Durante los primeros diez años de mi ministerio, fui un excelente pastor… y un esposo horrible. Descuidé a mi esposa. Transfería en las niñeras mi responsabilidad de despertar a mis hijos o de jugar con ellos. Conducía bien mi iglesia y bautizaba cien personas, en promedio, por año; pero no estaba presente como líder de mi propio hogar. Mi ministerio se interpuso en el camino de mi matrimonio.

Recuerdo una lluviosa noche de viernes, aproximadamente a las 22, cuando mi hija tenía diez años. Mi esposa había ido a llevar a algunos niños a su casa, después de una breve reunión en nuestro hogar. No había regresado todavía a casa, cuando un anciano me fue a buscar para concurrir a un retiro espiritual de la iglesia; llegó pidiendo que me apresurara, porque la gente estaba esperando por mí; mi presencia era necesaria en aquel encuentro. Así, repentinamente me encontré ante una encrucijada: debía decidir entre esperar hasta que mi esposa llegara o dejar a mi hijita sola. Tomé la decisión equivocada. Entregué un cobertor a Vanessa, le puse algunos dibujos animados de la Biblia para ver, la besé y salí.

No mucho tiempo después, irrumpió una tempestad. Aparecieron relámpagos, truenos, algunos árboles caían y un viento increíble azotaba con fuerza las ventanas. Mi esposa estaba detenida desde hacía una hora, dado que un árbol había caído en medio de la ruta. Mi hija estaba solita en la casa. Para complicar más las cosas, se cortó la electricidad. En lugar de ser ayudada por su padre y ser consolada con la esperanza de que todo terminaría bien, ella estaba sola dentro de una gran casa vacía, en un momento aterrador. Mientras tanto, su papá estaba cumpliendo sus responsabilidades pastorales.

El ministerio ya es muy complicado sin agregar el estrés de los asuntos domésticos. Muchos dirigentes y pastores tienen una lucha real en sus respectivas familias, que son ignoradas, relegadas u olvidadas. Los problemas personales siempre terminan afectando el desempeño público, normalmente, en el peor momento posible. Monstruos secretos amenazan el ministerio público.

La iglesia del hogar

Otro error que cometí fue usar a mi familia para conquistar blancos ministeriales personales, involucrándola siempre en cosas que tenían más que ver conmigo que con ella. Creo en la participación de la familia en el ministerio, de acuerdo con los dones de la esposa y de los hijos, pero necesitaba aprender a animar, en lugar de exigir. Integre a su familia de acuerdo con los dones que les fueron dados por el Señor, no de acuerdo con su plan de trabajo ni según la voluntad de la iglesia. Respete los “no” que la familia le opondrá.

Si tiene más de una iglesia, deje que su familia permanezca en la mejor de ellas; deje de transportar a su familia como si fueran nómades, de una iglesia a otra. Permita que sus hijos desarrollen relaciones. Las personas lo podrán acusar de tener preferencia por alguna iglesia, pero consulte con su familia qué iglesia prefiere y deje que asistan allí. Su trabajo no es mostrar buenas apariencias, sino conducir a su familia al cielo. Siempre que llegaba a alguna nueva iglesia, trataba de poner en el lugar cierto las expectativas con respecto a mis hijos. Decía a la Junta de la Iglesia algo así: “Los hijos del pastor son solo niños. No tienen poderes sobrenaturales; por lo tanto, no se puede esperar que sean supercristianos. Ámenlos, nútranlos, de manera que continúen deseando ser cristianos cuando crezcan”. Fui bendecido por haber tenido iglesias que amaron y afirmaron a mis hijos. Eso generó un cuadro de gracia y aceptación que permanece hasta hoy. Desdichadamente, no siempre ese es el caso, pero puede evitar problemas conversando frecuentemente con la iglesia.

Aquí presentamos los principios que me han ayudado. Tal vez puedan ayudarlo también, en el trato con sus hijos:

1. Los hijos son libros para ser leídos, no para ser escritos. Mi trabajo incluye el descubrir cómo Dios los hizo, y extraer lo mejor que existe en ellos, sin forzarlos a ser algo que no son. Eso no significa que usted acepte la mediocridad o que no deba animarlos a dar lo mejor de sí; significa que ellos saben que esperamos grandes cosas de ellos, y que los amamos aun cuando no alcancen todo su potencial. Para mí, eso es lo que Dios hace con nosotros, y se llama gracia.

