3. Pablo y la colecta: una ofrenda especial
La historia de Pablo acerca de las ofrendas aflora de manera particular en su consideración e interpretación de la colecta que juntó entre las iglesias gentiles para la iglesia de Jerusalén. Esta ofrenda especial fue tan importante que la menciona en varias de sus epístolas (Rom. 15:25-28; 1 Cor. 16:1-4; y 2 Cor. 8-9). Para esclarecer su significado y relevancia teológica, examinaremos los conceptos y principios que Pablo vinculó a esta ofrenda.
a. Motivación para dar
Además de la necesidad obvia de la iglesia de Jerusalén, Pablo hace una serie de declaraciones que parecen proveer una motivación teológica para participar en la colecta.
(1) El don de la gracia de Dios
En 2 Corintios 8:1 Pablo les señala a los corintios la gracia que Dios diera a las iglesias de Macedonia y que las llevó a contribuir en la colecta. Esto podría interpretárselo como significando que la gracia de Dios obró en ellos creando una disposición a dar,[65] o que la gracia salvífica de Dios llegó a las iglesias como un don mediante la proclamación del evangelio. En este último caso, el hecho de que Dios dio a su Hijo como un acto de gracia para la salvación de los macedonios, motivó la dádiva.[66] Pero ambas ideas concuerdan con el contexto. Los macedonios dieron una ofrenda porque la gracia de Dios se manifestó en Cristo como un don de salvación y esa misma gracia estaba obrando en sus corazones.[67]
(2) El ejemplo de Cristo
En 2 Corintios 8:9 Pablo sintetiza el contenido de un mensaje que desarrolló en Filipenses 2:6-11: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros, con su pobreza fueseis enriquecidos”. La disposición de Cristo de entregar todo por la iglesia fue una revelación sublime de amor que debía motivar a los corintios a dar una ofrenda para los pobres de Jerusalén.[68]
(3) Las bendiciones de Dios
Pablo les recuerda a los corintios que la abundante gracia de Dios puede proveer para ellos lo que necesitan a fin de capacitarlos para dar (2 Cor. 9:8-11). Nótese que la dádiva divina se origina en la gracia de Dios, y no es una reacción de Dios ante la ofrenda de los corintios; Dios no está endeudado con ellos.[69] Sus bendiciones son actos de gracia para los corintios que les provee la oportunidad de compartir lo que ya recibieron gratuitamente del Señor.
La bendición divina, dice Pablo, resulta en eutarkeia, “abundancia”: Dios proveerá para todas vuestras necesidades (vers. 8).[70] Pablo asocia la abundancia con la riqueza material. Pero esta abundancia es para él un don de Dios y no, como se ha creído en algunas escuelas contemporáneas de filosofía, el resultado de una disciplina personal estricta e independiente de Dios y que se basa en un intento por vivir en armonía con la razón.[71] En Filipenses 4:12,13 él afirma una independencia de circunstancias externas, es decir, una autosuficiencia basada en su confianza o dependencia en el poder fortalecedor de Dios.[72] Pablo entiende también suficiencia propia como ser capacitados por Dios “para relacionarse en forma más efectiva con otras personas, no para separarse de los demás”,[73] ayudándoles cuando lo necesiten. Pablo parece creer que la suficiencia financiera es alcanzable, porque la riqueza y la gracia de Dios no se excluyen necesariamente. Según él, “la riqueza debiera verse como un don de la beneficencia de Dios más que como el resultado de un logro puramente humano”.[74] La ofrenda de los corintios debía estar motivada por la convicción de que es Dios quien provee lo necesario para compartirlo con otros. De esta manera, se alienta a los corintios a vencer el egoísmo.
b. Planificación
La participación en la colecta no era un acto incidental sino bien planeado. Pablo menciona cuando menos tres elementos importantes en la organización de la ofrenda.
(1) Basada en los ingresos personales
Pablo no requiere una cantidad específica de dinero de cada miembro de iglesia, sino que establece un principio bíblico que debía ser usado por todos al decidir cuánto dar: “Conforme a lo que tengáis” (2 Cor. 8:11). El criterio a usarse se basa en lo que la persona tiene (vers. 12); esto es, según cómo el Señor lo prosperó (1 Cor. 16:2). Esta decisión es, obviamente, privada y personal.
(2) Apartarla en el hogar
La idea de apartar en el hogar la cantidad que debe ofrecerse es sugerida en 1 Corintios 16:2: “Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas”. La frase “cada uno de vosotros” podría traducirse “cada uno de vosotros por sí mismo”, y sugiere algo hecho en privado en el hogar. Determinar y poner aparte la ofrenda era un asunto de familia.[75] En el Antiguo Testamento se ponían las ofrendas aparte o se las consagraba en el hogar y más tarde se las llevaba al templo. Esto es lo que Pablo parece estar sugiriendo.
