El presidente de cierta junta leyó una carta singular:

“Tengo muchas condiciones. He tenido mucho éxito como predicador, y también como escritor. Algunos dicen que soy buen organizador. En la mayor parte de los lugares en que he estado he actuado como dirigente.

“Tengo más de cincuenta años. Nunca he predicado en un lugar más de tres años. En algunos lugares tuve que abandonar el pueblo, porque mi trabajo produjo disturbios y revueltas.

“Debo admitir que estuve preso tres o cuatro veces, pero no por ningún delito, realmente.

“Mi salud no es muy buena, aunque todavía puedo hacer bastante.

“Las iglesias en que he predicado han sido pequeñas, aunque ubicadas en varias ciudades grandes.

“No me he llevado muy bien con los dirigentes religiosos de los pueblos en que he predicado. En realidad, algunos me amenazaron y aun han llegado a atacarme físicamente.

“No soy bueno para llevar registros. A veces hasta olvido a quienes he bautizado.

“Sin embargo, si puedo ser de alguna utilidad, haré lo mejor que pueda”.

Este es el hombre que en su primera carta conocida a su discípulo Timoteo le escribe: “No descuides el don que está en ti, que te es dado por profecía con la imposición de las manos del presbiterio”.

Pablo ha quedado libre después de dos años de prisión en Roma (cf. Hech. 28:30). Aprovecha su libertad para realizar su quinto gran viaje, su último viaje misionero. Dejando a Timoteo a cargo de la iglesia de Efeso, se encamina hacia Macedonia. Poco después, en torno del año 64 DC le escribe su primera carta al joven misionero.

EL MENSAJE TAL COMO LO ENTENDIÓ TIMOTEO

El contexto de 1 Tim. 4: 14

En 1 Tim. 4:11-15 encontramos cinco indicaciones de Pablo a Timoteo:

1) Vers. 11—indicaciones basadas en el contexto anterior.

2) Vers. 12-—indicaciones con referencia a su juventud.

3) Vers. 13—indicaciones en cuanto a su uso de la Escritura.

4) Vers. 14—indicaciones en cuanto al uso del don que tenía.

5) Vers. 15—indicaciones en cuanto a su propia dedicación.

Luego, en el versículo 16, Pablo parece recapitularlo todo con ese texto magistral: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello; pues haciendo esto, a ti mismo salvarás y a los que te oyeren”.

El don que está en ti

La palabra griega járisma significa regalo, favor. Es la misma palabra con la que se designa a los dones del Espíritu Santo en Romanos 12:6 y 1 Cor. 12:4, 9, 28, 30. En Rom. 6:23 se la usa para referirse a la dádiva de Dios, que es vida eterna.

Los dones del Espíritu en Rom. 12:6-8 incluían: profecía, enseñanza, dadivosidad, misericordia, ministerio, exhortación y gobierno.

En 1 Cor. 12 se agregan: dones de sanidades, ayudas, géneros de lenguas, interpretación de lenguas, discreción de espíritus, palabra de sabiduría, palabra de ciencia, operaciones de milagros.

¿Cuál era el don recibido por Timoteo “con la imposición de las manos del presbiterio”? Difícil es afirmarlo con certeza. Pero podemos suponer que incluía: a) Administración y enseñanza (1 Tim. 4:11, 13); b) claro discernimiento para distinguir las enseñanzas falsas (1 Tim. 1:3, 4); c) obra de evangelista (2 Tim. 4:5).

La obra de Timoteo era la de un pastor, y Pablo considera que el ministerio pastoral es un don, un carisma divino.

No descuides

En 2 Tim. 1:6 Pablo agrega (versión Popular): “Por eso te recomiendo que avives el fuego de las capacidades que Dios te dio cuando puse mis manos sobre ti”. El don de Dios aparece como un fuego interior, que necesita ser permanentemente avivado para que cumpla con su función. El fuego está. De Timoteo depende que se mantenga vigorosamente encendido.

