Nuestro sistema de interpretación profética es un rico patrimonio heredado desde los mismos orígenes de la iglesia que no necesita revisionismo, sino nuestra confianza.

La Iglesia Adventista del Séptimo Día que estableció este colegio [Southern Missionary College] junto con tantos otros, ha llegado al peligroso período de su edad media. En estos cortos 140 años hemos avanzado desde reuniones celebradas en cocinas, carpas y graneros hasta figurar entre las grandes empresas con un capital estimativo (en 1979) de 4 mil millones de dólares. El gran peligro es que olvidemos el mensaje y la misión que nos dieron origen y sigamos el sendero de casi todos los demás cuerpos protestantes mayoritarios y anteriores a nosotros hacia un compromiso de nuestra fe original en la autoridad suprema de las Escrituras por encima de cualquier otra fuente de conocimiento humano.

Últimamente ha desaparecido de los titulares, pero el sínodo de Missouri de la Iglesia Luterana enfrentó una crisis similar en la década del 70 y llegó a estar en la primera página y en los noticieros televisivos de la noche a la mañana. (Sin embargo, una vez que las protestas, y las marchas agitando las banderas concluyeron, los medios de comunicación perdieron su interés.) Quizá por primera vez en una confrontación de tal índole el ministerio y la dirección eclesiástica permanecieron firmemente sustentando sus puntos de vista de las Escrituras. Hubo un cisma, pero sólo limitado, y la iglesia luterana y sus instituciones educacionales han resurgido más unidas y comprometidas con su misión que antes.

¡Es que la gente no se sacrifica por causas inciertas! Por lo tanto es crucial para la misma existencia de nuestra iglesia que continuemos profundizando el conocimiento de lo que creemos y por qué lo creemos; de dónde hemos venido y cómo hemos llegado hasta aquí. Es difícil obtener esta clase de información y, al mismo tiempo, no dedicar ni tiempo, ni atención a la historia.

Consideren la historia de este colegio. Fue concebido con sacrificio. Y también fue nutrido con sacrificios porque un puñado de personas creyeron que Dios les había hablado en la Biblia y por medio de la conducción especial del Espíritu. Su fe no estaba centralizada en el yo. Ellos vieron, en lo que habían creído, el mandato divino de hacer conocer a otros lo que Dios les había revelado. Tuvieron así un mensaje, y ese mensaje les dio su misión. La lección que nos da la historia es que si el mensaje de un pueblo se modifica significativamente, también su misión será modificada, y comenzará a fracasar. El Dr. P. Gerard Damsteegt en su libro, Foundations of the Seventh-day Adventist Message and Mission (Eerdmans, 1977, y en mi opinión, uno de los libros más destacados escritos por una pluma adventista en los últimos años), nos muestra que tanto nuestro mensaje como nuestro sentido de misión brotaron al comprender que la profecía bíblica, tanto apocalíptica como predictiva, se cumplió y se estaba cumpliendo en eventos específicos en el cielo o en la tierra y a veces en ambos a la vez.

El sistema de interpretación profética que siguieron nuestro Señor y los apóstoles, algunos de los primeros padres de la iglesia, testigos ocasionales en el período de dominio de la iglesia de Roma durante la Edad Media, algunos hombres poderosos y valientes de la gran reforma protestante alemana, los reformadores posteriores en Inglaterra, Suiza, Francia y Holanda, los expositores americanos, del período colonial y luego del período nacional temprano, y los que participaron del gran movimiento mundial e intereclesiástico del despertar adventista del siglo XVIII y comienzos del XIX, contenía un principio clave como Damsteegt lo demuestra repetidamente. Este principio es lo que llamamos “el principio de día por año”, en el que un día, en los períodos abarcados por el movimiento profético y los eventos relacionados con él, representa un año de tiempo histórico o cronológico. Este principio señala hacia acontecimientos claves en la vida de nuestro Señor en la tierra y también a los prolongados períodos de dominio de una iglesia embriagada de poder secular y de una doctrina que no es bíblica.

