Elena de White estaba en favor desuna discusión limitada dentro de la iglesia. Ella creía que la unidad de la iglesia debía mantenerse por otros medios que no fueran la legislación o sentencias de las autoridades de ella

El año 1888 rivaliza con 1844 como la fecha más interesante de la historia adventista. En ese año poderosas y engañosas corrientes subterráneas se mezclaron de modo que cautivaron a los laicos, a los eruditos y a los pastores por igual.

Entonces, como ahora, la iglesia afrontaba un cúmulo enloquecedor de desafíos. Mucho se ha debatido si aprendió las lecciones correctas de la experiencia de 1888 o no. Del lado negativo, los años subsiguientes fueron testigos de algunos retrocesos asombrosos. Dirigentes notables como J. H. Kellogg, A. T. Jones y E. J. Waggoner se separaron de las filas de los obreros de la iglesia. Jones y Kellogg abandonaron además la iglesia. En realidad, Kellogg arrastró consigo la institución de salud más notable, el Sanatorio de Battle Creek.

Aun entre los líderes que permanecieron fieles, las actitudes y las prácticas dejaban mucho que desear. En 1901, Elena de White regresó de Australia y asistió a su primer congreso de la Asociación General en diez años. Ante los delegados reunidos exclamó: “Preferiría poner un hijo mío en el sepulcro” antes de que fuera a la Review and Herald Publishing House y viera allí “la perversión y la mutilación” de los principios del cielo. Luego, hablando específicamente del liderazgo de la iglesia, declaró: “Que estos hombres se encuentren en lugares sagrados, para ser como la voz de Dios al pueblo, como una vez creímos que era la Asociación General, es cosa del pasado”.[1]

Las instituciones de la iglesia también tenían sus problemas. Después que el colegio de Battle Creek salió para ubicarse en la región rural de Berrien County, la iglesia también mudó sus oficinas centrales y la casa editora a otra parte, estimulada por los incendios de la editora y del sanatorio.

Del lado positivo, sin embargo, esos mismos años difíciles fueron testigos de un crecimiento fenomenal de la obra educativa y de misiones de la iglesia. Aun el Congreso de 1901, donde Elena de White había hablado en forma tan dura acerca de los dirigentes denominacionales, fue testigo de una transformación de las actitudes y de pasos significativos hacia la reorganización. Fue también durante esos años que Elena de White estaba produciendo sus mejores obras acerca de la vida de Cristo: El camino a Cristo (1892), El discurso maestro de Jesucristo (1896), El Deseado de todas las gentes (1898), Palabras de vida del gran Maestro (1900) y El ministerio de curación (1905).

La variada historia de la iglesia después del Congreso de 1888 invita a hacer un análisis cuidadoso. Si la iglesia aprendió sus lecciones o no, la experiencia de 1888 nos ofrece sugerencias útiles que pueden apuntar hacia la renovación y la unidad como pueblo. Este artículo explora algunas de esas sugerencias, tomando nota especial de los comentarios de Elena de White acerca de los eventos del día.

La Iglesia Adventista en la década de 1880

Las tensiones que aparecieron en la superficie en el Congreso de la Asociación General de 1888 se habían desarrollado a través de los años. Sin embargo, una apariencia superficial de calma pudo haber ocultado el problema de la iglesia en general.

En el concepto de Elena de White, dicha serenidad debiera haber sido una advertencia. La paz y la quietud en la iglesia puede ser un síntoma de la pereza espiritual. Después del congreso, observó Elena de White: “Siempre que los hijos de Dios estén creciendo en la gracia obtendrán de continuo una comprensión más clara de su Palabra”.[2] En contraste, una declinación de la vida espiritual está señalada por la tendencia de los creyentes a satisfacerse “con la luz ya recibida de la Palabra de Dios, y rechazan cualquier otra investigación de las Escrituras. Se vuelven conservadores y tratan de evitar la discusión”.[3] Por ello, la ausencia de “controversia y agitación” en el pueblo de Dios no es necesariamente una señal de salud. “Cuando no surgen nuevas preguntas por efecto de la investigación de la Escritura, cuando no se levanta ninguna diferencia de opinión que induzca a los hombres a escudriñar la Biblia por su cuenta, para asegurarse de que poseen la verdad, habrá muchos, como en los tiempos antiguos, que se aferrarán a la tradición y adorarán lo que no conocen”.[4]

