Estaba circulando por los pasillos de la Redacción, cuando me crucé con un grupo de amigos pastores que tenían en sus manos, por primera vez, la nueva Biblia misionera. Con un smartphone, uno de ellos mostraba cómo funciona el recurso de la realidad aumentada, muy útil para facilitar la enseñanza de las profecías de Apocalipsis.

    Confieso que, mientras observaba la novedad, mi mente volvía a la época en la que tenía catorce años. No nací en un hogar adventista y conocí el evangelio mientras estudiaba en un colegio religioso, en el interior de San Pablo. Cuando estaba cursando la que por entonces era llamada la 8ª serie, el profesor de Religión propuso a la clase que estudiáramos juntos el libro de Apocalipsis. Me acuerdo del entusiasmo que se generó; todos aceptamos el desafío de intentar descubrir algunos de los misterios contenidos en el último libro de la Biblia. Personalmente, ¡no tenía idea de que esos descubrimientos cambiarían completamente el rumbo de mi vida!

    Mi primer gran descubrimiento fue con respecto a Dios. En las páginas de Apocalipsis, conocí mejor a mi Creador, Redentor, Sostenedor, Señor y Rey. Aunque tenía alguna noción acerca de Dios, me di cuenta de que todavía no había experimentado un encuentro real con él. Aprendí que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están profunda- mente comprometidos con el rescate de la raza humana y que la salvación podía ser una realidad para mí. Por otro lado, vi que la historia del mundo está, literalmente, en sus manos y que nada escapa de su control.

    Al tener esta perspectiva, comprendí también que vivimos en un conflicto cósmico entre el bien y el mal. Apocalipsis me ayudó a comprender la acción del enemigo contra los planes de Dios. Las vívidas descripciones acerca de quién es Satanás me ayudaron a comprender por qué sufren las personas buenas y cuál será el fin de los opresores que, aparentemente, viven impunes, a pesar de sus muchas injusticias. Entonces, por primera vez, pude considerar los eventos del mundo con una óptica más amplia, como piezas de un rompecabezas, cuyo punto central es la segunda venida de Jesús.

    Otro descubrimiento revolucionario para mí fue el entender que Dios tiene un pueblo en la Tierra. Mi percepción anterior era que todos los caminos llevaban a él, pero, al estudiar Apocalipsis, mis conceptos cambiaron drásticamente. Comprendí que, a lo largo de la historia, el Señor siempre mantuvo un remanente fiel y que, en el tiempo del fin, su pueblo sería reconocido por dos características fundamentales: guardar los mandamientos de Dios y tener el testimonio de Jesús. La exactitud y la coherencia de los cálculos proféticos que apuntaban al tiempo en el que el Señor levantaría un pueblo para anunciar un mensaje triple de salvación y juicio quedaron claros ante mis ojos, y supe que no habrían excusas para contradecirlos (aunque, como alumno cuestionador que era, intentara agitar la clase con refutaciones insustentables).

    Finalmente, estudiar Apocalipsis me ayudó a entender que no serían las ideologías humanas, que me fascinaban, ni los “héroes” que nutría en mi mente los que transformarían al mundo en un lugar mejor. Solamente Cristo y su Reino eterno podrían suplir mis ansias de justicia, paz y verdadera libertad.

    Es verdad que entre el momento en que hice esos descubrimientos y mi nuevo nacimiento en Cristo pasaron casi tres años. Mientras las verdades de la Palabra me llevaban a concluir que había encontrado el camino, la inmadurez y la presión del grupo me llevaban a postergar mi decisión. Aun así, cuando me apropié completamente de la promesa: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Apoc. 2:10), abandoné todos mis planes y mis sueños personales para llegar a ser un ministro del evangelio.

    Como pastor, tuve la oportunidad de elaborar algunos estudios bíblicos acerca de Apocalipsis y también predico mucho sobre el asunto. Por detrás de mis textos o sermones, hay una experiencia de transformación profunda, con base en los descubrimientos que hice a los catorce años. Cuando accedo al púlpito hoy, y observo a las personas en la congregación, me acuerdo de que, al abrir la Biblia, antes que los símbolos o las escenas fuertes, son más importantes la presentación correcta del carácter de Dios, del Gran Conflicto, del remanente final y del Reino eterno, preparado para aquellos que aman a Jesús y esperan su venida.

Sobre el autor: Director de la revista Ministerio Adventista, edición de la CPB.