Decía una vez un veterano ganador de almas que no bautizamos más almas porque no pedimos más a Aquel que prometió “pedid y se os dará”; y no pedimos más porque no creemos lo suficiente. Lo triste es que por no tener esa “fe como un grano de mostaza”, tampoco nos entusiasmamos en trabajar en la evangelización con ritmo de terminadores de la obra.
Esa era la opinión de un hombre que podría estar acertado o no. De todos modos no estaría de más meditar y orar sobre ese asunto. Pero lo que comienza a darnos una nota de cristiano optimismo es el plan trazado por la iglesia mundial, que evidentemente demuestra una reacción saludable y positiva al proponerse bautizar mil almas cada día en los mil días previos al próximo congreso de la Asociación General (desde el 18 de septiembre de 1982 hasta el 15 de junio de 1985). Esto significa que para ese lapso nos hemos propuesto, por la gracia de Dios, bautizar un millón de almas como testimonio del amor redentor de nuestro Señor.
¿Cuál ha sido la reacción de las divisiones hispanohablantes? Interamérica y Sudamérica aceptaron el desafío de contribuir, la primera de ellas con el 20% del blanco mundial, y la segunda con un blanco básico del 17% y uno ideal igual al de su división hermana. Esto quiere decir que estamos orando y trabajando para bautizar del 37 al 40% de ese millón de almas para Cristo hasta el próximo congreso mundial.
Esta es realmente una tarea de gigantes, que trasciende los límites de la capacidad humana, pero creemos que hemos encontrado el camino para ésta y otras realizaciones mayores aún. Dicho camino puede expresarse en tres puntos básicos:
1. Tenemos una filosofía: Por su Espíritu: sembrar, cosechar y conservar. Siempre fue así, sólo que Laodicea debe despertar a la orientación indicada por Dios desde la antigüedad: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac. 4: 6).
2. Tenemos un objetivo específico: Mil almas bautizadas por día durante los mil días de cosecha. Lo importante es que, además de los blancos adoptados por la División, las uniones y las asociaciones-misiones, cada distrito, cada iglesia, cada pastor y cada creyente, ore y acepte su parte en este objetivo evangelizador, fijándose su blanco de fe en este proyecto.
3. Tenemos medios: El Módulo Semanal, formado por las reuniones regulares de la iglesia que fueron establecidas para sembrar, cosechar y conservar. Organicemos las reuniones. Demos a cada creyente algo que hacer, algo que justifique el asistir a las reuniones, y hagamos funcionar sabiamente toda la maquinaria misionera, desde el consejo de evangelización y las unidades evangelizadoras hasta la evangelización pública y personal de los laicos y los obreros.
Perdónenme, mis hermanos y consiervos, que intercale aquí un secreto satánico, que podría parecer ajeno al espíritu de estas reflexiones. Me refiero a la receta para el fracaso que consiste en dejar la evangelización y la responsabilidad de lograr los blancos en manos del clero adventista, y más específicamente todavía en aquellos considerados como profesionales de la predicación, conocidos entre nosotros con el título de evangelistas. Si optásemos por este camino no alcanzaríamos este blanco ni terminaríamos la obra, porque en el plan de Dios la evangelización tiene que llegar a ser asunto personal de todo creyente. “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efe. 4: 11, 12). En un acto de su sabiduría y su misericordia, Dios decidió entregar el ministerio de reconciliación a cada creyente, laico u obrero. Quiera Dios ayudarnos a tomar la decisión, de una vez por todas, de hacer las cosas bien, constituyéndonos en parte viviente y activa del cuerpo de Cristo, quien “vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Luc. 19: 10), y que por su Espíritu nos integremos con todo vigor a este buen programa de los Mil Días de Cosecha.