Desde que Dios vio necesario organizar a un pueblo especial en la tierra para proclamar su nombre, preservar la pureza de la verdad y salvar a los perdidos, el enemigo ha estado suscitando y dirigiendo movimientos que, so pretexto de ayudar a la causa del bien, han querido destruir y derribar lo que Dios había edificado. Uno de los primeros casos clásicos de movimientos disidentes es el de María la hermana de Moisés- y sus colaboradores. En esa ocasión Dios tuvo que intervenir con poder y severidad para impedir, hasta donde fuera posible, la repetición de fenómenos similares.
Si tomamos el caso de nuestro propio pueblo adventista, que comenzó a nuclearse en 1844, hallamos que Elena de White tuvo que hacer frente desde el mismo comienzo a individuos y grupos de personas que se levantaban en nuestro seno y que bajo el manto del celo, la fidelidad o la ortodoxia, han pretendido perturbar la marcha triunfal de una iglesia organizada bajo la dirección divina, en un tiempo específico y con una misión definida predichos por la profecía, para proclamar un mensaje oportuno.
La Hna. White se vio acosada, durante su extenso ministerio como mensajera especial del Señor, por una cantidad de pequeños grupos que tenían inspiración satánica y actuaban sobre una base falsa de ortodoxia o santificación. Lo que ella dejó escrito acerca de los mismos constituye nuestra guía para saber cómo tratar con los que se levantarían después de su muerte, pues ella anunció que estas tentativas continuarían a lo largo del tiempo.
Por lo tanto, no debemos sorprendernos de que en diversos lugares surjan ahora personas y grupos que se llamen reformadores, y que hagan cuanto puedan para destruir lo que se ha edificado y construido bajo la dirección divina. Al contrario, es menester estar en guardia para detectar la aparición de tales brotes, y estar listos para hacerles frente con la convicción cada vez más firme de que Dios dirige su obra, y sobre la base de la autoridad que nos dan la Biblia y el espíritu de profecía.
Por lo tanto, llámense estos individuos o grupos Canright, Kellogg, Shepherd’s Rod (La Vara del Pastor), la llamada reforma alemana o Brinsmead, o trátese de una multitud de movimientos menores sin nombre, debe darnos ánimo el hecho de que todos han seguido la misma estrategia, pero que a pesar de ella, se han desarrollado y por fin han muerto, porque no tienen consigo a Dios ni al Espíritu Santo, en tanto que la iglesia de Dios ha continuado su marcha pujante con la manifiesta bendición del Altísimo.
En estas últimas horas del tiempo de gracia que estamos viviendo, cuando el proceso de la reforma está cobrando incremento, y antes de la finalización del sellamiento, está por llegar el momento del corte, cuando el Señor pondrá fin a su obra, tanto en los corazones de sus hijos como en el mundo. Por lo mismo, la reforma estará combinada con el proceso del zarandeo. Los que no acepten el mensaje de arrepentimiento y conversión completa, y no logren por la gracia de Dios la victoria sobre el pecado a fin de poder recibir el sello del Dios vivo, no podrán soportar el zarandeo y finalmente serán sacudidos fuera de la iglesia.
Una de las causas del zarandeo es precisamente la aparición de esas falsas reformas que introducirán errores doctrinales o intentarán atacar la estructura y organización de la iglesia, y sus ministros y dirigentes.
La única protección contra el zarandeo en general y particularmente contra los pastores con ropaje de ovejas es: 1) un estudio concienzudo, personal y profundo de la verdad, en la Biblia y en los escritos inspirados del espíritu de profecía; 2) una vida de oración y de comunión con Dios, en procura de alcanzar el carácter de Cristo; 3) un espíritu manso y humilde dispuesto a escuchar y obedecer las indicaciones del Espíritu Santo, y una disposición sincera a renunciar al yo para permitir que Cristo viva y gobierne en nuestra vida.
