“Para crecer en el ministerio, solo tienes que preocuparte por dos cosas: bautizar a muchas personas y promover el crecimiento de los diezmos”, dijo un pastor experimentado a un joven que acababa de ingresar en las filas ministeriales. No estoy seguro de que el joven haya seguido el consejo o no, porque lamentablemente no permaneció mucho tiempo como pastor. Con respecto al consejero, el pasar del tiempo lo presentó cada vez más angustiado y desilusionado hasta que, aparentemente abatido por tales sentimientos, terminó su carrera. No podía ser diferente.
Evidentemente, el mencionado consejo jamás reflejó la nobleza de los ideales de la vocación pastoral. Fragilísimo en su fundamento y su esencia, solo es una trampa suficientemente peligrosa en la que muchos han caído y sepultado en ella sueños, aspiraciones y un futuro supuestamente promisorio. En primer lugar, se evidencia el concepto distorsionado del crecimiento personal implícito en él. Si el crecimiento anhelado estuviera impulsado por la dependencia de estadísticas y números, puede ser que resulte solo de la evaluación humana, incapaz de conocer los verdaderos motivos del corazón. En ese caso, estará construido sobre terreno movedizo.
En segundo lugar, necesitamos centrar la realización de bautismos a partir de una correcta perspectiva de la misión. Participar del proceso de ver a las personas cambiar el odio por el amor, en las aguas bautismales, es una experiencia singular. Debemos orar y trabajar para que llegue el tiempo en que eso suceda de a millares, diariamente, como en los días apostólicos (Hech. 2:41, 47; 4:4; 5:14). Pero, el bautismo no es el punto final de la misión, sino un componente de ella. De hecho, la orden de Cristo dada a su iglesia fue: “Id […] haced discípulos” (Mat. 28:19), siguiendo la estrategia de bautizar y enseñar. ¿De qué manera hacemos discípulos? “Bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado”, explica el Maestro (vers. 19, 20). Berndt Wolter expone en forma brillante este tema, en el artículo de la página 16.
Después de todo, el bautismo es más que un ritual de tránsito, más que un mero ceremonial que marca la adhesión de alguien a un sistema de creencias o a una confesión religiosa. Escribiendo a los gálatas, Pablo afirmó: “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (Gál. 3:27). Por el bautismo, el creyente se une a Cristo en su muerte sacrificial y su resurrección (Rom. 6:3-6), estableciendo así una permanente relación con él. Por lo tanto, no puede ser tratado livianamente, como moneda de cambio en términos como, por ejemplo: “Si bautizas a muchos, te regalaremos” lo que sea. Además, esto también es abordado por Wilson Paroschi, en una serie de tres artículos, a partir de esta edición.
Sobre el autor: Director de Ministerio, edición de la CPB.