Tal vez uno de los mayores ejemplos de integridad sexual que encontramos en la Biblia sea el de José. Si bien era soltero, José fue acosado por la esposa de su amo Potifar. Y ceder a esa tentación implicaba cometer adulterio, por supuesto. Lo llamativo del caso de José es que, desde un punto de vista meramente humano, si cedía a las insistencias de la mujer de Potifar se le ofrecía “encubrimiento, favores y premios”; mientras que, si se negaba y permanecía íntegro, lo esperaban “desgracia, prisión y quizá la muerte” (Patriarcas y profetas, p. 217). Y, aun así, José permaneció firme en sus principios.
Si comparamos la situación de José con la de un ministro del Señor, notamos similitudes y diferencias. En algunos aspectos, las consecuencias del adulterio son diametralmente opuestas, como veremos. ¿Qué está en juego en la vida de un ministro que comete adulterio?
1. Su matrimonio y su familia. Si bien hay casos en los que la esposa está dispuesta a perdonar y existen posibilidades de salvar el matrimonio, normalmente un ministro que comete adulterio termina separándose de su esposa, se destruye así su hogar, y se afecta seriamente la vida de sus hijos. Quienes lo han sufrido dan cuenta de las terribles heridas emocionales que acarrean para todos los involucrados por el resto de su vida.
¿Vale la pena echar por tierra una relación matrimonial de tantos años por unos pocos minutos de supuesto “placer”? La respuesta, definitivamente, es un rotundo NO. Cuando pensamos en los tipos de amor, especialmente desde un punto de vista bíblico, se suele hablar de eros, fileo y ágape. Este último suele aplicarse al amor perfecto de Dios, que puede estar presente en nuestra vida por medio de su Espíritu (ver Gál. 5:22; 1 Cor. 13). Por otro lado, el amor fileo suele relacionarse con los sentimientos afectuosos de los lazos familiares, mientras que eros hace referencia principalmente al amor erótico.
Con esto en mente, es importante recordar que nunca, jamás, ninguna otra mujer en el mundo podrá darte únicamente con eros lo que solamente tu esposa puede darte con eros acompañado por años de fileo y, sobre todo, el ágape fruto de la presencia de Dios. ¡No vale la pena!
2. Su ministerio y medio de sustento. Dios es misericordioso en perdonar pecados cuando nos arrepentimos, pero debemos atenernos a las consecuencias de esos pecados, que en este caso conllevarán la pérdida del sagrado ministerio para siempre, y quedar desempleado y sin posibilidades de retomar la vocación tan amada.
3. Su salvación. Esta consecuencia es la misma para todos los seres humanos, incluidos José y nosotros. Y, por supuesto, es la más grave de todas. ¿Vale la pena poner en riesgo la propia salvación por cometer un acto de adulterio? ¡Ciertamente que no! Y, aunque alguno podría lograr mantener escondido su pecado a la vista de los hombres, al igual que pudo haber hecho José, debemos recordar que nada escapa a la mirada de Dios. Elena de White escribió: “Bajo el ojo escudriñador de Dios y de los santos ángeles, muchos se toman libertades de las que no se harían culpables en presencia de sus semejantes, pero José pensó primeramente en Dios: ‘¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?’ ” (Patriarcas y profetas, p. 217).
Amigo pastor, hoy es el día de tomar la firme decisión, al igual que José, de que nos mantendremos fieles a Dios, a nuestra esposa y a nuestros principios de integridad. No permitas brechas que favorezcan la tentación de la infidelidad matrimonial. Está más que claro que ceder en este aspecto ¡no vale la pena!
Sobre el autor: editor asociado de la revista Ministerio, edición de la ACES.