Tratando con quienes se alejaron de la iglesia.
Cierta noche, recibí una llamada de una señora que se alejó de la iglesia en la que yo era pastor. Su voz revelaba cierto nerviosismo. Después de los saludos, llegó el golpe:
–Quiero que sepas que estoy agradecida a Dios por haberme alcanzado. Pero necesito decirte algo…
–Pero no…
–No voy a asistir más a la iglesia.
–¿Cómo?
–Yo… yo creo que para mí será mejor no aparecer más en la iglesia.
–No entiendo… Acabas de llegar. Te bautizaste hace tres semanas.
–Sí, lo sé…
Su explicación incluía falta de libertad dentro de la iglesia. Aun después de mi fuerte súplica para que repensara su decisión, nunca más volvió.[1]
Desgraciadamente, muchos cristianos se alejan de la iglesia como esa señora. Los motivos van desde luchas espirituales agudas, hasta decepciones con algo que ocurrió dentro de la comunidad espiritual.
Mi intento en este artículo no es discurrir sobre las razones que llevan a tanta gente a alejarse de la iglesia, sino cuáles son las opciones que el pastor o líder de iglesia tienen para abordar a una persona que se alejó de la comunión con sus hermanos de fe.
Escape y vergüenza
De las incontables historias que he presenciado hasta el día de hoy, casi siempre el alejamiento ocurrió a causa de decepciones con personas de la misma iglesia. Me di cuenta de que, después de un tiempo, algunas de las personas reconocen que deben volver. Sin embargo, la vergüenza o la herida hacen que ese retorno se vuelva difícil.
Lo primero que hago al visitar a un miembro que se alejó de la iglesia es oír su historia con total atención, concordando con él en aquello que es evidente, es decir, que los problemas son reales para quien desea permanecer firme en la iglesia. ¿Y por qué es esto así? Porque la iglesia no es un lugar de personas perfectas (sin errores). Por el contrario, cada persona trae a la iglesia todo aquello que carga en su naturaleza. Maurício Zágari afirma: “Nuestra humanidad pecadora siempre encuentra caminos para manifestarse, definiendo el tono de nuestras relaciones y comprometiendo nuestros ideales de comunión cristiana”.[2]
Al comienzo de mi ministerio pastoral, hacía lo opuesto: no le prestaba mucha atención a la historia de decepción o a la ofensa que había llevado a una persona a alejarse de la iglesia. Yo intentaba defender a la iglesia a todo costo. No me daba cuenta de que mi actitud transmitía el siguiente mensaje: “Amigo, al fin de cuentas, la culpa es solo tuya. La iglesia es inocente”.
Huelga decir que esa fórmula nunca funcionó. Volvía a casa creyendo que había hecho mi trabajo, pero la persona no se sentía nada motivada a volver a la iglesia. Cuando me di cuenta de ese error, decidí cambiar mi abordaje del asunto. Era necesario oír con más empatía las objeciones que se presentaban. Elena de White aconseja: “No debemos recargarlos con censuras innecesarias, sino que debemos permitir que el amor de Cristo nos constriña a ser muy compasivos y tiernos, para que podamos llorar por los que yerran y los que han apostatado de Dios”.[3]
Decepciones y heridas
No todos se dan cuenta, pero cuando alguien acepta ser miembro de una congregación espiritual comienza a tener una experiencia en comunidad (y el cristianismo solo puede vivirse en comunidad), en la cual las relaciones interpersonales serán parte del día a día de la iglesia. Y allí se manifiesta el dilema: tendremos que tratar con personas diferentes en diversos aspectos (gustos, sueños, cultura, etc.). Para algunos, se trata de un desafío bastante intimidante.
Obviamente, debido a nuestra naturaleza pecaminosa, a veces las cosas se salen de control, dando lugar a desacuerdos y separaciones. Esto nos muestra que debemos ser cuidadosos para no solo oír a la persona con calma, sino también para no inclinarnos por una solución simplista; es decir, decir algo que suene inocuo, como: “Estas cosas pasan… no te preocupes por esto… déjalo pasar…”. De hecho, este tipo de frases no ayudan en absoluto.
Frente a esto, creo que sería de mayor provecho utilizar preguntas, en lugar de afirmaciones, como: “¿Por qué crees que llegaste a este punto?”; “¿Dónde estaba realmente el problema?”; “¿Crees que las cosas podrían haber sucedido de otra manera?” Estas preguntas pueden llevar a las personas a ver la situación desde una perspectiva que no habían considerado antes. Esto no significa que estés de acuerdo o en desacuerdo con sus motivos, sino solo trayendo a colación posibles respuestas al dilema de la crisis que la persona está experimentando con la iglesia.
