El papel del pastor y del anciano en la iglesia local

A lo largo de la historia, Dios ha elegido personas para cumplir roles específicos y les ha dado, mediante la práctica de la imposición de manos (Núm. 8:10; Hech. 8:19), la responsabilidad de preparar a un pueblo para el regreso de Jesús. El apóstol Pablo escribió: “Él mismo dio a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros; a fin de perfeccionar a los santos para desempeñar su ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efe. 4:11, 12).

Incluso en una rápida búsqueda bíblica, no es difícil identificar a estas personas a través de las actividades que realizaban. En el Antiguo Testamento, por ejemplo, después de que Dios instituyera el sistema de sacrificios al confeccionar ropas de pieles para Adán y Eva (Gén. 3:21), correspondió a los patriarcas, los profetas y los reyes dar la debida continuidad a las orientaciones divinas respecto del evangelio. Durante este período, vemos tres roles desempeñados por los líderes espirituales elegidos: 1) Sacerdote – que ministraba como intercesor entre Dios y su pueblo, actuando en asuntos espirituales (Núm. 18:7); 2) Juez – que ministraba como intercesor entre Dios y su pueblo, así como entre el pueblo mismo en sus asuntos morales, civiles y ceremoniales (Éxo. 28:30; Deut. 17:12); y 3) Médico – que ministraba como intercesor en cuestiones de salud e higiene (Lev. 13:2, 3).

En el Nuevo Testamento, después de la encarnación y la ascensión de Cristo, la iglesia se estableció bajo el liderazgo de personas constituidas por Jesús y la iglesia misma. Los apóstoles (Mar. 3:14) se involucraban básicamente en dos actividades: 1) defender la fe, manteniendo pura la doctrina enseñada por la iglesia, evitando así perder el enfoque en la misión (1 Tim. 6:3‑5; 2 Tim. 6:3-5; 4:7; Tito 2:1, 7); y 2) expandir el Reino, es decir, expandir las fronteras del evangelio, alcanzando al mundo entero (Hech. 16:5; 18:11; 19:20; 28:31).

¿Y en la Iglesia Adventista? ¿Cómo funcionó esta división de funciones en sus inicios? Russell Burrill responde: “Puesto que las iglesias locales no tenían pastores regulares, todo el diezmo era enviado para mantener a los que establecían iglesias y a los evangelistas, que creaban nueva obra. Las iglesias establecidas no sentían ninguna necesidad de un pastor; defendían su vida cristiana por su cuenta, así como hacían los primeros cristianos. Este no fue un desarrollo accidental en el adventismo, sino una estrategia deliberada basada en su estudio del Nuevo Testamento”.[1]

Según Wellington Barbosa, Elena de White consideraba que “el modelo itinerante [de pastores] era un principio ministerial en el que el pastor actuaba como un evangelista plantador de iglesias, capaz de establecerlas en la verdad, educarlas para el trabajo y supervisarlas sin llevarlas a la dependencia. De manera especial, estas atribuciones se hicieron explícitas en sus escritos entre los años 1863 y 1901”.[2]

Después de esta breve introducción y a la luz de los ministerios de tiempos pasados, ahora podemos plantear las siguientes preguntas: ¿Cuáles son las responsabilidades de los pastores actualmente? ¿Qué diferencias se pueden observar entre el papel del pastor local y el papel de los ancianos?

Responsabilidades de los líderes

Inmersos en un gran número de compromisos que roban tiempo e incluso quitan, en cierto sentido, calidad de vida, los pastores se dedican por completo a actividades gerenciales y administrativas, no solo en el aspecto religioso, sino también en el aspecto emocional del rebaño. A este contexto se suman también las ocupaciones cotidianas: cuestiones financieras, crianza de los hijos, atención de la salud, entre otras. Nota lo que Elena de White escribió acerca de estas exigencias del ministerio: “Cuando el pastor está sobrecargado de trabajo, con frecuencia tiene su tiempo tan ocupado que a duras penas encuentra la ocasión de examinarse a sí mismo para ver si está en la fe. Tiene poquísimo tiempo para meditar y orar. Cristo unió en su ministerio la oración con el trabajo. Dedicó noches enteras a la oración. Los ministros deben buscar a Dios para recibir su Espíritu Santo, con el fin de presentar correctamente la verdad”.[3] ¿Cómo pueden los pastores presentar adecuadamente la verdad, si hay un exceso de tareas diarias?

