El viernes 14 de junio de 1974 fue una fecha importante para mí. En ese día la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma me concedió el doctorado en Historia Eclesiástica magna cum laude. Fue la primera vez en su historia de 430 años que la universidad concedía un título tal a un no católico.

Mi motivación para elegir la Gregoriana para emprender mi programa doctoral era simplemente el sincero deseo de obtener una visión desde adentro del catolicismo romano. Quizá les interese saber que la mayoría de los papas, cardenales y obispos de la Iglesia Católica Romana han recibido alguna preparación en la Gregoriana.

El estar sentado en las clases con sacerdotes y frailes católicos de todo el mundo, era una experiencia singular para mí. Al principio me sentía un poco incómodo. Sin embargo, pronto se derritió el hielo y establecimos cálidas relaciones. Yo era, en efecto, objeto de mucha curiosidad de parte de mis compañeros de clase, pues era el primer no católico en asistir regularmente a la Universidad. Entre una clase y otra a menudo nos trenzábamos en discusiones teológicas, y siempre que yo intentaba definir la posición de nuestra iglesia sobre ciertas doctrinas o prácticas, mis compañeros sentían que nuestra iglesia, en muchos puntos, estaba dando un ejemplo digno de ser emulado.

Quedé impresionado por el hecho de que el Concilio Vaticano II ha favorecido por cierto el aggiornamento, o sea, la puesta al día de la iglesia. Pero no ha sido tarea fácil realizar esa puesta al día en una institución como la Iglesia Católica, con siglos de tradición bien establecida. Por ejemplo, uno de los problemas ha sido cómo animar la participación del laicado, o la lectura de la Biblia en una iglesia en la cual, hasta hace pocos años, el católico común era un simple espectador y donde no se favorecía la lectura de la Biblia. Ese es el problema que tienen hoy muchos clérigos católicos. Cuando compartí con mis compañeros las prácticas y los métodos adventistas, a menudo quedaban admirados y asombrados. De hecho, llevé a varios sacerdotes a nuestra iglesia ubicada en Roma-Appia (cerca de la famosa Vía Apia), y los hice participar en nuestras clases de escuela sabática. Recuerdo que uno que había participado en la escuela sabática dijo: “Me gustaría que pudiéramos introducir algo por el estilo en nuestra iglesia”.

Después de tres años de agradable compañerismo, nuestra clase de graduandos decidió hacer una fiesta de despedida. El problema era dónde hacerla. Sugerí a mis compañeros que si no tenían miedo de ser excomulgados, serían bienvenidos en mi casa. Después de un momento de vacilación, aceptaron mi oferta, y yo tuve el placer de dar la bienvenida a unos quince sacerdotes católicos de unos diez países en mi casa. Tuvimos juntos una velada muy placentera en la cual relatamos incidentes y cantamos, y cuando llegó el momento de despedirnos, cada compañero me pidió una copia autografiada de mi tesis. Yo había escrito sobre la observancia del domingo. Como pueden imaginarse, había hecho amplia provisión para satisfacer su pedido.

Quizá debo explicar cómo llegué a elegir mi tema. Acababa de pasar apenas una semana en la Gregoriana cuando vi en exposición entre las muchas obras eruditas publicadas por la universidad, una disertación doctoral que trataba el asunto del origen de la observancia del domingo. El autor, C. S. Mosna, era un jesuíta, ex alumno del Departamento de Historia Eclesiástica de la Gregoriana. Había realizado su investigación bajo el padrinazgo del P. V. Monachino, mi profesor principal, especialista en historia de la iglesia primitiva.

Leí ávidamente la monografía de Mosna sobre el origen de la observancia del domingo y me molestó el intento del autor de justificar la observancia del domingo como creación de la iglesia apostólica. Él sostiene la tesis de que los apóstoles eligieron el primer día de la semana como nuevo día de culto para la comunidad cristiana a fin de conmemorar con la cena eucarística el gran suceso de la resurrección. La misma tesis está sostenida ampliamente por los eruditos protestantes. Por ejemplo, en su notable monografía W. Rordorf trata en forma similar, en forma brillante y especulativa, de hacer remontar el origen del domingo a los apóstoles y a la comunidad cristiana de Jerusalén. Recalca que las apariciones de Cristo en domingo de noche, más que la resurrección, son el punto teológico de partida para la institución del domingo.