Desafíos en comunidad
Una vez que hayas oído con atención las decepciones y angustias de la persona, puedes hacer una nueva pregunta (la cual creo, particularmente, que es esencial): “¿Cómo visualizas a la iglesia de Dios?”
Esta pregunta es importante porque las posibles respuestas ofrecerán pistas que necesito para volver a insertar a la persona en el contexto de la comunidad. Por ejemplo: si menciona que Dios espera que la iglesia sea más unida, la próxima pregunta que realizaré será: “¿Cómo podríamos, tú y yo, ayudar a la iglesia a lograr ese objetivo?” De este modo, estaré colocando alguna responsabilidad sobre la persona, motivándola cariñosamente a ser un agente de cambio.
También puedo recordar las metáforas bíblicas para la iglesia. El apóstol Pablo presenta algunas: (1) la iglesia es una familia; (2) la iglesia es un campo para plantar y cosechar; (3) la iglesia es el cuerpo de Cristo. Al traer a la memoria del creyente estas metáforas, una nueva pregunta surge: “¿Qué podemos hacer juntos para que la iglesia cumpla su papel?”
Perdón y restauración
Inevitablemente, en algún momento será necesario presentar el perdón como respuesta a las heridas y dolores. Al creyente le digo que no existen relaciones duraderas, ya sea en la iglesia o en cualquier otro lugar, si no está presente el deseo de perdonar. A fin de cuentas, ¿quién no comete errores?
En general, al citar el perdón, el corazón se resiste en el primer momento. Tengo la oportunidad, entonces, de leer un texto muy importante de la Biblia: “Sopórtense unos a otros, y perdónense si alguno tiene una queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes” (Col. 3:13, NVI).
Trato de traer al razonamiento lógico de la persona el axioma de que en un lugar donde hay mucha gente, existe la posibilidad de decepcionarse con alguien. Sin embargo, también existe la posibilidad de que alguien se sienta decepcionado con nosotros. A menudo recuerdo que, como líder de la iglesia, he herido a muchas personas, aunque nunca haya tenido la intención de hacerlo; así como he luchado en oración para perdonar a algunos que me han herido.
En ese momento, puedo mencionar al creyente una frase de Horace Bushnell: “El perdón […] significa la restauración de la comunión interrumpida”.[4]
Misión y salvación
Si el corazón del miembro alejado está receptivo (el proceso puede durar tiempo, y costar el esfuerzo de varias visitas), el paso siguiente será invitarlo a un nuevo compromiso; algo que, claro, incluya la misión de la iglesia. Una vez, invité a un joven a volver a la iglesia con una propuesta misionera: visitar hermanos en la fe que, como él, se habían alejado de la iglesia. “Podrás oír a tus hermanos y entenderlos mejor que nadie, pues pasaste por la misma situación”. Me miró sorprendido, pero luego sonrió y dijo: “Sí, quiero volver a la iglesia para ayudar. ¿Cuándo comenzamos?”
Claro que no todos tendrán esa reacción. Sin embargo, involucrar a las personas en un compromiso de amor en el cual se sientan útiles y ocupadas siempre trae algún buen resultado. Elena de White aconsejó que debemos “guiarlos a trabajar por aquellos que están más necesitados que ellos. La oscuridad se disipará si pueden ser guiados a ayudar a otros”.[5]
Amor y esperanza
Cada creyente alejado de la iglesia necesita saber, sobre todo, que es amado. Primero, amado por Jesucristo; no colectivamente, sino amado como si fuese el único hijo. Segundo, amado por el pastor. A fin de cuentas, estoy allí porque me preocupo por él. Finalmente, amado por la iglesia, pues la mayoría de los miembros de la comunidad verdaderamente sienten su falta.
Intento mencionar que, como discípulos de Cristo, vivimos por una “esperanza viva” de que pronto seremos transformados. Y más: tenemos la garantía bíblica de que la iglesia será triunfante sobre el poder del mal (Apoc. 19:6-9).
La lectura de Juan 10:14 y 16 le hace muy bien al corazón del creyente en ese momento: “Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas y ellas me conocen, […] Yo debo traerlas, y oirán mi voz” (NBLA).
Quedará solo una pregunta: “¿Deseas estar conmigo en el redil del Buen Pastor?”
Sobre el autor: Pastor en Hortolândia, San Pablo.
Referencias
[1] Episodio relatado en mi libro Liberdade Real (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2019), p. 151.
[2] Maurício Zágari, Perdão Total na Igreja (San Pablo: Mundo Cristão, 2019), p. 11.
[3] Elena de White, Joyas de los testimonios (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), t. 1, pp. 355, 356.
[4] Citado en Moisés Marinho de Oliveira, 7 mil ilustrações e pensamentos (Río de Janeiro: Juerp, 1983), p. 240.
[5] Elena de White, “The Blessing of Service”, Review and Herald, 5 de mayo de 1904.