Así como el cuerpo humano tiene articulaciones -rodillas, tobillos, codos, muñecas, caderas y hombros- que hacen posible el movimiento, así también el sermón debe tener articulaciones que permitan el movimiento. Se las llama transiciones. Cuando quiera que usted pasa de una parte del sermón a otra, debe haber alguna clase de suave unión o transición. De la introducción al cuerpo, de las divisiones principales a las subdivisiones, de la última división principal a la conclusión, debe haber uniones suaves que mantengan su sermón en movimiento sin que se vuelva inconexo. Si usted pasa a la siguiente fase de su sermón sin construir un puente sobre el cual su feligresía pueda avanzar juntamente con usted, será difícil para ellos saltar la brecha. Puede ocurrir que no lo sigan.

  En carpintería la señal de un artesano verdaderamente profesional es su habilidad para terminar una ensambladura en forma tan suave y experta que el ojo difícilmente puede detectarla. De manera que alguien ha dicho: “Es una marca de excelencia homilética volverse eficiente en el desarrollo de transiciones suaves”. Un buen predicador se distingue por sus transiciones.

  En otro artículo hemos considerado cómo enfocar e| sermón en su objetivo, desarrollando la proposición: una oración completa que aglutina el tema y proporciona un blanco específico para el sermón entero. Vimos, además, cómo todas las divisiones principales del sermón deben fluir natural y lógicamente del pasaje de la Escritura sobre el que se predica, y cómo deben apoyar la proposición. Ahora, ¿cómo pasar suavemente de la proposición al cuerpo del sermón? Eso se hace por medio de la oración transicional, una oración que se construye tan cuidadosa y precisamente como la proposición misma.

  La oración transicional se compone de tres partes. Primero de todo, contiene la proposición. Usted ya la ha formulado; usted sabe qué es.

 El segundo elemento de la oración transicional surge de la proposición. Toda proposición o declaración de verdad crea inmediatamente una pregunta implícita. Por ejemplo, si su proposición es: “Deberíamos buscar la bondad antes que la grandeza’’, ¿cuál es la pregunta implícita? Es: “¿Por qué?” ¿No es eso lo que toda la congregación inconscientemente está preguntando? “¿Por qué deberíamos procurar la bondad antes que la grandeza?” Eso debería ser lo que usted conteste en su sermón.

  Ahora bien, hay sólo seis posibles preguntas implícitas en una proposición: ¿Quién? ¿Qué? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Por qué? De paso, la mayor parte de la predicación debería responder preguntas acerca de “¿Cómo?” Esa es la gran pregunta que la mayoría de la gente quiere que se conteste. Un predicador relata que encargó un calentador para agua caliente para su cabaña veraniega. Cuando fue a instalarlo, estaba en una gran caja de cartón. La abrió, sacó el calentador cuidadosamente y buscó las instrucciones. Encontró una tarjeta con la garantía de cuánto duraría el calentador, y que se refería a sus cualidades y a su capacidad y a todas esas cosas, pero no había una sola palabra acerca de cómo instalarlo. “Yo hubiera cambiado toda esa información descriptiva acerca de su belleza y garantía -escribió- por tan sólo unas pocas palabras que explicaran cómo hacerlo funcionar”. Esto es lo que primordialmente su feligresía quiere saber: “¿Cómo puedo hacer que el cristianismo funcione?”

  Así que el segundo paso al formular la oración transicional es dirigirle a su proposición la pregunta que lleva implícita. Puede ser que la respuesta que obtenga no sea la respuesta que usted desea predicar. Pero debe ser la respuesta que da la Biblia. El versículo escogido controla todo en la predicación expositiva. Usted ya no es el alfarero que moldea la Escritura temáticamente para ir en cualquier dirección a la que desea apuntar. Usted es la arcilla y la Escritura es el alfarero. Ella lo moldea a usted; usted puede ir únicamente en la dirección en que va su texto. Si no contesta la pregunta “¿Cómo?”, ¿por qué medios puede usted tratar de contestar la pregunta “¿Cómo?” a partir de ese pasaje? Si todas las partes del sermón surgen naturalmente de la porción de la Escritura sobre la cual se predica, la pregunta implícita en la proposición se contestará en el texto mismo.

