Continuación

La primera dama de Estados Unidos, la Sra. de Johnson, está buscando formas de embellecer su país. Le gustaría eliminar los barrios bajos de las grandes ciudades y ver levantarse en su lugar magníficos edificios públicos y comerciales. Ver más flores, verdes arbustos y hermosos árboles es el sincero deseo de una mujer buena y noble.

Es natural que las mujeres traten de encontrar medios de embellecer sus hogares, sus ciudades, sus escuelas, sus iglesias. Creo que las mujeres adventistas también debieran interesarse en esta clase de cosas, y hacer algo para cooperar. Pero el papel principal de las mujeres adventistas es ser hermosas en carácter, llevar al frente el ánimo, la fe, el amor, la paciencia y la pureza para que sean vistas por el mundo. La Sra. de Johnson no habrá de tener un éxito completo en su propósito de embellecer a su país, por más laudable que éste sea; pero las mujeres adventistas tendrán éxito en sus objetivos básicos. En efecto, Dios usa a una mujer cristiana como símbolo de su iglesia purificada y refinada en los últimos días. He aquí el texto: “A fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Efe. 5:27). Esta es la esposa de Cristo.

En Apocalipsis 12:1 se representa a la iglesia como a una mujer pura, vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en la cabeza. Esta es la iglesia hermoseada por la gracia transformadora de Dios.

El presidente Lyndon Johnson está luchando sincera y encomiablemente por la creación en los Estados Unidos de “la Gran Sociedad”. Hemos leído sobre eso en diarios y revistas. The U. S. News and World Report del 8 de marzo de 1965 registra una entrevista con el eminente erudito Dr. Roberto E. Fitch, decano y profesor de ética cristiana en la Pacific School of Religión en Berkeley, California. La entrevista se titula: “¿Están listos los Estados Unidos para ser una ‘Gran Sociedad’?” El Dr. Fitch no está muy seguro. Cree que “hay que tener presentes tres cosas para alcanzar la grandeza. La primera es un clima de libertad. La segunda es un clima de aventura. La tercera es la confianza que viene de la fe”. Luego dijo: “Por ‘fe’ yo entiendo una gran visión de las realidades de la vida y del significado de lo que uno está haciendo”.

Este distinguido cristiano admite que hoy en día existen en los Estados Unidos los primeros dos requisitos de la grandeza —un clima de aventura y de libertad. Pero duda de que haya la confianza que viene de la fe. Al leer la entrevista pensé en las palabras de Jesús: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (Luc. 18:8.) ¿Tienen en realidad los estadounidenses un concepto claro de lo que constituye “las realidades de la vida”? ¿Se dan cuenta del significado de lo que están haciendo? ¿Entienden de veras lo que está pasando en el mundo? ¿Saben ellos por qué están aquí? ¿Y sobre su destino?

La última pregunta de la entrevista con el Dr. Fitch era la siguiente: “¿Puede haber una buena sociedad sin un buen pueblo?” Su respuesta: “Estoy completamente seguro de que es imposible. Y por eso esta crisis, esta crisis espiritual del pueblo norteamericano me perturba profundamente”.

El Dr. Fitch admite que los norteamericanos son un pueblo aventurero. Se alegra de que haya libertad en los Estados Unidos. Pero quiere ver moralidad —verdadera moralidad— en personas buenas, cristianas. No ve eso; por lo menos, no lo ve en suficiente cantidad como para calificar a su nación para la grandeza o para constituir realmente una “Gran Sociedad”.

¿Qué pasa con los Estados Unidos? Menciona él varias cosas: “En primer lugar, el derrumbamiento de la autoridad en el país —la aniquilación de la autoridad de parte de los que debieran ejercerla”. ¿Y qué entiende él por autoridad? “En primer lugar”, dice, “autoridad moral”. Arguye que los ejecutivos, los docentes, los pastores, los dirigentes políticos, todas las autoridades necesitan tener poder moral para ejercer así autoridad moral. Necesitan ser buenas personas. Toda otra autoridad es vana sin ésta.