Si nuestra vinculación con Dios se mantiene viva mediante la meditación de la Palabra y la oración, y sobre la base de la entrega de nuestra vida, renovada cada día, para hacer la voluntad de Dios; si nuestro máximo afán es vencer el pecado, librarnos de nuestros ídolos y trabajar con todo fervor en la difusión de la verdad, nada ni nadie podrá separarnos del amor de Dios: pasaremos seguros por el zarandeo, aprenderemos las lecciones espirituales que el Señor quiere enseñarnos, participaremos en la reforma, y recibiremos el sello de Dios. Entonces el Señor nos protegerá admirablemente durante el corto tiempo de angustia, y formaremos parte de la iglesia triunfante que recibe con júbilo a Jesús en su segunda venida.
Causas de los movimientos disidentes
- Una de las causas que producen la aparición de estos movimientos disidentes es el fanatismo, condición a la cual el enemigo está siempre dispuesto a impulsar a los hombres y mujeres, sobre todo cuando, por causa de una vida no santificada por la mansedumbre y la humildad, adoptan una actitud de suficiencia propia e independencia de sus hermanos.
Escribió la sierva del Señor: “El fanatismo se manifestará en nuestro propio seno. Vendrán engaños, y de tal naturaleza que engañarán, si es posible, a los escogidos” (Mensajes Selectos, t. 2, pág. 17).
Esto ocurrió ya en el tiempo de Lutero y los otros reformadores. El Conflicto de los Siglos describe la situación en los siguientes términos:
“Lutero tuvo también que sufrir gran aprieto y angustia debido a la conducta de fanáticos… Y los Wesley, y otros que por su influencia y su fe fueron causa de bendición para el mundo, tropezaron a cada paso con las artimañas de Satanás, que consistían en empujar a personas de celo exagerado, desequilibradas y no santificadas, a excesos de fanatismo de toda clase. Guillermo Miller no simpatizaba con aquellas influencias que conducían al fanatismo. Declaró, como Lutero, que todo espíritu debía ser probado por la Palabra de Dios… En los días de la Reforma, los adversarios de ésta achacaron todos los males del fanatismo a quienes lo estaban combatiendo con el mayor ardor.
Algo semejante hicieron los adversarios del movimiento adventista” (págs. 447, 448). (La cursiva es nuestra.)
Hay que recordar, no obstante, que el enemigo es muy hábil y muy versátil en emplear sus armas, y a veces justamente induce a muchos a considerar como fanatismo lo que es una manifestación del poder del Espíritu Santo. Para prevenir este peligro, la sierva de Dios también advirtió:
“Cuando el Señor obra por medio de los instrumentos humanos, cuando los hombres están movidos por el poder de lo alto, Satanás induce a sus agentes a clamar: ‘¡Fanatismo!’ y a advertir a la gente que no vaya a los extremos. Tengan todos cuidado acerca de las circunstancias en que levantan este clamor; porque el hecho de que haya moneda falsa, no reduce el valor de la verdadera. El que haya reavivamientos espurios y conversiones falsas, no prueba que todos los reavivamientos deban tenerse por sospechosos. No demostremos el mismo desprecio que los fariseos cuando dijeron: ‘Este a los pecadores recibe’ (Luc. 15: 2)” (Obreros Evangélicos, pág. 179).
Precisamente una de las premisas por las que muchos rechazarán el testimonio directo y la vida piadosa que exige el mensaje de Cristo a Laodicea será ésta. Se tachará la obra del Espíritu Santo y la proclamación de la advertencia de Cristo como extremismo, exageración y fanatismo.
2. Otra de las causas de estos movimientos es la ignorancia de la verdad para estos días, originada en el estudio superficial unido a un espíritu de suficiencia propia. Por lo general, cuanto más sabe una persona acerca de una especialidad, más cauta se vuelve para opinar y más lenta para arribar a conclusiones.
¡Cuántos yerros se habrían evitado y cuánto tiempo se habría ahorrado si los iniciadores (a veces sinceros) de movimientos que desvían y confunden, hubieran tenido la sabiduría de estudiar a fondo el asunto que los llevó a combatir a sus hermanos, y hubieran tenido la gracia y la mansedumbre de consultarlo y analizarlo con los hermanos de más experiencia!
