Reflexión con respecto a los impactos de los cultos online sobre el ministerio y la congregación local

    “El mundo no será más el mismo”. Esta ha sido la evaluación de especialistas de todas las áreas a partir de la explosión de contagio de la COVID-19. Si esta previsión aplica a la sociedad, el ministerio adventista tampoco está exento de las consecuencias de esta pandemia. Desde que el nuevo coronavirus invadió el escenario mundial se han multiplicado las reflexiones en los más diversos foros eclesiásticos, formales e informales, sobre los rumbos del pastorado ante los desafíos emergentes.

    Entre ellas, un posible nuevo ministerio online establecido a partir de las plataformas digitales; las dificultades coyunturales resultantes de un servicio de culto no presencial; el perfil de adorador que surgirá de esta experiencia global y los desafíos para liderar a la iglesia en este posible escenario.

    En esta reflexión me gustaría analizar la perspectiva del surgimiento de un nuevo ministerio de adoración vía streaming y sus implicancias sobre la manera de liderar la iglesia, considerando la posibilidad del surgimiento de un nuevo perfil de adorador como resultado de esta experiencia.

¿Nuevo ministerio?

    ¿Será verdad que el escenario pospandemia consolidará un ministerio de interfaz digital? ¿Será real que este deslumbramiento por las no tan nuevas tecnologías logre ser relevante al reunir en interacciones virtuales casi al mismo público que un culto en nuestras iglesias?

    Todas estas preguntas y consideraciones convergen en un punto: tal vez todavía no estemos llamados a encabezar un cambio en el estilo de adoración porque no entendemos las cuestiones filosóficas subyacentes al simple uso instrumental de estas tecnologías. Tal vez todavía seamos como niños que obtienen un juguete y se divierten como nunca explorando el artefacto, sin saber que dos cosas podrían ocurrir con el transcurrir del tiempo: (a) o un eventual desinterés, o (b) un uso instrumental sin noción de por qué y para qué lo usamos. En otras palabras, un automatismo sin reflexión.

    No se puede ignorar que el uso meramente instrumental puede generar conocimiento técnico en poco tiempo, pero esa es justamente la cuestión de fondo, especialmente en el contexto comunicacional. Hace algún tiempo que la proliferación de cursos de naturaleza técnica en áreas operacionales de los medios, los llamados “técnicos en Radio y TV”, han sido la solución para una política educativa que ha preferido formar ejecutores en detrimento de pensadores. Los profesionales que operen bien los multimedios y que se posicionen bien delante de las cámaras pueden ser buenos comunicadores, pero tal vez no tan buenos pensadores.

    Existen cuestiones de naturaleza epistemológica y filosófica que están directamente relacionadas con el uso indiscriminado de una tecnología. De estas pueden resultar transformaciones radicales en la cosmovisión y en la misión denominacional. Paulo Cândido de Oliveira revisa los criterios que establecen las llamadas cosmovisiones universales: la clasificación, el yo, el otro, la causalidad, el tiempo y el espacio.[1] Dos de ellos cobran especial sentido cuando pensamos en la adoración vía streaming o los predicadores virtuales.

    Cuando pensamos en la perspectiva del criterio “clasificación”, se entiende que tal mediación, recibida constantemente, finalmente será clasificada/catalogada como un filtro de reconocimiento de la realidad. ¿Las plataformas digitales serán, finalmente, la clasificación de la realidad adventista? El que sabe hacer puede no saber por qué lo hace, o tampoco entender los efectos en la formación de un nuevo adorador.

    Desde la perspectiva del “otro” se entiende que los criterios de familiaridad definen nuestras relaciones. En otras palabras: si mi cosmovisión depende en última instancia de un “otro” y de mis interacciones sociales con él para que se establezcan, y está directamente ligada a mi red de interlocutores, es correcto pensar que una plataforma fría, donde solo estoy conectado a un predicador, de hecho, incidirá en mi formación como ciudadano del Reino.

    Como ministerio, tal vez aún no tengamos instrumentalizada una generación entera de “evangelitubers” –creando aquí un neologismo– para poder discutir estas implicaciones a mediano y largo plazo. Y tal vez esto valga para considerar ambas dimensiones: el ministerio y su red de fieles. Sí porque a corto plazo todavía continuará el placer del juguete nuevo. Lo cierto es que los medios, como decía McLuhan,[2] son en alguna instancia comunicativa como extensiones del mismo hombre. En este proceso, el peligro es llegar al punto en que, en la proliferación del gran volumen de cosas a decir, el mensaje se pierda en un medio difuso, de poca retención y tan fugaz como el streaming. Como dijo Maquiavelo en su célebre frase, que ahora no ocurra que “los fines justifiquen los medios”, sino que los “medios” (online) justifiquen los fines”.[3]

¿Nuevas relaciones?

    Del uso de las plataformas digitales surge la pregunta: ¿Seremos, al final, adoradores no presenciales poscoronavirus? Transformar la pregunta en afirmación todavía es un riesgo. Apresurarse en afirmar que la doxología del culto jamás será la misma después de haber sido forzados a abandonar actitudes tan enraizadas como depositar el diezmo o la ofrenda en el alfolí cada sábado, prepararnos para salir de casa en dirección a la iglesia, cantar de forma congregacional y expresar por medio de gestos el sentido gregario del Cuerpo de Cristo reunido, parece muy precoz.

    Si es cierto que tendremos un nuevo adorador, ¿cómo será? ¿Será alguien que saldrá más fuerte de este “zarandeo embrionario”, más proactivo a las demandas del Reino y no meramente reactivo? ¿Alguien que ya no necesitará estímulo para involucrarse en los compromisos de la vida religiosa? Es necesario ser cauteloso con los “profetas de lo que sucedió”, aquellos que son definitivos en los primeros movimientos del tablero. Cientos de años pueden colapsar con un solo clic, es cierto, pero sería demasiado arriesgado bajar el martillo o jugar todas las fichas a que está naciendo un adorador virtual, conectado y libre de las rutinas presenciales del culto como resultado de una cuarentena.