“No descuides el don que está en ti”. No te despreocupes respecto del don. Si Dios honra a alguien con una distinción tal, también espera que ese don sea generosamente usado para beneficio de la humanidad.

Que te es dado por profecía

En 1 Tim. 1:18 se habla de “las profecías… de ti”. El don no fue recibido por mediación de profecías. Lo más probable es que esto se refiera a predicciones hechas en el momento cuando Timoteo fue ordenado al ministerio, que describían su futura devoción y buen éxito en el ministerio. (Véase SDA Bible Commentary, tomo 7, pág. 29L)

Con la imposición de las manos del presbiterio

Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo la imposición de las manos era una señal externa por la cual se transfería simbólicamente una cualidad de un sujeto a otro (cf. Lev. 1:4; 3, 2, 8, 13; 4:4, 29, 33; 26:21; 2 Crón. 29:23). Los levitas fueron constituidos por imposición de manos (Núm. 8:10). Josué recibió así la autoridad de Moisés (Num. 27:18-20), Cristo sanó enfermos (Luc. 13:13; Man. 5:23) y bendijo a niños (Mat. 19:13-16; Mar. 10:16). Los apóstoles comunicaron el Espíritu Santo a los recién bautizados (Hech. 8:17-19; 19:1-6) y ordenaron diáconos y ancianos (Hech. 6:6; 14:23).

La práctica era usada también por los judíos al nombrar los nuevos miembros del Sanedrín.

Pablo afirma aquí (1 Tim. 4:14) que la imposición de manos fue obra “del presbiterio”. En 2 Tim. 1:6 habla sólo de “mis manos”. El uso de diferentes preposiciones griegas (meta en 1 Tim. 4:14 y diá en 2 Tim. 1:6) ha llevado a los defensores de la teoría de la sucesión apostólica a afirmar que Pablo consideraba que la verdadera ordenación la había hecho él solo, con sus manos, y que la presencia del presbiterio fue puramente pasiva, no esencial a la ordenación. Esto no es defendible ni desde el punto de vista gramatical ni desde el punto de vista histórico.

Presbiterio es una palabra tardía. Fue aplicada primeramente en el Nuevo Testamento al Sanedrín judío (Luc. 22:66; Hech. 22:5).

Sólo aquí (en 1 Tim. 4:14) aparece aplicada en el Nuevo Testamento al consejo de ancianos de una iglesia cristiana. Presbítero y obispo eran dos formas diferentes de designar el mismo cargo en la iglesia primitiva (cf. Hech. 11:30; 15:2; 20:17).

Tenemos aquí, en consecuencia, el caso curioso para nosotros hoy, de que un grupo de ancianos de iglesia participe en la ordenación al ministerio del joven Timoteo. Es evidente que en la iglesia apostólica no existían todas las distinciones que hoy hacemos entre las funciones de un pastor y las de un anciano de iglesia. Timoteo bien podía considerarse, como Pedro, “anciano” con los “ancianos” (cf. 1 Ped. 5:1).

EL MENSAJE DE 1 TIMOTEO 4: 15 PARA HOY

La imposición de las manos

El mensaje de Pablo se dirige a todos los que han recibido la imposición de manos: diáconos, ancianos y pastores. Pero en forma específica es un llamado de atención a quienes dedican su vida entera a la salvación de las almas.

La imposición de manos en sí no le agrega al individuo ninguna virtud especial. Pero ese acto simbólico es el reconocimiento público que la iglesia hace de la presencia del Espíritu Santo en la vida y el ministerio de un misionero. Y es la presencia del Espíritu Santo lo que hace que la imposición de manos tenga la gran significación que posee. Es a él y no a la iglesia a quien en primera instancia debe responder el pastor por el buen o mal uso del don que la imposición de manos representa. De esto derivan dos advertencias: 1) “No impongas de ligero las manos” (1 Tim. 5:22, pp.); 2) no aceptes la ordenación, a menos que estés seguro de que el Espíritu Santo está verdaderamente operando en tu vida.

