En vista del hecho de que estamos viviendo tan cerca del fin de la historia de esta tierra, debe haber mayor esmero en la labor, debe esperarse con más vigilancia, velando, orando y trabajando. El agente humano debe procurar alcanzar la perfección, para ser un cristiano ideal, completo en Cristo Jesús.” —“Obreros Evangélicos,” pág. 438.
Esta oportuna exhortación debería instar a nuestros obreros a realizar esfuerzos diligentes con el propósito de cultivar sus talentos y perfeccionarse en todo sentido. Jamás deberíamos pensar que nos hemos desarrollado plenamente, hasta el límite de nuestras posibilidades. Esta idea es fatal, porque una vez que sostenemos que no podemos hacer nada por desarrollar nuestros talentos y enriquecer nuestra personalidad, será muy poco lo que progresaremos en el futuro.
El apóstol Pablo expresó esto mismo en un bien conocido pasaje de su epístola a los filipenses. Después de referirse a su herencia religiosa natural y declarar que lo que había aprendido era de escasísimo valor comparado con el conocimiento de Cristo Jesús, y expresando además el ferviente deseo que tuviera de llegar a poseer un carácter como el de su Señor, agrega:
“No que ya haya alcanzado, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si alcanzo aquello para lo cual fui también alcanzado de Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no hago cuenta de haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo al blanco, al premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús.” (Fil. 3:12-14.)
Si con todos los talentos que el gran apóstol Pablo poseía naturalmente y que luego había cultivado a través de una disciplina severa y constante, pensaba que aún le aguardaban mayores posibilidades de desarrollo, ¡cuánto más debería sobrecogernos a nosotros ese pensamiento ya que nos falta tanto para alcanzar una mediana perfección en nuestro ministerio y teniendo también en cuenta la necesidad de que cultivemos muchísimo más nuestras aptitudes y dones a fin de que los podamos utilizar en favor de la salvación de nuestros semejantes!
Se exhorta a nuestros obreros a que “disciplinen sus mentes para la adquisición de conocimientos relacionados con su labor, a fin de que puedan ser obreros que no tengan de qué avergonzarse. Si emplearan sabiamente su tiempo, podrían dominar una rama de la ciencia, luego otra, a la vez que están ocupados en la obra de predicar la verdad. Se desperdician momentos preciosos en conversaciones triviales, en la indolencia, y haciendo aquellas cosas que son de poca trascendencia; momentos que deberían ser utilizados cada día en propósitos útiles que nos permitirían acercarnos cada vez más a la elevada norma.
“Los hombres que en la actualidad están ante el pueblo como representantes de Cristo poseen generalmente más capacidad que la que evidencian, pero no ponen en ejercicio sus facultades ni aprovechan al máximo sus oportunidades y su tiempo. Casi cada obrero que está en el campo de labor y que ha cultivado las energías que Dios le ha dado, no sólo podría ser un experto en la gramática y en el arte de leer y escribir, sino aun en los idiomas. Es esencial para ellos que se propongan un blanco alto. Pero ha habido muy poco deseo de probar sus facultades para alcanzar una norma elevada en el conocimiento y en la comprensión de las cosas religiosas.
“Nuestros ministros tendrán que rendir cuenta a Dios por el enmohecimiento de los talentos que él les ha concedido para que los desarrollen mediante el ejercicio. Si hubiesen llegado a ser gigantes intelectuales podrían haber hecho diez veces más trabajando inteligentemente. Toda la experiencia de su elevada vocación se vulgariza porque están satisfechos con la norma de eficiencia que ya han alcanzado. Sus esfuerzos por adquirir conocimiento no menoscabarán en lo más mínimo su crecimiento espiritual si estudian impulsados por motivos rectos y con blancos adecuados.”—”Testimonies to Ministers,” págs. 193, 194.
Aquí se nos insta a llegar a ser “expertos en la gramática y en el arte de leer y escribir.” De estas palabras no se infiere que nuestros obreros no sepan leer y escribir. Por supuesto que todos lo hacen. A partir de la adolescencia el gobierno los ha urgido sabiamente a obtener mucho de ese conocimiento. ¡Pero cuán pocos son expertos en la lectura! ¡Cuán pocos leen en forma tan expresiva y enuncian las palabras y las sílabas con tal exactitud que un auditorio se sienta instruido y a la vez deleitado por su lectura! ¡Cuán pocos han llegado a ser verdaderamente expertos en el arte de escribir! En uno de sus ensayos Bacon dice: “La lectura nos muestra un hombre informado, la conversación un hombre despierto y el arte de escribir un hombre exacto.”
