El pastor había trabajado mucho tiempo en la preparación de su sermón. Le preocupaba su rebaño y ansiaba conducirlo a un nivel espiritual más alto. El viernes de mañana, mientras le daba los toques finales, oró fervientemente para que el Espíritu Santo lo usara en forma especial en el púlpito ese sábado.
Antes de levantarse para hablar el sábado de mañana oró silenciosamente pidiendo que el Espíritu Santo dirigiera la hora del culto de adoración.
Lenta y cuidadosamente comenzó a exponer delante de sus oyentes el gran plan de la redención. Con profundo sentimiento se explayó en la presentación del inigualable amor del Salvador. Paso a paso condujo a su rebaño al pie de la cruz, explicando que habría sido imposible para Cristo descender de la cruz para salvarse a sí mismo. Este era un milagro que no podía realizar y sin renunciar a seguir siendo el Salvador.
Mientras hablaba, el pastor sintió la presencia del Espíritu Santo como pocas veces la había sentido. Una santa quietud indicaba que su congregación también estaba recibiendo el impacto e influencia del Espíritu Santo. Al final del sermón la congregación parecía no tener deseos de abandonar su lugar al pie de la cruz, adonde habían sido conducidos. El corazón del pastor rebosaba mientras agradecía a Dios silenciosamente por haber manifestado su presencia en forma tan visible.
Mientras el organista se demoraba más de lo normal en comenzar el postludio, temeroso de romper el santo hechizo que parecía cubrir la congregación, el pastor repentinamente recordó algo. Como si procediera de otro mundo se oyó su voz: “¡No olviden los pasteles! Quisiera que todas las hermanas que estarán a cargo de la venta de pasteles mañana de tarde se quedaran un momento inmediatamente después del culto”.
Por un instante la congregación se quedó mirándolo. Luego, a medida que la incongruencia del anuncio penetró en sus mentes, comenzaron a esbozarse risitas en todos los rostros. El hechizo de la cruz se había roto.
¿Cuántas veces el Espíritu Santo ha tenido éxito en llevar al pueblo expectante un poderoso mensaje en labios de un evangelista en una campaña, un pastor en su iglesia local, o el predicador en una semana de oración en una institución educativa, para ver anulado parcialmente su efecto por un anuncio de último momento aparentemente importante, antes o después de la oración de despedida? ¿Cuán a menudo las congregaciones se retiran del lugar de culto mirando, no al Hombre del Calvario, sino algún encantador “pastel” terrenal?