El apóstol Pablo dijo en presencia del rey Agripa: “Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial” (Hech. 26:19).
Pablo creía plenamente en el evangelismo. Tuvo una visión de la tarea que debía desarrollar. La salvación de las almas fue la obsesión dominante de su vida. No fue desobediente a la visión celestial.
El evangelismo es la obra más importante de todas. Nada debiera alejarnos de nuestra gran tarea. El mayor objetivo de nuestras vidas debiera ser lograr que las almas conozcan la verdad.
La salvación de las almas es el objeto primordial del amor del Padre. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Esa fue la razón que motivó la muerte del eterno Hijo de Dios (Luc. 19: 10).
El Espíritu Santo, los ángeles, y todo el cielo están en actividad haciendo de la salvación de las almas su gran objetivo, en lo que concierne a esta tierra, y hay gozo en el cielo cuando un pecador se arrepiente (Luc. 15:10).
Por encima de todo, podemos decir que la salvación de las almas es la obra más elevada y más sagrada que Dios pudo asignar a sus criaturas.
El hombre de ciencia que descubriera un tratamiento seguro para curar el cáncer o las enfermedades del corazón, sería llamado un benefactor de la humanidad. Añadiría varios años a las vidas de muchos. El evangelismo realiza más que eso. No añade a la vida sólo unas décadas. Con la intervención divina, abre el camino a miles, no para que vivan unos pocos años más, sino por toda la eternidad. Qué glorioso y emocionante privilegio es el nuestro. ¿Qué otra obra debiera absorber nuestra atención?
El espíritu de profecía expone acertadamente la estima que Dios tiene por el evangelismo:
“La conversión de almas es para Dios la obra más grande y noble en que puedan tomar parte los seres humanos” (Testimonies, tomo 7, pág. 52).
“La obra más grande a que puedan aspirar los seres humanos es la de ganar a los hombres del pecado a la santidad” (El Ministerio de Curación, pág. 379).
“La obra mayor, el esfuerzo más noble a que puedan dedicarse los hombres, es mostrar el Cordero de Dios a los pecadores” (Obreros Evangélicos, pág. 19).
“En comparación con el valor de una sola alma, el mundo entero se hunde en la insignificancia” (Joyas de los Testimonios, tomo 2 pág. 257).
Estas declaraciones nos muestran claramente cuál es la tarea que debemos realizar. No debemos permitir que nada estorbe esta obra.
Cristo mismo esbozó nuestra obra cuando dijo: “Id por todo el mundo; predicad el Evangelio a toda criatura” (Mar. 16: 19). El evangelismo debiera ser la misión suprema de la iglesia y la principal ocupación de cada discípulo. Es la obra distintiva que nos ha asignado Cristo. Podemos fundar colegios, sanatorios y hospitales, pero tendrán éxito únicamente en la medida en que ayudan a ganar almas para Cristo. Cada departamento de nuestra organización tiene éxito sólo en el grado en que las almas son ganadas para la verdad. Cuando una iglesia, misión, asociación o cualquier organización dentro de nuestra obra no está orientada hacia el evangelismo, viene a ser como un faro sin luz, como un barco sin motor, o como una fábrica de automóviles que nunca produce ningún auto. El evangelismo debiera ocupar la posición más destacada en nuestras vidas.
El evangelismo es el único negocio cuyas ganancias sobrevivirán al naufragio inminente de este mundo. Hay muchas ocupaciones honrosas: arquitectura, medicina, abogacía, odontología, arte, agricultura, etc., pero las satisfacciones y la recompensa que producen es de corta duración y se disfrutan en este mundo. Pero el ganador de almas edifica para la eternidad. “Todas las empresas mundanas carecen de importancia comparadas con la obra de salvar a las almas. Las cosas terrenas no son duraderas, aunque cuesten mucho. Pero un alma salvada brillará en el reino del cielo durante toda la eternidad” (Testimonies, tomo 2, pág. 336).
Cuando venga Jesús, perecerán todas las cosas de este mundo, menos aquellas personas que lo hayan aceptado. Sobrevivirán sólo las verdaderas ganancias del evangelismo. ¿No debiera esto inducirnos más que nunca antes a trabajar por la ganancia de almas —a hacer de esto nuestra principal ocupación?
Una gran actividad evangelística caracterizará el espíritu de los postreros días. La luz de la verdad penetrará por doquiera. Qué cosa maravillosa es para nosotros desempeñar una parte importante en el gran drama de estos días finales.
Por todas partes en Centroamérica nuestros ministros y miembros laicos están desempeñando fielmente su parte. Pienso en el Espíritu que reina en la Asociación Panameña. Su divisa es: “Que cada uno busque a uno”. Los ministros y los laicos están aunando sus esfuerzos en una gran cruzada de evangelismo. Hace poco tuve el placer de visitar el amplio local donde se llevan a cabo reuniones de reavivamiento en Colón (Panamá). Más de 1.500 almas escuchaban ansiosamente el mensaje del tercer ángel presentado por el evangelista O. U. Holness. Estamos seguros de que este año, cientos de personas aceptarán la verdad en la república de Panamá.
En la gran ciudad de Guatemala también se lleva a cabo un esfuerzo combinado. Cada semana los miembros visitan los pueblos y aldeas de los alrededores de esa ciudad. El pastor Efraín Murillo, de la iglesia de Guatemala, escribe que en un pueblecito denominado Sinaca, dos jóvenes, Fritz Foldvary y Carlos Morales, han manifestado un gran interés en la predicación, a tal punto que los vecinos han amenazado con apedrearlos si continúan dando el mensaje en el hogar de una familia que aprecia la verdad.
En San Salvador (El Salvador) conocí a un joven de nombre Napoleón Cruz. Se bautizó hace catorce años, pero hace sólo cuatro años que sintió la necesidad de predicar el mensaje a otros. Con la Biblia en la mano fue de un lugar a otro enseñando la verdad. En la localidad de Rinconada, donde se predicaba por primera vez, formó una iglesia con 29 miembros. Ahora él es el anciano. En los últimos dos años y medio, se han bautizado allí 73 almas. Actualmente hay otras 17 en la clase bautismal.
Al enterarme de que este hermano es un agricultor que tiene ocho hijos, le pregunté de dónde sacaba tiempo para realizar tanta obra misionera. Me contestó que no podía hacer otra cosa, porque el Señor vendrá muy pronto. Trabajaba en el campo para sostenerse él y su familia, mientras efectuaba la obra más importante de todas, la de predicar la verdad de Dios.
Hace un tiempo, dos pastores de otra denominación le pidieron que abandonara un pueblecito donde estaba trabajando. Alegaron que ellos habían llegado primero, y que él estaba ocasionando muchas dificultades entre la gente. Él les contestó: “Dios no ha puesto límites al territorio en que debo predicar. Él dijo ‘Id por todo el mundo’ ”. Este es el espíritu que anima a nuestros ministros y obreros voluntarios de la Unión Centroamericana. Os invito a todos a uniros a la gran cruzada de evangelismo y a no permitir que nada distraiga vuestra atención del gran cometido de predicar la verdad.
Que Dios nos dé una visión real de la posición que ocupamos en el mundo, y del privilegio que tenemos. Que él nos ayude a no ser rebeldes a la visión celestial.
Sobre el autor: Presidente de la Unión Centroamericana