En la década de 1880, la idea de que una vida eclesiástica saludable debía estar marcada por un cierto fermento viviente no era universalmente aceptada por los líderes adventistas. Desde california, por medio de las páginas de Signs of the Times, Jones y Waggoner hablan estado proponiendo nuevas perspectivas acerca de la justificación por la fe. En el este, el redactor de la Review and Herald, Uriah Smith, no estaba de acuerdo con dichos artículos, y lo decía por escrito. Y el presidente de la Asociación General, el pastor George I. Butler, se sentía muy intranquilo por lo que ocurría en el oeste. Por causa de una enfermedad, Butler no pudo asistir al Congreso de 1888, en el que Jones y Waggoner presentaron su mensaje en persona. Pero mostró su intervención mediante un telegrama a los delegados, animándolos a “mantener los hitos fundamentales”.

En el congreso mismo la tendencia reaccionaria fue lo suficientemente fuerte como para aprobar una resolución que hubiera prohibido a los profesores del Colegio de Battle Creek presentaren sus clases nada nuevo que no hubiera sido aprobado por la Junta de la Asociación General. Parece que Jones había sido nombrado para enseñar en Battle Creek; la resolución era un intento de restringir la expansión de su dogma de “la justificación por la fe”.

Elena de White estuvo presente cuando surgió la resolución. Según cuenta el incidente LeRoy Edwin Froom, ella reaccionó alarmada, objetando la resolución con “un tono muy decidido” en su voz. La resolución fue rechazada, pero aun la presencia y la oposición expresa de Elena de White no impidieron que un hermano votara en favor de la restricción con ambas manos.[5]

Dirigiéndose a los ministros el 21 de octubre de 1888, Elena de White explicó por qué la iglesia debe estar creciendo y adaptándose continuamente. La naturaleza de su comentario sugiere que tanto el telegrama de Butler acerca de los “hitos” como la resolución que restringiría la enseñanza estaban muy frescos en su memoria. “Las circunstancias variables que ocurren en nuestro mundo exigirán trabajos que afronten esas modificaciones peculiares”, señaló. “Los instructores de nuestros colegios nunca debieran ser limitados con el argumento de que habían de enseñar sólo lo que hasta entonces se ha enseñado. Fuera con estas restricciones”.[6]

Luego, echando mano del arsenal adventista de lemas, tomó una frase que podía contrarrestar apropiadamente los “hitos” de Butler. “La verdad presente”, una frase tomada de la versión King James de 2 Pedro 1:12, era una forma breve de hablar acerca del filo cortante y dinámico de la verdad en su aplicación a las necesidades contemporáneas de la iglesia y del mundo. “Lo que Dios da a sus siervos para hablar hoy”, afirmó, “tal vez no habría sido verdad presente hace veinte años, pero es el mensaje de Dios para este tiempo”.[7]

En resumen, entonces, el adventismo de la década de 1880 aparentemente había llegado a estar satisfecho consigo mismo y con su comprensión de la verdad; la iglesia había llegado a ser complaciente. Un mundo cambiante, sin embargo, exigía que la iglesia desarrollara nuevas percepciones y énfasis. Los “hitos” no eran suficientes. La iglesia necesitaba “verdad presente”. Pero, ¿cómo la encontraría la iglesia?

El manejo de la controversia y el cambio

No todos los cambios en la iglesia son controversias. Cuando los desarrollos son graduales y casi imperceptibles, la iglesia puede sufrir cambios grandes sin haber tenido nunca que tomar la decisión de hacerlos. En tales circunstancias, la controversia surgirá sólo cuando la iglesia se despierte y trate de decidir si desea retornar al lugar en que se encontraba y cómo lograrlo.