Investigación con rigor científico

Advertí la necesidad de emprender la investigación con rigor y metodología científicos a fin de averiguar el verdadero origen de la observancia del domingo, y así indirectamente confirmar la validez del mandamiento del sábado y su observancia por los primeros cristianos. Cuando propuse a mi profesor principal como tema para mi tesis doctoral investigar el tiempo y las causas del origen de la observancia del domingo, su reacción fue que el problema había sido ampliamente tratado en tiempos recientes. De hecho, me mencionó algunas de las tesis doctorales y de los artículos eruditos que han aparecido en los últimos quince años, además de la tesis doctoral de Mosna que él mismo había dirigido. Yo señalé que sentía que algunas de las conclusiones que se sostenían estaban basadas en un análisis unilateral de las fuentes, y que por lo tanto se justificaba una nueva investigación. Con una advertencia a ser cauteloso, me dejó decidir sobre el asunto, recordándome que me asegurase de basar mi trabajo sobre un análisis actual de las fuentes asequibles. Acepté la advertencia como una indicación positiva de que Dios me estaba dando una singular oportunidad de emprender una investigación que atraería la atención sobre la validez de la verdad del sábado y así señalaría una victoria para la Iglesia Adventista del Séptimo Día.

Me puse a trabajar con entusiasmo y decisión, y durante los dos años en que luché con el problema tuve momentos de gozo y satisfacción, así como momentos de depresión e incertidumbre. Aunque sabía que yo era objetivo en el análisis de las fuentes, tenía constantemente presente que mis conclusiones echaban por tierra con algunas de las recientes tomas de posición católica sobre el asunto. Algunos sonreirán si digo que no me atreví a comprar el pasaje aéreo ni a hacer reserva alguna para ir a la Universidad Andrews hasta después del 14 de junio, fecha histórica en mi vida, el día de mi defensa.

El 14 de junio era un viernes, un buen día para cerrar una investigación sobre el día de descanso y culto de la iglesia cristiana. La atmósfera en el aula de la defensa era solemne y digna. La alfombra roja, las sillas antiguas, pero sobre todo los rostros austeros de los cinco eruditos jesuitas que estaban sentados a la mesa examinadora me hacían muy consciente de la solemnidad del momento. La presencia de muchos amigos adventistas y de varios pastores era de gran ánimo para mí. Puedo decir que incluso había algunos no adventistas. Un amigo adventista viajó en automóvil 40 km desde el aeropuerto donde trabaja a fin de traer a un amigo que se había interesado recientemente en nuestro mensaje. Me di cuenta de que no era solamente cuestión de presentar y defender mi tesis, sino de dar mi testimonio en favor de la verdad del sábado en la más alta institución del saber de la Iglesia Católica Romana. Como Lutero, mi sentir era: “Aquí estoy. Que Dios me ayude”.

El examen oral

Presenté una síntesis de los métodos, el material y las conclusiones de mi investigación en aproximadamente una hora, y luego le tocó hablar a uno de los dos censores. Ellos habían pasado varias semanas examinando mi tesis, y ahora en forma sumamente amistosa presentaron su evaluación, haciéndome preguntas sobre ciertos puntos. Sus observaciones eran muy elogiosas, casi demasiado lindas para ser ciertas. A continuación, cito algunas líneas del informe de mi profesor principal, pero preferiría que sus palabras no fuesen consideradas tanto una felicitación para mí como un reconocimiento de la verdad del sábado. Él dijo: “La tesis del Sr. Bacchiocchi es una contribución seria a un tema de gran actualidad, como lo revelan los muchos estudios científicos sobre el asunto en los últimos treinta años y las tesis doctorales de los últimos quince años. El trabajo ha sido bien estructurado y ha sido llevado a cabo con metodología científica y un análisis cuidadoso de las fuentes disponibles, y está sostenido por una gran cantidad de informaciones y discusiones basadas en una vasta bibliografía especializada”. Comentando más tarde acerca de la sección de la tesis que trata de los factores que contribuyeron al origen de la observancia del domingo, dijo: “Han sido evaluados prudentemente de acuerdo con su peso”. Sin duda entre tantas felicitaciones también había algunas reservas, pero puedo decir con toda franqueza que la mayoría de las conclusiones fueron ampliamente aceptadas. Las palabras más asombrosas fueron pronunciadas por el segundo censor. Comenzó diciendo: “Debemos reconocer que se necesitaba un acto de valor para elegir un tema tan delicado y controvertido. Sin embargo, hay que admitir que el problema ha sido tratado con guantes de terciopelo”. Siguió comentando acerca de lo que pensaba eran algunos de los puntos positivos de la investigación, expresando algunas reservas acerca de otros. En sus observaciones finales luego expresó lo que yo consideré el testimonio más impresionante en favor del sábado. Dijo: “Hoy es viernes, un día apropiado para concluir una tesis sobre el día del Señor. Y ahora después de todo lo que se ha dicho acerca del sábado, lo único que nos resta es desearle a Samuel Bacchiocchi un buen sábado santo de reposo”. Me emocioné al escuchar esas palabras, especialmente porque salían de labios de un erudito jesuita. Para mí valían más que las medallas de plata y de oro que me concedieron por la distinción académica de mi trabajo.

Sobre el autor: Profesor adjunto de Historia Eclesiástica en la Universidad Andrews