(3) Darla a instrumentos nombrados
Pablo estaba consciente de cuán importante era para los miembros de iglesia saber y estar seguros de que la colecta sería manejada en forma adecuada. Un error incidental en el manejo de las ofrendas dañaría su reputación como líder espiritual, y daría crédito a las acusaciones que los falsos apóstoles levantaban contra él. Por consiguiente, envió a Tito, su delegado apostólico, a Corinto acompañado por dos hermanos que eran muy respetados en las iglesias para recoger las ofrendas (2 Cor. 8:17-23; 8:3). Uno de los hermanos fue elegido o nombrado por las iglesias para acompañar a Tito. Representaba a otras iglesias que participaban en la colecta (8:9). La palabra griega cheirotoneim, elegir, significa originalmente “elegir por una muestra de manos”, y sugiere cómo fue elegida esa persona.[76] El segundo hermano puede haber sido elegido por Pablo o por las iglesias (véase el vers. 22). Esta persona había sido probada y demostrado ser confiable.
Fue a estas tres personas confiables y bien calificadas, a quienes se dieron las ofrendas. Ellos representaban al apóstol y a las iglesias, lo que sugería que no se estaba dando la ofrenda a Pablo, sino a la iglesia.
La ofrenda global sería llevada a Jerusalén por personas aprobadas por la iglesia, personas a quienes Pablo daría cartas de presentación (1 Cor. 16:3). Todo esto se hizo para evitar cualquier crítica y para hacer lo que era correcto, no simplemente delante del Señor, sino también ante los ojos del pueblo (2 Cor. 8:20,21).
La logística de la colecta tuvo varios propósitos. Los miembros de la iglesia conocían a quién debían dar la ofrenda. Además, los que la recogían debían estar dispuestos a rendir cuentas por la tarea asignada. Pablo fue cuidadoso en hacer claro que la ofrenda no debía ser usada incorrectamente o dedicada a un fin diferente al asignado. El, como líder de la iglesia, era responsable de la colecta.
C. Actitud hacia el dar
La colecta fue una ofrenda voluntaria, pero Pablo esperaba que fuese dada con el espíritu adecuado. El hizo un esfuerzo especial para clarificar el significado y la importancia de esta ofrenda.
- Dar es un privilegio
Aparentemente Pablo no pidió a los macedonios que participasen en la colecta, porque eran pobres. No obstante, para sorpresa del apóstol, ellos rogaron e insistieron en que se les diera “el privilegio de compartir en el servicio a los santos” (2 Cor. 8:4). El término griego traducido como “privilegio” es charis, que usualmente significa “gracia” y aquí, “acción de gracias”; es decir, algo que es considerado un privilegio.[77] Para el cristiano es un privilegio poder realizar una acción de gracia hacia otros. Los macedonios habían recibido la gracia de Dios (2 Cor. 8:1), y ahora consideraban un privilegio permitir que la gracia se manifestase mediante ellos ayudando a otros.
- Dar voluntariamente
Los macedonios dieron sus ofrendas “conforme a sus fuerzas” (2 Cor. 8:3). Pablo no les pidió dar; ellos dieron por su propia iniciativa. El término griego authaítetos, traducido “sobre sus fuerzas”, significa “espontáneamente”. La ofrenda se basaba en una decisión voluntaria del corazón (2 Cor. 9:7). Dar de corazón significa que no se da la ofrenda renuentemente o bajo compulsión. El término lupe, “tristeza”, usado en 2 Corintios 9:7, se traduce en el Nuevo Testamento como “herida, dolor”. Aquí se refiere a los que consideraban el dar como doloroso para ellos, pero que no se atreven a decir no. Dan de mala gana. El término anágke, “por necesidad”, significa actuar bajo control o influencia de alguien o algo, y no por propia voluntad. Niega el elemento de libertad en el sujeto de la acción. La compulsión podría ser el resultado de la presión del grupo o del líder, haciendo sentir a la persona que no tiene otra alternativa, excepto la de dar. Pablo contrasta el dar de mala gana o bajo compulsión con la actitud de gozo que debería caracterizar al dador (2 Cor. 9:7). Es esta disposición interior positiva, y no la cantidad dada, la que hace la ofrenda aceptable delante de Dios (2 Cor. 8:12).
- Dar generosamente
Las bendiciones abundantes de Dios deberían impulsar a los cristianos a dar generosamente (2 Cor. 9:11, 13). El término griego apioles, “generosidad”, es significativo pero difícil de rendir en español. La traducción común es “simplicidad, sinceridad”.