Aparentemente, los adventistas encontraron dificultades en la década de 1880 no por causa de los cambios imperceptibles sino porque rehusaron cambiar. En su enfoque y su cuerpo doctrinal, la iglesia había caído en una rutina. Elena de White lo describe así: “Como pueblo, hemos predicado la ley hasta que estamos tan secos como las colinas de Gilboa que no tenían ni lluvia ni rocío”.[8]

Pero al rehusar crecer (o cambiar) su comprensión de las Escrituras y la doctrina, la iglesia había realmente cambiado en lo que más importaba, es decir, en la cualidad dinámica de su vida espiritual. Jones y Waggoner estaban recuperando la “antigua” experiencia por medio de nuevas percepciones de las Escrituras. Pero cuando intentaron compartir las percepciones doctrinales y bíblicas que habían transformado su propia experiencia, encontraron tenaz oposición. Como sus detractores no sentían la disminución de la calidad de la vida espiritual de la iglesia, sencillamente reaccionaron contra los cambios en las antiguas interpretaciones de las Escrituras.

Durante el transcurso de la controversia de 1888 surgieron varios métodos potenciales para manejar la amenaza a la unidad de la iglesia. El análisis de esos métodos puede ser aleccionador para la iglesia de hoy frente a circunstancias similares.

1. Legislación: La aprobación de resoluciones. Pistas esparcidas por los registros del congreso de 1888 sugieren que muchos de los hermanos querían resolver sus diferencias, especialmente la que tenía que ver con la comprensión de la ley en Gálatas 3, mediante un voto. En el discurso de Elena de White a los delegados del 1 ro. de noviembre, declaró: “Hay algunos que desean que se tome una decisión de inmediato respecto de cuál es el punto de vista correcto acerca del tema en discusión. Como esto sería del agrado del Hno. B., se aconseja que este asunto se resuelva enseguida. Pero, ¿están las mentes preparadas para tal decisión? Yo no podría aprobar esta acción, porque nuestros hermanos están movidos por un espíritu que impulsa sus sentimientos, y sacude sus impulsos, como para controlar su juicio. Mientras haya tanta excitación como ahora, no estarán preparados para una decisión segura”.[9]

Unos pocos años más tarde, con la experiencia de 1888 todavía como telón de fondo para sus declaraciones, Elena de White hizo nuevos comentarios acerca de los peligros implícitos cuando alguien quiere votar acerca de la interpretación de las Escrituras: “La iglesia puede aprobar resolución tras resolución a fin de eliminar toda discrepancia de opiniones, pero no podemos forzar la mente y la voluntad y así desarraigar las discrepancias. Estas resoluciones pueden esconder la discordia, pero no pueden eliminarla y establecer un acuerdo perfecto”.[10]

Aunque puede ser necesario que la iglesia lleve algunos puntos a una votación para poder actuar sobre una base aceptada, Elena de White dejó bien en claro que votar no es la manera apropiada de manejar la interpretación de la Escritura. En realidad, en lo que a ella se refería, la unidad de la iglesia no dependía de la unidad de interpretación de la Biblia. El manuscrito de 1892 citado más arriba presenta el punto explícitamente: “No podemos tomar la posición en que la unidad de la iglesia consiste en considerar cada texto de la Escritura de la misma manera”.

Cuánta diversidad se puede tolerar en un asunto se considera más abajo. Demasiada diversidad puede destruir la unidad; no permitir suficiente diversidad tiene un efecto igualmente destructor. Pero no importa hacia qué lado se incline la iglesia, la legislación no es la manera de atender las amenazas a la unidad de la iglesia.

2. La decisión de los que ejercen la autoridad. Otra manera de manejar la controversia en la iglesia es pedir que los que ejercen la autoridad resuelvan el problema. En 1888, la iglesia podría haber confiado en los dirigentes mayores, en los oficiales elegidos por la iglesia, o en la autoridad carismática de Elena de White. Ella misma no apoyaba ninguna de estas opciones.

Los dirigentes mayores. Aparentemente algunos estaban molestos por la juventud de Jones (38) y de Waggoner (33). No así Elena de White. Al dirigirse a los delegados el 21 de octubre pedía que los “ancianos portaestandartes” “actuaran como valiosos consejeros y testigos vivientes”, pero que “hermanos más jóvenes y más fuertes llevaran las cargas pesadas”. Los obreros más jóvenes habían “de hacer los planes, diseñarlos y llevarlos a cabo” esperando que los obreros mayores fueran “consejeros y gulas”.[11]