Sobre la base del texto de Efesios 4:11, que presenta la diversidad de dones otorgados por Dios al cuerpo de Cristo (incluidos los “apóstoles” y “pastores”), ¿cómo podríamos definir el papel de estos dos oficios? En nuestra realidad, ¿quién debe desarrollar el rol de apóstol y el rol de pastor? Parece que el sentido común en la iglesia hoy es que los pastores deberían ser aquellos que pasaron cuatro años en la facultad de Teología preparándose académicamente. Pero ¿quién asumirá el papel de apóstol, alguien que predica el evangelio a los perdidos?

Recordemos lo que ocurrió en la iglesia apostólica. En sus inicios, la iglesia establecida por Cristo se enfrentó con la clara necesidad de cuidar a los nuevos conversos. Una de estas tareas fue ayudar a las viudas de los helenistas (Hech. 6:1-7). Para satisfacer esta demanda, los apóstoles tomaron la decisión de delegar en otras personas la responsabilidad de servir a estas mujeres en las mesas. Elena de White comentó: “Los apóstoles reunieron a los fieles en asamblea, e inspirados por el Espíritu Santo expusieron un plan para la mejor organización de todas las fuerzas vivas de la iglesia. Dijeron los apóstoles que había llegado el tiempo en que los jefes espirituales debían ser relevados de la tarea de socorrer directamente a los pobres, y de cargas semejantes, pues debían quedar libres para proseguir con la obra de predicar el evangelio. Así que dijeron: ‘Busquen pues, hermanos, siete varones de buen testimonio, llenos de Espíritu Santo y de sabiduría, a los cuales pongamos en esta obra. Y nosotros persistiremos en la oración, y en el ministerio de la palabra’. Siguieron los fieles este consejo, y por oración e imposición de manos fueron escogidos solemnemente siete hombres para el oficio de diáconos”.[4]

Esta sabia medida, a pesar de ser aparentemente sencilla, trajo grandes resultados en la expansión del evangelio y la consolidación de la iglesia apostólica, ya que aligeró el trabajo de los apóstoles, liberándolos para predicar el evangelio tiempo completo. Además, entrenó a otros hombres para que también predicaran la palabra. Elena de White comentó: “Esta cosecha de almas se debió igualmente a la mayor libertad de que gozaban los apóstoles y al celo y la virtud demostrados por los siete diáconos. El hecho de que estos hermanos habían sido ordenados para la obra especial de mirar por las necesidades de los pobres no les impedía enseñar también la fe, sino que, por el contrario, tenían plena capacidad para instruir a otros en la verdad, lo cual hicieron con grandísimo fervor y éxito feliz”.[5]

Esto nos enseña que los pastores deben ser “ministros” de ministros; es decir, deben enseñar a los miembros de la iglesia a cumplir la misión. Elena de White comentó: “Los ministros […] y maestros cristianos tienen una obra más amplia de lo que muchos se imaginan. No solo han de servir a la gente, sino también enseñarle a servir. No solo han de instruir a sus oyentes en los buenos principios, sino también educarlos para que sepan comunicar esos principios”.[6]

Ayuda y cooperación

Esta asociación entre apóstoles y diáconos fue de fundamental importancia no solamente para la toma de decisiones, sino también para proteger a la iglesia en sus primeros pasos. “Aunque las compañías o grupos de fieles estaban esparcidos en un dilatado territorio, eran todos miembros de un solo cuerpo, y actuaban de concierto y en mutua armonía. Cuando se suscitaban disensiones en alguna iglesia local, como ocurrió después en Antioquía y otras partes, y los fieles no lograban avenirse, no se consentía en que la cuestión dividiese a la iglesia, sino que se la sometía a un concilio general de todos los fieles, constituido por delegados de las diversas iglesias locales con los apóstoles y los ancianos en funciones de gran responsabilidad. Así, por la concertada acción de todos, se desbarataban los esfuerzos que Satanás hacía para atacar a las iglesias aisladas, y quedaban deshechos los planes de quebranto y destrucción que forjaba el Enemigo”.[7]

