Creo que los oficiales elegidos por la iglesia: ancianos, diáconos y diaconisas, son los colegas pastores de mi esposo-pastor en el ministerio evangélico. Y no siempre soy elegida diaconisa. El ministerio de mi esposo ha comprendido el ser pastor de una o dos iglesias, y ha trabajado en un equipo de evangelismo. Pero no he llegado a ser automáticamente la pastora local.

Revista: Ministerio Adventista

¿Es una pastora la esposa de un pastor? No necesariamente, dice la autora, al argüir acerca de la respuesta al llamado de Dios en las variadas situaciones de la vida.

Autor:

Sobre el autor: maestra y enfermera, tiene una Maestría en Religión. Vive en Queensland, Australia.

Sucedió una semana antes de la graduación. Yo ya tenía mi llamado como maestra de una escuelita compuesta de dos profesores que distaba 900 kilómetros. Al cabo de dos años más me casaría con un graduado de teología.

El presidente de la división les decía a las futuras educadoras: “Enseñar no es un mero trabajo. Tampoco es una forma de ocupar el tiempo antes de casarse, señoritas. Es un ministerio especial al cual ustedes son llamadas a dedicarse enteramente”.

Después de dos años de completa dedicación y esfuerzo en la enseñanza, me sentí agotada. Personalmente me recuperaba de un compromiso roto que estremeció mi pequeño mundo. En lo profesional necesitaba entrenamiento adicional para salir a flote con las exigencias de mi trabajo.

Renuncié a mi puesto para proseguir estudios superiores. El segundo año de ese período fue casi “gastado” en la sola recuperación de sueño y las materias que había pospuesto. Entonces una prima me animó a cursar enfermería. Pero, ¿no había sido yo llamada a ser maestra?

No lo sé, pero de una cosa sí estaba segura: yo necesitaba un descanso. Así que empecé el curso de enfermería como un muy necesario y útil descanso de la enseñanza.

¿Llamada para qué?

La enfermería produjo en mí un renacimiento y me dio tiempo para desarrollar una perspectiva interior de lo que estaba llamada a hacer. Comencé a percibir un hecho que aún persiste hasta el momento. No, no he sido llamada a dedicar mi vida a la enseñanza ni a la enfermería. He sido llamada a dedicar mi vida a Dios y a la actividad a la cual me llame. Fui invitada a realizar el trabajo más inmediato a menos que, por alguna razón, me dé instrucciones especiales. Su mensaje para mí es: “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas” (Ecl. 9:10).

Ahora soy la esposa de un pastor con quince años de experiencia y madre de dos muchachos de 10 y 13 años, respectivamente. El ministerio de mi esposo ha comprendido el ser pastor de una o dos iglesias, y ha trabajado en un equipo de evangelismo. Pero, no he llegado a ser automáticamente la pastora local.

Sí, ocasionalmente predico un sermón; con frecuencia enseño la lección de la escuela sabática; sustituyo a maestros de la sección de menores; acompaño a mi esposo en las visitas pastorales y cuando imparte estudios bíblicos; a veces ofrezco charlas y demostraciones de nutrición y cocina y en planes de cinco días para dejar de fumar; trato de que nadie abandone la iglesia sin haberlo saludado o sin haber hecho provisión para el almuerzo del sábado; tomo mi turno en el equipo de limpieza de la iglesia o para tocar el órgano; oro por cada miembro de la iglesia y por los miembros de la comunidad de nuestra área de trabajo y por los conocidos; trato de contestar el teléfono y atender la puerta principal de un modo cristiano; me esfuerzo por proveer una atmósfera hogareña que apoye a mi esposo y eduque a mis hijos espiritual, mental, social y físicamente; y trato de atender las necesidades especiales de los visitantes y de los que llaman por teléfono.

Pero el hacer todas estas tareas no me convierte en pastora. Después de todo, ¿no debería cada mujer cristiana hacer cuanto esté a su alcance para contribuir a alimentar espiritualmente a los que están en su esfera de influencia, y usar sus otros talentos en áreas específicas?

Debo admitir que como esposa de pastor tengo un talento especial que las esposas de hombres de otras profesiones no tienen: el de la influencia como esposa de pastor. No lo he solicitado, pero lo tengo por el hombre con el cual me casé. A causa de esto, las expectativas que las personas tienen de mí son generalmente más altas que las de las demás, pueda esto justificarse o no. Por ello se espera que ayude en muchas áreas en las cuales no se les pide a otras mujeres igualmente calificadas. Y estoy agradecida de que puedo pedirle a Dios utilice este aspecto especial de mi influencia para ayudar a alguien.

Sin embargo, en virtud de mi matrimonio, no soy la “pastora” por ser esposa de un pastor, como tampoco es “doctora” la esposa de un médico, ni “plomera”, la esposa de un plomero. Creo que los oficiales elegidos por la iglesia, ancianos, diáconos y diaconisas, son los colegas pastores de mi esposo-pastor en el ministerio evangélico. Y no siempre soy elegida como diaconisa.

Llamada a ser responsable

Creo que todos los miembros tienen la responsabilidad de contribuir al ministerio de nutrir y pastorear, sean ellos pastores o no, o pastoras especializadas. Sin duda, la efectividad de sus funciones será influida por su posición social.

Cuando me hice enfermera, descubrí que las personas tenían diferentes expectativas respecto a mí en las responsabilidades espirituales y eclesiásticas que cuando fui maestra. Cuando me casé con un estudiante ministerial, las expectativas que tenían las personas acerca de mí cambiaron otra vez. Con todo, he sido la misma persona.

Es verdad que algunas expectativas muchas veces injustificadas me han provisto oportunidades únicas para compartir. Si yo las evitara, se perderían dichas oportunidades. Por ello, trato de darle prioridad a tales oportunidades y convertirlas en el privilegio de testificar y ministrar. No hago esto porque posea un talento único o una autoridad investida por haberme casado con un pastor, sino porque como cristiana siento la urgente necesidad de ejercer mi propia responsabilidad hacia aquellos que están en mi alrededor.

Creo que he sido llamada a servir al Señor en mi esfera de influencia actual; y hoy en día es como esposa de un pastor, como madre de nuestros niños, y como un miembro de nuestra iglesia local y comunidad. Es mi oportunidad y privilegio apoyar a mi esposo mientras él pastorea sus rebaños. Pero no, no soy una pastora.

Sobre la autora: maestra y enfermera, tiene una Maestría en Religión. Vive en Queensland, Australia.