Oficiales elegidos. Elena de White parecía genuinamente alarmada por la tendencia de algunos de apoyarse en los oficiales elegidos por la iglesia para la solución en asuntos de fe y de interpretación bíblica. Desde Australia en 1896 escribió: “Se me ha mostrado que es un error suponer que los hombres en cargos de responsabilidad especial en Battle Creek tienen sabiduría que es muy superior a la de los hombres corrientes. Los que piensan que la tienen, que suponen que tienen iluminación divina, descansan sobre el juicio humano de estos hombres, tomando su consejo como la voz de Dios”.[12]

En la edición de 1893 de Gospel Workers había escrito algo muy parecido: “Los que no han tenido el hábito de escudriñar las Escrituras por sí mismos, o de pesar la evidencia, tienen confianza en los dirigentes, y aceptan las decisiones que ellos toman; rechazarán los mensajes que Dios envía a su pueblo, si estos dirigentes no los aceptan”.[13]

En el congreso, el 24 de octubre, Elena de White expresó su asombro por la posición del pastor R. M. Kilgore de que los tópicos controvertidos no debían discutirse porque el presidente de la Asociación General no se hallaba presente. Ella dijo: “Si el Hno. Kilgore hubiera caminado cerca de Dios nunca hubiera caminado por el terreno en que anduvo ayer y nunca hubiera hecho la declaración que hizo con respecto a la investigación entre manos”.[14] Unos pocos momentos más tarde, repitió el punto: “Estas verdades las hemos estado manejando por años, ¿tiene que venir el Pastor Butler para decirnos cuáles son? Vamos, usemos el sentido común. No dejemos esta impresión en nuestro pueblo”.[15]

Dirigentes carismáticos. En vista de la tendencia de los adventistas modernos de apoyarse en los escritos de Elena de White para interpretar la Biblia, la posición que expresó en 1888 con respecto a su propio papel es notable. Su discurso a los delegados el 1ro. de noviembre es muy iluminador. Ella quiere ser “enseñada como un niño”, dice. “Aunque el Señor se ha agradado en darme gran luz, sé que el Señor dirige otras mentes, y abre ante ellas los misterios de su Palabra, y quiero recibir cada rayo de luz que Dios me envíe, aunque venga por medio del más humilde de sus siervos”.[16]

Ella apoyaba con entusiasmo a Waggoner porque el conjunto de su mensaje “armoniza perfectamente con la luz que Dios ha visto a bien darme durante todos los años de mi experiencia”. Aunque concordaba con el mensaje en su conjunto, sin embargo ella no estaba de acuerdo con algunos de sus puntos de vista de la Escritura: “Algunas interpretaciones de la Escritura dadas por el Dr. Waggoner no las considero correctas”. Sin embargo, “el hecho de que honradamente sostiene algunos puntos de vista diferentes acerca de las Escrituras de las de ustedes o de los míos no es una razón para tratarlo como si fuera un ofensor o un hombre peligroso”.[17]

¿Así que el Hno. Waggoner podía discrepar sin problemas con la Sra. White? Claro que sí. O como ella misma lo dice: “No tengo razón para pensar que Dios no lo estima a él menos que a los demás hermanos, y lo considerará como un hermano cristiano, mientras no haya evidencias de que es indigno”.[18]

En pocas palabras, Elena de White no consideraba su papel como el de la estudiante de la Biblia de la iglesia. Ella guiaría y amonestaría, pero no intervendría para ahorrarles el estudio de la Palabra.

Si la unidad de la iglesia no puede restablecerse por legislación por pronunciamientos de las figuras de autoridad de la comunidad, ¿cómo puede la iglesia ponerse de acuerdo para tener una base común de acción? Ahora nos ocuparemos de este punto.

Unidad en Cristo

En el manuscrito de 1892, no publicado, que trata de la unidad de la iglesia, Elena de White señala dos desviaciones y luego la línea principal que podemos seguir.

Las desviaciones son: a) creer que la unidad de la iglesia consiste “en considerar cada texto de las Escrituras bajo la misma luz”; y b) resoluciones aprobadas, las que pueden “esconder la discordia, pero… no pueden anularla y establecer un acuerdo perfecto”.

