La puesta del sol del día 31 de diciembre de este año también significará el ocaso de mi ministerio institucional adventista del séptimo día. Aquel momento señalará los cuarenta años desde el día en que fui recibido por el recordado pastor Arandy Nabuco, justamente en el Culto de Gratitud por el cambio del año, a fin de auxiliarlo en la Iglesia Central de Salvador, en la ciudad de Bahía, Rep. del Brasil. Dos meses después, recibí mi primer distrito pastoral. Era apenas el inicio de la realización de una vocación percibida ya desde la infancia, en Cruz de las Almas, también en el Estado de Bahía, donde nací. Vocación implantada por Dios en mi corazón, e incentivada por mis recordados y queridos padres y otros familiares, profesores de Escuela Sabática de menores y de la escuela parroquial. Modelada y orientada por el ministerio de los pastores de mi infancia, mi adolescencia y mi juventud: Antonio Pereira da Silva, Gileno F. Oliveira, Plácido R. Pita, José Monteiro de Oliveira, Paulo Marquart, Elías Gomez y Horne P. Silva.
Cada punto de la trayectoria que incluyó ser pastor en iglesias, liderar departamentos y actividades editoriales, está nítidamente grabado y proyectado en mi mente. Aquella fue marcada por errores y aciertos, reveses y victorias, lágrimas y sonrisas, desafíos y superaciones. Pero, con Dios, el saldo siempre es positivo. No tengo traumas, resentimientos ni quejas. Estoy libre de los errores cometidos, pues en relación con ellos tengo la plena certeza del perdón de Dios y la compensación de las lecciones aprendidas. Estas me habilitaron para enfrentar con mayor dosis de sabiduría nuevos desafíos posteriores.
Gratitud es el sentimiento que ahora me domina. Agradezco al Señor, primero, por la gracia del llamado. Nada tengo en mí que justifique ese privilegio; puedo decir, con el apóstol Pablo: “Por la gracia de Dios soy lo que soy” (1 Cor. 15:10). Si, agradezco al Señor que me dio infinitamente más de lo que pedí, imaginé o esperé recibir. Agradezco a Lenice, mi querida esposa; y a mis hijas, Denise, Aline y Evelyn. Fuente de inspiración, comprometidas con los ideales cristianos, ellas (con mis yernos y nietos) son mi mayor tesoro en la Tierra. Agradezco a los líderes de campos y miembros de iglesia en los cuales trabajé, colegas de ministerio, por las lecciones que me enseñaron y por el afecto cristiano que nos une. Agradezco, especialmente, a los secretarios ministeriales de la División Sudamericana, a los administradores y los colegas de la Casa Publicadora Brasileña (institución a la que serví durante 25 años y medio). Y a los colegas de la ACES, nuestra editora en la República Argentina y para toda nuestra América hispana, por la confianza, la tolerancia, y por el compañerismo con el que me honraron.
Trabajar 23 años en la revista Ministerio fue un gran privilegio y una realización. De esta manera, continué siendo pastor (todo lo que siempre quise ser) y secretario ministerial, a través de la página impresa. ¡Gracias a Dios! Ahora, con placer, la entrego a los pastores Wellington Barbosa (editor titular) y Marcio Nastrini (editor asociado). Eruditos, competentes, experimentados pastores y editores. Estoy seguro de que la bendición de Dios los acompañará, y harán que esta revista sea cada vez mejor.
Mi misión institucional está cumplida, pero no puedo prever la fecha en la que terminará mi misión vocacional. Esta continuará viva y activa hasta que yo sea llamado al descanso de la muerte. Mientras en mí haya una chispa de vida consciente, “con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor” (2 Cor. 12:15) al Maestro. Providencialmente, en esta última edición de 2015, Ministerio destaca la segunda venida de Jesús. Nos alegra el hecho de que estamos un año más cerca de la concreción de esa bendita esperanza. Esta debe dictar nuestro estilo de vida, mover nuestro ministerio y ser el tema constante de nuestra proclamación. Podemos ser la última generación antes de la venida de Jesús. Si así no lo fuese, “mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió” (Heb. 10:23). ¡Él vendrá!
Mientras eso no sucede, ministremos y enseñemos que, “renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:12, 13). Es solamente a partir de entonces que la vida transcurrirá sin limitaciones ni interrupciones. “Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Apoc. 22:20).
Sobre el autor: director de Ministerio, edición en portugués.