Es difícil traducir el término porque contiene una variedad de significados que se expresan en español de modos diferentes. En 2 Corintios 8:2, se usa el término para describir a los macedonios como gente de “simplicidad, sinceridad, rectitud, franqueza”, tanto como “generosidad y liberalidad”. Juntos estos términos expresan el antiguo ideal de la vida sencilla. Según esta idea cultural, se esperaba que la gente que vivía una vida sencilla mostrase generosidad en su vida y en su hospitalidad.[78]
Para Pablo, la vida sencilla y generosa del cristiano es una imitación de la actitud de su Señor (2 Cor. 8:9). Esta generosidad se expresa a veces al dar más de lo que uno es capaz (2 Cor. 8:3), pero Pablo espera que los corintios den sólo de acuerdo a sus medios. Aun así, debían tratar de sobresalir en su generosidad, abundando en la gracia de dar (2 Cor. 8:7).
- Dar y darse a sí mismos
Pablo fue impresionado por la participación inesperada de los macedonios en la colecta y lo atribuyó a la disposición desinteresada que les caracterizaba y al hecho de que “a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros” (2 Cor. 8:5). Toda ofrenda es, en cierto sentido, la entrega de la persona en una consagración a Dios y al servicio de su iglesia (“a nosotros”). De allí que una ofrenda es la expresión tangible, la “encamación”, de una disposición del corazón, de nuestra disposición de rendir y consagrar nuestras vidas al Señor.
d. Propósito de la colecta
El primer propósito, y el más obvio, de la colecta era el de suplir las necesidades materiales de la iglesia de Jerusalén (Rom. 15:26; 2 Cor. 9:12). Pero éste no era un simple acto de benevolencia social. Pablo se refiere a la colecta como “un servicio” (leitourgiá), y aunque el término se usa en la literatura griega para designar un servicio llevado a cabo a expensas de uno mismo, en un sentido no religioso, el contexto de 2 Corintios 9:12 muestra que Pablo lo usó en sentido religioso, significando “servicio, culto”. La ofrenda que se daba para suplir las necesidades de la iglesia de Jerusalén era un acto de adoración al Señor.[79]
El segundo propósito de la colecta era el de fortalecer la unidad de la iglesia y dar expresión a esa unidad en forma objetiva. Era “una expresión tangible de la unidad de los judíos y gentiles”.[80] Los judíos compartieron sus bendiciones espirituales con los gentiles, y ahora éstos compartían sus bendiciones materiales con los judíos (Rom. 15:27). Sólo había una iglesia, la universal, que se caracterizaba por un espíritu de verdadero compañerismo en Cristo. Pablo percibió que era necesario para la iglesia mundial expresar su unidad en mensaje y misión, y encontró en esta colecta un canal por el cual podía lograrse esta unidad. Las bendiciones materiales y espirituales de las iglesias pertenecían, por así decirlo, a la Iglesia de Cristo.
El tercer propósito de la colecta era el de promover igualdad financiera (2 Cor. 8:13- 15). Esta es la igualdad que se produce por el “equilibrio entre la escasez y la abundancia que debe existir entre las iglesias”.[81] El concepto subyacente es el de asociación o compañerismo, koinonia, sugerido en Hechos 2:44, 45.[82] Es importante observar que Pablo basa su argumento en un pasaje del Antiguo Testamento: “El que recogió mucho, no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos” (2 Cor. 8:15; Exo.16:18). El llamado a la igualdad se basa en la comprensión de que es Dios quien provee lo necesario. Al compartir sus bendiciones, los creyentes trabajan con Dios en la creación de la igualdad financiera de la iglesia. Los que tenían mucho debían compartir con aquellos que tenían menos “para que haya igualdad” (2 Cor. 8:14). La distribución equitativa de la riqueza puede ser imposible en el mundo, pero debe ser una realidad dentro de la iglesia.
El cuarto propósito de la colecta era el de expresar el amor cristiano. La participación en la colecta era una prueba de la sinceridad del amor de los corintios (2 Cor. 8;8; cf. vers. 24). Esto está estrechamente relacionado con la unidad de la iglesia debido a que el amor une a la iglesia con Cristo. La ofrenda le da la oportunidad al amor de ir más allá de la esfera de un concepto o idea, a la arena de la conducta cristiana como principio activo. Los corintios habían prometido participar en la colecta, pero no habían cumplido con su promesa. Ahora Pablo los desafía a demostrar su amor con hechos (2 Cor. 9:1-5).
El quinto propósito de la colecta era el de alabar a Dios. Pablo dijo que la ofrenda abundaba “en muchas acciones de gracias a Dios” (2 Cor. 9:12) . Siendo que bendeciría a los creyentes en Jerusalén, la ofrenda era motivo de alabanza a Dios (vers. 13). El propósito primordial de toda ofrenda debería ser glorificar a Dios, porque por medio de nuestras ofrendas confesamos que fue él quien proveyó los medios y creó la disposición a dar en el corazón humano. La generosidad redundará en actos de agradecimiento a Dios (vers. 11).
Pablo motivó a los corintios a dar ofrendas al recordarles la gracia de Dios, la que recibieron gratuitamente, señalándoles el sacrificio de Cristo, y asegurándoles el constante amor de Dios que se manifiesta en las bendiciones que recibían cada día. Para Pablo, dar era un privilegio porque la gracia de Dios estaba usando a los que daban. Esto quiere decir que una ofrenda debe darse de corazón y constituirse en una experiencia gozosa. Debe ser generosa y, de manera especial, debe ser un acto de autoentrega. Una ofrenda, según Pablo, era un medio de suplir las necesidades de la iglesia, pero también contribuía a la unidad de la congregación y a la igualdad financiera. Mediante la colecta, se expresaba el amor cristiano y se alababa a Dios. La ofrenda debía basarse en la situación financiera de la familia, apartarla en casa, para luego darse en el momento señalado a los instrumentos designados por la iglesia. Se esperaba de aquellos que dirigían la colecta un manejo adecuado de los fondos.[83]
C. Las ofrendas en Hechos de los apóstoles
El libro de los Hechos menciona algunos problemas financieros que debió enfrentar la iglesia apostólica a medida que se desarrollaba y crecía hasta ser un movimiento mundial.
Si bien el libro de los Hechos no dice mucho acerca de las ofrendas, sería útil para nuestro propósito examinar los pasajes pertinentes. Estos pasajes muestran un interés particular en las ofrendas a favor de los pobres de la iglesia.
- Ofrendas para los pobres
Según Hechos 2:44 los miembros de la iglesia apostólica tenían “en común todas las cosas”, es decir, sus posesiones estaban al servicio de la iglesia y de su misión. Esto no debe entenderse como que debían vender todo lo que tenían y darlo a la iglesia. Lo que se dice es que a medida que surgían necesidades ellos vendían algunas de sus propiedades a fin de proveer para las necesidades de los demás (Hech. 4:34,35).[84] Por consiguiente, esta práctica no era un rechazo al derecho de propiedad privada, sino más bien su reconocimiento balanceado por la disposición a servir a otros.[85] Esto era necesario porque en esa época muchos nuevos conversos eran pobres. Esta práctica era probablemente una continuación de la vida comunitaria fraternal de Jesús con sus discípulos (cf. 8:3; Juan 12:4-6; 13:6-9).[86]
Hay dos ejemplos específicos que ilustran la práctica que seguía la iglesia. Bernabé tenía una propiedad y decidió venderla y traer el dinero a la iglesia para suplir las necesidades de los pobres (Hedí. 4:36, 37). Vendió la propiedad y entregó el dinero a los apóstoles. El segundo ejemplo es el de Ananías y Safira (5:1-11). Hicieron una promesa similar, pero después de vender la propiedad decidieron retener secretamente una parte del dinero. No obstan te, querían dar la impresión de que estaban trayendo a los apóstoles la cantidad completa.
La experiencia de Ananías y Safira revela varios aspectos importantes de este tipo de ofrenda. En primer lugar, la donación no era un simple acto de benevolencia social, sino una ofrenda que se traía al Señor. Quien finalmente recibía la ofrenda era el Espíritu Santo. Esto explica la razón por la cual Pedro les dijo que habían mentido “al Espíritu Santo” (Hech. 5:3). En segundo lugar, la ofrenda era voluntaria; de ninguna manera forzaba a alguien a vender una propiedad. Aparentemente, después de vender la propiedad, Ananías y Safira podrían haberse quedado con el dinero, si hubiesen sido honestos con los apóstoles (Hech. 5:4).[87] En tercer lugar, una vez más somos testigos del hecho de que la motivación es de valor primario en la ofrenda. En el caso de Ananías y Safira, la determinación que habían tomado con respecto a la propiedad estaba motivada “por el deseo de ganar la reputación de ser generosos, y no por una preocupación genuina por las necesidades que había entre ellos”.[88] Su egoísmo, que se manifestaba en una preocupación ingobernable por mantener su seguridad financiera, los condujo a violar un compromiso hecho con el Señor. Esta pareja rechazó al Espíritu Santo, quien guía a los creyentes y a la iglesia, y a su vez el Espíritu Santo los rechazó a ellos. Finalmente, este incidente muestra que es correcto e importante hacer promesas al Señor, pero es igualmente importante cumplirlas.
El procedimiento seguido en la colecta y distribución o uso de la ofrenda era sencillo. Los creyentes decidían por sí mismos vender una parte de su propiedad y prometían dar todo el dinero, o tal vez una parte del mismo, a la iglesia. Se daba el dinero a los apóstoles, quienes se hacían responsables de administrarlo (Hech. 4:37). Este puede haber sido el sistema que la iglesia estableció y que los creyentes siguieron.
