La junta plenaria de la División Sudamericana estudió en su sesión de fin del año pasado el texto que publicamos, recibido de la Asociación General. Deseamos que cada lector dedique tiempo suficiente a estudiarlo y a meditar en él. Por eso lo publicamos en esta sección.

En el Concilio Anual celebrado en 1973 se pudo percibir la presencia del Espíritu Santo, que se extendió sobre la asamblea vivificando los corazones de los delegados y produciendo en ellos un profundo anhelo de Dios. Se notó el espíritu del reavivamiento y se observó la necesidad de una reforma. Como resultado de esta solemne experiencia, los delegados elaboraron un “Ferviente Llamado” dirigido a los miembros de la Iglesia Adventista de todo el mundo. En ese llamado se reconoce que la iglesia se halla en la condición laodicense (Apoc. 3:14-22), que el carácter de Cristo no ha sido “perfectamente reproducido en su pueblo” (Palabras de Vida del Gran Maestro, pág. 52), “que la venida de Jesús se ha demorado mucho… y que la tarea fundamental que debe emprender la Iglesia Adventista es la de volver a dar a las primeras cosas el primer lugar, de manera tal que se pueda apresurar el regreso de nuestro Señor”.

En muchas partes del mundo ese ferviente llamado obtuvo una respuesta impresionante. Hubo pastores que se basaron en él para preparar sermones, y en algunos lugares se realizaron reuniones de obreros para estudiar los temas que se tratan en él. Como resultado, en todas partes los hermanos se han unido a los dirigentes en la convicción de que se le debe dar el primer lugar al aspecto espiritual y doctrinal de la iglesia, y no al administrativo.

La verdad clara y sencilla dará origen a una experiencia y a un estilo de vida singulares. Cuando la gente llegue a comprender qué es lo que Dios espera de ella, estará más dispuesta a colaborar y a cumplir los deseos de su Señor.

Como delegados al presente Concilio Anual, creemos que el espíritu de arrepentimiento individual y colectivo que surgió como consecuencia del llamamiento que al reavivamiento y a la reforma se hizo en el Concilio Anual de 1973, debe continuar haciendo su obra en todo el mundo; también creemos que la condición de la iglesia, presentada en el llamado de 1973, no ha variado todavía y que, por lo tanto, persiste la necesidad de reavivamiento, arrepentimiento y reforma.

Pero si queremos que la iglesia florezca en espiritualidad para poder cumplir con su misión divina, debemos mantener continuamente en alto delante de nuestro pueblo a Cristo y su justicia. Además, la feligresía toda debe comprender claramente que Dios está tratando de preparar a un pueblo que guarde “los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apoc. 14:12). Ese pueblo habrá aceptado el mensaje que “el testigo fiel y verdadero” dirige a los laodicenses. “Los que resisten en cada punto, que soportan cada prueba y vencen, a cualquier precio que sea. han escuchado el consejo del Testigo fiel y recibirán la lluvia tardía, y estarán preparados para la traslación” (Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 66).

Esas personas habrán contribuido a vindicar el carácter de Dios y colaborado con la obra final que pondrá término al gran conflicto: “El honor de Dios, el honor de Cristo, están comprometidos en la perfección del carácter de su pueblo” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 625). “El Salvador anhelaba profundamente que sus discípulos comprendiesen con qué propósito su divinidad se había unido a la humanidad. Vino al mundo para revelar la gloria de Dios, a fin de que el hombre pudiese ser elevado por su poder restaurador. Dios se manifestó en él a fin de que pudiese manifestarse en ellos. Jesús no reveló cualidades ni ejerció facultades que los hombres no pudieran tener por la fe en él. Su perfecta humanidad es lo que todos sus seguidores pueden poseer si quieren vivir sometidos a Dios como él vivió” (Id., págs. 619, 620). Para que esta gloriosa promesa llegara a ser realidad en la vida del creyente “Cristo ha dado su Espíritu como poder divino para vencer todas las tendencias hacia el mal, hereditarias y cultivadas, y para grabar su propio carácter en su iglesia” (Id., pág. 625). La provisión es completa. No se nos ha dejado solos. “El ideal de Dios para sus hijos es más elevado de lo que puede alcanzar el más sublime pensamiento humano. ‘Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto’. Esta orden es una promesa. El plan de redención contempla nuestro completo rescate del poder de Satanás. Cristo separa siempre del pecado al alma contrita. Vino para destruir las obras del diablo, y ha hecho provisión para que el Espíritu Santo sea impartido a toda alma arrepentida, para guardarla de pecar” (Id., pág. 277).