El curso de acción que recomienda es directo pero un tanto intangible: “Nada puede perfeccionar la unidad en la iglesia sino un espíritu de paciencia y tolerancia como el de Cristo”. Ella aconseja a cada creyente, que se “siente en la escuela de Cristo y aprenda de Él”. Si aprendemos de Él, “las preocupaciones cesarán y encontraremos descanso para nuestras almas”.

Eso es útil, pero difícil de poner en una forma concreta. El siguiente párrafo, sin embargo, ofrece una sugerencia que podemos utilizar como principio organizador. Allí simplifica la esencia de la fe y la práctica cristianas: “Las grandes verdades de la Palabra de Dios están tan claramente afirmadas que ninguno necesita equivocarse al comprenderlas. Cuando como miembros individuales de la iglesia amamos a Dios por sobre todo y a nuestros prójimos como a nosotros mismos, no habrá necesidad de grandes esfuerzos por alcanzar la unidad, porque habrá unidad en Cristo como un resultado natural.

En otras palabras, los dos grandes mandamientos que mencionó Jesús (Mat. 22: 37-40) constituyen la piedra de lo que mediante la cual podemos probar nuestros actos, doctrinas e interpretaciones de las Escrituras. La atención indivisa a estos dos grandes mandamientos permitirá que las pequeñas diferencias aparezcan en su verdadera dimensión. Seremos uno en Cristo porque todos estamos consagrados a una meta sencilla y claramente definida.

Tal posición permite la diversidad, pero no permite que la diversidad nos desvíe del blanco principal. En realidad, la diversidad puede muy bien ser el factor esencial para alcanzar el blanco principal; no es simplemente una molestia para mantenernos en niveles mínimos de realizaciones. En Consejos para los padres, maestros y alumnos, Elena de White argumenta que la diversidad, aun en nuestra interpretación de las Escrituras, es esencial si la iglesia ha de trabajar con efectividad. Ella dice que es porque las mentes de los hombres son diferentes entre sí que tenemos cuatro evangelios en vez de uno solo.

Por la misma razón, nuestros jóvenes no debieran tener el mismo profesor de Biblia cada año. “Diferentes maestros deben tomar parte en la obra, aun cuando no todos tengan una comprensión tan completa de las Escrituras”.[19] Luego, en una declaración más bien sorprendente, dice: “Así hoy el Señor no impresiona todas las mentes de la misma manera. A menudo por medio de experiencias insólitas, bajo circunstancias especiales, da a algunos estudiantes de la Biblia visiones de la verdad que otros no alcanzan. Es posible que aun el maestro más sabio no alcance a enseñar todo lo que debiera enseñar”.[20]

Nuestra tarea no se termina una vez establecido el principio de la unidad en la diversidad. Todavía tenemos que considerar el problema de los límites de la diversidad y los métodos mediante los cuales establecemos esos límites. Ahora nos ocuparemos de este tema.

Un modelo para la iglesia

Yo creo que la iglesia necesita dos grupos de límites, representados en forma diagramática mediante dos círculos concéntricos (véase la figura). El círculo interior representa los puntos cruciales de nuestra fe y práctica que todos los adventistas tenemos en común. Esta es la esencia del adventismo, el cemento que nos une. Es el eje de la rueda.

El círculo exterior representa los límites que una persona no puede sobrepasar y todavía mantenerse como miembro de la comunidad, equivalente al aro exterior de la rueda.

En el espacio entre el núcleo esencial (el eje) y el límite exterior (el aro) puede haber discusiones libres y activas. Estas discusiones permiten que la iglesia adapte su mensaje a las necesidades del mundo.

¿Qué temas están abiertos a la discusión? El vegetarianismo, la conducta en sábado, el anillo de casamiento, ciertos aspectos de la naturaleza de Cristo, y aun cómo entendemos la justificación y la santificación. Todos son temas favoritos de discusión para los adventistas. Y necesitamos discutirlos, recordando que no todos estaremos de acuerdo en todo  y no necesitamos estarlo. Pero también necesitamos preguntar qué clase de cosas están alrededor del eje, el núcleo que todo adventista acepta. Podemos responder la pregunta de diversas maneras. Primero, desde un punto de vista práctico, el sábado y la venida de Cristo son dos elementos firmes como una roca que mantienen unidos a los adventistas en el mundo entero. Yo diría que hay millones de adventistas, incluyendo algunos estudiantes de nivel universitario en los Estados Unidos que no aprecian los detalles menores de la declaración doctrinal votada en Dallas en 1980. Y sin embargo, son adventistas fieles.

