon L. Morris, Lucas: Introdução e Comentário (Sao Paulo, SP: Vida Nova, 20006), p. 322.
[2] Darrell L. Bock, Luke, Baker Exegetical Commentary on the New Testament (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 1996), t. 2, p. 913.
[3] Elena de White, El Deseado de todas las gentes (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2008), p. 625.
[4] Simon J. Kistemaker, Atos (Sao Paulo, SP: Cultura Crista, 2017), t. 1, p. 67.
[5] John Stott, Ouça o Espírito, Ouça o Mundo (Editora Ultimato, 2008), p. 30.
[6] Elena de White, Los hechos de los apóstoles (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2009), p. 15.
[7] Charles H. Spurgeon, Lições aos Meus Alunos (Editora Pes, 2000), t. 2, p. 55.
[8] William Barclay, Comentário de Atos (Buenos Aires: La Aurora, 1983), p. 102.
[9] Eckhard J. Schnabel, Acts, Zondervan Exegetical Commentary on the New Testament (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2012), pp. 1.524-1.527.
[10] Elena de White, Mensajes selectos (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), t. 1, p. 102.