3. En la mayoría de los casos, los gestores de estos movimientos combativos están animados, a veces inconscientemente, de un afán de promover el yo, de un deseo de darse importancia, de alcanzar renombre. En ese sentido Satanás induce a estas personas a tener precisamente los mismos nefastos sentimientos que lo movieron a él a emprender una revolución en el cielo y una guerra abierta contra el Creador.
Este afán de promover el yo puede asumir varías modalidades:
a. La de los pseudointelectuales, los cuales creen que es una virtud complicar todas las verdades. Ellos pretenden poseer una mente superior, más analítica, más científica que el común de los hermanos. Quieren ser originales y aparecer con un planteo completamente nuevo que nadie haya hecho antes, precisamente para hacerse de un nombre. “Profesando ser sabios, se hicieron necios”. Esta no es la sabiduría que viene de Dios, sino la terrena, la que está llena de pretensiones, la que conduce al error, a la crítica y a la destrucción, porque no cuenta con la dirección del Espíritu Santo; al contrario, es impulsada por el orgullo y el anhelo de poder.
Conocí a un hermano animado por ese espíritu, que discutía hasta la inspiración de que estaban dotados los profetas cuando escribieron las Escrituras, y ponía en duda hasta las más claras profecías cuya interpretación está respaldada por el testimonio del espíritu de profecía.
Cuando los hermanos lo separaron de su cargo como maestro de la escuela sabática, formó un grupo de admiradores y amenazó con llevar a su grupo a otra casa fuera de la iglesia para enseñar lo que él creía que debía enseñarse a la hora de la reunión regular. Junto con interpretaciones torcidas de verdades de la Biblia mezclaba ataques a la organización y críticas destructivas contra los dirigentes de la obra, lo cual es muy corriente en estos casos.
Conocí a otro hermano que por un tiempo fue profesor en nuestro seminario teológico, a quien le gustaba referirse en forma sarcástica aun a las verdades más indiscutibles de la Biblia. Por suerte ya no desempeña más ese cargo.
b. La segunda modalidad es la de los pseudorreformadores. En estos casos los movimientos disidentes, que a veces se convierten en francamente separatistas, se realizan bajo la capa de una supuesta reforma, sea de la doctrina, sea de la estructura y de la organización y el funcionamiento de la iglesia.
Todos estos grupos, por lo general, hacen una obra destructiva, condenando al ministerio adventista y a los dirigentes de la obra, causando confusión y llevando por un tiempo discípulos tras sí.
c. La siguiente modalidad es la de los que promueven juicios contra la iglesia. En algunos casos, pretenden hacer esta reforma de los procedimientos y las normas administrativas de la organización por los conductos legales. En su infatuación algunas personas han iniciado procesos judiciales contra la Iglesia Adventista o sus entidades, utilizando falsedades y testigos indignos para perjudicar a la obra, mientras todavía pretendían ser adventistas. Así violaban el principio moral básico de la Biblia que se explica en 1 Corintios capítulo 6. Este nos prohíbe que llevemos a nuestros hermanos ante los jueces mundanos -y con mucha mayor razón a la iglesia a la cual pertenecemos-, y aun en el caso de no lograr justicia, se nos pide que suframos más bien el agravio antes que atrevernos a abrir juicio legal.
Es menester recordar, de paso, que la frecuencia con que estos casos van apareciendo en diferentes países no es sino una clara demostración de que el proceso del zarandeo está en sus etapas finales, para separar la paja del trigo, y para preparar a la iglesia para la feliz culminación de su obra en la tierra.
Por otra parte, no hay que admirarse de que de vez en cuando los que encabezan tales movimientos sean obreros o ex obreros en la causa, y aun dirigentes. La sierva de Dios nos dice que más de una estrella brillante se apagará en forma sorpresiva, y que algunos de estos ex colaboradores llegarán a ser nuestros más crueles acusadores y perseguidores en los últimos momentos difíciles de persecución.
El enemigo tiene mucho interés en conseguir para su bando a personas capaces, y cuanto mayor haya sido la influencia que ellas han tenido, mejor podrá usarlas. Así como Satanás se pervirtió a causa de su hermosura, de su poder y de su inteligencia, y fue capaz de seducir a tercera parte de los ángeles, de vez en cuando algunas personas con verdaderos talentos permiten que sus dones los corrompan y se ponen al servicio del enemigo.
