EI extraordinario progreso de la ciencia con su comodidad y facilidades resultantes, los cambios radicales experimentados en el mundo y en la sociedad, el relativismo de valores y la impactante influencia de ello en la conducta humana son realidades que aparentemente toman descartable, para muchas personas, la figura del pastor. Acaso, ¿estarían en lo cierto?
Ya por la década de 1940, el pastor Roy Allan Anderson, entonces secretario ministerial de la Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, escribió: “Estos son días de rápido movimiento. Todo se mide por la velocidad. Y si alguien tropieza y cae, antes de que llegue el auxilio, es pisado por la multitud que surge. El hombre se encuentra sin hogar, en medio de una floresta de máquinas y fuerzas incontroladas, y millones se preguntan si vale la pena vivir. Otros, procurando aliviar su miseria, se están hundiendo en la corriente de la vida ante la música monótona. No saben para dónde se dirigen y juzgan que a nadie le importa. Tales condiciones exigen pastores; fuertes, sabios y bondadosos, que puedan simpatizar con las debilidades del corazón humano, y amar; pastores que no estén tan ocupados que no puedan dedicar tiempo resolviendo problemas individuales y de la comunidad. Por todas partes hay hogares despedazados y corazones heridos. Y estos exigen el cuidado de un pastor” (O Pastor-Evangelista, p. 480, 480).
Considerando que el corazón humano es siempre el mismo, el diagnóstico del problema y su correspondiente receta aún son plenamente válidos. “Pastores elocuentes, organizadores minuciosos, y ocupados ejecutivos, todos tienen su lugar en 1a iglesia de Dios, pero el rebaño crece en la gracia y en la piedad bajo el delicado toque del pastor”, agrega Anderson. Uno de los hechos más elementales del ministerio pastoral es que tiene como objetivo primero el ser humano, la persona. Todo lo demás que ocupa nuestro tiempo y exige nuestras energías no pasa de caminos para que lleguemos al corazón de la persona, sin considerarla solamente un ítem numérico para alcanzar metas estadísticas de crecimiento de la iglesia, sino a in de plantar en ese corazón al Salvador.
Cuales ovejas sin dirección, las personas necesitan de un pastor que las conduzca al redil de Dios, y allí las mantenga en seguridad. En las Escrituras, Dios, el Padre, y Jesucristo, su H1jo, son descritos como pastores (Sal. 23; Juan 10:11). Y aquellos que son agraciados con el don de pastorear son subpastores (Jer. 3.15, 23.4, 10.21, 23.2, Eze. 34:2, 7, 8). Después de haber negado tres veces a su Maestro, e igualmente por tres veces reafirmado su amor por é1, Pedro fue restaurado a su lugar en el ministerio de Jesús. Este fue el cometido recibido inmediatamente: ‘Apacienta mis corderos. [ ..] Pastorea mis ovejas. […]Apacienta mis ovejas” (Juan 21,.rc-17).
El apóstol entendió perfectamente el encargo. Su ministerio lo atestigua. No es de admirar que, posteriormente, haya aconsejado: “Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: Apacentad 1a grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (1 Ped. 5:1-4).
La belleza de la vocación ministerial, sin embargo, no la vuelve más fáci1de ser ejercida. Pero, en comunión con el supremo Pastor, los subpastores adquieren poder y sabiduría para el desempeño idealizado por é1. Cuando la oveja gime de dolor o por luto, ella quiere ver a su lado a1 pastor. Cuando ella sonríe en el casamiento, el nacimiento de un bebé, o cualquier otra conquista, espera ver la sonrisa recíproca del pastor. En los descaminos y encrucijadas de la vida, la oveja necesita del consejo del pastor. Y é1 también tiene que administrar, evangelizar y plantar iglesias. Debe inspirar, motivar, entrenar y capacitar a la iglesia para la misión. Priorice. Delegue. Pero no se permita olvidar de ser pastor, en el más abarcante significado de la palabra. Y especialmente, no olvide a su familia.
Sobre el autor: Director de Ministerio, edición en portugués.