2. El mayor regalo que puedo dar a mis hijos es amar a su madre. Así, daré todos los pasos necesarios para demostrar mi amor por mi esposa. Quiero que mis hijos vean que podemos no concordar con alguien sin que eso signifique dejar de amarlo.

3. Escogeré las batallas adecuadas. Trazaré límites, pero seré muy cuidadoso con respecto a ahogarme en un vaso de agua. No haré que mis hijos sientan que son menos espirituales solo porque una vez en la vida comieron algo de cerdo, ni porque usaron maquillaje o vistieron jeans. En la adolescencia, mi hijo prefería ir a la iglesia vestido de jeans. No hicimos ningún escándalo. Si bien le dejamos en claro nuestra preferencia, a él le tocaba decidir. Ahora ya es adulto, usa corbata y, a veces, hasta suspensores. Hace eso por propia convicción. Recuerde: Dios nos dio diez Mandamientos, no diez mil.

Ministerio por la familia

Mi familia es mi ministerio. No estoy diciendo que seré ocioso o negligente en mi trabajo, pero no puedo descuidar a mi familia. Descubrí que, si escogemos lo esencial, Dios cuidará de lo urgente. Además, en el momento en que decidí ser un verdadero esposo y padre, mi iglesia creció más.

En cierta ocasión, mi hija estaba participando de un torneo de básquet. Considerando que su equipo casi nunca vencía, agendé una reunión para un martes a las 19, a fin de tratar un asunto que ahora ni siquiera recuerdo. Pero, el problema fue que vencieron en los juegos eliminatorios, clasificándose para el partido final, a las 16. Entonces, me enfrenté con el siguiente dilema: ¿Me quedaría para presenciar el partido final o regresaría para la reunión? Estaba a una hora de nuestra casa. En caso de regresar, debería darme un baño y cambiarme, luego conducir en medio de un tráfico intenso una hora más hasta el lugar de la reunión. Cuando mi hija me preguntó si me quedaría, respondí: “¡Sí!” Entonces, comencé a usar el conocido filtro: “¿Es importante o urgente?” “¿Es bueno o es lo mejor?” “¿Es permanente o pasajero?” Me quedé. El factor decisivo fue la pregunta que me hice a mí mismo: Veinte años después, mi hija ¿recordará que su padre la vio jugar o se sentirá chasqueada porque nuevamente la dejó sola para atender una reunión sobre un asunto que realmente no tenía gran importancia? Felizmente, el equipo de ella venció. Regresé a casa, me bañé, conduje a la velocidad límite, e incluso llegué a la reunión con quince minutos de anticipación.

La gran diferencia entre el ministerio pastoral y otras actividades profesionales es que en el ministerio usted trabaja “para Dios”. Es más fácil justificar, en la propia mente, el hecho de descuidar a la familia porque, a fin de cuentas, su trabajo tiene consecuencias eternas. Uno de los desafíos de ser pastor es nunca tener una línea de llegada: se es pastor las 24 horas de los siete días de la semana. Por lo tanto, sea atento con respecto a los siguientes puntos: brinde a su familia el espacio que necesita; respete las horas de la noche y los días libres; insista en la práctica de tomarse un día libre.

Retiro para nosotros

Evidentemente, habrá imprevistos y emergencias que necesitan ser atendidos. Pero si no es cuidadoso, organizado e intencional, el trabajo puede controlar su vida, empujándolo a desatender otras áreas igualmente importantes. En cierta ocasión, mi esposa me dijo: “Querido, siempre estamos haciendo retiros de fin de semana, predicando mensajes acerca de la familia. ¿Por qué no organizamos un retiro nuestro no para predicar, si no para aprender y crecer?” ¡Excelente idea! Agendé un fin de semana exclusivamente para nosotros dos. Simplemente, 72 horas de enriquecimiento matrimonial. Durante aquel fin de semana, tomamos dos decisiones importantes: aumentar la frecuencia de nuestros diálogos en familia, y ayunar y orar por nuestros hijos una vez por semana. Nuestros niños y adolescentes necesitan mucho de nuestras oraciones.

Después de que sus hijos crezcan y dejen la casa, al llegar a la jubilación usted y su esposa continuarán juntos. Entonces, invierta en su matrimonio. Por más que no siempre queramos pensar en eso, la iglesia ha sobrevivido mucho tiempo sin nosotros y sobrevivirá después de que nos hayamos ido. Por otro lado, mientras que la muerte no nos lleve, nuestra familia no puede sobrevivir sin nuestra presencia.

Sobre el autor: Secretario ministerial de la Unión Sur de Georgia, Estados Unidos.