Un gigantesco témpano destruido
Sin embargo, nunca debemos temer a estos instigadores del mal, por grandes que parezcan sus dones porque Dios no está con ellos, y porque a semejanza de su maestro, el gran archiengañador, están llamados al fracaso.
Lo que es menester hacer para preservar a la hermandad de sus errores y estratagemas hay que hacerlo sin temor, guiados por Dios y con el poder del Espíritu Santo.
El movimiento más serio que hubo en nuestras filas en este sentido fue encabezado por uno de los hombres más destacados e influyentes de nuestra iglesia: el Dr. John Harvey Kellogg. Después de haber prestado un servicio admirable y dinámico como dirigente médico en la denominación, permitió que el enemigo lo pervirtiera y utilizara la inteligencia y los talentos que Dios le había dado, para luchar contra la causa.
La Hna. White le envió varios mensajes de orientación y reprensión, pero él siguió adelante con sus planes. En dos sentidos esos planes e ideas estaban en abierto conflicto con la voluntad y la verdad de Dios: 1) Intentó realizar una superconcentración de autoridad en el campo de nuestra obra médica, agrandando cada vez más el Sanatorio de Battle Creek y pretendiendo supeditar aun la administración general de la obra a sus planes. 2) Inició enseñanzas que parecían novedosas y atractivas, inocentes al principio, pero que luego desembocaron en un abierto panteísmo. En ambos casos procedió contra las decisiones de la Asociación General y contra los mensajes específicos del espíritu de profecía a él dirigidos, hasta que al fin tuvo que ser separado de la iglesia en 1907.
¿Cómo hizo frente nuestra obra a este movimiento? En una hora crítica el pastor A. G. Daniells, que era el presidente de la Asociación General, regresó a su alojamiento una tarde sumamente angustiado porque se hallaba frente a una tremenda alternativa: o permitir que el movimiento siguiera adelante y desvirtuara los mismos principios de la organización, o encararlo en forma pública y abierta -ya que habían fracasado todas ¡as tentativas amistosas- en pleno congreso general, con el riesgo de producir una verdadera secesión en la iglesia, por causa de la cantidad de ministros y médicos jóvenes que seguían al Dr. Kellogg.
Pero la angustia del pastor Daniells no duró mucho tiempo, pues esa misma tarde encontró en su aposento un extenso mensaje de la Hna. White, que había sido escrito semanas antes en Australia a medianoche, con todo apresuramiento, bajo la dirección del Espíritu Santo, y había llegado en el momento necesario para salvar a nuestra obra de un descalabro.
Ella relataba que en visiones de la noche se le había mostrado un enorme barco de ultramar que viajaba en medio de una niebla cerrada. De repente el vigía gritó: “¡Témpano a la vista!” El témpano era de dimensiones gigantescas, y sobrepasaba por mucho a la altura del barco. Una voz autorizada gritó: “¡Hacedle frente!” No hubo entonces un momento de hesitación. Era tiempo para una acción decidida e inmediata. El jefe de máquinas puso las máquinas a todo vapor, y el timonel enfiló el barco en dirección al témpano. Con un ruido tremendo el hielo fue partido y reducido a añicos. Los pasajeros sufrieron una terrible sacudida y el barco fue dañado, pero con posibilidad de ser reparado. Y ninguna vida se perdió.
Cuando el pastor Daniells leyó el mensaje al día siguiente en la sesión pública del congreso, después de explicar la situación, la inmensa mayoría de los asistentes recibió con gratitud la lectura y expresó su adhesión al mensaje de Dios y a la obra. Y la iglesia fue salvada. Porque Dios estaba con ella.
Así finalizará cualquier tentativa del enemigo. Por un tiempo parece florecer, pero pronto desaparece en el fracaso y el olvido.
Cómo probar estos movimientos
Hay que hacer frente a estas tentativas del enemigo siguiendo sencillamente los principios vitales de la Biblia y del espíritu de profecía, y usando además el buen juicio que Dios nos ha dado, santificado por el Espíritu Santo.
