El corazón de Juancito latía aceleradamente. ¡Esta era su oportunidad! Ahora podría mostrar a Jesús lo mucho que lo amaba por aquel gran amor que el Hijo de Dios le había demostrado primero. Aceleró su paso, juntamente con los otros que avanzaban por el pasillo en respuesta a la invitación del pastor de consagrar toda su vida a Aquel que hizo tanto por ellos. Juan avanzaba decidido, entre tanto se preguntaba mentalmente de qué forma podría testificar y mostrar su amor por Dios.
-Un momento hijito. ¿Adonde vas? Siéntate a mi lado-. El caballero sonreía amablemente al decir esto, pero lo mantenía sujeto firmemente del brazo.
-¡Quiero bautizarme! El pastor nos pidió que pasáramos a la plataforma. ¡Debo ir! -explicó rápidamente Juan.
-Eso es para la gente mayor, hijito. Hay muchas cosas que tú no entiendes todavía. Primero deberías hablar con tus padres. Ahora, siéntate aquí a mi lado.
Acostumbrado a obedecer, Juan se hundió en el asiento en tanto que la desilusión invadía cada vez más su apesadumbrado corazón. Apenas terminó el servicio religioso Juan corrió hacia donde estaban sus padres, y entre sollozos les expresó su gran deseo de bautizarse y de trabajar para la causa del Señor.
La respuesta de sus padres no se hizo esperar. -Eres muy pequeño todavía. Espera hasta los doce años y entonces podrás bautizarte.
En el camino de regreso a casa Juan buscó todo tipo de argumentos y aun suplicó a sus padres. Nada podía convencerlo de que su amoroso Dios no aceptaba a un niño de nueve años ahora. Al fallar todas sus súplicas, aceptó obedientemente lo que se le imponía. Muchas veces, en secreto, su corazón agobiado se derramó en lágrimas. Sábado tras sábado se sentaba junto a su familia en la iglesia. Las exhortaciones del Espíritu Santo, cada vez más claras e intensas, sólo lograban sumirlo en una gran angustia y confusión mental al obedecer los deseos de sus mayores y posponer su bautismo. Nadie parecía entender la frustración que invadía sus pensamientos. La única solución que pudo encontrar a este gran conflicto -propia de un niño de nueve años-, fue escapar de él. Comenzó a escabullirse de su clase de Escuela Sabática tratando de encontrar otros entretenimientos o actividades que no le acarrearan confusión y frustración.
A medida que pasaban los meses, la ausencia de Juan a los cultos habituales de la iglesia fue cada vez más frecuente. En un principio, ni los directores de la Escuela Sabática, ni sus maestros, y ni siquiera sus padres lo notaron, ya que no se llevaba un debido control de estudio diario y asistencia en su clase. Después de un tiempo todos cayeron en la cuenta de que Juan no estaba asistiendo a la iglesia. Por ese entonces había cumplido doce años y no pudieron convencerlo de que asistiera a la Escuela Sabática. Otros intereses totalmente distintos ocupaban su atención. Ni aun la creciente preocupación ni las súplicas de sus padres y sus amigos consiguieron hacerlo regresar a la iglesia.
Actualmente Juan es un exitoso hombre de negocios. Ya no vive más en el Lejano Oriente, ha cambiado su terruño oriental y sus padres por una vida diferente y un nuevo grupo de amigos en los Estados Unidos. Aparentemente, Juan ya no oye más la suave voz del Espíritu Santo. Sus amigos y su familia en su iglesia natal siguen lamentando aún hoy la muerte espiritual del pequeño Juan, quien a los nueve años suplicaba con lágrimas que le permitieran entregar su vida a Dios.
Evangelización infantil. ¡Qué desafío para la iglesia encierran estas dos palabras! Muchas naciones en el mundo están tomando conciencia de las necesidades de los niños. ¿No debería la iglesia hacer lo mismo?
El año 1979 fue el Año Internacional del Niño, y las Naciones Unidas han invitado a los padres a renovar su interés por los niños. El gobierno filipino ha instituido La Década del Niño Filipino desde 1977 hasta 1987.
En un discurso ante más de veinte mil adventistas que asistían como delegados a un reciente congreso de Escuela Sabática en Manila, la señora Imelda Marcos, primera dama de las Filipinas, dijo: “El objetivo básico de este plan decenal es transformar el status de los niños filipinos dentro de este plazo de diez años… Se nos está exhortando, por lo tanto, a que les proporcionemos el desarrollo social y espiritual mediante el cual puedan alcanzar la totalidad de sus posibilidades… porque en ellos descansa nuestra esperanza de poder sobrevivir en el futuro”.