Si volvemos en la historia a la fundación de nuestra denominación encontramos un círculo interno que consiste en un pacto o convenio breve: “Los abajo firmantes, nos asociamos como iglesia, adoptando el nombre de Adventistas del Séptimo Día, conviniendo en guardar los mandamientos de Dios y la fe de Jesucristo”.[21]

Volviendo a la era del Nuevo Testamento, podemos poner en el núcleo central los dos grandes mandamientos —toda la ley y los profetas dependen de ellos (Mat. 22: 37-40). Mateo 7:12 y Gálatas 5:14 proporcionan un enfoque similar.

En un sentido, los hermanos levantaron el problema del núcleo en 1888, cuando se describieron como defendiendo los “hitos”. Un año después del congreso Elena de White habló del mismo tema, al escribir que algunos de los hermanos habían cerrado sus mentes a la luz de la palabra de Dios porque “habían decidido que era un error peligroso quitar los ‘hitos antiguos’ cuando no se estaba moviendo ni una estaca, pero ellos tenían ideas erróneas de lo que constituyen los hitos antiguos”.[22]

El párrafo que sigue a esta declaración merece ser citado en forma completa porque ilumina muy bien la relación entre la historia adventista y el lugar central de los mandamientos de Dios y la fe de Jesús: “El paso del tiempo en 1844 fue un período de grandes acontecimientos, abriendo ante nuestros ojos asombrados la purificación del santuario que ocurre en el cielo, y que tiene una relación definida con el pueblo de Dios sobre la tierra, los mensajes del primer y del segundo ángeles, y del tercero, desplegando el estandarte sobre el que está escrito: ‘Los mandamientos de Dios y la fe de Jesús’. Uno de los hitos de este mensaje era el templo de Dios, que el pueblo que ama su verdad ve en el cielo, y el arca que contiene la ley de Dios. La no inmortalidad de los malvados es uno de los hitos antiguos. No puedo recordar nada más que podría ponerse bajo el encabezamiento de hitos antiguos. Todo este clamor acerca del cambio de los hitos es imaginario”.[23]

En resumen, las doctrinas del estado de los muertos y del santuario se consideran firmemente arraigados en el núcleo del adventismo. La doctrina del santuario fue el medio de producir convicción acerca del sábado a los pioneros. El debate acerca del significado preciso del santuario será activo y continuo, un evento que ocurre entre los dos círculos, pero la doctrina está firmemente arraigada en el núcleo, y que ilumina a “los mandamientos de Dios y la fe de Jesús”.

En cada época, el núcleo debe ser relativamente sencillo si ha de atender las necesidades del mundo. Y aun el núcleo siempre incluirá elementos que se extienden al área de discusión. La iglesia debe aceptar como una tarea continua la de definir los límites establecidos por los círculos interior y exterior.

El concilio de Jerusalén registrado en Hechos 15 ofrece un buen modelo bíblico del proceso de definición. Después de un movido debate, el concilio puso la circuncisión, una de las prácticas centrales del judaísmo, en la categoría opcional para los cristianos.

El mismo concilio puso la prohibición de comer alimentos ofrecidos a los ídolos en el núcleo central. Pero 1 Corintios 8 muestra que Pablo estaba procurando sacar este problema del núcleo central y llevarlo al área de discusión. En los países occidentales de la actualidad el problema ha desaparecido completamente. ¿Cuándo fue la última vez que Ud. vio a un adventista leyendo la etiqueta de un producto en el supermercado para ver si había sido ofrecido a los ídolos? Los tiempos han cambiado; los problemas han cambiado; la iglesia ha cambiado.

Por esto la iglesia debe estar continuamente consciente del mundo que la rodea y estar ocupada en definir y redefinir sus límites. Será una lucha constante, pues los liberales y los conservadores demuestran tendencias opuestas. Los conservadores luchan contra la diversidad, y desearían llevar el círculo interior hasta coincidir con el exterior, de modo que haya un solo círculo y no dos. Los liberales, por su parte, se inclinan a empujar el límite exterior tan lejos que desaparezca, momento en que la iglesia deja de ser iglesia. Una comunidad de cualquier índole necesita tener límites. Una comunidad de creyentes no es una excepción.

