Principios que ayudan al pastor a sacar el mejor provecho de su tiempo.
En el excelente libro de Walter Trobisch titulado Me casé contigo, se registra una conversación entre el autor y Esther, esposa de Daniel, pastor africano. Walter y Esther estaban sentados a la mesa en la casa de Daniel, ante una exquisita comida. El problema era Daniel. Él todavía no había llegado y, a medida que pasaba el tiempo, Esther se irritaba cada vez más. Ella sabía que su marido estaba afuera del templo, conversando con algunos miembros de iglesia después del culto de la mañana. Parecía ajeno al hecho de que estaba ignorando a su invitado y ofendiendo a su esposa, que había dado lo mejor de sí para ofrecer buena hospitalidad.
En el centro de la preocupación de Esther estaba la cuestión del tiempo. Daniel y ella diferían con respecto a su uso apropiado. ¿El resultado? Se estaban volviendo ineficaces, y el problema de los compromisos pautados estaba comenzando a tener un efecto corrosivo en sus relaciones. Cuando es entendido y administrado correctamente, el tiempo es uno de nuestros mejores amigos; cuando es mal administrado y desvalorizado, se puede convertir en nuestro mayor enemigo. Peter Drucker dejó bien en claro que la cuestión del tiempo es la cuestión central para la eficacia en la función de un líder y administrador. En su libro La gestión eficaz, Drucker recuerda que el tiempo no es elástico: no puede ser alargado, es insustituible, no puede ser recuperado y es indispensable; nada se puede realizar sin él.
El ministerio terrenal de Cristo evidencia algunos principios bastante útiles acerca del uso, en general, del tiempo. No es ninguna novedad el hecho de que Jesús nunca mostró señales de estar apresurado o presionado; ni tampoco fue displicente. Si bien se mostró físicamente cansado en ciertas ocasiones, nunca se lo vio emocionalmente frustrado debido a la falta de tiempo, como lo vemos frecuentemente en el ministerio cristiano en la actualidad. Leemos que Jesús ignoraba a las grandes multitudes para reunirse con sus doce discípulos. Dormía en un barco, se salteaba una comida para hablar con una mujer y también interrumpía un encuentro con un gran número de adultos para dedicar tiempo a los niños. Esos son usos inteligentes del tiempo. Ciertamente, algunas personas se extrañaban por la forma en que Jesús invertía las horas de su vida. Por otro lado, observamos que el Señor siempre hizo un uso correcto de su tiempo, y su misión fue cumplida en solo 33 años. Debemos recordar siempre esto.
Hoy, muchas personas escriben sobre el agotamiento. ¿Por qué Jesús no se agotó? Creo que la respuesta a esa pregunta radica en tres sencillos principios: Jesús medía todas las inversiones de tiempo que iban en contra de sus propósitos, pasaba tiempo a solas con el Padre y no intentaba hacer más de lo que debía.
Mitos sobre el tiempo y los líderes cristianos
Es necesario que observemos ciertos mitos que hemos enseñado a lo largo de los años acerca del tiempo; mitos que son contrarios a los principios que Jesús demostraba en su ministerio.
Mito 1: Somos personalmente responsables por la salvación del mundo entero. Hasta podría reírse de tamaño absurdo, pero la verdad es que muchos de nosotros actuamos como si realmente creyéramos en eso. La fuente de este mito está en nuestro deseo de corresponder al potencial que imaginamos haber recibido de parte de Dios. Además de eso, no nos gusta quedar fuera de aquello que todos están haciendo. Así, queremos hablar en todas las reuniones, ser miembros de cada comisión, dar un parecer acerca de todas las cuestiones que afectan a nuestro grupo y hacer amistad con cada astro en nuestro horizonte.
Sucumba al mito, como muchos hacen, y el trágico fin vendrá cuando, desanimado, perciba que nunca conocerá el número suficiente de personas, no podrá asistir a todas las reuniones y nunca encontrará tiempo para todas las reuniones de comisión. Lentamente, percibimos que no podemos salvar el mundo, pero podemos marcar una diferencia en él.
Mito 2: El tiempo se está acabando. ¿Corro el riesgo de perder estimados amigos en la fe si me aparto públicamente de aquellos que piensan que el tiempo se está agotando y que no tenemos un minuto que perder? Dejé de administrar para el hombre ambicioso; ahora, mi admiración está cada vez más dirigida hacia la persona que, como al agricultor, aprendió a tener paciencia, que sabe que las mejores cosas crecen con el tiempo y que todo lo que podemos hacer es seguir la secuencia correcta de sembrar, cultivar y cosechar. Ninguna cosecha puede ser enriquecida por el apresuramiento.
Durante toda mi vida fui urgido por aquellos que preveían la destrucción del mundo en el próximo segundo. Si hubiera respondido a sus previsiones, ¡estaría hoy perdido! Si bien es cierto que la destrucción del mundo y la venida de Jesucristo son inminentes, también estoy preparado para vivir como si tuviera varios años por delante.