¿No podríamos quizás agregar: en ellos descansa nuestra esperanza de que la iglesia sobreviva? En un viejo número de la revista Time leí un artículo del Dr. Franktin Clark Fry, en aquel entonces presidente de la Iglesia Luterana, donde advierte que está llegando el tiempo en el que las misiones cristianas en el mundo deben reaccionar, porque el cristianismo está desapareciendo gradualmente, perdiendo su posición como “el mayor poder de la tierra” dado que su membresía es cada vez menor. Instaba a las misiones cristianas a enfrentar esta emergencia. ¿Tiene la evangelización infantil, la obra de salvación de las almas de los niños, alguna solución para esta contingencia de una membresía menguante?
Índices decrecientes de conversiones
Las investigaciones realizadas por varias organizaciones religiosas indican que el 85% o más de los que aceptan a Cristo lo hacen antes de los quince o dieciséis años. Las mismas investigaciones nos muestran un número considerablemente inferior de personas que aceptan el cristianismo después de esa edad. Quizá las más impactantes son las que afirman que entre los 25 y los 45 años solamente uno en diez mil no cristianos aceptarán el cristianismo. Después de los 45 el porcentaje es realmente increíble: sólo uno en doscientos mil.
Si le preguntamos a las Naciones Unidas por qué se instituyó un año dedicado al niño nos responderá: “Las necesidades de los niños, en muchos casos, no están siendo satisfechas en forma adecuada. Además, porque el desarrollo de los niños de hoy determinará la calidad del mundo del mañana -o su supervivencia; y debido a que los niños dependen totalmente de los adultos, debemos darles lo mejor que tengamos”.
¿Qué opina la iglesia acerca de las necesidades de los niños? ¿Cuál es su responsabilidad? ¿Qué nos podría revelar una investigación concienzuda de las necesidades de los niños? ¿Sería posible que la siguiente declaración, que fue escrita hace muchos años atrás, pueda aplicarse a la iglesia, hoy?
“Los corderos del rebaño han de ser apacentados, y el Señor del cielo observa para ver quién hace la obra que él quiere que se haga en pro de los niños y jóvenes. La iglesia duerme y no se percata de la magnitud de esta cuestión” (Joyas de los Testimonios, tomo 2, pág. 455).
“La iglesia está dormida, y no comprende la magnitud de este asunto de educar a los niños y a los jóvenes” (Consejos para los Maestros, pág. 34).
“No son sólo los pastores los que han desatendido esta solemne obra de salvar a la juventud; también los miembros de la iglesia tendrán que dar cuenta al Maestro por su indiferencia y descuido del deber” (Consejos sobre la Escuela Sabática, pág. 85).
¿Se imagina lo que ocurriría si la iglesia desarrollara planes para tratar de satisfacer, en un esfuerzo sin precedentes, las necesidades espirituales de los niños durante este año y el próximo, o los próximos cinco años, o quizá en un período de diez años? ¿Qué programas definidos, constructivos y prácticos para beneficiar a los niños se necesitan en la iglesia en la actualidad?
“Nuestras reuniones deben hacerse intensamente interesantes… El servicio debe ser hecho interesante y atrayente, y no dejar que degenere en una forma árida” (Joyas de los Testimonios, T. 2, pág. 252).
“No descansemos jamás hasta que cada niño de nuestra clase haya sido traído al conocimiento sanador de Cristo” (Consejos sobre la Obra de la Escuela Sabática, pág. 140).
Si la iglesia hubiera seguido al pie de la letra estas indicaciones sería difícil imaginar que muchas iglesias de hoy no tengan un salón donde los niños puedan reunirse para celebrar su Escuela Sabática. Debiéramos ver programas de evangelización y materiales audiovisuales que se envíen a miles de las iglesias para ayudar a jóvenes directores inexpertos que jamás han tenido la oportunidad de conocer la forma apropiada en que debe conducirse la Escuela Sabática. Debiéramos ver el folleto trimestral de las lecciones de la Escuela Sabática para niños no sólo en las manos de los maestros, sino también en el hogar de cada miembro de la iglesia. ¿No podría la Escuela Sabática llegar a ser la experiencia más atrayente y cautivante en la vida de nuestros niños?
“Dios quiere que todo niño de tierna edad sea su hijo, adoptado en su familia” (Consejos para los Maestros, pág. 161).
“A menos que grandes esfuerzos… sean hechos para edificar barreras a su alrededor [de los jóvenes], que los protejan de los ardides satánicos, serán cautivados por sus tentaciones y manejados a su voluntad” (Testimonies, t. 5, pág. 329).
Sobre la autora: Paulene Barnett es directora asociada del departamento de Escuela Sabática de la División del Lejano Oriente.