Leamos con destreza
Entre nuestros obreros, hay una tendencia cada vez más marcada a limitar el anuncio de un himno meramente a la repetición del número. Años atrás se tomaba el tiempo necesario para leer todo el himno o a lo menos la primera estrofa. En mi opinión se obtendría muchísimo más beneficio de esta parte de nuestros servicios si al anunciar los himnos no sólo se leyera la primera estrofa sino también se llamará la atención a ciertas expresiones particularmente interesantes del autor, o se relatasen brevemente las circunstancias que lo indujeron a escribir las palabras de ese himno. Esto permitirá que la congregación cante inteligentemente y tome un interés más profundo en el servicio.
Recuerdo perfectamente a un notable predicador de la iglesia metodista a la cual asistía mi madre cuando yo era niño y cuán maravillosamente bien leía ese pastor los himnos. Aun en mi infancia su habilidad para leer y para darle expresión a lo que leía me impresionaban directamente. El recuerdo todavía perdura debido a la impresión indeleble que los talentos vocales bien cultivados producen sobre la congregación en general, incluso sobre los niños.
En el libro “La Educación” se nos dice que “como parte del servicio religioso, el canto no es menos importante que la oración” (pág. 164), y que hay “pocos medios… más eficaces para grabar las palabras en la memoria, que el de repetirlas en el canto” (pág. 163). Debemos entonces embellecer mucho más esta parte de nuestros servicios y practicar el arte de leer con expresión para que nuestros oyentes realmente sean beneficiados por cualquier lectura que hagamos.
Escribamos con propiedad
La mayoría de las personas no intentan adquirir maestría en el arte de escribir. No se dan cuenta de que por su negligencia están desaprovechando las maravillosas oportunidades que brinda el cultivo de dicho arte. La capacidad para expresar por escrito los pensamientos propios es un arte que para dominarlo merece nuestras mejores energías. Reconocemos sin duda que “la pluma es más poderosa que la espada,” y que por lo tanto es más importante saber esgrimir aquélla que ésta.
En nuestra obra de evangelización, las publicaciones ocupan un lugar destacadísimo. Por medio de ellas podemos alcanzar a millones de personas a las cuales no llegaríamos de ningún otro modo, excepto la radio. Sin embargo debe recordarse que la obra radial efectiva sólo la realizan aquellos que han adquirido eficiencia tanto en el arte de leer como de escribir. Por lo tanto, para triunfar realmente como locutor, un hombre debería ser al mismo tiempo un buen escritor y un buen lector.
Este arte comprende un aspecto de los conocimientos humanos que deberíamos cultivar. Pero es necesario que nos apliquemos asiduamente al problema. No deberíamos contentarnos, sin embargo, con estos logros. Gradualmente debemos enriquecer nuestro léxico, confiriendo especial atención al uso de los vocablos sencillos de nuestro idioma, que la gente comprende fácilmente.
El testimonio de los hombres que fueron enviados para arrestar a Cristo fué: “Nunca ha hablado hombre así como este hombre.” (Juan 7:46.) Sin embargo, cuando hablaba al pueblo, Jesús no empleaba la lengua clásica. Utilizaba el idioma común de las personas a quienes se dirigía, pero sus palabras eran tan poderosas que aun los dirigentes del pueblo dieron testimonio de dicho poder.
A los que nunca han estudiado en forma particular el valioso arte de escribir, les sugeriría que comiencen a hacerlo cuanto antes siguiendo un curso por correspondencia como los que se ofrecen en algunos de nuestros colegios. Escriba a las respectivas sedes de nuestra obra en Australia o Washington solicitando detalles sobre dichos cursos que están a disposición de aquellos que desean adquirir el arte de escribir. No vacilen pensando que esto trasciende las posibilidades de Vds., o porque creen que tienen demasiada edad, o están muy ocupados, o excesivamente atareados con otras cosas. Si ya han adquirido el arte de hablar en público pueden aumentar en mucho la eficiencia poniendo por escrito esos pensamientos orales. Piensen, además, en los miles de personas que podrán alcanzar con la pluma, lo cual jamás podrían hacer con la palabra hablada.
Deberíamos realizar denodados esfuerzos por adquirir el arte de volcar nuestros pensamientos al papel y llegar a expresarlos en un castellano correcto.