Un ejemplo clásico de esta asociación exitosa entre apóstoles y pastores (comúnmente llamados “ancianos”) es el dúo conformado por Pablo y Bernabé. Pablo fue llamado por el mismo Cristo como apóstol en el camino a Damasco (Hech. 22), mientras que Bernabé fue elegido por la propia iglesia para desarrollar su ministerio (Hech. 13:1-3). Sobre esta asociación, Elena de White escribió: “Antes de ser enviados como misioneros al mundo pagano, estos apóstoles fueron dedicados solemnemente a Dios con ayuno y oración por la imposición de las manos. Así fueron autorizados por la iglesia no solamente para enseñar la verdad, sino además para cumplir el rito del bautismo, y para organizar iglesias, siendo investidos con plena autoridad eclesiástica”.[8]

Debido a la llegada de muchos nuevos conversos, quizá la experiencia de “partir el pan” fue una de las cuestiones más sencillas, en comparación con la formación de dirigentes capaces de continuar la misión, así como desarrollar las actividades necesarias y consolidar la nueva iglesia. “Como factor importante del crecimiento espiritual de los nuevos conversos, los apóstoles se esforzaron por rodearlos con las salvaguardias del orden evangélico. Organizaron iglesias en todos los lugares de Licaonia y Pisidia donde había creyentes. En cada iglesia elegían directores y establecían el debido orden y sistema para la conducción de todos los asuntos pertenecientes al bienestar espiritual de los creyentes”.[9]

El papel del ancianato

Los líderes elegidos para dirigir la iglesia recién formada desempeñaron la función de pastorado local y llevaron a cabo actividades que solo podrían tener éxito si las realizaban personas cercanas al nuevo grupo. Por lo tanto, los llamados apóstoles no podrían cumplir su tarea apostólica de defender la fe y expandir el Reino, debido a las grandes distancias que debían recorrer. “La elección de estos hombres para que trataran los asuntos de la iglesia, de manera que los apóstoles quedaran libres para llevar a cabo su tarea especial de enseñar la verdad, recibió en gran medida la bendición de Dios. La iglesia progresó en cantidad y fortaleza. ‘Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe’ (Hech. 6:7)”.[10]

Este es un tema muy relevante. A medida que pasa el tiempo, tenemos dificultades para mantener a la iglesia concentrada en la Gran Comisión. Parece que estamos perdiendo nuestra comprensión sobre la importancia de los dones. Elena de White escribió: “Concluyo, entonces, que la predicación y la creencia del evangelio primitivo siempre irán acompañadas de la misma ayuda espiritual. La comisión dada a los apóstoles pertenecía a la Era Cristiana, y abarcaba toda la extensión de ella. Por consiguiente, los dones se perdieron únicamente por causa de la apostasía, y se reactivarán con el reavivamiento de la fe y la práctica primitivas”.[11]

Elena de White dedicó un capítulo entero del libro Joyas de los testimonios, tomo 3, para dejar en claro la idea de que la iglesia debe asumir su papel pastoral, liberando así a los pastores de distrito para dedicarse a defender la fe y expandir el Reino. Wellington Barbosa escribió: “Una síntesis de la comprensión de Elena de White sobre el ancianato incluye las siguientes atribuciones: supervisión, pastorado, nutrición espiritual y educación (entrenamiento). Al hacerlo, el anciano estaría desempeñando un papel en el cumplimiento de la misión de la iglesia, permitiendo que el pastor llegue a otros lugares, plante nuevas iglesias y establezca líderes que podrían llevarlos a un crecimiento integral”.[12]

Robert Michaelson añadió: “Es posible que estemos experimentando una nueva conciencia de la naturaleza de la iglesia como institución ministerial, un cuerpo que ministra las necesidades del mundo a través de todos sus miembros. El ministro puede ser líder, fuente de inspiración, organizador y administrador; pero, solo o incluso en equipo, no puede realizar el servicio que es vocación de la iglesia. Demandas complejas y urgentes […] han traído consigo una renovada conciencia del papel de la iglesia como cuerpo ministerial en el que tanto los ministros laicos como los ordenados son llamados como siervos del evangelio, no solo en la iglesia sino también en el mundo”.[13]

