En su libro El camino por recorrer (ACES, 2020) el pastor Jere Patzer resume claramente la base sobre la que se estableció y se sostiene la Iglesia Adventista del Séptimo Día: “Creo que Dios erigió nuestra iglesia profética al inspirar su teología, la que impulsa su misión, hecha posible por medio de su organización” (p. 14). Estos tres elementos –teología, organización y misión– están intrínsecamente relacionados. Como pastores, necesitamos entender bien cada uno de estos pilares:

Teología. Dios nos ha dado una teología única, unificada y preciosa. Como iglesia, nos comprometemos a preservar las verdades sagradas de las Escrituras (cf. Isa. 58:12; Apoc. 14:6). Aunque nuestras doctrinas pueden defenderse aisladamente, todas están profundamente conectadas. Un hilo de oro entrelaza nuestras 28 creencias fundamentales, lo que da armonía, simetría y belleza a nuestro mensaje.

En esta época de relativismo, no debemos ceder al pluralismo teológico, que nos lleva a elegir, como en un supermercado, qué doctrinas consideramos relevantes. La Biblia es nuestra autoridad suprema, nuestra única regla de fe y práctica. Elena de White escribió: “Las Santas Escrituras deben ser aceptadas como una revelación autorizada e infalible de su voluntad. Son la norma del carácter, las reveladoras de doctrinas y las examinadoras de la experiencia” (El conflicto de los siglos [ACES, 2015], p. 7).

Organización. En medio de una época marcada por el posdenominacionalismo y una espiritualidad individualista y subjetiva, es un desafío hablar de instituciones religiosas. Sin embargo, la organización adventista sigue creciendo porque creemos que el mismo Diseñador que guio el establecimiento de nuestro cuerpo doctrinal ha guiado también nuestra estructura. Con casi 23 millones de miembros en 212 países, la Iglesia Adventista del Séptimo Día mantiene la mayor red de educación protestante del mundo, así como sólidas instituciones en los ámbitos de la salud, la alimentación, la edición y los medios de comunicación. Contrariamente a lo que algunos piensan, no podemos prescindir de nuestra organización, pues es el resultado de “mucho estudio, oración, […] sacrificio y prueba”. Bajo la mano de Dios, “será firmemente establecida, fortalecida y consolidada” (Elena de White, General Conference Bulletin, 10 de abril de 1903). Aun con fallas y defectos –pues tú y yo estamos en ella– la iglesia sigue siendo “el objeto al cual Dios dedica en un sentido especial su suprema consideración” (Elena de White, Los hechos de los apóstoles [ACES, 2009], p. 11).

Misión. Cuando observamos la Iglesia Adventista en 1863, año en que se organizó la Asociación General, y la comparamos con nuestra realidad actual, resulta evidente el gran crecimiento del movimiento. En aquella época, había 3.500 miembros en 125 congregaciones, y la nómina de la iglesia incluía 22 ministros ordenados y ocho ministros licenciados. Hoy tenemos 95.297 iglesias y 72.975 grupos, así como unos 21.000 pastores ordenados.

Entonces, ¿qué podemos decir? Elena de White sugiere: “Al recapacitar en nuestra historia pasada, habiendo recorrido cada paso de su progreso hasta nuestra situación actual, puedo decir: ¡Alabemos a Dios! […] No tenemos nada que temer por el futuro, excepto que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido” (Mensajes selectos [ACES, 2015], t. 3, pp. 190, 191).

Después de haber leído este número, te invito a reflexionar sobre su relación con las Escrituras, la iglesia y la misión. ¿Qué te parece mantener un ministerio equilibrado y alineado con estos pilares?

Sobre el autor: Editor de Ministerio, edición de la CPB