El viaje de Jerusalén a Emaús comenzó con angustia. Los sueños del reino que tenían los viajeros estaban destrozados. El Hombre en el que creían ya no vivía. Las mujeres habían originado un extraño rumor, de que hasta su cuerpo había desaparecido. Pero en alguna parte de este viaje sin esperanza la palabra profética llegó muy clara a ellos.

“Comenzando con Moisés” escucharon la historia relatada por Uno que es el Autor y a la vez objeto de las profecías. “¿No ardía nuestro corazón en nosotros?” exclamaron los cansados viajeros cuando recordaron la fuerza de su palabra profética; y lo que parecía un callejón sin salida a Emaús se transformó en una carretera a la eternidad (Luc. 24: 27-32). La desesperación se transformó en esperanza. La crisis dio lugar a la celebración. La duda desapareció. Y la fe se puso alas para contar al mundo que el Señor vive, y que actúa para preparar a un pueblo.

La interpretación y el cumplimiento de la profecía fortalece nuestra confianza en la Escritura y vigoriza nuestra fe en Dios. Satanás ha tratado de impedir que la gente estudie las profecías. Él sabe que en la correcta interpretación de la profecía sus grandes designios de unir al mundo bajo su bandera serán desenmascarados. La más completa revelación de la voluntad de Dios nos llegó a través de Uno que expuso las profecías a Cleofas y a su compañero en camino a Emaús. Durante el infame juicio de medianoche ante Pilato, Jesús declaró: “Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad” (Juan 18: 37).

Dios actúa. El actúa en el tiempo. El actúa en el espacio. En el tiempo de Noé, saliendo de la tierra de Ur, contra la arrogancia de Faraón, hacia el establecimiento de un pueblo del pacto, al crear un bosquejo de historia divina, en Belén, en Pentecostés, en la conservación de la verdad durante la edad oscura de la historia, la acción de Dios está a la vista, ante todos.

Creo que en 1844 el mismo Señor actuó. Durante ese tiempo ocurrieron muchos acontecimientos importantes. El cristianismo evangélico estaba en su clímax. Los grandes movimientos misioneros barrían el Asia y el África. El período también vio el desafío del evolucionismo darwiniano al relato del Génesis. Marx y Engels estaban preparando el Manifiesto comunista, tratando de crear un nuevo Dios para una nueva época, ante cuyo altar adoran ahora millones.

El espiritismo moderno también se originó en ese período. El otro lado del mundo estaba despertando con una furia de nacionalismo, cuando la India comenzó su larga cruzada en favor de la libertad de la opresión y del colonialismo. En el aspecto religioso, científico, y político, el período en torno a 1844 se destaca en la historia. Pero más que todo esto, 1844 simboliza el reloj profético de Dios que da una campanada decisiva, proclamando al mundo que ha llegado el tiempo del fin.

Siguiendo los principios aceptados de interpretación profética, Guillermo Miller llegó a la conclusión de que la purificación del santuario mencionado en Daniel 8 señalaba al regreso de Cristo a esta tierra y que este acontecimiento ocurriría en 1843. La evidencia sugiere que la iglesia primitiva reconoció la importancia de la profecía de las setenta semanas, y que el principio del día por año fue aceptado por los judíos cristianos al interpretar las profecías simbólicas de tiempo. Otros reformadores protestantes convalidaron la inclusión de las setenta semanas dentro del período de 2.300 días.

El año 1844 no es un accidente. No es el resultado de un rapto de imaginación. No es una fórmula para la supervivencia de un acontecimiento equivocado. Es el llamado final de Dios al hombre. El chasco después de la interpretación equivocada de Miller parecía como un viaje a Emaús, pero Dios intervino. La Palabra de Dios fue estudiada con fervor. Sus profecías no podían fallar; por lo tanto, se las estudió de nuevo. En los días que siguieron al chasco de 1844, los pioneros de este movimiento investigaron las Escrituras comenzando desde Moisés. De esta búsqueda, del ardor en los corazones, nació un movimiento profético para el futuro -para señalar que las demandas de Dios no pueden comprometerse; para predecir que Dios está trabajando a fin de reflejar su carácter en la vida de su pueblo. Los adventistas del séptimo día creen que les ha sido confiada la sagrada tarea de cooperar con los agentes divinos para preparar a un pueblo para encontrarse con su Señor.

Nuestra comisión

Nuestra comisión, el contenido de nuestro mensaje, y nuestras credenciales divinas se encuentran todas en Apocalipsis 14. La comisión es la de proclamar “el evangelio eterno… a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo” (vers. 6). Es la comisión de dar las buenas nuevas del Evangelio eterno -el Evangelio que se centra en la persona y en el ministerio expiatorio de Cristo. Es una reafirmación de la comisión dada a los once discípulos, pero adecuada a las circunstancias y al tiempo específico de su presentación. Es la predicación del Evangelio en la certeza del inminente retomo de nuestro Salvador. “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mat. 24:14).

Los adventistas del séptimo día han tomado esta comisión con toda seriedad. Nos hemos destacado en llamar la atención del mundo a las profecías que predicen el fin de este orden mundial actual. Enseñamos una segunda venida literal y visible en el contexto de la promesa de Cristo en Juan 14:1-3. Predicamos las señales del fin esbozadas por Cristo y los escritores del Nuevo Testamento.

