“No se desanime; con frecuencia la última llave es la que abre la puerta”.—Jonathan Wood.
Muchas veces es necesario leer, oír y meditar acerca de la vida y de lo que está sucediendo alrededor de nosotros. A veces nuestra estima propia no está en un nivel alto, y cuando prestamos atención a algunos consejos y advertencias siempre encontramos algo que puede ayudamos a mejorar la situación.
Hay ocasiones en que, cuando me siento tentada a desanimarme, encuentro fuerzas y ánimo en la lectura de la Biblia y en los escritos de la Sra. Elena de White. Me hablan directamente al corazón, me despiertan y me ayudan a reaccionar positivamente.
Días atrás, durante el culto matutino, me encontré con la historia de Josué y los acontecimientos que ocurrieron después del cruce del Jordán, y la gran demostración del poder y el cuidado divinos que presenció el pueblo. Es interesante notar que, al ver la ciudad de Jericó, Josué tuvo miedo; sintió desánimo e inseguridad acerca del futuro. Pero hizo lo correcto: “Elevó su corazón a Dios en oración, porque las apariencias estaban en contra de él”.
“Vio a un varón que estaba delante de él, el cual tenía una espada desenvainada en la mano” (Jos. 5:13). Al continuar la lectura, descubrimos una evidencia más del amor y del cuidado de Dios. “No era una visión; era Cristo en persona… Si los ojos de Josué se hubieran abierto habría visto la hueste celestial que estaba allí para derribar los muros de Jericó” (Elena G. de White, Meditaciones matinales, 9 de mayo de 2002).
Muchas veces encontramos muros de Jericó delante de nosotros. Son problemas que parecen insolubles, y nos ahogamos en un vaso de agua. El desánimo se apodera de nosotros porque nos olvidamos de elevar nuestro corazón a Dios y confiar en su poder y su amor por nosotros. Alguien ya dijo: “Para el desánimo existe un remedio seguro: fe, oración y trabajo”
En el libro El Cristo triunfante, en la página 35, leemos: “No es seguro que ninguno de nosotros se encuentre alguna vez en un lugar donde nuestros pies no se puedan deslizar, pero debemos sentir que el lugar donde nos encontramos es santo… Mientras más íntimamente unidos estemos a él, con más claridad veremos nuestras imperfecciones”
Todos tenemos imperfecciones, fallas que deben corregirse, pero Dios siempre está dispuesto a ayudamos. Encontré seguridad en la certidumbre de que, a pesar de que Dios tiene a su cargo el gobierno del todo el universo, está interesado en satisfacer nuestras necesidades y empeñado en hacerlo: “Nuestro Dios tiene a su disposición el cielo y la Tierra, y sabe exactamente lo que necesitamos. Sólo podemos ver hasta corta distancia delante de nosotros; mas ‘todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta’ (Heb. 4:13)” (Joyas de los testimonios, t. 3, p. 267).
Jonathan Wood da este consejo: “No se desanime; con frecuencia la última llave es la que abre la puerta”.
Encontramos seguridad y certidumbre en la siguiente declaración: “El Señor escucha no sólo de forma paciente, sino con aprobación, las oraciones importunas de los que realmente anhelan su ayuda” (Cristo triunfante, p. 119).
Se cuenta que una vez un perro estaba casi muerto de sed, parado frente al agua. Cada vez que veía el reflejo de sí mismo en el agua retrocedía asustado porque creía que era otro perro. Pero tenía tanta sed que finalmente se tiró al agua. Al hacerlo, el incómodo reflejo desapareció. Él mismo era su propio obstáculo.
Jeff Crown dice: “En esta vida usted está dentro de un problema, o ya lo resolvió o está avanzando hacia un problema”. Josué enfrentó y derrotó los problemas cuando “elevó su corazón a Dios en oración”. Contemos nuestras bendiciones y démosle siempre gracias a Dios por todo lo que ha hecho por nosotros. “Contemos las bendiciones, y no los problemas”.
“Presenta a Dios tus necesidades, gozos, tristezas, cuidados y temores. No puedes agobiarlo ni cansarlo. El que tiene contados los cabellos de tu cabeza no es indiferente a las necesidades de sus hijos… Llévale todo lo que confunda tu mente. Ninguna cosa es demasiado grande para que él no la pueda soportar; él sostiene los mundos y gobierna todos los asuntos del universo” (El camino a Cristo, p. 100).
Cierta vez leí una historia titulada Mi Dios es así, que quiero compartir con ustedes. Los habitantes de una pequeña aldea se alarmaron mucho durante un terremoto. Pero una señora de edad siguió con calma y felicidad. Alguien le preguntó:
—Abuelita, ¿usted no tiene miedo?
—No, me alegro de saber que tengo un Dios capaz de sacudir el mundo.
Mi Dios también es así. ¿Y el suyo?
Sobre la autora: Coordinadora del área femenina de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana.