Una de las funciones principales del pastor consiste en visitar los hogares de sus feligreses. No debe rebajarse la importancia de esta fase de la tarea ministerial, porque los datos estadísticos revelan que la iglesia cristiana anualmente pierde por apostasía a miles de sus miembros. Estas almas débiles y pecadoras habrían podido ser salvadas para la causa si se las hubiera visitado, si se hubiera orado con ellas, y si se hubiera manifestado verdadera preocupación pastoral por su condición espiritual.

A la luz de este hecho, sería conveniente que cada cual analice críticamente esta fase de su ministerio, para ver si ha cumplido con responsabilidad su deber de co-pastor.

Cierta vez me preguntaron en el hogar de un hombre de negocios si yo era de “esa clase de pastor que visita a la gente en su hogar”. Mi respuesta hizo que mi interlocutor explicara que su pastor anterior lo había visitado en su casa solamente dos veces en siete años, y una de esas visitas’ la había realizado con el fin de solicitar un favor personal. Temo que este caso de descuido de la labor pastoral no sea un caso aislado.

Los feligreses de alguna manera manifiestan sus sentimientos frente al pastor que no los visita, o los visita ocasionalmente, especialmente cuando ha habido un enfermo en el hogar. Pueden disculpar a uno que no brille como orador en el púlpito, pero no al pastor que no va a sus hogares. Resulta lamentable oír hablar de los problemas espirituales y personales de los feligreses que no son atendidos por aquellos que deben cuidar las almas como quienes han de rendir cuenta. Peor aún es oír decir a un compañero en el ministerio., que tiene el hábito de escribir cartas como sustituto de las visitas pastorales. Esto constituye una traición de nuestro cometido sagrado, y por cierto que ninguna congregación merece tal descuido espiritual.

Una de las calificaciones esenciales de un buen ministerio es el amor por la gente y una personalidad que lo habilite para ser un buen visitador. El pastor no debería permitir que ningún defecto de su personalidad le impida pastorear a su grey. La incapacidad de establecer relación con la gente sin trabas ni inhibiciones y de proporcionarle ayuda espiritual, inhabilita al obrero para la tarea que se le ha encomendado. El amor por la gente, la preocupación por su bienestar espiritual y la unión con Cristo inducirán a realizar una honrada búsqueda de los feligreses en sus hogares para proporcionarles la atención pastoral que necesitan.

La negligencia en las visitas pastorales tal vez sea la excepción antes que la regla, y la mayor parte de los ministros adventistas desempeña fielmente su cometido. Sin embargo, es posible que haya quienes no distingan con exactitud cuál es su objetivo al realizar las visitas a los hogares. A fin de establecer el resultado final de la visita, es necesario definir qué es una visita pastoral. Algunos han trazado una fina línea de demarcación entre lo que es una visita “pastoral” y una visita “social”. Digo que una visita no es necesariamente “pastoral” porque el ministro analiza temas relativos a la salvación, y tampoco es necesariamente “social” porque deja de hablar de cosas directamente espirituales. Cuando visita un hogar en su calidad de pastor, esa visita es pastoral independientemente del tema que trate con su feligrés.

La visita pastoral no es nunca una experiencia unilateral. ¿Qué pastor no se reconforta cuando se entera de que ha ayudado a alguien a comprender mejor las cosas de Dios, o cuando sabe que ayudó a resolver un problema difícil? Andrés W. Blackwood, en su libro Pastora’1 Work, declara cuáles deben ser los sentimientos del pastor hacia esta fase de su responsabilidad:

“El hombre que tiene corazón de pastor se deleita al realizar visitas pastorales. Puesto que ama al Señor y se preocupa por la gente, cree en ella y en las visitas al hogar. Descubre que en realidad no conoce a la gente hasta tanto la haya visto en su hogar. Aun si las visitas no constituyeran un medio proporcionado por Dios para alimentar a su grey, de todos modos resultaría beneficioso para el pastor” (pág. 61).

Las visitas pastorales no sólo proporcionan fortaleza espiritual a los miembros, sino también orientan el programa de predicación del ministro y le ayudan a relacionarse mejor con su grey y a impartirle el nutrimento que necesita.

El propósito que persigue el ministro al visitar los hogares de sus feligreses consiste en ganar su confianza en él como un amigo, a fin de prestarles ayuda y de servirles como consejero espiritual.