Mito 3: El pastor necesita estar siempre disponible para toda y cualquier emergencia. Cuando todavía era un joven pastor, tenía la idea de que el llamado al ministerio significaba que mi tiempo, de día y de noche, pertenecía a la congregación, 52 semanas al año. Con mucha frecuencia, escuchaba susurros de admiración por el hombre dedicado, que nunca tenía un día de descanso, raramente se tomaba vacaciones y se mostraba siempre inmediatamente accesible. Hubo un tiempo en que realmente creí en esa clase de mentira, y me sentía culpable porque esas exigencias me incomodaban.
Todavía creo que el pastor debe estar accesible. Por otro lado, no tengo más recelos en no ser encontrado cuando llega el momento de estar solo, de pasar tiempo con mi familia o de aprovechar los momentos de descanso. Durante los veinte años en que fui pastor de tres congregaciones diferentes, enfrenté solamente algunas situaciones en que mi presencia era inmediatamente necesaria.
Mito 4: El descanso, la diversión y el placer no son utilizaciones válidas del tiempo. ¿Recuerdan aquella pregunta, bastante intimidante, que nos hacíamos cuando éramos jóvenes: “Si Jesús volviera mientras estoy haciendo esto o aquello, ¿te gustaría que te encontrara en esa situación?”
Esa pregunta persiste de manera irritante en nuestra vida adulta. Puede surgir ahora en nuestra conciencia, al preguntarnos qué pensaría Jesús si volviera y nos encontrara jugando con nuestros hijos, paseando con nuestra esposa, ayudándola en las tareas domésticas, entre otras cosas, aparte de las actividades pastorales específicas. ¿De dónde proviene esa incomodidad en relación con los momentos de descanso y de placer?
Creo que clasificamos nuestro tiempo como bueno, mejor y óptimo. Consideramos el ministerio como un “óptimo” uso del tiempo; todas las demás actividades son clasificadas como inferiores. ¡Errado! El Dios de la Biblia debe de estar satisfecho cuando sus hijos se divierten, al igual que cuando trabajan, cuando cada uno busca potenciar la eficacia del otro. Después de todo, Jesús invitó a sus discípulos a apartarse del trabajo frenético y descansar un poco.
Mito 5: Es glamoroso, incluso hasta heroico, desgastarse y comprometer las relaciones, si puede probar que sus amigos, su cónyuge o su congregación lo dejaron porque estaba cumpliendo fielmente con su llamado. Si bien no quiero despreciar al santo que dio su vida por el evangelio, considero igualmente importante la búsqueda de una larga vida de servicio que culmine en una vejez repleta de sabiduría y experiencia, que deben ser transmitidas a la próxima generación.
Necesitamos el ejemplo de aquel hombre que lo dejó todo y “lo siguió”; pero también necesitamos el modelo del hombre que pudo mantener un buen matrimonio, criar a sus hijos en el carácter de Cristo y que tenga algo que enseñar al alcanzar la respetable tercera edad. Si hay inspiración en Henry Martyn y en David Brainerd, que murieron jóvenes, también se puede decir mucho de Stanley Jones y L. Nelson Bell, que murieron después de los ochenta años, dejando un legado de experiencias acumuladas.
Mito 6: Una generación anterior de misioneros dejaba a sus hijos regularmente bajo los cuidados de otras personas y salía a diferentes partes del mundo. Ellos trabajaban con la idea de que, si eran fieles al ministerio, Dios garantizaría el crecimiento y el desarrollo de sus hijos. Desdichadamente, muchas de esas personas descubrieron que no funciona así.
Nosotros, que formamos parte del ministerio cristiano, no deberíamos tener una familia si no estamos comprometidos a cuidar correctamente de ella. Nuestra familia no es problema de otra persona. Cuando estaba en los comienzos de mi vida pastoral, pregunté cierta vez a un predicador de más edad: “¿Qué es lo más importante: mi familia o la obra del Señor?” Nunca me olvidé de su respuesta: “Gordon, su familia es la obra del Señor”.
Tiempo personal
“Fuera del trabajo, ¿cuáles son los momentos que nosotros, que trabajamos en el ministerio, más necesitamos?” ¿Sería una sorpresa si dijera que mi primera necesidad, como persona, es pasar algunos momentos a solas? Eso incluye la soledad espiritual, cuando pueda estar en comunión con Dios, como el propio Cristo lo hacía; pero también incluye el tiempo para pensar, para hacer ejercicio físico y para hacerme compañía a mí mismo. Cuando estamos constantemente entre el barullo y la agitación de las personas y de las programaciones, casi no tenemos la oportunidad de pensar, y la falta de tiempo para hacer eso inhibe nuestro crecimiento.
