El llamado ‘‘espíritu ecuménico” es hoy una característica resaltante en la cristiandad. No se puede exagerar su importancia. Es el motivo básico del Segundo Concilio Vaticano, y sus ecos resuenan por todos los ámbitos del mundo “acatólico”.[1]
La actitud de diversos voceros de las iglesias anglicana, ortodoxa, luterana, metodista, de los discípulos de Cristo, y de diferentes iglesias evangélicas nacionales, indica que esos importantes cuerpos religiosos ven con simpatía un acercamiento a Roma.
Guiándonos por la declaración movida por el espíritu de profecía, que nos presenta una “triple alianza” de católicos, protestantes y espiritistas, nos interesa la forma en que van estrechando distancias católicos y protestantes.
Palabras clave
En 1648 se firmó la paz de Westfalia. Con ella terminó la guerra de los treinta años, que fue la lucha más larga y sangrienta entre católicos y protestantes. Hoy, las querellas de antaño están siendo reemplazadas por una nueva corriente que halla su símbolo en una palabra muy simpática: reconciliación.
Hasta existe una revista evangélica titulada Reconciliación. En sus páginas pueden colaborar autores católicos. Su propósito es ayudar en los esfuerzos que tienden a la unión de las iglesias cristianas. Su título es muy significativo. Indudablemente, despierta sentimientos favorables no sólo entre los cristianos, sino también en los que son indiferentes a la religión, pero aprecian el indudable valor humano de lo que significa una reconciliación total y generosa.
En la ceremonia de su coronación, Paulo VI expresó: “El papa, como la iglesia, no se considera enemigo de nadie. No sabe hablar más que el lenguaje de la amistad y de la confianza”. Fue magnífico el eco que despertó esta declaración. Las bellas palabras “amistad” y “confianza” expresan sentimientos nobles y loables. Estos son también vocablos “claves” de esta hora.
En un mensaje de Paulo VI, dirigido a las iglesias orientales separadas de Roma, el 18 de agosto último, decía el papa: “Que nuestra voz sea como una trompeta angélica que dice: Venid y que caigan las barreras que nos separan. Expliquemos los puntos de doctrina que no son comunes y que son todavía objeto de controversia; procuremos hacer único y solidario nuestro Credo, articulada y compaginada nuestra unión jerárquica. Nosotros no queremos ni absorber ni mortificar todo este gran florecimiento de Iglesias Orientales, sino que deseamos injertarlas de nuevo en el árbol único de la única Iglesia de Cristo. Este clamor se vuelve oración”.
“Caigan las barreras que nos separan”. “Expliquemos”. Son nuevas expresiones que suenan a buena voluntad y a cordura. Nada más natural que explicar. Sin embargo, Roma mantiene su posición de ser “la única Iglesia de Cristo”. Estas palabras seguramente son estudiadas y analizadas por los teólogos protestantes. ¿Cómo reaccionarán? Tienen que dar lugar a dos posiciones muy bien definidas: o la unión lisa y llana, siendo absorbidos por Roma (una Roma que sólo habrá experimentado ligeras modificaciones superficiales, o el rechazo de la invitación. ¿Cuántos tomarán individualmente esta última decisión? No podemos saberlo.
En esa misma oportunidad, Paulo VI afirmó que “todos somos un poco sordos y un poco mudos”, y añadió: “Que el Señor nos haga comprender la voz de la historia; su voz, el Evangelio, que debe ser nuestra ley y nuestra fuerza, porque es la Palabra de Dios”. Muchos “acatólicos” acogerán con aprecio estas palabras que dan la impresión de una culpa, ya histórica, que debe ser compartida por todos los cristianos. De ahí que se sientan impulsados a hacer su parte para remediar lo que consideran un mal. Y ese remedio les parece hallarlo en un reacercamiento.
El 29 de septiembre último, el papa se refirió a “los otros cristianos”. Lo hizo en un discurso dirigido a los participantes del Segundo Concilio Vaticano. En uno de sus puntos se refirió particularmente a los “observadores” protestantes y ortodoxos y dijo: Si alguna culpa se nos puede imputar por esta separación, pedimos perdón a Dios humildemente y rogamos también a los hermanos que se sientan ofendidos por nosotros, que nos excusen. Por nuestra parte estamos dispuestos a perdonar las ofensas de las que la Iglesia Católica ha sido objeto y a olvidar el dolor que le ha producido la larga serie de disensiones y separaciones. Que el Padre Celestial acoja esta nuestra declaración y haga que todos gocemos de nuevo una paz verdaderamente fraternal”.