A estas personas y a sus movimientos es menester probarlos. Ese es el consejo bíblico: “Amados, no creáis a todo espíritu (o a toda doctrina, o a todo movimiento), sino probad los espíritus si son de Dios” (1 Juan 4:1).
- Por supuesto que el tiempo dará la prueba definitiva. Pablo escribe: “La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa” (1 Cor. 3:13, 14).
- Pero además existen dos principios básicos para descubrir si un movimiento es de Dios o del diablo: ‘ ¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isa. 8: 20).
Cualquier claudicación que se note, sea en relación con la Biblia o con los escritos del espíritu de profecía, debe ser causa suficiente para rechazar el movimiento; pues en muchas ocasiones éste aparece bajo la pretensión de una nueva luz, pero según este gran principio, ninguna luz nueva puede contradecir la luz anterior que el Señor nos ha dado en su Palabra o en los testimonios inspirados.
La sierva de Dios escribió:
“No trate nadie de deshacer los cimientos de nuestra fe, los cimientos que fueron echados al principio de nuestra obra, por oración y estudio de la Palabra de Dios y por revelación. Sobre estos cimientos hemos estado edificando durante más de cincuenta años. Los hombres pueden suponer que han encontrado un camino nuevo, que pueden echar un cimiento más fuerte que el que fue echado; pero éste es un gran engaño. ‘Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto. En lo pasado, muchos han emprendido la obra de levantar una nueva fe, de establecer nuevos principios; pero ¿cuánto tiempo duró su edificación? No tardó en caer; porque no estaba fundada sobre la Roca” (ibíd., pág. 322).
“Se levantarán hombres y mujeres, profesando tener alguna nueva luz o alguna nueva revelación que tenderá a conmover la fe en los antiguos hitos. Sus doctrinas no soportarán la prueba de la Palabra de Dios, pero habrá almas que serán engañadas” (Joyas de los Testimonios, t. 2, pág. 107).
Para descubrir si un movimiento o una doctrina es de Dios o del enemigo jamás debemos emplear el criterio de autoridad. Por importante que sea quien lo encabece o lo presente, por capaz e influyente que parezca, pese a su aparente popularidad o a los cargos que haya ejercido, aunque sea un excelente predicador, ninguna de estas condiciones debe inducirnos a considerarlo como autoridad suficiente. Sólo la ley y el testimonio, sólo la Palabra de Dios y los escritos del espíritu de profecía, deben ser la prueba definitiva y la piedra de toque para juzgar el origen celestial o la ortodoxia.
Y recordemos que ninguna nueva luz puede contradecir la luz anterior que ya tenemos en cualquiera de estas dos fuentes.
3. El siguiente gran principio bíblico es: “Por sus frutos los conoceréis” (Mat. 7:16).
a. Si la persona o el movimiento ataca la dirección de la obra de Dios (o al ministerio), sea en sus niveles locales o en los más elevados, si revela un afán, aunque sea velado, de ensalzamiento propio, no puede ser auténtico.
Ninguna persona que esgrima un espíritu de acusación, que introduzca discordia o revuelta, puede ser de Dios, porque ese espíritu es lo primero que desaparece cuando una reforma es verdadera.
Esto es lo que escribió la pluma inspirada al respecto: “Ha llegado la hora de hacer una reforma completa. Cuando ella principie, el espíritu de oración animará a cada creyente, y el espíritu de discordia y de revolución será desterrado de la iglesia” (Joyas de los Testimonios, t. 3, pág. 254).
b. Si insiste en proponer una nueva estructura o una organización diferente de la obra, combatiendo las normas y los procedimientos aconsejados por la experiencia de la iglesia y aprobados por la Asociación General reunida en congreso, y colocando con soberbia su juicio por encima del de la mayoría de los hermanos y los dirigentes, no tiene las credenciales del cielo.