    Además, una transformación a ese nivel implicaría una nueva forma de conducir la iglesia. Es necesario decir que la dinámica congregacional a lo largo de los siglos siempre estuvo sustentada por un rol de actividades promovidas de manera presencial. Qué, cuándo y cómo hacer siempre fue algo que se concretó a partir del encuentro. Siempre fue la presencia física en un lugar, la iglesia, la que permitió la administración de un grado de efectividad en el cumplimiento de la misión. La idea de mantener al Cuerpo de iglesia ocupado ejecutando tareas en favor de la expansión del Reino siempre estuvo condicionada al feedback presencial.

    En este sentido es pertinente la pregunta: ¿conseguirán las plataformas virtuales mantener el mismo nivel de involucramiento de los miembros en el cumplimiento de la misión? Si esta ruptura se confirmara, estamos, de hecho, en el inicio de una revolución espiritual que demandará un nuevo perfil de liderazgo y una revisión de estructuras y estrategias de gobierno corporativo.

    Se percibe, especialmente, que la “nueva” era tecnológica da lugar a una nueva figura dentro del espectro comunicacional. Joan Ferrés i Plat la llama “prosumer”.[4] ¿Quién es este individuo? Aquel que además de ser un consumidor es también un productor de información. Al mismo tiempo, es la culminación del antiguo modelo emisor-receptor, que marcó el pulso en los sistemas comunicativos analógicos. Con la invasión de los cultos online, de las plataformas virtuales y de la posible adoración no presencial, no es difícil imaginar que los fieles adventistas se tomen la libertad de asumir la postura “prosumer” dejando de ser dependientes de las enseñanzas de la iglesia en términos de misión y cosmovisión.

    Al analizar las funciones mediadoras de la tecnología virtual, Ferrés i Plat considera que las herramientas digitales nunca serán neutras. Y asegura que las relaciones interpersonales mediadas por la tecnología son inevitablemente distintas de las relaciones directas. Y da como ejemplo la relación entre madre e hijo: “Una madre que, gracias a la tecnología, se conecta con hijos que viven a millares de quilómetros, disfruta el placer de verlos y, al mismo tiempo, padece la frustración de no poder abrazarlos”.[5] Podemos formar parte de una iglesia que se ve, pero que no se abraza, aunque es totalmente tecnológica. El autor finaliza afirmando que el “modelo piramidal propio de la era industrial se está sustituyendo por un modelo horizontal propio de la era digital”.[6]

    Tal escenario demandaría una red horizontal de administración con mucha mayor conectividad que la que el modelo vertical pudo promover hasta hoy. En consecuencia, resultaría en una nivelación organizacional y en un achatamiento estructural. En otras palabras, la iglesia estaría estructurada en movimientos orgánicos y no más en niveles interdependientes dentro de un organigrama funcional, en el que la llegada de una información, contenido o plan eclesiástico depende de un canal jerárquico organizacional, los llamados conductos regulares. Esto es lo que, de algún modo, ya ocurre en los lugares en los que la libertad religiosa está restringida. En esas condiciones, la información fluye por canales informales y los actores de la punta, especialmente los miembros, tienen más influencia que los líderes del modelo tradicional.

    Si estamos ante una nueva era de adoración virtual, será preciso volver a discutir los cuatro ejes de la iglesia como organismo social, resumido según David Bosch, en cuatro términos griegos clave: martyria, leitourgia, koinonia y diakonia.[7] Será necesario medir, a mediano y largo plazo, el grado de disposición para el sacrificio de esta comunidad virtual, implícito en el concepto de la palabra griega martyria, desprovista del sentido congregacional, alimentada vía streamings. Será urgente considerar la eficacia corporativa de una nueva liturgia, traduciendo la palabra griega bastante parecida, mediada por una pantalla de computadora y sus efectos en el modus vivendi del pueblo del advenimiento. Será ineludible considerar la capacidad de preservar el espíritu de congraciamiento, que es algo inherente al término griego koinonia. Y, finalmente, será primordial encontrar mecanismos de involucramiento en el servicio cristiano y formas para medirlo, aspecto central de la diakonia.

Conclusión

    Todos los puntos aquí presentados y discutidos tienen su lugar en los foros apropiados. De las conclusiones que cada uno de ellos pueda producir deberá inevitablemente aparecer el camino. Razón y no emoción. Argumentos y no pasiones. Equilibrio y no excesos a uno y otro extremo. Oración y consagración. Y el tiempo revelará la “mano de Dios al timón”.

Sobre el autor: Pastor en Bagé, Río Grande del Sur, Brasil.


Referencias

[1] Paulo Cândido de Oliveira, “Worldview: Vital for mission and ministry in the 21st Century”, Journal of Adventist Mission Studies: v. 5, No 1, pp. 22-41, 2009.

[2] Marshall McLuhan, Os Meios de Comunicação Como Extensões do Homem (San Pablo: Cultrix, 1995).

[3] Nicolau Maquiavel, O Príncipe (San Pablo: Universo dos Livros, 2009, versión electrónica).

[4] Joan Ferrés i Plat, Las pantallas y el cerebro emocional (Barcelona: Gedisa, 2014, versión electrónica), posición 1516.

[5]Joan Ferrés i Plat, Las Pantallas y el cerebro emocional, posición 1926.

[6] Ibíd.

[7] David Bosch, Misión en Transformación (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2005), p. 464.