Existe una antigua historia acerca de un rey que fue consultado por dos campesinos que estaban involucrados en una contienda. El primer campesino contó su versión acerca del asunto en cuestión. El Rey escuchó atentamente, y después afirmó:

-Tienes razón.

El otro hombre, a su vez, también presentó su punto de vista acerca del problema. Luego de escucharlo, demostrando gran interés, el Rey opinó:

-Tienes razón.

Aturdido por las opiniones incongruentes del monarca, el consejero real susurró al oído de su soberano:

-Majestad, no puede dar opiniones de esta clase en relación con el mismo caso.

Pensativo, el rey admitió:

-Tienes razón.

A veces, me quedo pensando que, como pastores, cometemos un error cuando nos posicionamos precipitadamente, al enfrentarnos con divergencias de ideas o conflictos entre los miembros de iglesia. En su mayoría, los pastores son individuos naturalmente solidarios y empáticos. Por una razón casi instintiva, sentimos compasión cuando alguien nos revela que está siendo objeto de una injusticia, traicionado, menospreciado u ofendido. Entonces, con la mejor de las intenciones, cometemos el error de emitir una opinión unilateral, favorable a la persona que está ante nosotros.

Querido pastor, en esta oportunidad deseo compartir contigo algunos pensamientos acerca de nuestro papel como consejeros y conciliadores.

En primer lugar, el pastor no debe asumir la postura de un juez. En cierta ocasión, Cristo fue abordado por un hombre que pedía su intervención en un conflicto que incluía la división de una herencia familiar, “Le dijo uno de la multitud: Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia. Mas él le dijo: Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros cómo juez o partidor?” (Luc. 12:13, 14). Nuestro papel es promover la reconciliación, y no el de señalar quién está en lo correcto y quién está equivocado.

Aun cuando sea agradable para algunas personas, casi siempre este tipo de actitud abre heridas y provoca aflicciones en otras personas.

En segundo lugar, necesitamos recordar que nuestra interpretación acerca de determinado asunto, por más correcta que sea, es parcial. Jamás vamos a poder entrever todas las causas, las implicancias y las consecuencias de un problema. Si existe algún caso tan grave que esté causando problemas a la iglesia en general, debemos estudiarlo en la debida esfera, siguiendo la orientación bíblica y el Manual de la iglesia; pero nunca, por nuestra propia cuenta, presentar soluciones rápidas. El papel del consejero no es decretar soluciones, sino ayudar a las personas involucradas en el conflicto a interpretar mejor la situación y tomar las decisiones correctas. Finalmente, no se olvide de que tiene dónde buscar y recibir ayuda y orientación, cuando no esté seguro con respecto a cómo lidiar con determinadas situaciones. Además de la sabiduría de lo alto, que viene en respuesta a la oración fervorosa, forma parte de un ministerio colectivo. Así, dentro del límite de la ética pastoral y de la necesaria discreción, consulte a otros pastores de experiencia y comparta sus dudas con sus líderes. Al actuar de esta forma, es improbable que cometa errores o asuma posturas que traigan perjuicio a la iglesia. Además, este consejo se aplica no solo a los conflictos entre los miembros de iglesia, sino también a todas las cuestiones ministeriales y eclesiásticas.

En su libro Testimonios para los ministros, Elena de White escribió: “Es conforme a la orden de Dios que los que llevan responsabilidades se reúnan a menudo para consultarse mutuamente, y para orar con fervor por aquella sabiduría que solo él puede impartir. […] Únanse los hermanos en ayuno y oración por la sabiduría que Dios ha prometido dar liberalmente” (p. 431).

De corazón, deseo que continúes siendo un poderoso instrumento en las manos de Dios; alguien que sea reconocido como hombre de equilibrio, prudencia y sabiduría.

Sobre el autor: Secretario ministerial asociado de la División Sudamericano.