Esta es la instrucción que tenemos de Elena de White: “Se me ha mostrado que ningún hombre debe someterse al juicio de otro hombre. Pero cuando el juicio de la Asociación General, que es la autoridad suprema que Dios ytiene en la tierra, se manifiesta, la independencia y el juicio privados no deben mantenerse, sino que debe renunciarse a ellos” (Testimonies, t. 3, pág. 492). (La cursiva es nuestra.) La expresión “deben” viene del original inglés must, que entraña un sentido de obligación.
c. Cuando un hombre está infatuado con la idea de que él es el portador único de un mensaje de Dios a la iglesia en contra de la experiencia o la luz que tienen todos los demás, su mensaje no es de Dios. Repasemos esta instrucción inspirada:
“Dios no ha pasado por alto a su pueblo ni ha elegido a un hombre solitario aquí y otro allí como los únicos dignos de que les sea confiada su verdad” (Joyas de los Testimonios, t. 2, pág. 103). “Nadie debe tener confianza en sí mismo, como si Dios le hubiese dado una luz especial más que a sus hermanos. Se nos representa a Cristo como morando en su pueblo” (loe. cit.).
d. Si hace una gran cuestión de un punto menor y lo convierte en su tema único, o casi único, con el afán de aparecer como el autor de algo nuevo, no tiene el espíritu del cielo, y Satanás lo usa para hacer que los hermanos y obreros pierdan un tiempo precioso que se necesita para salvar a las almas que desconocen el mensaje.
e. Si por lo que dice y deja de decir, por palabras, por insinuaciones o por cosas que pueden entenderse entre líneas, debilita la fe de la hermandad en el mensaje, en el ministerio o en la dirección de la obra, apareciendo como un corrector de los pastores en general, ese hombre no puede ser de Dios.
Elena de White escribió la siguiente advertencia al respecto: “Los que ocupan posiciones de responsabilidad en la iglesia pueden tener faltas como los demás y pueden errar en sus decisiones; pero, no obstante eso, la iglesia de Cristo en la tierra les ha dado una autoridad que no puede ser considerada con liviandad. Después de su resurrección, Cristo delegó el poder en su iglesia diciendo: ‘A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos’ ” (Joyas de los Testimonios, 1.1, pág. 446).
Cómo debe tratarse a los falsos reformadores
Tenemos instrucciones bien definidas en los escritos inspirados acerca de cómo tratar con los falsos reformadores, una vez comprobado el hecho de que su misión no procede del cielo.
Repasemos la amonestación que tenemos al respecto, inspirada por Dios:
“Los que se ponen a proclamar un mensaje bajo su propia responsabilidad individual; los que, al par que aseveran ser enseñados y conducidos por Dios, se dedican especialmente a derribar lo que Dios ha estado edificando durante años, no están haciendo la voluntad de Dios. Sépase que estos hombres están de parte del gran engañador. No les creáis. Se están aliando con los enemigos de Dios y la verdad. Se burlarán de la orden del ministerio como de un sistema de clericalismo. De los tales apartaos; no tengáis comunión con su mensaje, por mucho que citen los Testimonios y traten de atrincherarse detrás de ellos. No los recibáis, porque Dios no les ha encomendado que hagan esta obra (Testimonios para los Ministros, pág. 51). (La cursiva es nuestra.)
La iglesia de Dios seguirá su marcha triunfal
Pese a todas las tentativas del enemigo y a la obra tan sutil que realiza con estos movimientos disidentes, Dios continuará al frente
de su iglesia en la tierra y la llevará al triunfo final. Estas son las palabras que escribió la mensajera del Señor poco antes de su muerte:
“Me siento animada y bendecida al darme cuenta de que el Dios de Israel está todavía dirigiendo a su pueblo, y de que continuará estando con él hasta el mismo fin” (Ufe Sketches, págs. 437, 438).
La iglesia de Laodicea es la última, la que llevará la antorcha hasta la segunda venida de Cristo. Aunque defectuosa, Dios le ha mandado un mensaje, y este mensaje de arrepentimiento y reforma producirá su efecto en una gran porción de la misma, de modo que se preparará para cumplir su misión y cambiar su condición de iglesia militante en iglesia triunfante. No ha de surgir otra iglesia, según la profecía.
