Tal vez el título cause un poco de sorpresa y hasta dibuje una sonrisa en el rostro del lector. Lo normal, dirán, es que un hombre se case con una mujer. Estoy de acuerdo, pero es que muchos hombres pretenden haberse casado con un ángel. Yo no; “la mujer que Dios me ha dado” no es más -que eso, una mujer; y no es menos que eso, una mujer… y está todo dicho. Pero yo quiero aclarar el sentido de mis palabras. Mi esposa es una mujer que ha sabido ser madre; lo ha anhelado antes de serlo; lo ha soñado; lo ha planeado y ha vivido como madre, sintiéndolo con toda la fuerza de su ser.
Trató a nuestros hijos como niños, no exigiéndoles ni esperando de ellos sino lo que es dado esperar de un niño normal. Nunca consideró a nuestros hijos superiores ni inferiores a los otros niños, ni los trató de otra manera, buscando siempre evitar en ellos un sentido de inferioridad o superioridad, estimulándoles en sus fracasos y en sus éxitos, llamándoles la atención a la responsabilidad que con ellos adquirirían.
Nunca fue la esclava de sus hijos, de sus caprichos o de sus gustos; hizo por ellos todo lo que no eran capaces de hacer, pero desde pequeños los ayudó a valerse por sí mismos y a ocupar un lugar en la tarea común del hogar. Siempre fue una amiga y una consejera para sus hijos. Y como esposa de pastor trató de evitar en ellos el -complejo de “hijos de pastor”, estimulándolos a encarnar las mejores virtudes y a ser los mejores niños, no por ser “hijos de pastor”, sino por ser cristianos.
Por las características de su profesión el pastor necesita encontrar en su esposa a la mujer que comprenda sin preguntar, que escuche sin comentar, que apoye sin sentido ide autoridad o suficiencia. Y todo esto encontré en mi esposa. Ella ha estado siempre a mi lado, en las buenas y en las malas. Si algún éxito hemos alcanzado en la obra, ella me ha ayudado por su humildad y su extraordinario sentido de la justa valoración de las cosas, a dar la gloria a Dios; pero me ha estimulado a confiar en mis propias capacidades puestas al servicio de Dios. Y cuando el fracaso o la claudicación, en el ministerio o en lo personal, me han sacudido y me han estremecido, ella ha estado a mi lado, no con sumisa complicidad, sino con su fortaleza fraternal, ayudándome con amor a tomar la mano que el Señor me tendía y a continuar juntos el camino. Siempre ha sido intransigente con mis defectos y delicadamente disimulada con mis virtudes, pero amante para ayudarme a corregir aquéllos y a cultivar éstas.
Y así como ella ha sido para mí un receptáculo para mis pesares y apoyo para mis debilidades, ha hecho de nuestro hogar el remanso donde, cansado físicamente y sobrecargado afectivamente, encuentro verdadera paz para mi espíritu.
En relación con mi ministerio ha sido una compañera, una amiga, nunca una colega, menos una competidora. Nunca ha estado “en personaje”; jamás ha sentido que su situación de esposa del pastor le daba derechos que otros miembros de la iglesia no tuvieran. No hizo nunca nada que otros fueran capaces de hacer y cuando realizó alguna tarea u ocupó algún cargo no lo hizo con sentido de irremplazable o de insustituible, ni tampoco dando a otros un sentido de constante dependencia. Siempre trató de preparar a la gente y ayudarla a descubrir y desarrollar sus propias capacidades.
Los miembros de la iglesia naturalmente esperan más de la esposa del pastor que de cualquier otra señora o señorita de la congregación. Y mi esposa no ha hecho nunca menos de lo que se esperaba de ella. Pero lo ha hecho sin menoscabar a otros y sin sentido de superioridad o autoridad: se ha brindado humildemente y con amor, y por eso mismo se ha hecho amar.
A esta altura de la charla alguno podría decir: “¡Pero esa mujer es un ángel!” Y yo volvería a decirle que no me case con un ángel; ella es “un poco menor que los ángeles”, es una mujer, sencillamente una mujer, en la cual rindo humilde homenaje a “la esposa del pastor” y por la cual sobrecogido de gratitud y de orgullo le digo a mi Padre celestial: Gracias por “la mujer que tú me has dado”.
Sobre el autor: Pastor evangélico en Asunción, Paraguay.