Conclusión

En la actualidad, ¿quién lleva a cabo la obra del apóstol y la del anciano? Lo que nos parece es que la obra de los ancianos en la iglesia está siendo delegada a los pastores, lo que automáticamente los ha llevado a relegar a un segundo o tercer lugar su verdadera función como apóstoles. Veamos lo que dice Elena de White: “Al viajar por el sur rumbo al Congreso, vi una ciudad tras otra en las cuales no se ha trabajado. ¿Cuál es el problema? Los pastores están revoloteando sobre las iglesias que conocen la verdad, mientras miles de personas perecen sin Cristo”.[14] Y continúa: “En vez de mantener a los pastores trabajando para las iglesias que ya conocen la verdad, digan los miembros de las iglesias a estos obreros: ‘Vayan a trabajar por las almas que perecen en las tinieblas. Mantendremos las reuniones, permaneceremos en Cristo y conservaremos la vida espiritual. Trabajaremos por las almas que nos rodean, y con nuestras oraciones y donativos sostendremos las labores en los campos más menesterosos y necesitados’ ”.[15]

Hay personas que afirman que el don del apostolado estaba restringido solamente a los Doce, pero si pensamos así tendremos al menos dos grandes problemas: 1) ¿Con qué autoridad Pablo reclama para sí este título, si no estaba en ese grupo selecto? (1 Cor. 1:1; 9:1; Col. 1:1; Efe. 1:1; 1 Tim. 1:1; Rom. 1:1; 2 Tim. 1:1, 11); y 2) la elección de otro nombre (Matías) para compensar la ausencia de Judas Iscariote (Hech. 1:15-26). En este caso, Pedro deja muy en claro que era necesario cubrir esa vacante a fin de que la obra no dejara de avanzar. El Comentario bíblico adventista añade: “Además de los Doce, había otros a los que en una u otra ocasión se los llama apóstoles, pero que nunca fueron considerados como pertenecientes al grupo elegido y enviado por Jesús (ver Rom. 16:7; 1 Tes. 2:6)”.[16]

Creemos que la comprensión de estos roles –los pastores de distrito como apóstoles y los pastores locales como ancianos– provocará en la iglesia actual el mismo despertar generado en la iglesia primitiva: la liberación de talentos para el cumplimiento efectivo de la obra del Señor: “Si los ministros quisiesen salir del camino que ya han recorrido, si quisiesen ir hacia nuevos campos, los miembros de la iglesia estarían obligados a llevar responsabilidades, y sus capacidades aumentarían por el uso”.[17]

Sobre el autor: pastor en Sorocaba, SP, Brasil.


Referencias

[1] Russell Burrill, La iglesia revolucionada del siglo XXI (Florida: ACES, 2007), p. 114.

[2] Wellington Barbosa, Las dos caras del ministerio (Florida: ACES, 2021), p. 78.

[3] Elena de White, El evangelismo (Florida: ACES, 2015), p. 664.

[4] Los hechos de los apóstoles (Florida: ACES, 2009), p. 74.

[5] Ibíd., p. 75.

[6] Elena de White, El ministerio de curación (Florida: ACES, 2008), p. 107.

[7] White, Los hechos de los apóstoles, p. 80.

[8] Ibíd., p. 132.

[9] Ibíd., p. 153

[10] Elena de White, La historia de la redención (Florida: ACES, 2014), p. 259.

[11] Elena de White, Primeros escritos (Florida: ACES, 2014), p. 169.

[12] Barbosa, ibíd., p. 100.

[13] Robert Michaelson, “The Protestant Ministry in America: 1850 to the Present”, en Um Ministério Para Todos, ed. por Rex Edwards, (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2021), p. 64.

[14] White, El evangelismo, p. 384.

[15] Ibíd.

[16] Francis D. Nichol, ed., Comentario bíblico adventista del séptimo día (Florida: ACES, 1996), t. 6, p. 940.

[17] White, El evangelismo, p. 385.