¿Cuáles son los mitos que amenazan a la familia ministerial, y cómo afectan el desarrollo espiritual de los hijos de los pastores?

Un mito tiene un gramo, tal vez muchos gramos, de verdad; pero no es toda la verdad, e incluso puede ser engañoso en algún punto importante. Aunque muchas personas creen en los mitos, dejarse guiar por uno de ellos puede conducir a la desilusión.

Como hija de pastor, esposa de un ministro ordenado, y consejera profesional, he identificado algunos mitos comunes que afectan el comportamiento de las familias ministeriales. Siendo que los valores religiosos de la familia están estrechamente unidos a los sentimientos que los niños albergan hacia ella, los mitos pueden afectar el desarrollo espiritual de los hijos de los pastores.

Mito No. 1: La familia del pastor debe ser (es) perfecta.

Pepito vuelve a interrumpir la clase de ciencia por enésima vez con una de sus consabidas travesuras. Su maestro, que está muy exasperado, dice con un aullido: “¿Cómo podré creer alguna vez lo que tu padre predica cuando tú actúas de esta manera?”

El pastor y su esposa saben que los miembros de la iglesia esperan que su familia sea perfecta.

Con el deseo de ser modelos para su congregación, la pareja coloca una pesada carga de perfección sobre sus hijos. Frases como ésta: “No podemos hacerlo, los miembros de la iglesia no entenderían”, o “Sh-sh, papá es el predicador y todo el mundo nos está viendo”, se les escapan frecuentemente. Los hijos de pastores deben ser modelos de conducta en todo, en el vestir, y en la espiritualidad. Los niños captan el mensaje subyacente: El amor de papá y mamá por ellos depende de su buen comportamiento. Ellos transfieren fácilmente este mensaje a sus relaciones con Dios.

El pastor y su esposa pueden dar a sus hijos la idea de que si su familia tiene problemas, nadie debería saberlo. Admitir los problemas es admitir la imperfección. Niegue los sentimientos. Ponga una buena fachada. La apariencia es muy importante. Pero Pepito y Juanita, que son hijos de pastor muy listos, saben que no todo marcha bien. Saben cómo se sienten, aun cuando mami y papi nieguen esos sentimientos. Ellos interpretan las instrucciones de “parecer bien” ante la iglesia como crasa hipocresía. Todo este juego puede conducir fácilmente al sentimiento de perfeccionismo, una negación de la gracia, una confianza en el yo para la salvación.

El negar los sentimientos y los problemas conduce a menudo a una inhabilidad para relacionarse con los sentimientos propios o para comprender los ajenos. El endurecimiento de las arterias emocionales se produce, y crea dificultades en las relaciones interpersonales. A veces las emociones reprimidas y las presiones de tener que ser un “niño perfecto” irrumpen en una explosión de ira contra Dios (los padres). El señor y la señora pastor quedan demolidos. ¿Qué pasó? ¿Dónde nos equivocamos? Pepito parecía un niño tan bueno. Lo más probable es que él simplemente no pudo permanecer ni un momento más dentro de la olla a presión de la perfección.

¿Qué podemos hacer con respecto a este mito? Sí, parte de la descripción de empleo de un dirigente de iglesia es ser modelo del ideal divino para la familia. ¿Pero cómo podemos lograrlo sin negar los problemas ni demandar una perfección irrazonable?

La respuesta está en nuestra motivación para la vida cristiana. Si nuestras acciones emanan de una relación cotidiana con Cristo, se lo comunicaremos a nuestros hijos. Nuestra preocupación será asegurarnos de cómo estamos ante Dios y no de cómo estamos ante la congregación a la cual servimos. Nuestra forma de vivir depende de la forma como Dios quiere que vivamos, no de lo que los miembros esperan. No deberíamos permitir que lo que los miembros desean decida nuestras expectativas para nuestros hijos. Deberíamos enseñar a nuestros hijos a desarrollar su entusiasmo para vivir en Dios. Cuando esto ocurre, ser modelo para la congregación cae por su propio peso.

La respuesta reside en la forma como nos relacionamos con los problemas. La pretendida perfección no muestra a nuestros niños la forma correcta de relacionarse con sus culpas e imperfecciones. Si admitimos humildemente nuestros propios defectos y pedimos perdón, nuestros niños se sentirán cálidamente atraídos hacia nosotros. Aprenderán también la forma como la gracia de Dios opera en la vida real. La carga de la perfección será removida por la consoladora y tranquilizante gracia de la salvación.

Sí, podemos ser modelos para los miembros de la iglesia, pero sólo estando en comunión con Dios. Esto de ser modelos se convierte en el crecimiento natural de nuestro caminar con el Señor. Nuestros niños deben oír este mensaje y experimentar la libertad que necesitan para crecer espiritualmente.

Mito No. 2: Toda necesidad es un llamado de Dios.

El teléfono suena constantemente. Los miembros de la iglesia, la asociación, la escuela, otras asociaciones, santos desalentados, dependientes advenedizos y miríadas de otros que quieren hablar con el pastor. La mayoría de las llamadas son para solicitar algo, y sin tomar en cuenta el tiempo de la familia, de la comida, del descanso, de la devoción personal. Las necesidades y las llamadas parecen interminables.

Cada pedido sugiere el fantasma de que, si no se atiende, puede ser que uno descuide un llamado de Dios. De modo que el pastor y su esposa tratan de suplir todas las necesidades de todos. No obstante, con el tiempo puede surgir un peligro sutil, pero muy grave: el ego pastoral comienza a sentirse necesario e indispensable. Cada llamada nutre ese ego insaciable. Poco a poco, la voluntad de Dios, la necesidad de aprobación que siente el pastor sumada a la sensación de ser necesario se entretejen y, como Tim Hansel muestra en When I Relax I Feel Guilty,[1] el hecho de estar eternamente ocupado se convierte en una “evidencia” de hacer la voluntad de Dios. En la terminología contemporánea, la pareja pastoral se ha convertido en una adicta del bienhacer.

El problema con cualquier adicción es el dominio de la vida de la persona y la dificultad que impone a las decisiones racionales acerca de la vida diaria y de relación. La satisfacción de las necesidades adjetivas se vuelve prioritaria.[2] Esto, en una familia ministerial, significa anteponer las necesidades de otros en detrimento del bienestar de la propia familia. Este “sacrificio” alimenta el ego pastoral, pero mata por inanición a su familia.

El pastor promete dirigir los juegos el día del cumpleaños de Pepito, que será el domingo por la tarde. Pero ese día muy temprano, la hermana Susana llama al pastor pidiéndole que por favor la ayude a mudarse de casa. Todos sus amigos se han ¡do a pasar el fin de semana fuera de la ciudad y, además, el pastor es un gran organizador. ¡Las cosas marcharán mejor si el pastor está allí!

La hermana Susana, miembro de la iglesia recién bautizada, en realidad necesita ayuda, razona el pastor. Es posible que pueda volver a tiempo para la fiesta. Mami puede salir adelante sola, como siempre lo ha hecho. “No hay problema”, responde el señor pastor, “allí estaré con mucho gusto después del desayuno”. Por supuesto, la mudanza toma más tiempo de lo esperado y papá no se presenta a la fiesta de cumpleaños.

Cuando Pepito, de cinco años, pregunta por qué papi no vino a la fiesta, mami explica que tuvo que ayudar a la hermana Susana. Y mami sale en defensa de papi diciendo que “Jesús se siente feliz cuando ayudamos a otros”. Pero eso no satisface al niño, que se siente muy triste porque su papi no estuvo en su fiesta.

Pepito y Juanita se dan cuenta muy pronto que ellos son menos importantes que los demás. Eventualmente esto despierta en ellos sentimientos de rechazo y resentimiento hacia el empleo de su padre. Y como su trabajo es un llamado religioso, fácilmente refieren estos sentimientos negativos a Dios y a la iglesia de su padre.

¿Cómo puede la familia ministerial mantener en la debida perspectiva las muchas demandas que tiene el pastor? ¿No es acaso un especialista en ayudar a Dios a suplir las necesidades humanas? La respuesta está en una íntima conexión con el Creador. El ayudar a otros nunca debe sustituir el encuentro personal con Dios. Antes que comience el día, debemos buscar la prioridad divina para nuestro tiempo. En el momento en que la devoción personal comienza a deslizarse, empezamos a caminar en terreno peligroso. Satanás rápidamente impone sus motivos desplazando a los de Dios, y nos atrapa en una red de necesidades egoístas.