Con cierta regularidad, incluí en mi agenda períodos de soledad. Es vitalmente importante permanecer un período en silencio. En esos momentos de soledad, mi mente y mi espíritu vuelven a ser una fuente de ideas y posibilidades. Soy capaz de entender las cuestiones que estoy enfrentando, ya sean relacionadas con la fe, el empleo o las relaciones. Naturalmente, ese período de soledad puede incluir al cónyuge. En nuestra casa, queremos que nuestro matrimonio sea un regalo, en sí mismo, para nuestra congregación, ya que es un modelo de relaciones cristianas. Por lo tanto, mi esposa y yo entendemos la importancia de maximizar nuestras oportunidades de comunión mutua, para que la relación se mantenga saludable y completa. Buscamos tener esos momentos diariamente, conversando sobre los eventos del día cuando llegamos a casa. Llamamos a ese encuentro nuestro “momento de tranquilidad”.
En mi vida privada, tomé conciencia de que también necesito tiempo para el descanso. Ninguno de nosotros, que trabajamos en el liderazgo, puede permanecer sin esos períodos, que surgen inevitablemente después de gastar elevados niveles de energía emocional. También pueden ocurrir después de un período muy intenso de interacción con las personas, cuando nos sentimos agotados de tanto conversar, tomar decisiones y aconsejar. Estoy impresionado por la declaración de Juan: “Cada uno se fue a su casa, y Jesús se fue al monte de los Olivos” (Juan 7:53-8:1). Nuestro Señor sabía que se había desgastado y que necesitaba una restauración. Las demás personas volvieron a sus rutinas agitadas y ruidosas; Cristo buscó el silencio, en el cual la voz del Padre celestial podía ser escuchada. Cuando volvió del monte, tenía cosas nuevas y frescas para decir.
Además, hay un área particular de la vida que creo que los pastores deben buscar, a la que llamo “tiempo de crecimiento”. Después de haber hablado con Dios en las primeras horas, comience el día con el tiempo de crecimiento físico, por ejemplo. Para mí, ocurre entre las 5 y las 6 de la mañana, todos los días, cuando corro aproximadamente 45 minutos. El tiempo de crecimiento también significa ejercitar la mente. Intento ir mensualmente a la biblioteca pública o a una librería, para conocer nuevos títulos y adquirir mayor conocimiento; algo que es bueno para mí y para la congregación.
Disciplina y tiempo
¿Cómo podemos mantener en orden nuestros momentos públicos y privados? Varias observaciones aleatorias sobre cosas que aprendí con el paso de los años pueden ser útiles.
Primero, creo en la necesidad de una agenda. Mi esposa y yo tenemos, hace muchos años, un calendario general. Con entre seis y ocho semanas de anticipación, escribimos varias actividades en los campos reservados al tiempo personal, y las incluimos en la agenda antes de que comiencen a aparecer otros eventos.
En segundo lugar, acostumbramos a desconectar el teléfono en varios momentos. Nuestro teléfono no suena durante las comidas, durante los momentos de diálogo en familia, ni en los períodos de meditación y estudio.
En tercer lugar, mi esposa y yo aprendimos, hace muchos años, que necesitamos tener disciplina para aquello que llamo “tiempo a solas entre marido y mujer”. Nuestros hijos han comprendido nuestra necesidad de esos momentos, y ahora que han crecido no dependen tanto de nosotros. Por lo tanto, no somos interrumpidos cuando necesitamos ese tiempo a solas.
En cuarto lugar, aprendimos la ley de la calidad del tiempo. Siempre que estamos juntos como familia o como pareja matrimonial, tenemos el cuidado de permanecer atentos a nuestra actitud mental, ropas y modos. Si son cosas que haríamos por los miembros de nuestra iglesia, entonces, ¿por qué no hacerlo por los que están más cerca de nosotros? En casa, intentamos programar de manera tal que consigamos ofrecernos unos a otros los mejores momentos del mes, cuando nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestras emociones están vivos y alertas.
En quinto lugar, aprendemos a coincidir nuestras actividades recreativas con las necesidades familiares. Percibí muy temprano que no podía buscar momentos de placer con mis amigos y todavía tener cantidades adecuadas de tiempo para dedicar al placer con mi esposa y mis hijos. Por lo tanto, luego del comienzo de mi vida familiar, tomé decisiones en el sentido de realizar actividades en las que mis hijos me pudieran acompañar.
Conozca su tiempo. Si no lo conocemos, seremos incapaces de atribuirle valor. Entonces lo desperdiciaremos; y eso no agrada a Dios ni maximiza nuestra eficacia como líderes espirituales. Pero, al aprender a organizar nuestro tiempo personal, aumentamos las chances de permanecer más atentos y ser más eficaces. Así, nos acercaremos al ideal que Dios tiene para nosotros y que nuestras congregaciones necesitan.
Extraído de Liderança Hoje, número 2, verano de 2013. Usado con permiso.
Sobre el autor: Editor de la revista Leadership y rector del Seminario Denver, Estados Unidos.