Puede que usted sea pastor de una iglesia donde la majestad que fluye del órgano y de las voces del coro se filtra hasta lo más profundo del alma de la congregación. O es posible que sea pastor de iglesias más sencillas donde se entonan pocos cantos con una armonía imperfecta, y donde el acompañamiento instrumental es más un sueño que una realidad. Algunos de nosotros hemos pastoreado una congregación donde las guitarras y los tambores han desplazado al órgano y un grupo musical interactivo dirige la adoración. ¿Cuál es el significado de la relación entre la música y la adoración en todo esto?
La música en una iglesia mundial
Es claro que cuando uno considera toda esta cuestión teniendo una iglesia mundial en mente, la música de la adoración no tiene que parecerse a Bach para que sea aceptable; del mismo modo; la lectura bíblica hecha en una aldea indígena de Centroamérica no necesariamente tiene que ser de La Nueva Reina- Valera 1990 para que sea aceptable. Considerándola desde una perspectiva universal, la relación entre la música y la adoración no queda definida por el tipo de música que se canta o toca, o qué instrumentos, si es que se usa alguno, han de utilizarse, o qué tipo de adoración se practica.
Más bien, la esencia de la relación entre la música y la adoración tiene que ver con el corazón de Dios y con el corazón del adorador. Este aserto no es trivial, especialmente cuando consideramos cuán fundamental es, y cuánta dificultad experimentamos cuando surgen preguntas relacionadas con la música y la adoración.
Jesús habla sobre la adoración
La conversación entre la mujer samaritana y Jesús nos abre los ojos y nos hace pensar (Juan 4). Jesús no sólo le reveló a esta mujer quién era él (vers. 26), le reveló también la quinta esencia de su pensamiento en cuanto a la adoración. La mujer, con el propósito de desviar a Jesús para que no siguiera haciéndole aquellas comprometedoras preguntas, le planteó un interrogante popular y controvertido relacionado con el lugar donde la gente debería adorar si quería hacerlo apropiadamente. Al actuar así, hizo algo que, al parecer, no era su intención hacer. Inquirió en cuanto a la adoración en su acepción final (vers. 19). Su pregunta tenía un fuerte apego a la tradición, la cultura y las autoridades del mundo: “Nuestros padres adoraron en este monte’’ (vers. 20).
En su respuesta, Jesús barrió con todas sus preocupaciones localistas y culturales, así como su apelación a ésta o aquella autoridad, que la perturbaban. Ignoró su necesidad de reafirmar la corrección de su posición en el debate. Lo hizo, no con el propósito de negar su tradición o su cultura, sino para poder señalar algo que trasciende el gusto y las tradiciones de todos. Llegó al meollo de la cuestión (vers. 21 al 23). Puso el dedo en el punto más sensible cuando le dijo que a pesar de sus preocupaciones en cuanto al dónde y cómo adorar, había terminado adorando, de hecho, lo que no sabía (vers. 22). Por sobre todo, atrapada en una controversia trivial, ignoraba que había llegado la hora en que Dios estaba buscando, en forma especial, gente que adorara “al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren’’ (vers. 23, 24).
Música, adoración y la hora presente
En la lucha que implica pastorear congregaciones compuestas de personas que son generacionalmente distintas o que simplemente están atadas a las ideas de su tiempo en cuanto a sus puntos de vista con respecto a la adoración, muchos de nosotros y nuestros miembros nos hemos visto atrapados en preocupaciones respecto de la adoración similares a las de la mujer samaritana. Estas preocupaciones tienen la capacidad de dominar nuestros horizontes espirituales y eclipsar los principios que verdaderamente cuentan en una hora como ésta.
Como uno que no hace mucho dejó un pastorado en el cual existían preocupaciones similares muy significativas, sé que estas cuestiones no pueden ignorarse, y sé también que las preocupaciones verdaderas para todos nosotros no tienen que ver tanto con cierta clase de música y cierto tipo de adoración, sino con aquello que Jesús le reveló a la mujer samaritana. Todos nosotros andamos a la búsqueda del significado y la vida, el sentido y la autenticidad en nuestra experiencia de adoración. Yo estoy convencido que esto no se encontrará adoptando exteriormente este estilo de adoración o aquel tipo de música sino, primero que todo, al encontrar algo profundo y real que se exprese en nuestros modos de adoración y en el tipo de música que usemos. El progreso actual tiene que ver con la adoración del Padre en espíritu y en verdad.
Yo estoy convencido que esto no se encontrará adoptando exteriormente este estilo de adoración o aquel tipo de música sino, primero que todo, al encontrar algo profundo y real que se exprese en nuestros modos de adoración y en el tipo de música que usemos.
Defendiendo los unos los intereses de los otros
Estoy convencido también de algo más en cuanto a la hora presente: que hemos de dejar de promover nuestras propias preocupaciones o simplemente tolerar los puntos de vista mutuos, y redescubrir y reinstituir el fabuloso arte cristiano de defender los unos los intereses de los otros, en vez de defender cada uno el suyo propio.
Romanos 14 y 15 son capítulos claves en nuestro aquí y ahora. Estos establecen principios cruciales: “Reciban bien al que es débil en la fe, y no entren en discusiones con él” (Rom. 14:1. Versión Dios habla hoy). Todos estamos firmes de pie o caemos ante nuestro Maestro, quien es poderoso para hacernos estar firmes (vers. 4). Concedamos a cada uno el privilegio de estar convencido en su propia mente (vers. 5). No vivimos y morimos para nosotros mismos (vers. 7). No nos juzguemos los unos a los otros, porque todos seremos juzgados por Dios (vers. 10-13). Nunca pongáis una piedra de tropiezo en el sendero de los demás a causa de la necesidad de expresar vuestra libertad cristiana (vers. 13- 15, 21). El reino de Dios no está hecho de las opiniones que albergamos en cuanto a esto o lo otro, “sino de vivir en rectitud, paz y alegría por medio del Espíritu Santo” (vers. 17. Dios habla hoy).
Hemos de buscar aquello que promueva la paz y la edificación mutua, es decir, lo que agrade a nuestro prójimo con el propósito de edificarlo en la fe (vers. 19; Rom. 15:1-3). Finalmente, hemos de darnos la bienvenida los unos a los otros, así como Cristo nos ha dado la bienvenida a nosotros (vers. 7).
No son de ningún modo los sentimientos psicológicos corrientes, las emociones de la vida cotidiana,’ lo que expresa la música. Esta clase de emociones no se organiza en entidades estructurales configuradas por una idea concreta, no poseen otro sentido que el de su generalidad abstracta, y una multitud diversa de emociones no se integra en una significación conjunta como es la idea musical. Pero los mismos sentimientos ganan expresividad estética una vez transformados por el sentido de la obra de arte, y su variedad y desarrollo temporal se coordinan y se subordinan según las exigencias de la unidad de la creación estética… La música es expresiva en virtud de ese sentido psicológico integrado dentro del sentido espiritual; pues si al escuchar un concierto me entrego a asociaciones libres sin atender a la estructura de la obra musical, a su forma conjunta que da significación orgánica y objetiva a las partes que se suceden en el tiempo, los sentimientos que derivo de la audición son meramente subjetivos, y probablemente nada tienen que ver con el mensaje del compositor.
(Jacobo Kogan, El lenguaje del arte. Psicología y sociología del arte (Buenos Aires: Paidós, 1965), págs. 56, 57.)