¿Cómo se verificó esta erosión de la autoridad? Entre otras cosas señala ciertas enseñanzas o “teorías pretendidamente democráticas e igualitarias”, también “enseñanzas relativistas” que dicen que en efecto no hay en el mundo una norma objetiva de lo bueno y lo malo, la verdad y la mentira. Todo en la vida es relativo para la cultura norteamericana en la cual vivimos y nos movemos.

Los jóvenes de los colegios secundarios de los Estados Unidos van a la deriva en un mar de incertidumbre, pero no debe echárseles la culpa por ser tan inseguros en cuanto a normas y autoridad moral. El Dr. Arnold J. Toynbee escribió lo siguiente:

“Creo que no sabemos a ciencia cierta qué es lo bueno y lo malo, y aunque lo supiéramos, creo que lo encontraríamos tan difícil como el hacer algo que sabemos sin lugar a dudas que está exactamente en contra de nuestro interés e inclinaciones personales. En realidad, debemos hacer el mejor juicio que podamos en cuanto a lo que es justo, y luego tenemos que guiarnos por eso tratando de cumplirlo lo mejor que podamos, sin estar seguros de ello” (This I Believe).

En The Christian Century del 14 de mayo de 1958 apareció el comienzo de un discurso de Milton Mayer, quien tuvo que admitir que solamente el don de Dios podría salvar a los graduados de las instituciones superiores de ser corrompidos por una sociedad inmoral. He aquí fragmentos de su discurso:

“Yo fui una vez como Uds. son ahora; Uds. serán como yo soy ahora. Se tentarán de risa cuando les diga que soy de mediana edad y corrompido. Deben resistir la tentación. De aquí a veinticinco años Uds. serán inevitablemente personas de mediana edad y, a menos que oigan lo que les diga hoy y lo pongan en práctica, también inevitablemente corrompidos…

“Una vez oí a Roberto Hutchins decirle a una clase de graduados que estaban ese día más cerca de la verdad de lo que lo iban a estar alguna vez. No le creí. Pero he vuelto a ver a muchos de los miembros de esa clase desde entonces, y lamento informarles que Hutchins estaba en lo cierto. Tengan en cuenta que él no dijo que estuvieran cerca de la verdad; solamente dijo que nunca volverían a estar tan cerca de ella…

“Si mi historia y la historia de la raza es instructiva, este comienzo es para todos ustedes, sin excepción, el comienzo de la desintegración”.

El Dr. Fitch dijo que la erosión comenzó hace mucho tiempo. ¿Y en qué va a terminar? Dice que la única autoridad que queda es “yo”. O sea, el individuo aislado. “Y por cierto tiempo eso parece lindo. Yo hago lo que me gusta y como me parece. Pero naturalmente me voy a encontrar con algún otro ‘yo’ que no piensa y siente como yo y va a haber un pequeño choque, y entonces estamos frente a las dificultades”.

Luego el Dr. Fitch cita a Glenn Tinder de la Universidad de Massachusetts, catedrático de esa facultad. El Dr. Tinder presenta otro aspecto del problema llamado “la ilusión del individuo aislado de que puede existir en un pequeño vacío todo para él”.

A lo que llega es a una negación de la enseñanza del Nuevo Testamento según la cual “ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí” (Rom. 14:7). Todos tienen una influencia. No podemos recluirnos en un pequeño compartimento y tener esperanza de seguir viviendo. Si todo el mundo hiciera eso, no habría sociedad, cuanto menos una “Gran Sociedad”. El centro previsto por el Cielo es Dios. Pero desde la caída del hombre el yo egoísta de los hombres ha llegado a ser el centro. Elena G. de White, una mujer que conocía la causa de la crisis, escribió:

“Bajo la dirección de Dios, Adán debía quedar a la cabeza de la familia terrenal, y mantener los principios de la familia celestial. Ello habría ocasionado paz y felicidad. Pero Satanás estaba resuelto a oponerse a la ley de que nadie ‘vive para sí’ (Rom. 14:7). El deseaba vivir para sí. Procuraba hacer de sí mismo un centro de influencia. Eso incitó la rebelión en el cielo, y la aceptación de este principio de parte del hombre trajo el pecado a la tierra. Cuando Adán pecó, el hombre quedó separado del centro ordenado por el cielo. El demonio vino a ser el poder central del mundo” (Consejos para los Maestros, págs. 29, 30).