“Perdón” mutuo, “paz fraternal”. Son otras palabras resaltantes de esta hora. Por supuesto, nada de malo hay en ellas. Ojalá fueran la señal de un acercamiento de todos en torno de la verdad bíblica en sus alcances más amplios y completos.
Si hubiera verdaderas reformas…
¿Cómo hemos de responder los adventistas ante las preguntas que nos hagan otros cristianos en cuanto al espíritu ecuménico y sus consecuencias? ¿Qué diremos cuando nos interroguen los que no tienen religión alguna, pero ven con simpatía el acercamiento de los cristianos entre sí? ¿Qué consejo daremos a nuestros hermanos en cuanto a la actitud que deben tomar en estos días de sucesos asombrosos?
No debemos oponernos a un ecumenismo que se centralizará en Cristo y su Palabra. Sin juzgar los motivos que puedan albergarse en el corazón y la conciencia de católicos, protestantes y ortodoxos partidarios de un reacercamiento como preludio de una unidad posterior, bien podemos hacer resaltar un hecho bien triste.
Subsiste el abismo de separación
Al paso que se oyen palabras muy amables para los “hermanos separados” y se exalta la libertad religiosa, no hay verdaderos cambios de fondo en la teología y en las prácticas de la Iglesia Católica. Al paso que se efectúan los cambios menores en la liturgia y en la disciplina eclesiástica, permanecen intactos los motivos básicos que provocaron los dolorosos episodios de separación entre los cristianos.
Enumeraremos algunos de los principales que constituyen un verdadero “abismo” entre católicos y “acatólicos”.
- Según las Sagradas Escrituras, Cristo es el único intermediario eficaz para el ser humano (Rom. 8:34; Heb. 7:25; 9:24, etc.). La Iglesia Católica, en cambio, añade una multitud de nombres de intermediarios entre Dios y los hombres. En la práctica, aunque no lo enseñe así la teología católica, la bienaventurada Virgen María es considerada por muchos millones de fieles católicos como la intermediaria más eficaz en las vicisitudes y dificultades de la vida y la seguridad máxima de la salvación eterna para los que se confían en ella.
- Según las Sagradas Escrituras, está prohibido hacer imágenes o representaciones, de cualquier naturaleza que fueran, para rendirles culto. Sin embargo, se lee en el Catecismo del Santo Concilio de Trento para los Párrocos: “Enseñará pues el párroco que no sólo es lícito tener imágenes en la iglesia, y darles honor y culto: pues todo el honor que se hace a ellas, se ordena a sus originales; sino que declarará también que así se practicó hasta ahora con aprovechamiento muy grande de los fieles. Y asimismo demostrará que las imágenes de los santos están puestas en los templos para que sean adoradas, y para que nosotros, avisados por su ejemplo, conformemos nuestra vida y costumbres con las suyas” (pág. 243, de la edición castellana de Valencia, de 1782).
Es una dolorosa realidad que entre muchísimos católicos, y en particular cuando se trata de los que tienen una cultura menos elevada, la veneración de las imágenes, y el culto que se les rinde en días de fiesta especiales, lleva a exteriorizaciones lindantes con la idolatría.[2]
- La existencia del purgatorio es extraña a las Sagradas Escrituras. Sin embargo, es una de las enseñanzas más difundidas entre los católicos. La idea del purgatorio da como resultado que innumerables personas vivan una existencia llena de pecados, con la esperanza de que se salvarán de la condenación eterna por medio de un arrepentimiento oportuno, aunque fuera en los últimos instantes de su vida, y que irán luego a un lugar de purificación donde todavía pueden ser aliviadas sus almas por los sufragios de sus parientes y amigos.
Esto da como resultado un doble error. Por un lado, está la pretendida intercesión desde este mundo a favor de los que sufren el castigo purificador del purgatorio. Por otro lado, “las benditas ánimas del purgatorio”, como se las llama, son capaces de elevar sus preces hasta Dios en favor de los que militan en este mundo de luchas y dificultades. De ahí que haya muchos que son “devotos” de esas almas que serán bienaventuradas cuando salgan del purgatorio para morar en el cielo.