El don que está en ti

“El don que hay en ti” (VM). “Las capacidades que Dios te dio” (versión Popular). ¿Qué don, o capacidades, tiene el pastor después de la ordenación, que no tenia antes?

Como iglesia, al ordenar a un pastor, le decimos lo siguiente: “Hoy, mi amado hermano, has sido dedicado solemnemente a Dios mediante la oración y la imposición de manos. Estás, por lo tanto, autorizado por la iglesia, no sólo para enseñar la verdad sino para realizar el rito del bautismo y organizar iglesias, siendo investido con plena autoridad eclesiástica.

“Tu ordenación es un reconocimiento público del divino cargo que se te confirió de llevar al mundo las alegres nuevas del mensaje evangélico.

“Hoy has tomado sobre ti el voto solemne de Cristo al sagrado servicio de tu Maestro, mientras Dios y los santos ángeles han sido convocados como testigos de tu entrega en cuerpo, alma y espíritu a su servicio” (Manual para Ministros, págs. 19, 20).

Esto incluye nuevas atribuciones administrativas. Pero en una forma especial destaca la dedicación indivisa de los talentos y energías del nuevo pastor a la tarea suprema encomendada a los hombres.

Leemos y decimos, a veces, que el pastor, además de ser un buen predicador, debe ser un buen escritor, músico, enfermero, electricista, constructor, pintor, hombre de relaciones públicas, etc. Pero aunque es cierto que él debe saber algo de todo esto, su gran función, la cual le fue dada por imposición de manos, es una función esencialmente espiritual. Es un don impartido por el Espíritu Santo. Es la capacidad especial de conducir a los pecadores hacia la luz de la salvación.

“Los hombres que han sido llamados por Dios deben ser preparados para realizar esfuerzos para trabajar fervorosamente y con celo incansable para él, para sacar almas del fuego. Cuando los ministros sientan el poder de la verdad en sus propias almas, entusiasmando su propio ser, entonces poseerán poder para conmover corazones y mostrar que creen firmemente las verdades que ellos predican a otros.  Debieran mantener en mente el valor de las almas, y la insuperable profundidad del amor del Salvador” (Testimonies, tomo 2, pág. 504).

No descuides el don que está en ti

El don está en nosotros. Hemos recibido el regalo. Dios ya ha hecho su parte. De nosotros depende que ese don divino cumpla o no con su propósito.

“No descuides el don”. No actúes despreocupadamente, como si no tuvieras el don. Eres un ministro del Evangelio. Se te ha confiado un don para cumplir con una función. No actúes como que se tratara de algo de poca monta.

“No descuides el don que está en ti”: administrando propiedades, especulando en dólares, ocupando el tiempo de un hombre consagrado a una sola gran tarea, en cualquier tipo de actividad marginal.

Pablo le escribía a Timoteo en 2 Tim. 2:4: “Ninguno que milita se embaraza en los negocios de la vida; a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado”.

Adán Clark comenta: “Los legionarios romanos no tenían permiso para dedicarse  a la agricultura, al comercio, a las actividades manuales, o a nada que no concordara con su llamamiento. Se han redactado muchos cánones, en diferentes épocas, para impedir que los clérigos se dediquen parcialmente a las actividades seculares. Quien quiera predicar el Evangelio plenamente, y quiera dar una prueba cabal de su vocación, necesita dedicarse a esa actividad y nada más. Debiera ser íntegro en esto, para que los frutos de su ministerio sean patentes para todos”.