Debemos ser específicos en la búsqueda de la ayuda de Dios para administrar nuestras actividades diarias. Debemos pedirle sabiduría para la solución de los problemas humanos. Debemos ser severamente honestos con nosotros mismos. ¿Hacemos esto porque nos hace sentirnos importantes? ¿Alguien más podría ayudar? ¿Estamos dispuestos a dar cierta autoridad, y delegar responsabilidades, a otros (pastores asociados, ancianos, diáconos, y diaconisas)? ¿Está organizada nuestra iglesia de modo tal que los miembros puedan ayudar a suplir las necesidades de otros? ¿Podemos decir no con “gracia”, pero firmemente, sin sentirnos mal? ¿Somos conscientes de los efectos de la lisonja sobre nuestras prioridades? Y la más escrutadora pregunta de todas: ¿Qué será lo más importante dentro de diez años?

La respuesta al mito de que el pastor debe suplir todas las necesidades también descansa en su firme dedicación a las necesidades de su familia. Ante poner el trabajo a la atención de la familia disminuye el apoyo que los niños necesitan para crecer espiritualmente. Poner a Dios primero reordena nuestras prioridades dándole a la familia un segundo lugar y al trabajo el tercero. Anteponer la familia al trabajo no implica de ninguna manera descuidar la calidad de éste. Es probable incluso que nuestro trabajo sea más efectivo, porque enfocamos mejor los aspectos más importantes de nuestro llamado. Nuestra familia sabrá que para nosotros su importancia excede a las necesidades de los demás.

¿Qué significa esto en términos prácticos? Consideremos una vez más el caso de la hermana Susana. El pastor tenía varias alternativas. (1) Podría haberle dicho que la ayudaría sólo por dos horas (limitando así su disponibilidad), porque tenía un compromiso más tarde (escribir los compromisos con la familia en la agenda semanal en vez de dejarlos a la ventura). (2) Podría haber sugerido a la hermana Susana que llamara a uno de los diáconos (delegando responsabilidades). (3) Podría haberle dado los nombres de algunos adolescentes a quienes les gustaría ganarse unos centavos extra.

El pastor podría haberse dicho, cuando recibió la llamada, que “nada es más importante que la fiesta de cumpleaños de mi hijo”. También debería haber estado alerta al efecto de la lisonja de la hermana Susana sobre su ego. Su compromiso familiar demandaba su presencia en el hogar para animar la fiesta de cumpleaños de Pepito y compartir su alegría con ellos.

Los niños aceptan como verdaderas emergencias la muerte o un accidente, pero comprenden muy bien y rápidamente las falsas emergencias. Ellos cederán a sus padres para las emergencias reales, pero se resentirán si su padre los ignora en aras de emergencias satisfactoras del ego.

Los niños necesitan a sus padres todos los días. Dedicar un tiempo especial de cada día para jugar con ellos o leerles crea un lazo muy tierno y cálido entre el padre y su hijo. Cuando papi dedica tiempo a sus hijos antes de salir a cumplir sus compromisos vespertinos, les da un sólido mensaje de amor. Cuando los niños sepan que ellos son importantes para sus padres, sabrán que son igualmente importantes para Dios.

Mito No. 3: La familia del ministro debe asistir a todas las reuniones de la iglesia y participar en todos sus programas.

Nunca conocí a la anónima autora de una carta que recibí, pero mi corazón todavía sufre por ella. Era esposa de un estudiante ministerial, y quería ser su ayuda idónea en el ministerio. Sin embargo, surgió un problema serio. Su esposo insistía en que ella y su bebé de 15 meses debían asistir a todos los servicios de las dos iglesias de las cuales él era el pastor estudiante. Y quería que después de los servicios lo acompañaran a sus visitas pastorales durante toda la tarde. Ella sintió que le era imposible mantener quieto al bebé durante los dos servicios, y él no quería que el bebé tomara su biberón porque eso sería “comer entre comidas y un pésimo ejemplo para los miembros”. El bebé necesitaba dormir durante la tarde, pero no debía hacerlo en lugares extraños. A veces caía dormido, sólo para despertar mientras ellos se dirigían hacia otro hogar. Al final del día tenían un bebé completamente descontrolado y un esposo criticón que le decía que estaba arruinando su ministerio porque no podía lograr que el bebé “se comportara”. La pobre esposa se sentía totalmente incapaz de actuar como esposa de pastor. Cada semana se repetía el drama. ¿Qué hacer? Su esposo creía en el mito.