A medida que la iglesia crecía, era más evidente que los apóstoles no podían manejar las finanzas y al mismo tiempo proclamar el evangelio tiempo completo. Pronto descubrieron que era imposible hacer bien ambas cosas. El problema se agudizó cuando un grupo se quejó de que algunas viudas estaban siendo descuidadas en la distribución del pan (Hech. 6:1-6). Esto los llevó a una revisión de los procesos administrativos, de tal manera que los apóstoles se reunieron con los discípulos de la iglesia (los miembros) y juntos aprobaron un nuevo plan. En el proceso de selección buscaron hombres que estuviesen “llenos del Espíritu Santo y de sabiduría” (Hech. 8:3). En otras palabras, se requirieron dos calificaciones importantes. En primer lugar, eran líderes espirituales consagrados al Señor y poseídos por el Espíritu: y en segundo, se esperaba que ellos tuviesen algún conocimiento sobre asuntos administrativos, particularmente en el manejo de los fondos.[89] La combinación de estos dos elementos muestra que la administración de las finanzas de la iglesia no tiene que ver con una teneduría de libros de índole secular, sino que es un asunto profundo y esencialmente espiritual.
En el fundamento de la ofrenda que estamos considerando se encuentran algunos conceptos teológicos importantes. Siendo que se han discutido la mayoría de esos conceptos en el contexto de otras ofrendas, las mencionaremos aquí sólo en forma breve. La ofrenda reflejaba una abundancia de la gracia de Dios en los corazones de los creyentes, pues se la vincula con la declaración de que todos los creyentes recibían “abundante gracia” (Hech. 4:33). El evangelio modificó radicalmente su concepto de mayordomía. Ellos sabían quién era el verdadero Propietario. Finalmente, así como ocurrió con la colecta paulina, la ofrenda era un testimonio de la unidad de la iglesia: todos eran “de un corazón y un alma” (Hech. 4:32). Tenían “un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos” (Efe. 4:4-6); eran uno en Cristo, hecho que se mostraba “en su prontitud para satisfacer las necesidades de los demás”.[90] Se expresa la unidad espiritual en manifestaciones tangibles de amor; y en este caso, en particular, la ofrenda cumplía ese papel.
- Ofrendas especiales
Hechos 11:27-30 menciona una ofrenda especial que envió la iglesia de Antioquía a Jerusalén. Esta era otra ofrenda voluntaria. El profeta Agabo predijo la venida de una hambruna severa en el Imperio Romano, y esto impulsó a la iglesia a “enviar socorro a los hermanos que habitaban en Judea” (Hech. 11:29). Este era un fondo especial que debía usarse en la emergencia inminente. Cada uno dio lo que podía, y se entregó la ofrenda a Bernabé y a Pablo para que la llevasen a la iglesia de Jerusalén. La ofrenda estuvo motivada por el amor de Cristo, expresaba la solidaridad del compañerismo cristiano, y mostraba que Dios había recibido a los gentiles en la iglesia. La congregación de Antioquía no se consideró a sí misma como una entidad aislada de la iglesia madre en Jerusalén. Se consideró natural enviar ayuda a otra parte del cuerpo que estaba teniendo dificultades”.[91] Esta ofrenda parece haberle provisto a Pablo un antecedente y modelo teológico para su colecta posterior en favor de la iglesia de Jerusalén.
El libro de los Hechos no dice que los miembros de la iglesia ponían sus posesiones al servicio de la iglesia. Esto se basaba en el entendimiento de que Dios era el verdadero Dueño de todo lo que tenían. Su disposición a dar era el resultado de la obra de la gracia de Dios en sus corazones. Aquellos cuyas ofrendas estaban motivadas por el egoísmo eran rechazados. Se daba la ofrenda a Dios, aunque era recibida por instrumentos humanos, en ese caso, los apóstoles. Se ponía la administración de los fondos en las manos de las personas capaces que sabían cómo manejar el dinero, y eran a su vez gigantes espirituales en la iglesia.
RESUMEN Y CONCLUSIONES
Hemos examinado una cantidad de material bíblico sobre el tema de las ofrendas, y es tiempo de que sinteticemos nuestras conclusiones. Prácticamente cada pasaje que estudiamos tiene algo que contribuir a una mejor comprensión del significado de las ofrendas. En la mayoría de los casos detectamos varios temas subyacentes que aparecen con mucha frecuencia en la discusión.
El fundamento teológico de la práctica de traer ofrendas al Señor parece estar formado por tres conceptos teológicos principales que se encuentran interrelacionados. El primero es soteriológico, es decir, la disposición constante y amante de Dios a salvar a los seres humanos del poder del pecado. La salvación es una revelación de la gracia de Dios y nos llega como un don inmerecido que debe aceptarse por la fe en Cristo. La revelación que Dios hizo de sí mismo dejó en claro que él es el más grande Dador del universo. En el Antiguo Testamento la disposición de Dios para salvar se manifestó de una manera particular en el Éxodo cuando el Señor redimió a su pueblo del poder esclavizante de Egipto. En el Nuevo Testamento, la salvación de Dios alcanzó su manifestación suprema en el don de su Hijo como el único medio de Salvación. El Padre y el Hijo pusieron la gracia al alcance de todos los que por fe en Cristo aceptasen ese don. Dios proveyó la ofrenda que ninguna otra persona podía proveer. La dádiva humana es un pálido reflejo de la dádiva divina.
