Las sencillas reflexiones que siguen se basan en las tres parábolas de nuestro Señor que tienen que ver con la mayordomía: la de los talentos, de las minas y del mayordomo infiel.

Mayordomos en los negocios del reino

  1. Un hombre noble y sus siervos. Mateo 25:14 dice: “El reino de los cielos es como un hombre que, yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes”.

            En la parábola de las minas, que algunos creen que es sólo una variación de la de los talentos, dice: “Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver” (Luc. 19:12).

            ¿Quién es el hombre noble de la parábola? ¿Quién es el Hijo del Hombre más noble que ha existido y que se ausentó para recibir un reino y prometió volver?

            Por supuesto, nuestro Señor Jesucristo se fue para recibir un reino y pronto vendrá. Quiero invitarles a repetir la promesa del Señor que se encuentra en Juan 14:1-3 Es la esperanza bienaventurada del cristiano.

            El hombre noble llamó a sus siervos antes de ausentarse y les entregó sus bienes.

            ¿Quiénes son los siervos de la parábola? Nosotros. Como dice 2 Corintios 5:15: “Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos”.

            Somos siervos de Jesucristo. Hemos aceptado voluntariamente esta servidumbre porque él murió y resucitó por nosotros. Nos ganó con su sangre. Compró nuestros afectos y nuestra lealtad. Nadie nos obliga. Le servimos porque queremos hacerlo. Porque “el Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, y la gloria y la alabanza” (Apoc. 5:12).

            En mi opinión, esto resuelve el problema filosófico de la libertad. Nosotros éramos esclavos del pecado porque no teníamos medios para liberamos del dominio del autor del pecado, y por lo tanto estábalos toda la vida “sujetos a servidumbre” (Heb. 2:15).

            Pero Jesús vino a libertamos. Rompió las cadenas de servidumbre que nos tenían sujetos bajo la opresión. Nos dejó libres, nos soltó. “Abrió las puertas de la cárcel del pecado” y proclamó “libertad a los cautivos” (Luc. 4:18,19).

            Lo maravilloso de esto es que nos libertó, no para que cambiáramos de yugo; es decir, no nos libertó del yugo de Satanás para imponemos ahora el suyo, sino para ponemos en condiciones de decidir “a quién queremos servir”. Nos libertó para devolvemos la capacidad de elección que habíamos perdido por causa del pecado cuando Satanás logró hacemos sus esclavos. Y siendo ahora libres, nos dice: “Escogeos hoy a quién sirváis” (Jos. 24:15).

            Estremece pensar que hay quienes usarán la libertad dada por Cristo para decidir servir a Satanás. Gracias a Dios, nosotros hemos elegido servir a Aquel “que murió y resucitó” por nosotros (2 Cor. 5:15). La nuestra es una servidumbre voluntaria que tendrá como resultado el perfeccionamiento de nuestras facultades.

  • ¿Qué bienes entregó a sus siervos? “Los talentos que Cristo confía a su iglesia representan especialmente las bendiciones y los dones impartidos por el Espíritu Santo” (Palabras de vida del gran maestro, pág. 262).

            “Los dones especiales del Espíritu no son los únicos talentos representados en la parábola. Ella incluye los dones y talentos, ya sean originales o adquiridos, naturales o espirituales” (Id., pág. 262).

            La doctrina bíblica de la mayordomía se ha convertido en una verdadera ciencia en nuestra iglesia. Su firme base teológica es el fundamento sobre el cual hemos construido un eficaz método de instrucción y práctica de la benevolencia sistemática. El concepto de mayordomía es sumamente amplio e importante. Para la iglesia adventista mayordomía significa: “La responsabilidad que le cabe al hombre por todo lo que Dios le ha confiado, y el uso que de ello hace: la vida, el ser físico, el tiempo, los talentos y las capacidades, las posesiones materiales, las oportunidades de servir a otros, y su conocimiento de la verdad” (SDA Encyclopedia, ed. rev, pág. 1425, citada en Creencias Fundamentales de los Adventistas del Séptimo Día. pág. 312).

  • Socios en la empresa. En la parábola de las minas el hombre noble dijo a sus siervos: “Negociad entre tanto que vengo” (Luc. 19:13). Negociad con los bienes que os dejo.

            ¿En qué hemos de negociar? ¿Cuáles son los negocios del reino?

            Jesús nos ayuda a encontrar la respuesta. Cuando en su infancia estuvo “perdido” tres días, y finalmente lo hallaron sus padres que lo habían buscado con gran ansiedad, les dijo: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (Luc 2:49).

            ¿Cuál es el negocio del reino en el cual el cielo ha invertido tanto? Sin duda es el negocio de la salvación.

            La recomendación es que debemos emplear todo lo que él nos dio, todo lo que tenemos y somos, en la gran empresa de la salvación. Todos debemos empleamos diligentemente en el negocio del reino. ¿En qué consiste específicamente esta empresa?