  Vayamos, como ilustración, a Juan 17: 6-19. Podemos definir la materia como “relaciones iglesia-mundo”, y el tema que limita la materia como “relaciones iglesia-mundo eficaces”. Nuestra proposición es: “La iglesia puede tener una relación eficaz con el mundo”. ¿Cuál es la pregunta natural que surge de esta proposición? “¿Cómo?” Esta es la pregunta que el texto debería contestar y que el sermón debería tratar de responder para sus oyentes.

 Cuando nos dirigimos al texto encontramos el tercer y último elemento en la formulación de la oración transicional: la palabra clave que une todas las divisiones principales del sermón. Las principales divisiones que surgen de Juan 17: 6-19 son: “fuera del mundo”; “en el mundo”; “no son del mundo”; “enviado al mundo”. Estas son las ideas del pasaje que contestan nuestra pregunta: “¿Cómo puede la iglesia tener una relación eficaz con el mundo?” ¿Hay un elemento común, una palabra clave, que une estas cuatro ideas? ¿Acaso no son todos estos principios o pautas por los cuales puede establecerse una relación eficaz? Pautas, entonces, viene a ser nuestra palabra clave. La palabra clave siempre es un sustantivo común en plural. El idioma castellano tiene miles de sustantivos, pero debemos hallar el que se ajusta mejor a nuestro texto y une las principales divisiones del sermón que surgen del pasaje de la Escritura. Puede haber otros buenos sustitutos para pautas o principios, pero deben ajustarse con exactitud a los ítems que están enlazando. Cuando usted está armando un rompecabezas no puede simplemente forzar una pieza en un hueco por el hecho de que quiere llenarlo. Debe encajar, o el rompecabezas estará fuera de simetría. Así ocurre con el sermón. Cada pieza debe encajar, no ser forzada porque uno quiere que encaje.

  Ahora tenemos los tres elementos de nuestra oración transicional: la proposición, la pregunta o interrogante que surge de ella, y la palabra clave. ¿Cómo ponemos juntos, en una oración transicional única y suave, la proposición (“la iglesia puede tener una relación eficaz con el mundo”), el interrogante “¿cómo?” y la palabra clave pautas? A menudo es gramaticalmente imposible, así que encontramos un sustituto para el interrogante.

  Usted recordará que cuando era niño y alguien le preguntaba “¿Por qué?”, usted replicaba “Porque”. El sustituto para “¿Por qué?” es “Porque”. Uno no siempre puede meter las palabras por qué en la oración transicional, pero puede usar su sustituto. El sustituto para “¿Cómo?” no es tan fácil. Siempre es un verbo en gerundio.

  El sustituto para “¿Dónde?” es “en el cual”; el sustituto para “¿Cuándo?” es “en el momento”.

  Ahora, formulemos la oración transicional usando el gerundio como sustituto para “¿Cómo?” Combinando los tres: “La iglesia puede tener una relación eficaz con el mundo siguiendo las pautas de Juan 17:6-19”. Esta es, entonces, la oración transicional.

 Note cómo no sólo proporciona una transición suave desde la proposición al cuerpo del sermón, sino que además unifica los principales puntos. De manera que formar la oración transicional requiere que uno identifique la palabra clave que va a clasificar u organizar en categorías los puntos principales del sermón en un tema único. Esto lo preserva a uno de apartarse del objetivo y de predicar sobre manzanas, naranjas y bananas, todo en el mismo sermón. Da unidad. Con frecuencia es la falta de una palabra clave que enlace las principales divisiones lo que origina un sermón sin orden, errático, una miscelánea de retazos religiosos, y permite al predicador escaparse por las tangentes.

  La oración transicional, entonces, desempeña dos importantes funciones. Es un puente para llevar a sus oyentes con usted desde la proposición del sermón hasta el cuerpo que amplía y sostiene la proposición. Y la oración transicional es lo que enlaza al sermón con todas sus partes en una unidad y lo hace un todo orgánico y hermoso.