El segundo elemento en el fundamento teológico es la fidelidad de Dios a sus promesas, la permanencia de su Palabra. En el ser divino no hay inconsistencia ni en palabra ni en hechos. El prometió morar con los seres humanos, proveyéndoles de identidad y supliendo sus necesidades, y cumplió sus promesas. El Señor es confiable y responsable. Sus criaturas pueden esperar y confiar en él. Hay una constante en el carácter divino que lo hace digno de nuestra confianza. Él es fiel a sí mismo, a su propio carácter.
El tercer elemento en el fundamento teológico es el señorío de Dios. El Dios que nos salvó libremente y que es fiel a sus promesas es también nuestro Señor. Entró en una relación de pacto con nosotros al aceptarnos como pueblo suyo, y nosotros le aceptamos como el Señor del pacto. Su señorío no se limita a la esfera espiritual, sino que incluye de una manera más concreta el reconocimiento de que todo lo que tenemos es suyo porque él nos lo dio. El señorío divino significa que él es el dueño, pero que está dispuesto a dar en forma natural de lo que es suyo a su pueblo. Por consiguiente, lo que su pueblo posee le llega como un don o bendición del Señor del pacto.
Además de otros elementos, los tres fundamentos teológicos que hemos discutido proveen para nosotros la motivación para dar. Los seres humanos somos llamados e impulsados a dar porque la gracia de Dios se reveló en el don gratuito de la salvación mediante Cristo. El cristianismo posee el ejemplo sublime de Dios y de su Hijo como modelos de benevolencia. Nuestra dádiva debe ser moldeada conforme al modelo divino. Creados a la imagen de Dios, los seres humanos deben imitar la disposición divina a dar. Siendo que Dios da generosamente, los seres humanos deberían dar de la misma manera.
Los cristianos están motivados a dar porque Dios, quien cumple sus promesas, está constantemente bendiciendo y protegiendo a su pueblo. Esas bendiciones nos llegan de diferentes maneras, pero Dios está siempre ben- diciéndonos. Dios, por consiguiente, no es una persona que dio en el pasado y que ahora no da más. Es a través de su dar providencial que preserva su creación. El hecho de que está constantemente dando nos provee un modelo y una razón para dar a los seres humanos. De allí que nadie debiera venir a adorarlo con las manos vacías.
El reconocimiento del señorío de Dios debiera ser un factor motivante para que demos. Probablemente los que se perciben a sí mismos como dueños no darán por amor. El reconocimiento del hecho de que hay un Señor que gobierna el universo y es dueño de lo que hay en él, es la misma base de la benevolencia. Dios quiere usarnos en la administración y distribución adecuada de sus bienes. Bajo este trasfondo teológico no podemos vemos sino como mayordomos suyos que gozosamente usamos lo que él nos dio para promover su obra.
Otra motivación para dar se encuentra en el reconocimiento de que Dios está obrando la salvación de la humanidad a través de su iglesia. Trajo la iglesia y el ministerio evangélico a la existencia para continuar revelando su gloria al mundo. Los miembros de la iglesia apostólica encontraron su más grande gozo al promocionar la causa de Dios mediante sus ofrendas. Nada era más importante para los creyentes que la proclamación del evangelio, y consideraban un privilegio ser instrumentos de Dios en esa tarea. Decirles a otros que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo mismo al mundo, era tan significativo para ellos que a veces algunos cristianos dieron ofrendas que iban más allá de sus posibilidades.
En síntesis, podemos decir que el amor a Dios es lo que motiva a los cristianos a dar ofrendas, un amor desinteresado cuyo foco de atención es Dios y los seres humanos. El dar, motivados por una sed de reconocimiento propio, está fuera de lugar en la vida cristiana. Jesús mismo instó a los creyentes a dar silenciosamente, esperando su recompensa de Dios. El egoísmo mancha la ofrenda y la vuelve inaceptable para Dios. Tampoco debía darse una ofrenda para obtener o ganar simpatía, amor o reconocimiento delante de Dios. Es sólo por medio de la ofrenda sacrificial de Cristo que somos aceptados por Dios.
Este último comentario nos conduce lógicamente a una definición de lo que es una ofrenda aceptable. Aparecen varios elementos en la Biblia que nos ayudan a definir este término. En primer lugar, una ofrenda aceptable es una expresión de nuestra autoentrega a Dios. En nuestras dádivas deberíamos damos a Dios, renovando nuestra entrega a él. Una ofrenda es una experiencia profundamente religiosa porque revela una vida enteramente entregada al Señor.