Este principio de día por año estaba en el corazón de la escuela de interpretación profética historicista, o histórica, y fue sustentada por leales testigos de Dios durante más de 1.800 años. Este sistema de interpretación profética contempló el desenvolvimiento del cumplimiento de la profecía bíblica en una secuencia continua desde el día del profeta hasta la segunda venida en el fin del tiempo. Este sistema reconoce los paralelismos entre las grandes profecías bosquejadas por Daniel, las de nuestro Señor, y de los apóstoles (especialmente de Juan en el Apocalipsis), identificando a Babilonia, Media y Persia, Grecia y Roma como los cuatro grandes poderes que concluyen en la fragmentación del Imperio Romano y al que sigue el surgimiento del poder perseguidor del “cuerno pequeño” representando al papado. Aunque con una comprensión y aplicación crecientes a medida que el cumplimiento de los eventos vaticinados se acercaban, la escuela historicista se mantuvo en una persistente aplicación del principio día por año a las grandes profecías de tiempo de Daniel y Apocalipsis, destacando especialmente las setenta semanas, y los períodos de 1.260 días y 2.300 días. (De hecho que la ubicación del punto final de los 1.260 días de Daniel y Juan fue anticipado y aun publicado ¡cien años antes que dicho período concluyera!) Este sistema también identificó claramente al “anticristo”, al “cuerno pequeño” y a la “bestia” como símbolos del papado. Esto fue ampliamente reconocido y proclamado por los reformadores y aun por algunos testigos dentro de la misma iglesia católica. Esta comprensión muy difundida añadió dirección y propósito a los reformadores.

Esta es, entonces, nuestra herencia adventista. Alguno podrá decir que esta herencia no es realmente nuestra, porque nuestros progenitores milleritas no irrumpieron en escena antes de 1820 o alrededor de esta fecha, y porque no fuimos un movimiento organizado antes de 1863.

En esta observación hay algo básico para el desarrollo de un punto vital: nuestra herencia adventista no comenzó en 1863, ni aun en 1820. Nuestra herencia la tenemos en común con todo el mundo protestante. Sin embargo la mayoría de los protestantes ha abandonado, en un sentido u otro, su herencia profética. Una pista de nuestro vínculo con la reforma se encuentra en una observación hecha por el Dr. Bryan Ball, historiador de teología y rector del departamento de religión del Colegio Newbold. De acuerdo con el Dr. Ball, virtualmente cada doctrina y práctica que sostienen los adventistas del séptimo día, también ha sido sostenida en el pasado por uno o más de los teólogos puritanos ingleses de los siglos XVI y XVII.

En verdad, nuestros pioneros apenas innovaron en algunas cosas. Ni lo hicieron los milleritas, de quienes surgimos. ¡Ni siquiera inventamos 1844! Una multitud de voces procedentes de diferentes países, idiomas e iglesias esperaban el fin de la profecía de los 2.300 días de Daniel para 1843, 1844, ó 1847 -la fecha dependía de la ubicación cronológica de la crucifixión dentro de la profecía interconectada de las setenta semanas de Daniel. Todas estas personas sostuvieron y practicaron los principios de la escuela de interpretación historicista como ya lo habían hecho los reformadores.

Este sistema de interpretación profética fue tan efectivo en señalar a los papas reinantes y a la iglesia papal como el anticristo, la bestia, el cuerno pequeño de Daniel y Juan, que el gran poder dominante de la iglesia medieval se fue deteriorando. Muchos perdieron su confianza. ¿Qué pasó?

¿Qué haría usted si todos los eruditos le estuvieran aplicando a usted las profecías bíblicas y las multitudes comenzaran a creerlo? Podría decidir no preocuparse, o sostener que la Biblia es un fraude, quizás usted podría elaborar otra interpretación. Esas son las opciones. Los detalles se pueden consultar en la obra de cuatro tomos que escribió LeRoy E. Froom, The Prophetic Faith of our Fathers. En este estudio, Froom reseña el surgimiento de los jesuítas, su aceptación como una orden, y su puesta en servicio por el papa en 1540. Dos de los muchos brillantes eruditos jesuitas desarrollaron dos sistemas diferentes de interpretación profética, totalmente incompatibles el uno con el otro, pero ideados para contrarrestar la escuela de interpretación historicista. Uno de ellos tomó el dedo acusador protestante y lo volvió hacia el pasado, hacia el comienzo de la era cristiana y aun antes. “Allí encontrarán al anticristo”, dijo Alcázar. Y por supuesto que en ese entonces no había papado.

