Cómo asegurar un reavivamiento y una reforma duraderos.

            ¿Cuándo fue la última vez que asististe a una reunión de reavivamiento que te resultó de gran bendición? ¿Cuánto tiempo duró esa influencia positiva en tu vida? ¿Alguna vez te has preguntado por qué la calidez de un fuego de reavivamiento como ese se apaga tan rápidamente? Este artículo intentará responder estas preguntas importantes y ofrecer un remedio bíblico para asegurar un reavivamiento y una reforma duraderos.

            Considera una parábola de Jesús: “Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo; y no hallándolo, dice: Volveré a mi casa de donde salí. Y cuando llega, la halla barrida y adornada. Entonces va, y toma otros siete espíritus peores que él; y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero” (Luc. 11:24-26).

            Esta parábola habla de un hombre poseído por el demonio, y Jesús compara su vida con una casa desordenada y sucia. Pero, cuando el espíritu inmundo fue echado, Jesús comparó la vida del hombre con una casa limpia y ordenada. Luego de un tiempo, el espíritu malo regresa al hombre y lo encuentra como una casa limpia, barrida y ordenada. El espíritu entra en el hombre, y vuelve a poseerlo junto con otros siete espíritus. Ahora, el hombre está más controlado por los demonios que antes, y la condición postrera del hombre se vuelve peor que la primera. La pregunta: ¿Por qué? ¿Qué llevó al éxito al espíritu maligno? ¿Fue acaso porque la casa estaba barrida y ordenada?

            Mateo 12:43 al 45, un pasaje paralelo, provee información adicional. Cuando el espíritu regresó, encontró que la casa no solamente estaba limpia y ordenada, sino también vacía. “Entonces [el espíritu inmundo] va, y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y […] aquel hombre viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá a esta mala generación”.

            La limpieza y el orden de la casa no tienen nada que ver con el triste hecho de la recaída. Más bien, tal como lo señala Cristo en Mateo, la casa estaba vacía, y el espíritu maligno, acompañado por siete espíritus más, volvieron a poseer la casa. El hombre estaba peor que antes.

            ¿Cuál es el mensaje de esta parábola? ¿Qué nos dice que es necesario para asegurar un reavivamiento y una reforma duraderos?

EL MENSAJE DE LA PARÁBOLA

            Observa el contexto de Lucas 12:24 al 26. Jesús contó esta parábola cuando fue acusado de echar fuera demonios con la ayuda de Belcebú. El hecho que un espíritu inmundo haya sido echado de una persona demuestra que un poder más fuerte ha triunfado y ha tomado el control de la situación. Este poder, o este ser, más fuerte es, de hecho, Cristo, que vino “para deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:8). La parábola ilustra que la entrada de Jesús en la vida de una persona no solamente echa el poder maligno, sino también purifica a la persona. Esto no es suficiente, sin embargo. Debemos comprender la importancia de recordar que la casa, que representa la vida de un individuo, debería estar limpia, pero no debería ser dejada vacía.

            Cuando asistimos a reuniones de reavivamiento, tendemos a experimentar resultados similares. Jesús quita los poderes malignos de nuestras vidas, pero el fuego de un reavivamiento así puede apagarse con facilidad, y corremos el riesgo de sufrir una condición peor. Y esto lleva al desánimo, y nos hacemos la pregunta familiar: “¿Por qué?” ¿Por qué el impacto de nuestras reuniones de reavivamiento parece tan efímero? ¿La respuesta? Porque la casa permanece vacía. La casa puede ser limpiada y ordenada durante el reavivamiento, pero si la morada permanece vacía después, es probable que volverá a ser poseída. Y la postrera condición será peor que la primera.

            ¿Cómo puede evitarse este estado peligroso? La respuesta simple es: No dejes la casa vacía. Al ser purificada del espíritu inmundo, el corazón está limpio. Pero no lo dejes vacío: deja que Jesús habite en él como un ocupante permanente del corazón.

            El apóstol Pablo nos brinda un plan de acción de dos pasos:

            Primero, que sea llenado por la Palabra. “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros” (Col. 3:16). Esto es una orden, no una opción. Los siguientes pasos nos ayudarán a hacer de este versículo una realidad viviente.

            1. Lea y/o escuche la Palabra. La Palabra encarnada que habitó entre nosotros debe también habitar en nosotros en la forma de la Palabra inspirada. El salmista dice: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Sal. 119:11). Si la Palabra de Dios y sus Mandamientos no permanecen en nuestros corazones y guían el curso de nuestras vidas, estaremos constantemente expuestos al peligro de volver a caer bajo la influencia del maligno (ver también Rom. 10:17; Apoc. 1:3).

            2. Estudie la Palabra en profundidad. Un estudio profundo y continuo de la Palabra es necesario para ser llenado por ella; una lectura superficial no nos llevará muy lejos (2 Tim. 2:15; Hech. 17:11; Sal. 119:11). Así como Jacob luchó con el Ángel del Señor y declaró firmemente que no lo dejaría hasta que no recibiera su bendición, nosotros también debemos luchar con la Palabra de Dios hasta que veamos claramente a Jesucristo y su propósito en nuestras vidas.

            3. Obedezca la Palabra. No deberíamos concentrarnos en el estudio de la Biblia para satisfacer nuestra curiosidad sino, más bien, para mantener una relación completa con Jesús. “El que me ama”, dijo Jesús, “mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:23).

