Es temprano en Brasilia. Miro por la ventana y observo que el pasto todavía está verde. La estación de las lluvias todavía no terminó. Acabo de llegar de la República del Ecuador y, al escribir este artículo, me acuerdo del pastor Thomas Davis, de origen norteamericano, pionero de la obra en ese país. El año pasado, la Unión Ecuatoriana tuvo el más alto índice de crecimiento de la División Sudamericana. Creo que el pastor Davis nunca imaginó el crecimiento de la pequeña simiente sembrada con tanto sufrimiento y dolor. Perdió a su esposa cuando estaba por dar a luz a su primera hija. El ambiente era tan hostil, que la tuvo que sepultar solo y lejos de la ciudad. Eran tiempos difíciles, sin las libertades ni las facilidades que existen hoy para la predicación del evangelio.
Después de ese incidente, la Asociación General pidió al pastor Davis que regresara a su país, pero su respuesta fue: “Mi esposa y yo vinimos aquí a cumplir una misión, y esa misión se cumplirá” Con una hija recién nacida para cuidar, viviendo en condiciones totalmente precarias, permaneció en el Ecuador desde 1904 hasta 1909. Como resultado de la vida de sufrimiento que vivió falleció joven, en 1910. Hoy, en el Ecuador hay una Unión y dos campos. En 2005, la iglesia celebró el primer centenario de su presencia en el país, loando a Dios y rindiendo homenaje a la memoria del pastor Davis.
Al hablar hoy de corazón a corazón, ¿estaríamos dispuestos a sacrificar nuestra vida, así como lo hizo Thomas Davis? ¿Cuáles son las primeras preguntas que surgen en nuestra mente cuando se nos informa que nos tenemos que mudar?: ¿Qué casa nos van a dar? ¿Tendrá trabajo nuestra esposa? ¿Cómo se solucionará el tema de la escuela para los hijos? Los tiempos han cambiado, y hoy nadie necesita sufrir tanto como los pioneros. Pero, ¿hasta qué punto debemos considerar nuestros intereses y los de la obra? ¿Son también nuestras las prioridades de la iglesia? ¿Estamos corriendo el riesgo de dejar de vivir para la iglesia y vivir en cambio de ella?
Me impresionan estas palabras de Elena de White: “Y Dios está disgustado con los predicadores que se quejan ahora y dejan de dedicar todas sus energías a esta tarea de suprema importancia. No tienen excusa; pero algunos están engañados y creen que están sufriendo mucho, que están pasando por momentos difíciles, cuando en realidad no saben nada de sufrimientos, abnegación y necesidad […]. Algunos creen que sería más fácil trabajar con las manos, y a menudo han expresado su decisión de hacerlo. No saben de qué están hablando. Se están engañando a sí mismos. Algunos tienen que proveer para familias, que gastan mucho, y no son buenos administradores. No se han dado cuenta de cuánto cuesta vivir. Si se dedicaran a una tarea manual, no estarían libres ni de ansiedad ni de cansancio. No podrían sentarse junto a la chimenea mientras trabajan para sostener sus familias. El hombre que tiene una familia que depende de él, tiene solo unas pocas horas para pasar con ella en el hogar” (Testimonies, t. 1, p. 376).
Somos pastores porque un día recibimos el llamado de Dios. ¡No puede haber un privilegio mayor que este! Nos alcanzó el evangelio, y se nos llamó para que llevemos a los demás la bendita experiencia de la salvación. Pero vivimos en un mundo mercantilista y pragmático. La publicidad crea un estilo de vida irreal. La mayoría de la gente no vive como los personajes de la televisión: con mansiones, autos importados, escuelas de lujo y ropas de marca.
Si nos dejamos seducir por estas cosas, corremos el riesgo de perder el sueño del ministerio y pasar a vivir vidas de comodidad, de acuerdo con los cánones del consumismo. “Está bien -pensamos-; no quiero ir al extremo de vivir en una absoluta comodidad. Por lo menos, disponer de un departamento de tres habitaciones, con vista panorámica… No es mucho pedir”. Sí, pero, ¿dónde está el límite? Sin duda el pastor Davis no habría dejado su país de origen si hubiera pensado de esa manera.
Que Dios lo ayude a conservar el sueño pastoral. No deje de soñar; no pierda la visión. Cuando eso suceda, no valdrá más la pena ser pastor. Luche Entréguese. Ofrézcase en sacrificio en el altar de la misión. Lleve a los perdidos las buenas nuevas de la salvación.
Es temprano en Brasilia; el trabajo todavía no comenzó. Miro de nuevo a través de la ventana, y veo el cielo azul. Muchas gracias, Señor, por el privilegio de formar parte de tu ministerio en la tierra.
Sobre el autor: Secretario de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana.