Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Cor. 2:2). Únicamente con este pensamiento en vista como nuestro motivo principal y deseo dominante lograremos tener verdadero éxito en la obtención de decisiones de parte del público. Cada llamamiento, cada invitación, deberían acercar a la gente a Cristo.
El primer paso, y posiblemente el más importante, en la obtención de decisiones públicas de la debida calidad consiste en la preparación del propio evangelista de manera que esté seguro que su vida y sus motivos están en consonancia con Dios. Pablo dice: “Pruébese cada uno a sí mismo” (1 Cor. 11:28). Podemos preguntarnos: “¿Cuál es el verdadero motivo que me anima en mi esfuerzo por conseguir decisiones del público? ¿Lo hago para conseguir tanta gente como sea posible a fin de impresionar a los miembros de la iglesia con la idea de que soy un gran evangelista?”
Si estamos interesados en primer término en la cantidad antes que en la calidad, utilizaremos técnicas psicológicas no santificadas para persuadir a la gente a que hagan lo que nosotros queremos que hagan. Y debido a nuestra persuasión, posiblemente no elegirán voluntariamente a Cristo. Otras veces estaremos tentados a no hacer un llamamiento. El tiempo y las condiciones no parecen apropiados, y no queremos sufrir una derrota pública y una pérdida del prestigio personal. Podemos pensar que es cosa nuestra ganar las almas y persuadir a la gente, olvidando que “no es vuestra la guerra, sino de Dios”, y que debemos confiar en el poder del Espíritu Santo para la fructificación. Estas y muchas otras tentaciones debemos vencer si queremos tener éxito en conseguir decisiones públicas genuinas y perdurables.
Jesucristo, el más grande evangelista, debería ser nuestro ejemplo en la obtención de decisiones públicas. Si se mide a Jesús con las normas corrientes de éxito, resultó un fracaso. Pocos hicieron decisiones públicas y pidieron el bautismo en sus reuniones. No le faltaba habilidad como orador ni poder para atraer a las multitudes, porque reunía a miles de personas y las mantenía arrobadas con sus predicaciones. Era su manera de hacer los llamamientos públicos lo que mantenía alejados a tantos. Examinemos uno de estos llamamientos, en Lucas 14:25-35. Encontramos aquí que en vez de prometer una corona o una recompensa, Jesús hace la descripción de una cruz. El sacrificio sería la suerte del que eligiera seguirle. Lanzó un desafío contra el asiento mismo del pecado, la naturaleza carnal egoísta, exigiendo su muerte y su reemplazo por la característica celestial del amor abnegado. Jesús aclaró en su llamamiento que no es suficiente atacar los síntomas externos del pecado, como hacían los fariseos. Mostró que el pecado no es tanto lo que hacemos como lo que somos. El pecado busca eliminar a Dios para que el dios falso del yo pueda hacer lo que quiere, en tanto que la justicia manifiesta la voluntad de morir al yo para que se haga la voluntad de Dios. Esta fue la norma que Jesús presentó en sus llamamientos a los pecadores.
Nuestro Salvador sabía que si hacían su decisión sobre cualquier otra base fuera de la muerte total al yo, quedarían incapacitados para el cielo. El ciclo y la presencia de Dios fueron insoportables para Lucifer y sus compañeros rebeldes porque eligieron servir al yo. Indudablemente Cristo pudo haber bautizado a miles si hubiera hecho más fácil la aceptación de sus caminos. Pero sabía que un solo hombre plenamente dedicado y consagrado al servicio de Dios vale muchas veces más que mil cristianos profesos y tibios. Después del Pentecostés vemos una manifestación de la sabiduría de Cristo al llamar a sus conversos a esta experiencia de un amor abnegado, porque esos poderosos hombres de Dios dedicaron sus vidas sin vacilar a fin de predicar su verdad, y miles se convirtieron.
El ejército de Gedeón es otro ejemplo del anhelo de Dios por una completa consagración de sus seguidores. Dios no habría podido obrar con tanto poder si Jesús o Gedeón hubieran transigido rebajando las normas con el fin de atraer a mayores multitudes.
Al estudiar los métodos de Jesús deberíamos querer ser como él en nuestra tarea de estimular a las almas para que acepten la experiencia cristiana más elevada. Al hacer esto, nuestros llamamientos públicos producirán resultados eternos, y aunque por un tiempo parezca que disminuye el número de los conversos, los que respondan a esta clase de llamamiento serán hombres y mujeres de Dios que fortalecerán a la iglesia de Cristo. También inspirarán a los miembros más antiguos para que experimenten una consagración más profunda. Esto preparará a la iglesia para el derramamiento de la lluvia tardía, que será más abundante que el Pentecostés. Entonces obtendremos decisiones públicas por miles. Estos nuevos creyentes decidirán vivir únicamente para Jesús y reflejarán plenamente su imagen santa.
Sobre el autor: Evangelista de la Asociación de Montana