El Dr. Fitch es solicitado por institutos superiores en los cuales habla sobre el tema de la moralidad sexual. Dice de los estudiantes:

“La única cosa en la cual creen casi universalmente es en algo que llaman intimidad. Es esa parte del sexo que es privada, estrictamente privada. La idea de que la conducta sexual deba tener consecuencias públicas en forma de criaturas, de familias, de impuestos a la propiedad y a las ganancias, de compra de provisiones y de responsabilidades cívicas no parece entrar en sus cabezas. Lo único que les interesa es esta pequeña intimidad privada”.

Algunos jóvenes quieren tan sólo formar un pequeño vacío todo para ellos, haciendo lo que les gusta, sin responsabilidad y sin respeto por la autoridad.

Este aislamiento se extiende aun a la religión. El Dr. Fitch declara que ha visto a muchos grupos que dicen: “Bueno, a nosotros no nos gustan las iglesias. No nos gusta el culto. Después de todo, la religión es un asunto muy privado y personal. No es asunto de ningún otro. Es tan sólo entre mí y Dios”.

Es cierto, la religión es personal. Pero si no es más que personal es algo nuevo en la historia. “Nunca hubo una religión puramente personal en toda la historia del mundo, excepto para unos pocos místicos aislados”.

El “aislamiento”, según esta autoridad, “se está poniendo de moda hasta en la pista de baile. Ya no se baila con un compañero. Cada uno lo hace por sí solo en el twist o el watusi. No importa si hay algún otro por ahí o no.

“Así que, autonomía en el sexo, en la propiedad, en la religión, en el baile —esto es parte del sentimiento del hombre moderno que se encierra en su propio yo aislado y pequeño”.

¿De dónde salió esta extraña manera de pensar y de actuar de la sociedad norteamericana? Hubo una mujer adventista que escribió en cuanto a estos tiempos críticos y nos dijo, hace años, lo que vendría.

En Signs of the Times de fecha 21 de abril de 1890 Elena G. de White predice con asombrosa exactitud la tendencia de la moral pública y las causas de la decadencia en la práctica de las antiguas virtudes. “La sociedad está ahora en un estado de desmoralización”, escribió al describir las condiciones de las cosas en sus propios días. Pero predijo: “Esto irá madurando hasta que las naciones lleguen a ser tan irrespetuosas de la ley, tan corrompidas como lo fueron los habitantes del mundo antes del diluvio”.

Estas palabras deben haber soñado al espíritu alegre e indiferente de la década de 1890 como la voz pesimista de un profeta de mal agüero.

¿Cuáles son los hechos? ¿Se ha cumplido en la sociedad norteamericana esta declaración hecha hace 75 años que anticipaba la maduración hasta la podredumbre de la moral pública? Y si no, ¿cómo se explica la enorme homosexualidad que ha llegado a ser un problema mayúsculo al cual hacen frente solamente hábiles psiquiatras y predicadores? ¿Qué explicación puede darse del hecho de que centenares y miles de niñas adolescentes de nuestros colegios secundarios sean enviadas cada año de vuelta a sus casas embarazadas sin estar casadas?

La declaración de la Sra. de White en Signs fue hecha en relación con un artículo que hablaba de los peligros que amenazan a la juventud de los últimos días previos al retorno de Cristo. La localización de su predicción se hallaba en un comentario sobre la profecía de Cristo: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” Ella observó:

“El vio cómo el verdadero cristianismo casi se extinguiría en el mundo, de manera que a su segunda venida hallaría un estado de cosas en la sociedad similar al que existía antes del diluvio. El mundo estaría sumergido en fiestas y diversiones, en espectáculos teatrales y en la complacencia de las bajas pasiones. Existiría la intemperancia de cualquier grado y hasta las iglesias estarían desmoralizadas, y la Biblia estaría abandonada y profanada. Vio que las desesperadas orgías de los últimos días sólo serían interrumpidas por los juicios de Dios”.