Siendo que la religión es la carrera a la cual se dedica la familia del pastor, sus niños tienen ciertas ventajas. Asisten a los cultos regularmente, oyen con mucha frecuencia lo referente a Dios y a la salvación, aprenden a respetar y a amar la Biblia y a menudo experimentan el gozo de servir a otros. Sin embargo, junto con estas ventajas existe el peligro de la sobreexposición, de modo que la religión se convierta en una rutina y pierda su efecto en el corazón.

Exigir que los niños asistan a todos los cultos en una o varias iglesias que están a cargo del pastor es ignorar sus necesidades normales e imponer una carga insoportable sobre la familia. No se espera que los niños se vean privados de sus clases de Escuela Sabática por asistir a dos o tres iglesias cada sábado. Ellos necesitan participar en las escuelas sabáticas, del mismo modo como lo hacen durante los demás días de la semana, y en éstas deberían estar con sus amigos, con quienes se sienten a gusto. Una vida desequilibrada con relación a la iglesia lleva a menudo al aburrimiento, al resentimiento y de tanto en tanto al rechazo.

¿Cómo podemos servir a los miembros y mostrarles nuestro apoyo sin descuidar las necesidades normales de nuestros hijos? Quizá deberíamos comenzar examinando nuestras propias actitudes acerca del ministerio. La mayoría de los miembros de iglesia comprenden el estilo de vida actual y probablemente le darían la bienvenida a un ministerio orientado hacia la familia. Un énfasis en los dones espirituales puede guiar a la familia ministerial a establecer sus prioridades respecto a su participación en la iglesia sobre la base de sus propios dones. El liderazgo y la participación de los laicos en diferentes aspectos del ministerio reduciría enormemente las posibilidades de agotamiento de los pastores.

Mito No. 4: Las actividades espirituales alientan el crecimiento espiritual personal.

Los cultos de la iglesia, la escuela sabática, y las reuniones de oración son muy buenos, pero no suficientes para nutrir la vida espiritual. La preparación de sermones, dar estudios bíblicos, y servir a otros pueden ayudar, pero no son suficientes en sí mismos. El enviar a los niños a la escuela de iglesia, los conquistadores, y los campamentos de verano, aunque son altamente deseables y buenos, no pueden compensar la falta de una relación personal con Jesucristo.

Sí, todas estas actividades contribuyen al desarrollo espiritual personal, pero la pregunta es: ¿son motivadas por la expresión del amor cristiano en servicio gozoso, o son un tipo de salvación por obras? El peligro se vuelve muy real cuando las familias ministeriales comienzan a pensar en estas actividades como una solución a las deficiencias espirituales de la vida familiar. Después de todo, el pastor trabaja para Dios. En nuestra frenética participación en actividades propias de la iglesia, estamos demasiado ocupados para notar las necesidades de nuestros hijos. Pensamos que todo va bien, hasta el día en que la realidad nos golpea. Los niños raramente sufren un colapso de la noche a la mañana. Las pequeñas señales rojas se encienden mucho tiempo antes.

Por supuesto, Dios toma en cuenta nuestras limitaciones, pero no el desprecio deliberado de sus prioridades. Lo que sembramos, cosechamos. Sus instrucciones son claras: no hay sustituto para la comunión personal que debemos tener con él, para la adoración en familia, para las conversaciones de corazón a corazón con nuestros hijos, para escucharles y estar a su lado cuando nos necesitan.

Mito No. 5: El ministro representa la voz de Dios que habla a los seres humanos.

Desafortunadamente, muchas personas son atraídas hacia el ministerio por una insana necesidad o deseo de ejercer poder y autoridad. Cuando un ministro cree que él es el portavoz de Dios en todos los asuntos, puede llegar a un autoritarismo extremo en la familia. Suponiendo que la suya es la voz de la “autoridad divina”, se cree con autoridad para hacer lo que quiera con cualquier miembro de la familia. Un individuo tal niega la falibilidad humana, impide la entrada a toda nueva idea y exhibe un tipo de paternidad autoritaria. La situación puede llegar a extremos, incluso al abuso infantil, físico, sexual o emocional.