            Los que han tenido el privilegio de conducir almas a Cristo han experimentado el gozo de trabajar en los negocios del Reino. Quienes ganaron a una familia después de mucha constancia, y finalmente vienen a la iglesia y se bautizan, sienten un gozo inefable. La persona que ha trabajado en la gran empresa de la salvación tiene un amor multiplicado. Cuando la persona a la cual se da estudios bíblicos ha prometido asistir por primera vez a la iglesia, el que la ayudó llega temprano al templo para esperarla. Y cuando la ve venir, corre a recibirla. Sus labios se llenan de dulzura y cortesía cristianas. Multiplica sus muestras de amor. Su voz vibra de amor cuando le habla. Se emociona al darle la bienvenida. Quien ha trabajado en los negocios del reino siente que su corazón vibra de amor por Dios, por la iglesia, por las almas. Experimenta el gozo de la salvación.

            Pero el que no ha trabajado en la empresa de la salvación, quien no ha ganado almas, no conoce, porque no ha experimentado, las profundidades del amor de Cristo. Quien no ha derramado lágrimas por los perdidos que rechazan una salvación tan grande, no ha experimentado todavía la comunión con Cristo en su gozo y sus sufrimientos. Difícilmente podrá amar supremamente a Cristo, su verdad y su pueblo. Esta persona es capaz de causar problemas en la iglesia sin afligirse por ello. Jesús dijo: “Imposible es que no vengan tropiezos”, “es necesario que vengan tropiezos” (Luc. 17:1; Mat. 18:7). Los que no están empeñados en el negocio del reino son los que imposibilitan que la santa iglesia del Señor marche sin tropiezos.

            Quienes han entregado sus vidas, sus talentos, todo lo que son, a la gran empresa de la salvación, aman a la iglesia del Señor; y cuando ven que ella afronta problemas, que ni sus oraciones ni sus esfuerzos más abnegados logran detener, lloran, lloran lágrimas de angustia y tristeza como Jeremías, por los males que dañan y ponen en oprobio al pueblo de Dios.

  • ¿Por qué les entregó sus bienes? Esta es otra buena pregunta. La acción tenía un doble propósito:
  • Aumentar sus posesiones. ¿Cuál es la posesión adquirida a un elevado precio por nuestro Señor Jesucristo? Las almas redimidas. “En él también vosotros, habiendo oído la Palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria” (Efe. 1:13, 14). En el cielo quedaron muchos lugares vacíos por los que cayeron en la rebelión de Satanás. Es necesario llenarlos. Y Dios quiere hacerlo con los hijos de carne y sangre de Adán y Eva.

            El cielo está muy ocupado en esta empresa, trata de llenar esos lugares que quedaron vacantes en el cielo cuando Satanás logró derribar a la tercera parte de los ángeles (Apoc. 12:4pp).

            “Dios creó al hombre para su propia gloria, para que después de la prueba y la aflicción la familia humana pudiera llegar a ser una con la familia celestial. Era el propósito de Dios repoblar el cielo con la familia humana, si se manifestaban obedientes a cada palabra suya. Adán tenía que ser probado, para ver si sería obediente como los ángeles leales, o si sería desobediente. Si hubiera resistido la prueba, su instrucción para sus hijos hubiera sido como la mente y los pensamientos de Dios” (La maravillosa gracia de Dios, pág. 344).

            Pero ese proyecto no funcionó debido a la caída de Adán, pues a causa del pecado “la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios” (1 Cor. 15:50).

            Ahora Dios quiere llenar los lugares desocupados del cielo con los hijos del segundo Adán: “Los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:13).

            Es por eso que el hombre noble cuando se fue dijo a sus siervos: “Negociad entre tanto que vengo”. Y cada vez con más urgencia: “Dijo el señor al siervo: Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa” (Luc. 14:23. El énfasis es nuestro).

  • Ver si podía confiarles mayores responsabilidades.

            Si utilizaban bien lo poco que les había dado, podía darles mayores responsabilidades. Si eran fieles en el uso de lo que les había dado en calidad de depósito, podía entregarles lo mismo en propiedad.

            “Después de mucho tiempo vino el Señor de aquellos siervos, y arregló cuentas con ellos” (Mat. 25:19).

            Y ya sabemos qué informe presentó cada uno de los siervos. El que recibió cinco talentos había ganado otros cinco. El que recibió dos había ganado otros dos. A ambos les dio la misma recompensa: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” (Mat. 25:20-23).

            En la parábola de las minas (Luc. 19:13), cada uno de los diez siervos a quienes el hombre noble llamó recibió una mina. Cuando hizo cuenta con ellos, el primero había ganado diez minas y el segundo cinco. Y el Señor les dio la misma recompensa: Bien hecho, siervo bueno y fiel: No te imaginas lo que he decidido darte como resultado de tu fidelidad: Lo que recibiste como depósito y préstamo lo recibirás como propiedad.

            El buen uso que se hace de las responsabilidades menores capacita para recibir mayores responsabilidades. Por eso elogia a los siervos fieles. “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré” (Mat. 25:21).

            “El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto” (Luc. 16:10). La fidelidad mostrada en lo muy poco es señal de lo que harían con mayores responsabilidades.