- El dogma de la infalibilidad papal fue promulgado por el Primer Concilio Vaticano. Hace algo más de 93 años se hizo público ese dogma. Fue tremendo entonces el horror que causó entre los protestantes, de un modo especial, y entre los pensadores que no practican ninguna religión.
Pareciera que hoy, esos mismos protestantes se hubieran olvidado del asombro y escándalo de que fueron objeto sus mayores. Miran con simpatía al papado, aunque éste afirma, vez tras vez, que no habrá modificaciones fundamentales en su credo.
Pareciera que algunos protestantes tuvieran un velo delante de los ojos que les impide ver la realidad de que Roma no varía ni variará. Hace poco, el Dr. Martín E. Marty, teólogo y publicista luterano, profesor de la Universidad de Chicago, instaba a los suyos para que aceleraran el paso en el sendero de reformas y cambios benéficos y afirmaba que la Iglesia Católica les llevaba ya la delantera “en reforma eclesiástica y renovación”.
¡Cuán equivocado está el Dr. Marty! Para demostrarlo bastará citar las palabras del cardenal Ernesto Ruffini, arzobispo de Palermo, pronunciadas el 2 de diciembre último: “Todos los padres del concilio tienen por cierto que Jesucristo ha fundado una sola Iglesia, la Iglesia Católica, Apostólica, Romana, cuyo fundamento y jefe constituido por Jesucristo, es el sumo pontífice. La Iglesia Católica es infalible e indefectible. En ella combina, según las circunstancias, sólo aquello que es por naturaleza mudable”.
Colocando a un lado lo que depende de “las circunstancias”, ¿pueden esperarse cambios reales en una entidad “infalible e indefectible”?
El abismo de separación existe, sin embargo: “Los protestantes de los Estados Unidos serán los primeros en tender las manos a través de un doble abismo al espiritismo y al poder romano; y bajo la influencia de esta triple alianza ese país marchará en las huellas de Roma, pisoteando los derechos de la conciencia” (El Conflicto de los Siglos, pág. 645).
¿Qué actitud adoptar?
En nuestra condición de pastores de la grey de Dios, ¿qué actitud debemos adoptar?
Hay varias palabras que podrían resumir la forma en que debemos proceder frente a la formidable coalición de fuerzas que se unirán para combatir a “los que guardan los mandamientos de Dios”. Tales vocablos son: Prudencia, afabilidad, cortesía, tacto, sagacidad por un lado. Las palabras de Jesús son bien claras: “Sed pues prudentes como serpientes, y sencillos como palomas”. Es oportuna la admonición del apóstol Pedro: “Estad siempre aparejados para responder con mansedumbre y reverencia a cada uno que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros”.
Por otro lado, necesitamos valor (pero no temeridad), sentido de la premura del tiempo en que vivimos (sin caer en apresuramientos inconvenientes) y también una comprensión cabal de que nuestro mensaje debe ser completo (lo que no significa presentar en un momento inadecuado alguna verdad que deba exponerse de otra forma o en otra ocasión).
¡Ay de nosotros si callamos la “verdad presente”! Sin embargo, no hagamos abortar algunas preciosas semillas de doctrina por nuestra falta de tino. Permita Dios que seamos sabios guías de nuestros hermanos. Debemos enseñarles, por precepto y ejemplo, la diferencia inmensa que hay entre el que sufre por su propia culpa (1 Ped. 4:15) y el que debe sufrir “como cristiano” (1 Ped. 4:16). Dios nos dé su sabiduría y su gracia para que vivamos la verdad atinadamente en estos días solemnes y de oportunidades sin precedentes.
Referencias
[1] “Acatólico”. Esta palabra no figura en el Diccionario de la Lengua, de la Real Academia Española. Se lee en el Pequeño Larousse: “Dícese de los cristianos que rechazan la autoridad del papa”.
[2] Hacemos hincapié en el culto a las imágenes y no nos referimos al cambio del sábado por el domingo pues estamos exponiendo puntos que deberían separar a protestantes de católicos, si los primeros fueran realmente fieles a las enseñanzas de la Biblia que reconocen como vigentes.