El estilo de vida que el pueblo de Dios manifiesta en su hogar, en el vecindario, en su trabajo, le demostrará a la gente que el Señor es infinitamente sabio, amoroso y justo en su modo de gobernar el universo:

“El Señor desea contestar por medio de su pueblo las acusaciones de Satanás, mostrando el resultado de la obediencia a los buenos principios…

“El propósito que Dios trata de lograr por medio de su pueblo hoy es el mismo que deseaba realizar por medio de Israel cuando lo sacó de Egipto. Al contemplar la bondad, la misericordia, la justicia y el amor de Dios revelados en la iglesia, el mundo ha de obtener una representación de su carácter. Y cuando la ley de Dios quede así manifestada en la vida, aun el mundo reconocerá la superioridad de los que aman, temen y sirven a Dios sobre todos los demás habitantes de la tierra… Es propósito suyo que los que practican sus santos preceptos sean un pueblo distinguido. Al pueblo de Dios de la actualidad, tanto como al antiguo Israel, pertenecen las palabras que Moisés escribió por inspiración del Espíritu: ‘Porque tú eres pueblo santo a Jehová tu Dios: Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la haz de la tierra’ (Deut. 7:6)” (Joyas de los Testimonios, tomo 2. pág. 366, 367).

Como dirigentes de Ja iglesia estamos profundamente convencidos de que “la imagen de Jesús” debe reflejarse claramente no sólo en la vida de cada creyente, sino también en los sermones, las publicaciones y las instituciones adventistas: escuelas, hospitales y casas editoras. La respuesta a la pregunta ¿qué tienen de diferente los adventistas? debería ser evidente para todos los que se relacionan de cualquier forma con la iglesia remanente. La meta de los adventistas es la calidad antes que la cantidad. Esa meta se alcanza haciendo no sólo lo que también otras organizaciones pueden hacer igualmente bien, ya sea mediante el cuidado de la salud, la educación, las obras de beneficencia, o aun por medio de los sermones pronunciados en las campañas de evangelización o en los cultos sabáticos. Todo lo que hace un adventista debe ser singularmente diferente: “Dios ordenó que su obra se presentara al mundo de un modo santo y distinto. Desea que sus hijos demuestren por su vida las ventajas del cristianismo sobre el espíritu mundano. Su gracia ha provisto todo lo necesario para que demostremos, en todas nuestras transacciones comerciales, la superioridad de los principios del cielo sobre los del mundo. Debemos demostrar que trabajamos según un plan más elevado que el de los mundanos” (Id., tomo 3, pág. 144).

Hay un solo medio por el cual la obra de nuestras instituciones denominacionales, o la de quienes prestan servicios profesionales en forma particular, puede producir semejante impacto sobre el mundo. Ese medio consiste en que los que se dedican a la obra deben comprender primero que la razón de la existencia de nuestras instituciones es nada menos que la de reflejar la imagen de Cristo en forma clara, indiscutible y notoria para todos. Luego han de emplear únicamente a aquellas personas que comprendan que esa es la razón principal por la cual se establecen las instituciones adventistas. Porque en último término, son las personas —no la organización— las que van a “reflejar plenamente la imagen de Jesús” (Primeros Escritos, pág. 71).

Por lo tanto exhortamos a nuestros hermanos de todo el mundo a hacer un cuidadoso análisis de sus vidas para descubrir hasta qué punto están permitiendo que el Espíritu Santo las modele, con cuánto empeño procuran vencer todo pecado mediante la gracia de Dios, y con cuánta seriedad contemplan a Jesús como su Ejemplo en todas las cosas. Tenemos plena conciencia de que las cinco vírgenes insensatas de la parábola de Jesús (Mat. 25) representan, entre otros, a miembros de la Iglesia Adventista cuya situación como tales es normal, que tienen buena reputación y que hasta pueden conocer perfectamente los textos bíblicos que apoyan nuestras doctrinas distintivas. Estas “vírgenes insensatas” no son hipócritas. Saben mucho acerca de Dios, pero no lo conocen como su Señor, su Amigo personal que vino a salvar “a su pueblo de sus pecados” (Mat. 1:21).

Las vírgenes prudentes representan a los que permiten que los principios bíblicos dirijan y modelen su vida. Estas personas son las que hacen de las enseñanzas de la Biblia y las del espíritu de profecía la norma que rige diariamente toda su conducta. Las toman en cuenta cuando tienen que poner en práctica algún principio de salud que les permita ser más útiles en el servicio de Dios, o tener una mente más ágil para distinguir la verdad del error; cuando notan que deben ser más reverentes en la observancia del sábado, o más fieles en la administración de las bendiciones materiales que les concede el Señor; cuando descubren que deben hacer un examen más detenido de las influencias que abruman sus ojos y sus oídos, y tienden a contaminar el alma. A medida que las vírgenes prudentes afrontan las decisiones de la vida poniéndose continua y gozosamente de parte de Dios y de su voluntad, van dejando de preguntarse por qué no pueden participar en tal o cual práctica que al Señor no le agrada, o probarla.