El contenido de nuestro mensaje

El contenido de nuestra comisión se encuentra en el mensaje de los tres ángeles de Apocalipsis 14. Es un llamamiento a temer y a adorar a Dios como el Creador y Juez. Anuncia el tiempo del Juicio. Señala la caída de las religiones falsas, y advierte contra la adoración de la bestia y la recepción de su marca.

 Nuestro mundo hoy tiene una imagen distorsionada de Dios. Grandes segmentos de la sociedad han dejado a Dios fuera de su noticia.

Nuestra comisión es llamar la atención especial a Dios como el Creador. La casi universal aceptación de la teoría de la evolución, que apoya las pretensiones geológicas de un proceso sumamente largo para el desarrollo de la tierra, añade relevancia al mensaje del primer ángel. Los adventistas proclaman osadamente una semana de la creación de siete días. Dios declara que su capacidad creadora es una de las evidencias de su divinidad y autoridad. Es a la luz de ese mensaje que el sábado del séptimo día adquiere una significación especial. El primer ángel anuncia que la hora de su juicio ha venido. Este mensaje de juicio debe darse antes de la segunda venida y después del período de 1.260 años de dominación que fue dado al poder del Apocalipsis 13. El tema del juicio se encuentra a través de toda la Biblia, y su importancia específica fue dada al “pequeño rebaño” después del chasco de 1844. El juicio debe comenzar con el pueblo de Dios, y es una vindicación de su confianza en El. Es un juicio que resulta en liberación.

Los mensajes del segundo y del tercer ángel describen la caída de las falsas religiones que han requerido la lealtad de todas las naciones de la tierra. Los juicios de Dios han de caer sobre los que se han puesto en oposición a la autoridad de Dios y de su Palabra. Antes de la destrucción del mundo por un diluvio, Dios envió un mensaje de advertencia por medio de Noé. Sus advertencias incluían un símbolo de la liberación -pero para el incrédulo éste llegó a ser un objeto de desprecio. Antes de que las plagas cayeran sobre Egipto y antes de la masacre de medianoche, Dios envió a Moisés y Aarón a advertir a Faraón de las consecuencias de desobediencia. Además de las advertencias, dio amplias evidencias de su poder para llevar a cabo sus amenazas. Pero Faraón se endureció para no aceptar estos mensajes enviados por el Cielo.

Nuestras credenciales

Los fieles seguidores de Dios tienen una sola marca de identificación, pero esa marca los distingue del resto del mundo.

Su estilo de vida, su adoración y sus objetivos han sido todos conformados por esa sola credencial. Tienen el nombre del Padre y del Hijo escritos en su frente. Este nombre, al cual se han aferrado a pesar de las pruebas y persecuciones, y la muerte misma, los hace dignos de seguir al Cordero dondequiera que vaya. En virtud de este nombre, han guardado la fe de Jesús, la misma fe que su Salvador había confiado a sus discípulos. A causa de El -quien es su justicia-, han sido guardados por su Palabra. En una época de abandono permisivo de los santos preceptos de Dios, por medio de su nombre han aceptado voluntariamente estos principios. Por fe en El han llegado a ser participantes de la naturaleza divina.

Con paciencia esperaron el retorno de su Señor. A pesar de una aparente demora, a pesar del ridículo y del temor, saben que “el que ha de venir vendrá, y no tardará” (Heb. 10: 37).

El mensaje de los tres ángeles dividirá al mundo en dos campos: los que siguen el Cordero y los que adoran la amalgama de sistemas falsos. Bajo las fuerzas obradoras de milagros descriptas en Apocalipsis 16, la ira del mundo entero será dirigida contra el remanente que guarda los mandamientos. Sólo aquellos que han declarado su lealtad a Dios serán protegidos de los terribles juicios pronunciados sobre los que se han levantado en oposición a su Palabra. La multitud victoriosa sobre el mar de vidrio ha seguido al Cordero de Dios mientras vivía sobre la tierra, y tendrá el privilegio de seguirlo en los cielos nuevos y tierra nueva.

¡Qué privilegio es ser parte de este movimiento especial, ser parte de esta última porción de la séptiplo iglesia de Dios, ser parte de un movimiento levantado en cumplimiento de las profecías bíblicas! Somos administradores del último mensaje de advertencia del Cielo a los hombres y mujeres que están rumbo al juicio. Nuestra tarea no es la de embajadores en tiempo de paz. Nuestro divino imperativo exige planes que estén en conformidad con las expectativas del Cielo. No somos reformadores sociales; no somos luchadores por la libertad política. Todas nuestras empresas y nuestro estilo de vida deben proclamar que “la hora de su juicio ha llegado”.

Los que nos ven no debieran maravillarse por nuestras realizaciones o las estadísticas de salud de nuestro pueblo, sino que deben ser impulsados a exclamar: “¿Qué haremos para ser salvos?” Debemos preparar un pueblo para encontrarse con Dios, para vindicar en nuestro ser la justicia y la misericordia de Dios. Debemos dar un mentís a las declaraciones del diablo de que las provisiones de Dios para la salvación no salvan a los hombres del pecado. Al considerar estos privilegios y responsabilidades, ¿no arde su corazón dentro de usted?

“El Señor envía al pueblo una verdad especial para la situación en que se encuentra. ¿Quién se atreverá a publicarla? Él manda a sus siervos que dirijan al mundo el último llamamiento de la misericordia divina. No pueden callar sin peligro de sus almas. Los embajadores de Cristo no tienen por qué preocuparse de las consecuencias. Deben cumplir con su deber y dejar a Dios los resultados” (El gran conflicto, págs. 667, 668).