Entre las relaciones más importantes del pastor se encuentra la que mantiene con los ancianos, los directores de departamentos y los miembros de su iglesia. Dios espera que el ministro y sus dirigidos se amen unos a otros, oren los unos por los otros, trabajen, adoren a Dios y ganen personas para Cristo, juntos. A continuación, presento algunas sugerencias para desarrollar una relación saludable con el rebaño.

Ama

 Hace poco entrevisté a un pastor con más de cuarenta años en el ministerio y una carrera pastoral de éxito. Le pedí que mencionara dos cosas que había aprendido en su ministerio. Me dijo: “Puedo resumir la tarea pastoral en dos frases: Ama a Dios de todo corazón, mente y alma, y ama a los otros como a ti mismo. Es decir, ten un corazón completamente dedicado a Dios y a las personas”. El apóstol Pablo desarrolló afecto y dedicación por las personas que pastoreó. Se acordaba de ellas con cariño. Oraba por ellas. Se unía a ellas para esparcir el evangelio (Fil. 1:3-5).

Expresa

 Expresa amor por los miembros de tu rebaño. Yo siempre les decía a mis congregaciones que las amaba y oraba constantemente por ellas. Pasaba de dos a tres horas por semana escribiendo mensajes de ánimo para muchos de los miembros de mis iglesias. Les escribía felicitándolos por sus cumpleaños, por el nacimiento de un niño, o por haber realizado alguna acción en la iglesia o en la comunidad. En una de las iglesias que pastoreé, había una hermana que estaba casada con un investigador que visitó nuestra iglesia en varias oportunidades. En cierta ocasión, ella dirigió una Escuela Cristiana de Vacaciones y, como muestra de agradecimiento, la iglesia los envió a un retiro con todos los gastos pagos. El esposo quedó tan conmovido que, a su regreso del retiro, quiso estudiar la Biblia conmigo. Meses después tuve el privilegio de bautizarlo. La expresión de afecto y amor toca a las personas.

Ora

 Cuando una familia está pasando por momentos difíciles, el pastor debe orar con ella. Cuando un miembro está enfermo, el pastor tiene que prestarle atención y orar con él. Muchas veces, una palabra de ánimo o una llamada telefónica puede ser una gran bendición. Desarrollé el hábito de orar, cada mañana, por mis iglesias y por las comunidades en las que estaban ubicadas. Después, llamaba a los miembros para decirles que estaba orando por ellos, y les preguntaba si tenían algún pedido específico. Recuerda que la oración mantuvo a la iglesia unida durante los siglos de tormentas y tribulaciones por los que tuvo que pasar.

Cuida

 Las personas son más importantes que los programas. Les gusta sentirse amadas y cuidadas. Algunos pastores pueden dar la impresión de que son más afectos a programaciones, técnicas y estrategias. Sin embargo, aunque todo eso pueda ser importante y necesario, no es lo que hace que la iglesia se realice. Cuando tengas miembros que amen a Jesús y reflejen su gracia, entonces tendrás una iglesia bendecida que crecerá naturalmente. Pasa tiempo con los miembros, disfruta del compañerismo de ellos, ámalos, ora por ellos y esfuérzate por su bienestar. Reduce tu programación y dedícale más tiempo al discipulado.

Edifica

 Utiliza tu ministerio para edificar y desarrollar a los miembros. Algunos pastores tienen la idea de que la iglesia en la que están no es más que un escalón para llegar a un ministerio más destacado. Sin embargo, el mayor producto de un ministerio pastoral es el creyente inquebrantable que crece en la gracia del Señor. A los ojos de Dios, las personas son infinitamente preciosas. También deben ser importantes para nosotros. Cuando un ministro ama a su iglesia y se alegra por cada miembro que está creciendo en la fe, desarrolla el verdadero corazón de pastor.

 Cuando asumí las responsabilidades de un nuevo distrito, verifiqué que cada una de las iglesias tenía una deuda de aproximadamente cien mil dólares y muchos conflictos entre los hermanos. Por la gracia de Dios, le dediqué amor y cuidado a la congregación, la alimenté espiritualmente y generé oportunidades para que sus miembros crecieran en la fe. Doce años después, cuando salí de este distrito, teníamos unos quinientos miembros, sesenta mil dólares en el banco, y un ambiente alegre y lleno de armonía. En la fiesta de despedida, oí de labios de los miembros: “Gracias por habernos amado, por preocuparte por nosotros y haber hecho de nuestra iglesia un lugar agradable para adorar a Dios y convivir con los hermanos”. Creo que el verdadero trabajo pastoral es tener el corazón de Dios en el trato con las personas.

Sobre el autor: profesor en el Seminario Teológico Adventista del Séptimo Día en la Universidad Andrews.