En segundo lugar, una ofrenda aceptable testifica que Dios está primero en la vida del creyente. Siendo que Dios ha sido reconocido como Señor, se le lleva el mejor y más costoso don dependiendo de los recursos de la persona. La ofrenda llega a ser un acto de homenaje y sumisión a Aquel que nos redimió y que es ahora nuestro Señor. Al poner aparte la ofrenda antes de usarla o invertirla en otra cosa, estamos diciendo al Señor y a nosotros mismos: “Señor, tú eres el primero en nuestras vidas”.
En tercer lugar, una ofrenda aceptable expresa fe en el cuidado providencial de Dios por nosotros. Tal ofrenda proviene de un corazón que confía en un Dios personal que suple nuestras verdaderas necesidades. Cuando se da una ofrenda de lo que sobra, tiende a volverse una formalidad, un acto ritual carente de devoción. La fe en Dios está siempre buscando la manera de expresarse, de volverse significativa. Nuestras ofrendas nos proveen un canal por medio del cual podemos expresar nuestra fe en un contexto de adoración.
En cuarto lugar, una ofrenda aceptable es la manifestación visible de la gratitud, la alabanza, el gozo y el amor del adorador. Estas son respuestas de la experiencia del amor redentor providencial de Dios. En el pensamiento bíblico el ser interior revela su naturaleza y propósito mediante acciones. Las respuestas positivas al amor de Dios se expresan de diferentes maneras en las vidas de los creyentes. Una de ellas es la ofrenda tangible que va acompañada de una confesión de reconocimiento al Señor por su bondad. Una ofrenda es la forma concreta que toman nuestros sentimientos y actitudes interiores hacia el amor de Dios en el acto de adoración.
En quinto lugar, una ofrenda aceptable es voluntaria. No debe traérsela al Señor bajo compulsión o renuentemente, sino voluntariamente. El hecho de que el Señor espera y requiere de nosotros que demos ofrendas no debiera hacernos concluir que ésta es otra carga para el creyente. Dios requiere que experimentemos el gozo de dar que enriquece nuestras vidas.
En sexto lugar, una ofrenda aceptable refleja nuestra entrega al mensaje y la misión de la iglesia. Siendo que creemos que Dios está usando a su iglesia para proclamar el evangelio y preparar al mundo para la segunda venida de Cristo, deberíamos estar dispuestos a poner nuestros recursos al servicio del plan de Dios para la humanidad. Esto quiere decir que al dar nuestras ofrendas a la iglesia estamos, de hecho, dándolas a Dios para promover y desarrollar el último aspecto del plan de salvación. No puede encontrarse sobre la tierra una causa más grande a la cual podamos consagrar los recursos que hemos recibido del Señor.
En séptimo lugar, una ofrenda aceptable proviene de un corazón que está en paz con Dios y con los demás. El acto de adoración presupone que la religión y la ética no deben estar divorciadas o separadas la una de la otra. El tratar a otros bondadosamente es un deber tan religioso como traer ofrendas a Dios. Revelamos en forma particular nuestro interés por otros al proveer para las necesidades de nuestros familiares. El celo por Dios y su causa nunca debería conducir a los cristianos a dar ofrendas al Señor que resulten en el descuido de las necesidades de sus familias. El hacer provisión para nuestras familias forma parte también de nuestro deber cristiano.
Finalmente, una ofrenda aceptable, aunque espontánea, es al mismo tiempo, sistemática. Se espera que planeemos nuestra dádiva de acuerdo con nuestros ingresos. La cantidad que será dada debe ser separada en el hogar, con la familia, y entonces traída a la iglesia para darla al Señor. Esto nos protege de dar únicamente motivados por las emociones.
Nuestro último punto nos lleva a pensar en la logística seguida en el sistema bíblico de ofrendas. La Biblia provee ciertas orientaciones con relación a la recolección y manejo de las ofrendas. Mencionamos ya que la cantidad se basa en las bendiciones recibidas del Señor y que deben ponerse aparte en el hogar. Además, Dios y la iglesia señalaron instrumentos específicos (personas) para recibir las ofrendas. Éstas debían entregarse sólo a personas reconocidas por la comunidad de creyentes como dignas de recibirlas y administrarlas. El lugar para traerlas era el templo o la iglesia en donde se juntaba el pueblo para adorar colectivamente al Señor. Hay evidencia que indica que se guardaban registros adecuados y que se usaban las ofrendas para los propósitos asignados.