“Si no le gusta esta opción”, dijo Ribera, “permítanme dirigir su dedo hacia el futuro, durante ese corto intervalo cerca del fin de la historia cuando se levantará un anticristo”. De esta forma el papado quedaba libre de sospechas si, por supuesto, la gente creía en la escuela preterista de Alcázar o en la futurista de Ribera. Y algunos creyeron. La contrarreforma, sostenida ahora por dos sistemas opuestos de interpretación profética, comenzó a anular el filo de la espada de la verdad profética esgrimida por los reformadores.

Pero eso no fue todo. Se agregaron los teólogos protestantes racionalistas de Europa, que ya estaban colocando a la razón, la filosofía, la experiencia y la ciencia por sobre la autoridad de la Biblia. Tomaron el pensamiento preterista de Alcázar y lo difundieron en Holanda, Inglaterra, Alemania y América. Hasta hoy sus sucesores no tienen lugar en su esquema teológico para la profecía predictiva o el principio día por año. Para ellos el poder representado por el cuerno pequeño de Daniel, si es que representa algo, se refiere a Antíoco Epífanes, quien gobernó por casi tres años literales en el período que ellos generalmente consideran como el tiempo cuando Daniel, o alguien que usó su nombre, escribió su libro.

Damsteegt dedica catorce páginas de su libro a demostrar que nuestros antepasados milleritas se apartaron deliberadamente de las posiciones y métodos de interpretación de los teólogos racionalistas, que seguían el método de interpretación bíblica que más tarde se conocería como método histórico-crítico. Nuestros pioneros adventistas no dieron lugar a estas posiciones. Elena G. de White advirtió claramente contra ellas.

¿Quienes aceptaron la carnada futurista? No hubo, entre los protestantes, quien lo hiciera por 300 años hasta que Maitland y otros la aceptaron. Los hermanos de Plymouth, en Inglaterra, la tomaron de Maitland y con muy pocas variantes ha sido (y es aún), la interpretación del anticristo generalizada entre los fundamentalistas, evangélicos, y los representantes del ala carismática del protestantismo.

Los Adventistas del Séptimo Día se encuentran prácticamente solos al aferrarse en forma coherente a la escuela historicista de interpretación profética. Pero este fue el sistema protestante corriente hasta que fue abandonado por el impacto que produjeron los dos contrasistemas jesuíticos. ¿Por qué habría de haber voces en las filas de la iglesia, cualquiera fuere su intención declarada, que presentaran interpretaciones señalando hacia el compromiso, y por lo tanto el olvido, de nuestra herencia adventista?

Otras dos direcciones que tomaron los intérpretes proféticos del protestantismo contribuyeron a embotar las expectativas de un inminente segundo advenimiento de Cristo en el Viejo Mundo, y hoy tienen sus fervientes seguidores tanto en el Viejo Mundo como en el Nuevo. La primera de estas -hablar en lenguas- surgió en la elegante iglesia londinense de Edward Irving y lo condujo a la eventual decadencia como testigo efectivo del mensaje del advenimiento. La segunda influencia colocó un énfasis marcado en la conversión de los judíos y su regreso a Palestina. En realidad, el impacto de esta idea afectó enormemente la diplomacia del mundo accidental hasta nuestros días.

Hay algo en la naturaleza humana que anhela el cambio y el conocimiento de lo desconocido. Pero hoy no quedan muchos lineamientos proféticos desconocidos. Los pioneros de esta iglesia examinaron prácticamente todos los caminos posibles y se apartaron de los falsos. ¿Tenemos que transitar por ellos otra vez? Es cierto que la Palabra de Dios nos invita a mirar adelante. Pero también dice: “Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma” (Jer. 6:16).

Dijo el apóstol Pablo a los hebreos cristianos de sus días, cuando estaban perdiendo su confianza en el sacerdocio del Señor Jesús: “Por esa razón, para no ir a la deriva, tenemos que prestar más atención a lo aprendido. Pues si la Ley dictada por ángeles tuvo validez, y toda transgresión y desobediencia fue justamente castigada, ¿cómo escaparemos nosotros si desestimamos una salvación tan excepcional?… Cuidado, hermanos… Porque somos compañeros del Mesías siempre que mantengamos firme hasta el final la actitud del principio” (Heb. 2:1, 2; 3:12-14, Nueva Biblia Española).

Sobre el autor: Gordon M. Hyde es director asociado del departamento de Escuela Sabática de la Asociación General. Este artículo ha sido adaptado de una conferencia presentada el 8 de septiembre de 1981 en el Southern Missionary College, Collegedale, Tennessee.