Dios ama a esa iglesia. Escribió Elena de White: “Deberíamos recordar que la iglesia, aunque débil y defectuosa, constituye el único objeto en la tierra al cual Cristo otorga su consideración suprema. El la observa constantemente lleno de solicitud por ella, y la fortalece mediante su Espíritu Santo” (Mensajes Selectos, t. 2, pág. 457).
Se producirá una reforma
La sierva de Dios no sólo nos ha dicho que “la mayor y más urgente de todas nuestras necesidades es la de un reavivamiento de la verdadera piedad en nuestro medio” (Mensajes Selectos, t. 1, pág. 141), sino que nos ha asegurado que la mencionada reforma ocurrirá en el seno de la iglesia. Ella escribió también: “Antes que los juicios de Dios caigan finalmente sobre la tierra, habrá entre el pueblo del Señor un avivamiento de la piedad primitiva, cual no se ha visto nunca desde los tiempos apostólicos” (El Conflicto de tos Siglos, pág. 517).
Esta reforma, que ya está ocurriendo, pero que tendrá que recibir pronto un impulso especial, está ligada también -como dijimos antes- al proceso del zarandeo. El zarandeo es un sacudimiento personal y colectivo permitido por Dios para inducir a sus hijos a buscar al Señor en forma especial a fin de alcanzar una conversión completa y una entrega total a él. La reforma y el zarandeo se producen simultáneamente y se complementan mutuamente.
Los miembros de la iglesia que no acepten el mensaje de arrepentimiento y reforma que Cristo el Testigo fiel envía a su iglesia en estos días para que obtengan la experiencia que él quiere darles, no soportarán el proceso del zarandeo. El zarandeo no es sino el esfuerzo que Dios hace para despertar y ayudar a su pueblo a estar preparado, de manera que alcance la santificación y reciba el sello del Dios vivo, y no la marca de la bestia, en la hora de crisis que se avecina.
Por lo mismo, una de las causas más importantes del zarandeo es el hecho de recibir con frialdad o indiferencia el mensaje del Testigo fiel.
Según la providencia de Dios, en el desarrollo de los acontecimientos de la iglesia, estamos llegando a la hora del corte. Cristo por mucho tiempo ha tenido paciencia, y ha demorado sus planes de venir por segunda vez, para dar tiempo a que un número mayor alcance la salvación. Pero hay un momento en el cual los planes divinos tendrán que cumplirse. Ese es el tiempo en que tanto la reforma como el zarandeo serán concluidos. Una parte de la iglesia de Cristo no será separada del redil por el zarandeo, sino que logrará la experiencia auténtica con Dios. La paja tendrá que ser separada finalmente del trigo, y con ese remanente fiel Dios terminará su obra en este mundo.
En razón de que estamos muy cerca del reavivamiento final de la piedad primitiva y del derramamiento del Espíritu Santo en la lluvia tardía para terminar la proclamación del mensaje, el enemigo tiene interés especial en introducir falsos movimientos.
“El enemigo de las almas -escribió la sierva de Dios desea impedir esta obra el reavivamiento y la reforma , y antes que llegue el tiempo para que se produzca tal movimiento, tratará de evitarlo introduciendo una falsa imitación” (loe. cit.).
Estas falsas imitaciones no sólo se producen fuera de los límites de nuestra iglesia -movimiento carismático, “conversiones” superficiales en masa que no producen cambio alguno en la vida, etc. -, sino dentro de la misma. Y éstos son los más peligrosos.
Como ministros y miembros de la iglesia sepamos, pues, distinguir estos brotes, con la Palabra de Dios y los testimonios abiertos; sepamos rechazarlos, protegidos con la coraza de la verdad, para evitar que desvíen y engañen a muchos. Sobre todo, sepamos aliarnos con Dios e identificarnos con Cristo y con su pueblo, no sólo por un conocimiento teórico, sino alcanzando la experiencia profunda que Dios espera dé nosotros en estos días.
Sobre el autor: El Dr. Fernando Chaij fue jefe de redacción de la Casa Editora Sudamericana y de Publicaciones Interamericanas donde sirvió hasta su jubilación.