En toda visita pastoral deberían estar presentes el elemento social y el espiritual. Con frecuencia surge la dificultad de encontrar el momento adecuado para cambiar la conversación de los temas seculares a los espirituales. Esto indica que el pastor debe ser quien conduce la conversación, aunque indirectamente, mediante observaciones y preguntas. Estas deben girar en torno a dos temas principales: en primer término el hogar y luego la iglesia y la relación del miembro con ella. Hablar acerca de algunos aspectos de la iglesia, en el curso de la visita, generalmente proporciona la oportunidad de leer un trozo de la Biblia, de ofrecer una oración o de proporcionar consejo espiritual.

En el breve período que dura la visita (todas las visitas deberían ser cortas, salvo en casos especiales), el pastor debería recorrer progresivamente diferentes etapas. Primero es el ministro que va al hogar y se muestra amistoso con todos los miembros de la familia. Luego es el médico del alma que procura diagnosticar cualquier problema espiritual que pudiere presentarse. Finalmente, es el pastor que atiende sus necesidades espirituales. Queremos destacar que la visita pastoral debería terminar, sobre todas las cosas, con una nota espiritual; en caso contrario, llegará el día cuando el pastor se pregunte si su presencia en el hogar ha sido de alguna ayuda para la familia o la persona visitada.

Esto nos conduce a la cuestión de las oraciones en el hogar. No pocos de nosotros, en algún momento, hemos quedado confundidos cuando, mientras nos dirigíamos hacia la puerta de salida, fuimos detenidos abruptamente por las palabras: “¿Va a ofrecer una oración antes de irse, verdad?” Si nos proponemos orar en todos los hogares, nos evitaremos ese bochorno. Es cierto que pueden presentarse situaciones en las que no convenga orar; pero como regla general diremos que el que entra en un hogar como pastor de las almas nunca debería retirarse sin invocar la bendición del cielo sobre sus moradores. Aparte de las bendiciones espirituales proporcionadas por la oración, ésta ayuda al feligrés a considerar a su pastor como un hombre de Dios. Los gritos de los niños, un ruidoso programa de televisión o alguna otra actividad familiar, no deberían constituir un impedimento para que invitemos’ a orar. En la mayor parte de los casos, este pedido hará que todos se sosieguen prontamente. Así como el objetivo de la visita pastoral debe decidirse con anticipación, también hay que establecer previamente el propósito de la oración. Si realizamos esta preparación nuestra presencia en el hogar elevará hacia el cielo a la familia. Y al mismo tiempo estaremos haciendo lo que debería ser casi nuestra segunda naturaleza como hombres de Dios.

Aunque queremos ser diligentes en nuestras visitas a los hogares, el sentido común nos dice que no debemos ir con demasiada frecuencia al mismo hogar, porque podamos resultar fatigosos. No hay una regla acerca de la frecuencia de las visitas; sin embargo el número de miembros’ de la iglesia lo determina en cierta medida. Algunos visitan los hogares de sus feligreses una vez por año. Otros lo hacen cada trimestre Naturalmente que los enfermos, los perturbados y los afligidos por algún problema requieren nuestra atención especial.

Con bastante frecuencia nuestro programa de visitas nos lleva a algunos hogares donde está la esposa sola, y por cierto que debemos evitar ser objeto de sospecha o crítica. Las sesiones largas con damas pueden efectuarse muy bien con la presencia de la esposa del pastor.

La Sra. G. de White nos amonesta a .sermonear menos y a entrar en más estrecho contacto con los corazones de la gente, si es que deseamos ser más eficientes en nuestra obra. Por cierto que el púlpito cumple su propósito sagrado de ganar a los hombres por “la locura de la predicación”, pero Cristo nos dio el ejemplo de su propio ministerio: tratar con un auditorio de una sola alma, confrontar personalmente a los hombres con la salvación.

Ojalá que cada uno de nosotros realice un detallado análisis de su programa de visitas y que remedie aquello que impide que nos elevemos a la altura de co-pastores de Cristo. Al reconsiderar esta fase vital de nuestra actividad pastoral, modelemos nuestro ministerio según el del Buen Pastor a fin de ser pastores del rebaño fiel y leal.

Sobre el autor: Pastor de la asociación Pensilvania.