De los cuatro tipos de paternidad identificados por los investigadores (autoritario, autoritativo, indulgente, y negligente),[3] el autoritario es el más dañino para el desarrollo moral del niño, para sus valores religiosos y el respeto propio. Los niños criados en hogares autoritarios con frecuencia tienen dificultades para tomar las decisiones que ordinariamente se hacían por él. A través de los años acumulan una ira irreprimible contra sus padres y contra Dios. Muchas veces abandonan el hogar a una edad muy temprana y rechazan los valores familiares.

La paternidad responsable (autorizada) tiene el control paterno y con firmeza pone límites a los niños, pero establece una mayor comunicación y apoyo. Los padres ayudan e impulsan a sus niños poco a poco y con mucho apoyo a la práctica de hacer decisiones por sí mismos. Les hacen saber las razones de las sanciones paternas y mantienen una apertura entre ellos y sus hijos. Los padres no ejercen autoridad por la autoridad misma, sino que al dar a conocer las reglas que imponen, y su razón de ser, alientan a sus hijos en el conocimiento de cómo vivir de acuerdo a ellas. Los padres se sienten seguros de su papel, no se sienten amenazados, porque saben que en sus manos descansan las riendas del hogar. Los padres autoritarios temen perder el control, de modo que lo ejercen en forma extrema.

Los padres que manejan bien el concepto de la autoridad permiten mucha oportunidad para que los niños hagan decisiones. Por lo tanto, reflejan el método divino de ayudar a los seres humanos a crecer en espiritualidad, carácter y responsabilidad. Los padres pueden entender mejor la paternidad autorizada estudiando el papel de Dios como Padre.

¿Cómo reaccionaremos al mito del autoritarismo? Los pastores tienen la responsabilidad de comunicar la Palabra de Dios a los miembros de la iglesia y tienen una función sacerdotal que cumplir en la familia. El liderazgo, sin embargo, no implica infalibilidad paternal y pastoral.

El estudio de los diferentes tipos de paternidad y su introducción gradual en la familia puede ser benéfico. Si los padres piensan establecer nuevos tipos de paternidad, los niños deben saberlo con anticipación, de otra manera cundirá la confusión. Cuando se hace el cambio de una paternidad autoritaria a otra responsable sin previo aviso, podemos estar seguros de que las cosas empeorarán como ocurre con todos los cambios en fa estructura familiar. Los hijos que están saliendo de la infancia o que están en la adolescencia no sabrán cómo arreglárselas con la autodisciplina y la autodirección.

La familia ministerial no ofrece ventajas para el crecimiento espiritual. Pero la perpetuación de ciertos mitos impone una carga sobre el hogar del pastor. Una relación estrecha con Dios, una cuidadosa reordenación de las prioridades, el conocimiento de los problemas, y un intento de que lo positivo domine la atmósfera familiar asegurará la existencia de un hogar pastoral espiritual bien balanceado en el cual Dios siempre será la verdadera cabeza de la familia.

Sobre el autor: Dona Habenicht, Ph.D., es directora del departamento de Psicología Educacional y Orientación de la Universidad Andrews, Berrien Springs, Michigan.


Referencias

[1] Tim Hansel, When I Relax I Feel Guilty, (Elgin III.: David C. Cook Publishing Co., 1979).

[2] Craig Naaken, The Addictive Personality. (New York: Harper and Hazelden, 1988).

[3] Eleanor E. Maccoby and John A. Martin, “Sociabilization in the Context of Family: Parent-child Interaction”, in Handbook of Child Psychology, 4th ed. Paul H. Mussen, tomo 4 of Sociabilization, Personality, and Social Development, ed. E. Mavis Hetherington (New York: John Wiley & Sons, 1983), págs. 37-56; cf. Ellen G. White, Counsels to Parents and Teachers (Mountain View, Calif.: Pacific Press, Pub. Assn., 1913), pág 155; Child Guidance (Nashville, Tenn.: Southern Publ. Assn., 1954), pág. 263.