Rogamos que todos incluyan en su programa diario el estudio concienzudo de la Biblia, la meditación y la oración. Recomendamos el estudio fiel de las lecciones de la escuela sabática y la lectura sistemática de las obras de Elena G. de White, especialmente El Deseado de Todas las Gentes, Palabras de Vida del Gran Maestro y El Camino a Cristo. Jesús dedicó gran parte de su vida al estudio de la Palabra y a la oración para hallar en su Padre la fortaleza que tanto necesitaba, y los que “guardan los mandamientos de Dios, y la fe de Jesús” no pueden hacer menos que su Señor.

Además, para la expansión del Evangelio es esencial que haya vidas que reflejen a Cristo. Cuanto más semejante a Cristo se vaya tornando el miembro de iglesia, cuanto más se le vaya pareciendo en carácter, tanto más amable, simpático y sinceramente servicial irá siendo en sus actividades generales destinadas a la salvación de las almas, y ese cambio de su conducta se notará especialmente en su relación con sus familiares y con sus vecinos. Cuando toda una generación de adventistas piense seriamente en la posibilidad de ser una muestra de lo que la gracia de Dios puede hacer con los hombres, sin duda no podrá demorarse mucho más el momento en que todo el mundo deberá decidirse en favor o en contra de la voluntad divina.

Ese momento, que llamamos fin del tiempo de gracia, en el cual la humanidad toda deberá tomar su decisión final, se ha demorado demasiado. Dios deseaba completar su obra en la tierra en varias ocasiones importantes después de 1844, pero muchos de los integrantes de su pueblo no llegaron a comprender sus deseos, y otros no estuvieron dispuestos a colaborar. En 1879 Elena G. de White escribió: “Porque el tiempo se alarga aparentemente, muchos se han vuelto descuidados e indiferentes acerca de sus palabras y acciones. No comprenden su peligro, y no ven ni entienden la misericordia de nuestro Dios al prolongar el tiempo de gracia a fin de que tengan oportunidad de adquirir un carácter digno de la vida futura e inmortal. Cada momento es del más alto valor. Se les concede tiempo, no para que lo dediquen a estudiar sus propias comodidades y a transformarse en moradores de la tierra, sino para que lo empleen en la obra de vencer todo defecto de su carácter, y en ayudar a otros, por su ejemplo y esfuerzo personal, a ver la belleza de la santidad. Dios tiene en la tierra un pueblo que con fe y santa esperanza está siguiendo el rollo de la profecía que rápidamente se cumple, y cuyos miembros están tratando de purificar sus almas obedeciendo a la verdad, a fin de no ser hallados sin manto de boda cuando Cristo aparezca” (Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 506).

Exhortamos solemnemente a nuestros dirigentes de iglesia y a nuestros hermanos de todo el mundo a que piensen seriamente si con su conducta están estorbando o apresurando el regreso de Cristo. Nuestro Señor está esperando para poder intervenir en favor de su iglesia en una forma que escapa a la comprensión humana, para poder abrir puertas que el esfuerzo y el ingenio humanos solos no lograrán forzar jamás, puertas que permanecerán abiertas tanto en la vida del consagrado miembro de iglesia, como en la obra del evangelismo público.

La urgencia de esta hora final, la angustia en que se debate nuestro mundo, la cantidad de “hombres y mujeres que miran fijamente al cielo” (Los Hechos de los Apóstoles, pág. 89) en busca de una respuesta, y el tiempo de gracia que se va acortando más y más para cada persona claman, exigen que haya un pueblo que se levante, ponga manos a la obra y resplandezca. El llamado que Dios nos hace mediante el profeta Isaías es: “Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti. Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria. Y andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento” (Isa. 60:1-3).

Como delegados al Concilio Anual de 1974 creemos que el mensaje a Laodicea va dirigido especialmente a los dirigentes de la iglesia. Por lo tanto, con toda la seriedad de que somos capaces, exhortamos a todos los que han sido puestos por Dios en cargos de responsabilidad en la dirección de la iglesia —tanto en la Asociación General, como en las divisiones mundiales, las uniones, asociaciones, misiones, instituciones e iglesias— a que guíen a los obreros y a los hermanos hacia una profunda experiencia espiritual que los capacite para “reflejar plenamente la imagen de Jesús”. Esta experiencia hará que las actividades de los dirigentes sean verdaderamente eficaces en la proclamación del “evangelio eterno… a toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Apoc. 14:6). Cuando los siervos del Señor se comprometan de este modo a vivir como Cristo mismo vivió (1 Juan 2:6), se apresurará -el momento en que el Espíritu Santo será derramado con el poder pleno de la lluvia tardía, y la tierra será iluminada por la gloria del ángel de Apocalipsis 18 y Jesús vendrá conforme a su bendita promesa.