            Segundo, “sed llenos del Espíritu” (Efe. 5:18). Para evitar el riesgo de dejar vacía la casa, debemos llenarla con el Espíritu Santo. Elena de White aconseja: “La religión de Cristo es más que el perdón del pecado; significa que éste es removido y que el vacío lo llena con el Espíritu; que la mente es divinamente iluminada, que el corazón se vacía del yo y es llenado con la presencia de Cristo. Cuando la feligresía realice esta obra, la iglesia será viva y activa”.[1] Note cómo Elena de White equipara el ser lleno “con el Espíritu” con el ser “llenado con la presencia de Cristo”. Esta experiencia es una y la misma. Por lo tanto, un cristiano lleno del Espíritu podrá unirse al apóstol Pablo al decir: “Con cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál. 2:20).

            Debido a muchas prácticas extrañas que se atribuyen al ser llenado del Espíritu, algunos le tienen miedo. Sin embargo, el temor no debería llevarnos al acto imprudente de descartar el grano junto con la paja. La existencia de las falsas experiencias no puede ser una excusa para descartar el don genuino. Pablo habla de un ebrio, controlado por la influencia del alcohol y actuando bajo su influencia. Esa experiencia puede ser llamada parte de las “obras de la carne”. Pero, estar bajo el control y la influencia del Espíritu Santo debería ser el objetivo y el blanco de un cristiano. Y Pablo llama a esta experiencia una parte del “fruto del Espíritu” (ver Gál. 5:19-23).

            Elena de White escribió un comentario apropiado: “¿Por qué medios determinaremos en qué lado estamos? ¿Quién posee el corazón? ¿Con quién están nuestros pensamientos? ¿Acerca de quién nos deleitamos en conversar? ¿Quién tiene nuestros más calurosos afectos y nuestras mejores energías? Si estamos del lado del Señor, nuestros pensamientos están con él y nuestras reflexiones más dulces se refieren a él. No tenemos amistad con el mundo; hemos consagrado todo lo que tenemos y somos a Dios. Anhelamos llevar su imagen, respirar su espíritu, hacer su voluntad y agradarle en todo”.[2]

LA PALABRA Y EL ESPÍRITU

            La Palabra de Dios fue inspirada por el Espíritu (2 Tim. 3:16; 2 Ped. 1:21). La Palabra y el Espíritu, con los cuales nuestra vida debería ser llenada, son complementarios y no contradictorios. De hecho, la verdadera experiencia cristiana se vuelve posible solamente cuando están ambas presentes. Algunos pueden profesar tener el don del Espíritu, pero sus vidas no están sujetas a la Palabra y, en tales casos, no tienen la presencia del Espíritu Santo; de hecho, pueden tener algún otro espíritu. Otros pueden profesar que conocen la Palabra, pero no manifiestan los frutos del Espíritu Santo y, en tales casos, pueden conocer solamente la formalidad de la Palabra, pero no el poder de ella. La Palabra sin el poder transformador del Espíritu crea un formalismo muerto. Profesar tener el Espíritu sin obedecer a la Palabra es mero emocionalismo irracional; pero cuando ambos se unen, transforman un montón de huesos secos en un poderoso ejército.

            En Ezequiel 37, el profeta fue llevado a un valle y allí vio muchos huesos secos. Aunque se sorprendió por lo que vio, del cielo llegó una pregunta: “Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos?” (vers. 3). El profeta respondió, con desconcierto: “Señor Jehová, tú lo sabes” (vers. 3).

            En la visión, el Señor explicó a Ezequiel lo que representan estos huesos secos: “Estos huesos son la casa de Israel. He aquí, ellos dicen: Nuestros huesos se secaron, y pereció nuestra esperanza, y somos del todo destruidos” (vers. 11). Pero, las buenas noticias que salieron de este cuadro sombrío son la siguiente declaración del Señor mismo: “He aquí yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, y os haré subir de vuestras sepulturas” (vers. 12). La visión también menciona los instrumentos que Dios utilizará para hacer de esto una realidad.

            El primer mandato dado al profeta fue que profetizara, y, por lo tanto, fue declarada la Palabra de Dios. Cuando la Palabra tocó los huesos, se juntaron, “y he aquí tendones sobre ellos, y la carne subió, y la piel cubrió por encima de ellos; pero no había en ellos espíritu”. Esto claramente enfatiza la idea de que la Palabra por sí sola no puede completar la obra de traer un reavivamiento y una reforma duraderos. Puede darnos una forma de piedad, pero el poder no está presente. En ese momento entró en escena el segundo mandato, de hablar al viento. La palabra hebrea para viento, en este mandato es ruaj, que puede ser traducido también como aliento o Espíritu. Cuando el Espíritu se acopló a la Palabra, los huesos secos se levantaron, para convertirse en un poderoso ejército.

CONCLUSIÓN

            Si somos llenos de la Palabra y del Espíritu, no solamente nos resguardamos de volver a ser poseídos por el espíritu maligno, sino también podremos luchar y vencer los poderes del mal como un poderoso ejército bajo el liderazgo de Jesús, quien mora en nosotros. Por lo tanto, el solo hecho de experimentar el reavivamiento y la reforma no es suficiente, y esta experiencia no es suficiente para limpiar nuestro templo interior. Lo que necesitamos no es dejar vacíos nuestros corazones limpios, sino llenarlos con la Palabra y con el Espíritu. La continuidad de un estilo de vida reavivado y reformado requiere de la presencia continua de la Palabra y del Espíritu en nuestras vidas.

Sobre el autor: Capellán y profesor en el Colegio Adventista de Etiopía, Shashamane, Etiopía.


Referencias

[1] Elena de White, Recibiréis poder, p. 320.

[2] ___________, Testimonios selectos, t. 3, p. 86.