Y Elena G. de White, escribiéndole a un misionero que dedicaba parte de su tiempo a otros intereses, dice:

“Usted está sacrificando su reputación y su influencia en aras de un espíritu avariento. La preciosa obra de Dios recibe baldón a causa de ese espíritu que se ha posesionado de sus ministros. Usted está ciego, y no ve cuán  particularmente ofensivas son estas cosas. Si se ha decidido a obtener todo lo que puede del mundo, hágalo, pero no mientras pretende predicar a Cristo. Dedicará su tiempo a la causa de Dios o no lo hará. Su propio interés ha sido para usted lo supremo. El tiempo que debiera haber dedicado a la causa de Dios lo ha empleado demasiado para sus propias preocupaciones personales, y usted recibe, de la tesorería de Dios, dinero que no ha ganado” (Id., pág. 623).

‘‘No descuides el don que está en ti” haciendo el trabajo que debe hacer el anciano de tu iglesia, o atendiendo las tareas que debe atender el diácono, el tesorero, el director del coro, el encargado de la limpieza, o cualquier oficial de la iglesia. El don que has recibido te permite ayudar en un nivel más amplio que el que ellos pueden alcanzar. Gasta tu tiempo haciendo lo que ellos no pueden hacer. Permite que ellos también obtengan la bendición de un servicio fielmente rendido al Maestro.

“No descuides el don que está en ti”, realizando tareas que pueden y deben ser atendidas por tu esposa.

“No descuides el don que está en ti” trabajando tanto que tu salud se resienta y los hermanos no puedan disfrutar del servicio que debías prodigarles; u ocupándote de tal manera en la atención de tareas administrativas, estudio y otras actividades importantes, que no te quede tiempo para sentarte junto a un pecador a describirle la ruta que lleva al cielo.

Hace algunos años, un encanecido ministro, después de 27 años de actividad pastoral,  renunció dramáticamente a su pastorado, para dirigir una activa cruzada de evangelismo. Para justificar su actitud, dijo:

“Durante todos estos años mantuve a la congregación en paz y armonía. Siento como si hubiese ido de un lado a otro con un chupete en una mano y un cascabel en la otra, consolando, dando consejos, apaciguando y mimando.

“Recogí fondos y reuní dinero con el que construí edificios. Y, como pude organizar reuniones con fines materiales e inspirar a las congregaciones para allegar fondos, me consideran un pastor de éxito.

“Pero, ¿para qué continuar? Hice sólo lo que habían hecho otros pastores, y trabajé como ellos habían trabajado. Al cabo de todos estos años de actuación tengo la impresión de que estuve demasiado ocupado con las cosas de menor importancia.

“Durante todo mi ministerio había millares de personas que no procuré alcanzar. Mientras perdía mi tiempo para mantener en la lista de contribuyentes a la Hna. Fulana, había centenares de pecadores a los que podría haberme acercado con el poder salvador del Evangelio de Jesucristo.

“No, yo sólo estuve ‘entreteniendo’ mientras el fuego del diablo consumía las vidas y las almas de los hombres por cuya salvación murió Jesús” (Religions Digest, sept. 1951, cit. por Enoch de Oliveira, “Yo estaba muy ocupado”, El Ministerio Adventista, mayo-junio 1960, pág. 4).

“No descuides el don que está en ti”, olvidando de llenar diariamente las al- forjas del conocimiento que te permitirá realizar un ministerio cada vez más amplio y fructífero; ocupándote de tal manera en la obra del Señor que te olvides del Señor de la obra, desatendiendo así la necesidad diaria de contacto con la Fuente de toda tu fortaleza, con Aquel que te dio el don “con la imposición de las manos del presbiterio”.

Si ese don ha de desarrollarse y fructificar, el contacto con la vid verdadera deberá ser constantemente reforzado, “porque sin mí nada podéis hacer” (Juan 15:5).

“No descuides el don que está en ti, que te es dado por profecía con la imposición de las manos del presbiterio.

“Medita estas cosas; ocúpate en ellas; para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos.

“Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello; pues haciendo esto, a ti mismo salvarás y a los que te oyeren” (1 Tim. 4:14-16).