Sobre el autor: Secretario ministerial de la Iglesia Adventista para Sudamérica.

Hace unos meses, las autoridades chinas alertaron a la Organización Mundial de la Salud sobre el coronavirus. Desde entonces, el mundo no ha sido el mismo. Las perspectivas en relación con los efectos de la pandemia en la sociedad en esferas como la salud, la economía y la educación no son nada alentadoras. Casi todos los países del mundo se han visto afectados.

 La iglesia y sus miembros se encuentran insertos en este contexto desafiante. Esto nos lleva a repensar la vida, ajustándola a los nuevos tiempos que vivimos. El momento exige que enfrentemos esta batalla juntos, con fe y serenidad, a diferencia de muchos profetas del caos que se levantan para sembrar el pánico y el sensacionalismo.

 Ciertamente, el ministerio pastoral ha visto su rutina alterada por esta nueva realidad. En este contexto surgen preguntas como: ¿Podemos pastorear, cuando el acceso a los miembros es restringido? ¿Cómo predicar, siendo que las iglesias están cerradas? ¿Cómo cuidar de las personas que deben ser protegidas por medio del aislamiento social? Creo que el apóstol Pablo tenía mucho para enseñarnos en cuanto a la manera de proceder en situaciones desfavorables y, aun así, ser decisivos en la vida de las personas.

 En el año 61, Pablo estaba preso en Roma. Desde la cárcel escribió cuatro cartas: Efesios, Filipenses, Colosenses y Filemón. Aun estando distante, encontró los medios para estar presente y pastorear a las personas. Su ejemplo nos permite aprender al menos cuatro lecciones de cómo conducir a la iglesia en tiempos de crisis.

Pablo escribió cartas a las iglesias. En aquella época no había un medio más accesible para comunicarse que por escrito. Para no quedar desconectado de las iglesias, el apóstol envió cartas con mensajes que atendían las necesidades de cada una de ellas. Hoy tenemos muchos recursos a disposición, y debemos utilizarlos a todos para que los miembros se sientan pastoreados, fortalecidos y amparados.

 Pablo intercedió por las personas. “No ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones” (Efe. 1:16; ver también Fil. 1:3, 4; Col. 1:3 y File. 4). El apóstol conocía el poder de la oración, y por eso intercedía por los miembros de la iglesia. Él sabía que cada uno de ellos tenía sus miedos, luchas, angustias, y no dejaba de llevarlos a Cristo por medio de la oración. Podemos utilizar los medios virtuales para orar con las familias, los amigos y los interesados. ¡Saber que otras personas oran por nosotros produce mucha diferencia!

 Pablo valoró a las personas. Él llamó fieles a los efesios (Efe. 1:16) y a los colosenses (Col. 1:2), santos a los filipenses (Fil. 1:1) y amado a Filemón (File. 1). En momentos de crisis, no podemos dejar de valorar a las personas y expresar nuestro aprecio por ellas. Esto contribuye a mantener la unidad y la perseverancia del rebaño, independientemente de la situación.

 Pablo inspiró a los miembros a dar testimonio. “De tal manera que mis prisiones se han hecho patentes en Cristo en todo el pretorio, y a todos los demás. Y la mayoría de los hermanos, cobrando ánimo en el Señor con mis prisiones, se atreven mucho más a hablar la palabra sin temor” (Fil. 1:13, 14). Aun en circunstancias tan limitadas, el apóstol hizo aquello para lo que fue llamado: predicar el evangelio. Siguiendo su ejemplo, los miembros se involucraron en la misión. A pesar de los desafíos del momento, necesitamos encontrar muchas oportunidades en las adversidades. Las personas están más sensibles y abiertas al diálogo. Por eso debemos aprovechar las circunstancias y compartir nuestro mensaje de esperanza.