En segundo lugar, las ofrendas tenían el propósito de fortalecer la unidad de la iglesia. Mediante sus ofrendas, los creyentes mostraban que tenían un mismo espíritu, mensaje y propósito. Al apoyar un proyecto local, la iglesia mundial encontró la oportunidad de expresar su unidad. Las cargas y pruebas de una congregación llegaron a ser la carga de toda la iglesia. Los creyentes de todo el mundo se identificaron con las necesidades y pruebas de los que trabajaban en lugares específicos.
En tercer lugar, las ofrendas tenían por objeto crear igualdad financiera en la iglesia. Los que poseían mucho compartían con los que tenían poco. Las bendiciones de Dios pueden diferir de persona a persona, pero él espera que aquellos que han recibido mucho le ayuden a crear una distribución equilibrada de la riqueza. Tal igualdad tomará en consideración, tanto las necesidades locales como las mundiales.
En cuarto lugar, las ofrendas tenían el propósito de motivar al pueblo a alabar a Dios. Mediante nuestras ofrendas se nutre el espíritu de gratitud dentro de la comunidad de los creyentes, y se alaba a Dios por la benevolencia de sus instrumentos. Las ofrendas debieran estimular a otros a alabar a Dios quien, por su gracia, creó un espíritu de liberalidad en los corazones de los dadores.
Deberíamos considerar brevemente el sistema de ofrendas desde la perspectiva divina. ¿Qué es lo que Dios estaba tratando de lograr en el creyente mediante el requerimiento de ofrendas? Hay un gran beneficio espiritual para los que traen sus ofrendas al Señor. La Biblia sugiere que Dios usaba el sistema de ofrendas para enseñar a su pueblo cómo expresarle su amor y gratitud. El que nos llamó a amarle tanto a él como a nuestros semejantes estableció, entre otros medios, el sistema de ofrendas como un vínculo a través del cual actualizamos ese amor. De esta manera se vence el egoísmo en nuestras vidas.
Otra razón por la cual Dios requirió las ofrendas fue para recordarles que Yahvé era el verdadero Propietario de todo y quien los bendecía. La tierra no pertenecía a Baal ni era Baal quien la hacía fructificar; era el Señor Yahvé. Se rechazaba la idolatría cada vez que se traía una ofrenda al Señor.
Finalmente, Dios requería ofrendas de su pueblo para fortalecer su relación con él. Esta es, en cierto sentido, la otra fase del punto anterior. Cada ofrenda le daba al pueblo de Dios la oportunidad de reconsagrarse a su Señor. Así se renovaba la relación que se había establecido con él mediante su glorioso acto de redención, y los lazos de amor se fortalecían en un acto de devoción personal.
Referencias
[65] Véase Víctor P. Furnish, 2 Corintios (Nueva York: Doubleday, 1984), págs. 399, 413.
[66] Véase Hans Dieter Betz, 2 Corintios (Philadelphia: Fortress, 1985), págs. 252, 253.
[67] Véase Ralph P. Martin, 2 Corintios (Waco, TX.: Word, 1986), págs. 252,253.
[68] Betz, 2 Corintios, pág. 61.
[69] Con Furnish, 2 Corintios, pág. 447
[70] Betz, 2 Corintios, pág. 110
[71] Véase Furnish, 2 Corintios, pág. 448; G. Kittel, “Autarkei”, TDNT, tomo 1, pág. 466; B. Slede, “Arkeo”, NIDNTT, tomo 3, pág. 727.
[72] P. T. O’Brian, “Mysticism”, DPL, pág. 625
[73] Furnish, 2 Corintios, pág. 448
[74] Betz, 2 Corintios, pág. 110
[75] William F. Ore y James A. Alther, 1 Corintios (Nueva York: Doubleday, 1976), pág. 356, sugieren que la ofrenda era proporcional y sustancial, y que apartarla era una actividad de la familia.
[76] Véase Furnish, 2 Corintios, págs. 74, 75.
[77] Con Martin, 2 Corintios, pág. 25.
[78] Betz, 2 Corintios, págs. 44, 45.
[79] Véase H. Balz, “Leitourgia”, EDNT, tomo 2, págs. 34, 49.
[80] Everts, “Financial”, pág. 299.
[81] T. Holtz, “Isos”, EDNT, tomo 2, pág. 202.
[82] Furnish, 2 Corintios, pág. 419.
[83] Véase Martin, 2 Corintios, pág. 29.
[84] Véase David, Williams, Hechos (Peabody, MA.: Hendrickson, 1985), págs. 93, 94.
[85] Véase French L. Arrington, The Acts of the Apostles (Peabody, MA.: Hendrickson, 1988), pág. 54.
[86] E G. Untergassmair, “Koinos, ‘Common’ ”, EDNT, tomo 3 pág. 302.
[87] Véase Williams, Hechos, pág. 9.
[88] Arrington, Hechos, pág. 57.
[89] Con Williams, Hechos, pág. 118.
[90] Id, pág. 92.
[91] Arrington, Hechos, pág. 121.