Para ser efectiva, la iglesia necesita llegar a un equilibrio entre conservadores y liberales. Con plena simpatía por todos, y con plena consciencia de las necesidades del mundo, la iglesia tiene que poner límites en sus dos círculos: sus creencias centrales y sus límites exteriores.

¿Cómo hace la iglesia para definir sus dos círculos? Por medio del estudio individual y corporativo, por medio de un análisis reflexivo y con oración, por medio de la conducción del Espíritu Santo. Hechos 15 nos muestra el camino. Dentro de nuestra propia herencia, el consejo de Elena de White durante la controversia de 1888 subraya la necesidad de unirnos en el Señor, interesándonos unos por otros, orando los unos por los otros, y buscando fervientemente una comprensión más clara de la voluntad de Dios.

En conclusión, sería apropiado citar un párrafo de Consejos para los padres, maestros y alumnos que bosqueja la idea de Elena de White de cómo llegar a la unidad. Después de escribir acerca de la necesidad de la diversidad entre los profesores de Biblia, aconseja: “Serla de gran beneficio para nuestras escuelas que celebrasen con frecuencia reuniones regulares en las cuales todos los maestros se unieran en el estudio de la Palabra de Dios. Escudriñarían las Escrituras como lo hacían los nobles bereanos. Subordinarían todas las opiniones preconcebidas, y tomando la Biblia como su libro de texto, comparando pasaje con pasaje, aprenderían lo que deben enseñar a sus alumnos, y cómo prepararlos para un servicio aceptable”.[24]

Este es un modelo para la iglesia. Nuestras discusiones podrán ser activas, nuestras discusiones intensas, pero si nuestra experiencia devocional es igualmente activa e intensa, el Espíritu cumplirá la oración de Jesús en Juan 17: seremos uno en El.

Los dos círculos de la iglesia El núcleo y el límite exterior

  1. En centro: el núcleo central que contiene las creencias y las prácticas esenciales que tienen en común todos los miembros de la comunidad.
  2. Los rayos: el área que contiene aquellos aspectos de la doctrina y de la práctica que todavía pueden discutirse y en la que todavía son posibles las diferencias de opinión dentro de la comunidad.
  3. El aro: la línea que marca los límites más allá de los cuales una persona no puede ir y seguir siendo miembro de la comunidad.

Sobre el autor: Alden Thompson es el director académico del Colegio Adventista Walla Walla, College Place, Washington.


Referencias

[1] General Conference Bulletin, 3 de abril de 1901, pág. 25.

[2] Joyas de los testimonios t. 2, pág. 311

[3] Ibíd.

[4] Ibíd.

[5] LeRoy Froom, Movement of Destiny (Washington, D.C., Review and Herald Pub. Assn., 1971, rev. 1978),

págs. 253, 254.

[6] Citado del Apéndice A en A. V. Olson, Thirteen Crisis Years (Washington, D.C., Review and Herald Publ. Assn., 1981), pág. 282.

[7] Ibíd.

 [8] Review and Herald, 11 de marzo de 1890

[9] Olson, Ibíd., pág. 304

[10] White, Manuscrito 24, 1892 (incluido en The Ellen G. White Materials, Washington, D.C., Ellen G. White Estate, 1987), t. 3, págs. 1087-1095.

[11] Olson, Ibíd., pág. 288.

[12]Testimonios para los ministros, pág. 374.

[13] Ibid., págs. 106, 107.

[14] Olson, Ibíd., pág. 300.

[15] Ibíd., pág. 301

[16] Ibíd., pág. 303

[17] Ibíd., pág. 304

[18] Ibíd.

[19] Consejos para los maestros, pág. 418.

[20] Ibíd.

[21] Véase Richard Schwarz, Lightbearers to the Remnant (Mountain View, Calif., Pacific Press Publ. Assn., 1979), pág. 96.

[22] Manuscrito 13,1889, citado en Counsels to Writers and Editors, pág. 30.

[23] Ibíd., págs. 30,31

[24] Consejos para los maestros, pág. 419.