            Pero al siervo infiel le dijo lo mismo en las dos parábolas: “Siervo malo y negligente… quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos. Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado” (Mat. 25:24- 30; Luc. 19:22-27).

            Si la recompensa por el servicio fiel es la oportunidad de rendir un servicio más amplio, entonces, el castigo por la infidelidad en el servicio es pérdida de toda oportunidad de rendir un mejor servicio. Por eso le quitaron el talento, le quitaron la mina.

            “Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos. Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado” (Mat. 25:28,29).

            El siervo infiel no quiso aceptar la responsabilidad, y así se incapacitó. ‘Demostró que haría lo mismo con mayores responsabilidades. No sirvió en lo poco y así se incapacitó para prestar un servicio mayor. Por eso el Señor le llama “impío”, y le da la misma sentencia que a los impíos y malhechores:

            “Echadle en las tinieblas de afuera” (Mat. 25:30).

            Aprendemos grandes lecciones del siervo infiel de esta parábola.

            “Mostró que desperdiciaba los dones del cielo” (Palabras de vida del gran Maestro, pág. 335).

            “Habrá pérdida eterna por talentos sin usar”, somos responsables por “lo que podríamos haber hecho” (Id., pág. 342).

            Los profesos cristianos desatienden exigencias divinas, y creen que no hay nada malo en ello. Se sorprenderán en el día final al encontrar que no era así (véase Palabras de vida del gran Maestro, pág. 334).

  • No habrá siervos ni mayordomos sino hijos y herederos en el reino de los cielos. Pero la lección más profunda es lo que se infiere de las palabras de Jesús dichas a los siervos fieles.

            Esto nos sugiere hermosos y profundos pensamientos. Sugiere la posibilidad de que no haya mayordomos en el cielo ni en la tierra nueva, sino propietarios. No propietarios independizados de Dios, pues en eso consistió parte del pecado de Adán, sino en un orden más elevado.

            En otras palabras, seremos “herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Rom. 8:17). Los justos “recibirán la tierra por heredad” (Mat. 5:5). La idea asombrosa es que los justos serán hijos y herederos, no siervos ni mayordomos.

            “El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel, y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto. Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo que es vuestro?’ (Luc. 16:10-12; el énfasis es nuestro).

            Se les confió la vida como mayordomos, “para ver si se les podía dar como dueños”. El día final de cuentas Dios dirá a sus mayordomos fieles, individualmente:

            “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” (Mat. 25:21).

  • En las riquezas terrenas fuiste fiel, yo te confío en calidad de propiedad las riquezas eternas.
  • Con lo ajeno fuiste fiel, ahora lo que antes poseías como mayordomo, será tuyo.
  • Como mayordomo fuiste fiel, yo te recibo en mi reino como propietario (heredero).
  • En la vida temporal fuiste fiel, ahora yo te concedo vida eterna.
  • En la vida mortal fuiste fiel, ahora yo te concedo vida inmortal.
  • Un cuerpo corruptible recibiste, y fuiste fiel mayordomo de ese cuerpo. Ahora yo te entrego un cuerpo incorruptible.
  • Un cuerpo físico recibiste, y fuiste fiel en el uso de ese cuerpo físico, ahora yo te entrego un cuerpo espiritual.
  • Un cuerpo en semejanza de carne de pecado recibiste, y fuiste fiel en el uso de ese cuerpo. Ahora yo te entrego un cuerpo semejante al cuerpo glorioso de Cristo.

            Por eso, no a cualquiera se le confiará la inmortalidad; sólo a aquellos que fueron fieles, que usaron bien lo que no era suyo. Si así lo hicieron, es de esperarse que usarán bien lo propio.

            El mayordomo infiel pondría en peligro la seguridad del universo. No a cualquiera se le dará la inmortalidad, sino sólo a quienes hayan comprendido la importancia de la vida.

            El dinero y los recursos son importantes en la mayordomía, pero no lo más importante. Damos gracias a Dios porque muchos adventistas son fieles en la devolución de los diezmos y las ofrendas. Dios ha dado a todos diversos dones. Cada uno tiene la responsabilidad de ser un mayordomo fiel.

            “Así, pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel” (1 Cor. 4:1,2).

            Todos los cristianos son mayordomos en el negocio del Reino. Nuestro primer deber y nuestro más elevado privilegio es ser colaboradores, coadjutores de Dios, en esta gran empresa: la empresa de la salvación.

            Recordemos que el Señor quiere aumentar sus posesiones, es decir, llenar los lugares vacíos que quedaron en el cielo porque Satanás derribó a la tercera parte de los hijos de Dios. Él quiere que participemos en los negocios del reino. Quiere que nos entreguemos a la obra de la salvación de los perdidos con todo lo que tenemos y somos. Si somos mayordomos, administradores, consagrados y fieles de esta obra, él nos dará una recompensa que excede a las más elevadas expectativas jamás imaginadas; convertirá nuestra mayordomía, para hacemos herederos; es decir, coherederos con Cristo de sus dones por toda la eternidad.

Sobre el autor: Es un pseudónimo.