También nos dijo cuáles serían las causas básicas de nuestra falta de “grandeza”. En Signs of the Times del 21 de abril de 1890, Elena G. de White analizó los motivos básicos de la desmoralización de la sociedad. “La degradación que se halla en el mundo de hoy”, escribió, “se debe en gran parte al hecho de que la Biblia ya no ejerce una influencia dominante sobre las mentes de los hombres. Se ha puesto de moda el dudar”. Pero, ¿por qué la Biblia deja de ejercer una influencia dominante sobre las mentes de los hombres”? La Sra. de White dio la siguiente explicación, comentando la predicación antinomianista de ciertos ministros de sus días:

“La ley de Dios ha sido invalidada por los que están en el oficio sagrado, ¿y qué puede esperarse de los que han escuchado sus sofismas y su error? ¿Qué puede esperarse de la juventud que ha estado bajo la influencia de los que han desechado la ley del Señor de los ejércitos y han despreciado la palabra del Santo de Israel? No es maravilla que la Biblia haya llegado a ser considerada con liviandad (Ibid.).

Dieciséis años más tarde, en Signs del 21 de noviembre de 1906, escribió que “la transgresión ha alcanzado casi su límite. El mundo está lleno de confusión y pronto un gran terror se apoderará de los seres humanos. El fin está muy próximo. El que pronto romperá sobre el mundo como una sorpresa abrumadora”. Ya hace dos décadas que el terror se desató sobre Hiroshima y Nagasaki. ¿Qué “abrumadora sorpresa” aguarda ahora al mundo?

Así pues, el Dr. Fitch dijo que se necesitaba fe para ser un pueblo que tuviese la confianza, y, por lo tanto, las calificaciones de grandeza. Pero, dijo Pablo, “la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Rom. 10:17). Desechadas la Palabra de Dios y la ley por los hombres, no hay autoridad, y así no hay fe o confianza.

Podemos ver que el mundo está en crisis ahora. Pero la crisis mayor vendrá mañana. ¿A qué nos llevará Vietnam? Pensábamos que Corea llevaría a la tercera guerra mundial. ¿Serán contenidos los vientos de la destrucción en la crisis de Vietnam? ¿Quién puede decirlo? Pero en un día de éstos llegará la sorpresa más grande de nuestra vida y sobrevendrán los sucesos que hemos esperado por tanto tiempo. En esa hora las mujeres cristianas, las mujeres de Dios, no fallarán.

En estos tiempos portentosos lo que se necesita son mujeres que se tomen el tiempo para llegar a ser mujeres santas, que se hermoseen recibiendo la justicia de Cristo mediante la fe. María se sentaba a los pies de Jesús y aprendía de él. Marta, su hermana, estaba ocupada con muchas cosas. “Dile a mi hermana que se levante y que venga a la cocina a ayudarme a preparar la comida”, le dijo a Jesús. “Marta, Marta”, contestó el Maestro, “afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada” (Luc. 10:41, 42).

No es posible que las mujeres o los hombres lleguen a los tiempos de la crisis sin preparación y todavía tengan ánimo. Así que, mujeres, ¿orarán ustedes por los hombres de la iglesia, por los que tienen cargos en la Asociación General, y en nuestras asociaciones, misiones e instituciones alrededor del mundo? ¿Orarán para que se inicie tal reavivamiento? Volvámonos más espirituales, más consagrados. Abracemos a Cristo como Señor y Salvador, y gocemos de esa confianza que viene por la fe y el estudio de la Palabra de Dios.

Entonces Jesús nos dará el ánimo para la crisis venidera. Pero ahora mismo Dios quiere que las mujeres de la iglesia, las esposas de los dirigentes de la denominación, todas las que están aquí hoy, saquen ánimo y grandeza de la gran Fuente de vida. Dios está esperando que encontremos en él la gracia que necesitamos para los momentos críticos de la vida.