La actuación de Cristo en los relatos del Antiguo Testamento

“Todas las Escrituras son inspiradas por Dios” (2 Tim. 3:16). Este versículo resume grosso modo un principio de interpretación denominado Tota Scriptura, que resalta el valor que poseen todos los libros que integran las Escrituras y que rechaza la idea de concebir grados de inspiración o la de establecer un canon dentro del canon. Todas las Escrituras, y no solo una parte de ellas, son inspiradas por Dios. Este principio ha estado, junto con el de Sola Scriptura, en el corazón del desarrollo doctrinal adventista, y ambos constituyen una premisa indispensable para la correcta comprensión de la Biblia.[1] A pesar de ello, no siempre resulta fácil integrar este principio a la praxis de la vida cristiana. Hay un problema que desde antaño surge una y otra vez: ¿Qué utilidad tiene el Antiguo Testamento (AT) para los cristianos?

Una visión distorsionada

En una oportunidad, mientras recorría la calle principal de mi ciudad, un grupo de jóvenes cristianos se acercó para obsequiarme una Biblia. Tras alejarme, fui notando que era más delgada de lo que yo conocía, y no se debía a que el tamaño de las letras fuera más pequeño, simplemente era una Biblia incompleta. Consistía solo en el Nuevo Testamento (NT) y el libro de los Salmos. Muchos cristianos consideran que con solo el NT ya es suficiente para predicar el evangelio y desarrollar la doctrina cristiana. Dado que al primer Testamento se lo considera anticuado y abolido, poco interés les genera incursionar en sus páginas; por lo tanto, pueden prescindir de él. El problema se acentúa aún más cuando se acepta cierta dicotomía entre el Dios que presentan ambos Testamentos: en uno, un Dios de ira y justicia; en otro, uno de amor y perdón. Ya en el siglo II, un cristiano de origen griego llamado Marción enfatizó esta distinción, lo cual lo llevó a rechazar todo el AT y aquellos libros del NT que se vinculaban más directamente con este. Sacar el AT de la Biblia es una postura radical. Pero no es la única manera en la que se manifiesta el problema.

Cuando acepté la fe cristiana, junto con mi madre, recuerdo cómo ella se esforzaba todos los años por iniciar su Año Bíblico a partir de Génesis. Sin embargo, pronto se desanimaba tras llegar a Levítico, a Números o, en el mejor de los casos, a 1 de Crónicas. La lucha que tenía en aquellos días mi madre es la que muchos cristianos experimentan hoy. Reconocen el AT como Palabra de Dios, pero les resulta complicado o aburrido. Para resolver este problema, muchos recurren a una lectura selectiva, es decir, leer de la Biblia solo aquello que resulte agradable o entretenido.

Mientras estudiaba Teología, trabajaba activamente en el Ministerio Joven. En cierta oportunidad, alguien hizo la propuesta de un nuevo Año Bíblico escolar. Era una versión resumida, y el promotor, al hacer el lanzamiento del proyecto, ¡enfatizó que los alumnos estarían contentos de que se hubieran sacado las partes “aburridas” de la Biblia!

La lectura selectiva no es una mala propuesta; de hecho, es una muy buena opción para quienes se inician en el estudio de la Biblia. El problema está cuando ese tipo de lectura se prolonga por toda la vida, y se agrava aún más cuando se vuelve normativo.

A partir de estas anécdotas, queda evidenciada la dificultad que enfrentan muchos cristianos con respecto al AT. Ahora bien, el AT es muy importante para la doctrina y la misión de la iglesia cristiana.

La hermenéutica de Jesús

A lo largo de su ministerio, Jesús llevó constantemente a sus oyentes a las verdades expresadas en las Escrituras. Respondió a las tentaciones con un “Escrito está”, y en cada ocasión de la vida encontraba la oportunidad para recordar algo de lo que estaba escrito. Pero no se limitó solo a eso, también señaló que él mismo era el centro de las Escrituras, de modo que daban testimonio de él (Juan 5:39). Es bajo esta pauta hermenéutica que Jesús pudo afirmar un sábado en la sinagoga, luego de leer Isaías 61:1 y 2: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (Luc. 4:21). Del mismo modo, aseguró con convicción que Abraham vio su día (Juan 8:56) y que Moisés escribió de él (Juan 5:46, 47). Tras la consternación de la Cruz, dijo a dos de sus discípulos, camino a Emaús: “¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Luc. 24:26, 27). Y en otra ocasión reiteró: “Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos” (Luc. 24:44). Ambas referencias aluden a la totalidad del AT, tal como había sido preservado en el canon judío.[2]

De este modo, es posible afirmar que el AT poseía muchos símbolos y profecías que señalaban anticipadamente la vida y la obra de Jesús. Ahora bien, poseemos una luz adicional. Jesús no solo aparece en el AT como una figura o promesa de alguien que vendría.

Más que un símbolo

Una enseñanza básica de la doctrina cristiana es la preexistencia de Cristo.[3] Pero en ocasiones pareciera que tal enseñanza es comprendida como si fuera una mera abstracción teológica, y que esa preexistencia ubica al Hijo de Dios en el cielo, alejado de la realidad humana, aguardando su momento para entrar en la historia a partir de su nacimiento. Nada más lejos de la realidad.

Cuando Pablo habló de la peregrinación de Israel en el desierto, afirmó que ellos “bebían de la Roca espiritual que los seguía, y la Roca era Cristo” (1 Cor. 10:4). Pedro declaró que a los profetas se les declararon aspectos de la vida de Jesús, pues el propio “Espíritu de Cristo estaba en ellos” (1 Ped. 1:10-12). Algunas citas de Elena de White nos ayudarán a ampliar mejor esta idea:

“En todas estas revelaciones de la presencia divina, la gloria de Dios se manifestó por medio de Cristo. No solo cuando vino el Salvador, sino a través de todos los siglos después de la caída del hombre y de la promesa de la redención, ‘Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo’ (2 Cor. 5:19). Cristo era el fundamento y el centro del sistema de sacrificios tanto en la era patriarcal como en la judía. Desde que pecaron nuestros primeros padres, no ha habido comunicación directa entre Dios y el hombre. El Padre puso el mundo en manos de Cristo para que por su obra mediadora redimiera al hombre y vindicara la autoridad y la santidad de la Ley de Dios. Toda comunicación entre el Cielo y la raza caída se ha hecho por medio de Cristo […] Es la voz de Cristo la que nos habla por medio del Antiguo Testamento”.[4]

“Desde el pecado de Adán, la especie humana había estado privada de la comunión directa con Dios; el trato entre el cielo y la tierra se había realizado a través de Cristo; pero ahora que Jesús había venido “en semejanza de carne de pecado”, el Padre mismo habló. Antes se había comunicado con la humanidad a través de Cristo; ahora se comunicaba con la humanidad en Cristo”.[5]

“Por medio de Cristo había sido transmitido cada rayo de luz divina que había llegado a nuestro mundo caído. Él había sido quien habló por medio de todo aquel que en el transcurso de los siglos declaró la palabra de Dios al hombre. Todas las excelencias manifestadas en las almas más nobles y grandes de la tierra, eran reflejos suyos”.[6]

Estas citas rompen con cualquier dicotomía entre el Dios del AT y el del NT, la Ley o la gracia, el antiguo o el nuevo pacto. Desde que el hombre entró en pecado, fue Cristo, la segunda Persona de la deidad, quien se ofreció como mediador entre Dios el Padre y la raza caída. La misma voz que enseñaba por medio de parábolas junto al mar de Galilea, es la misma que habló “muchas veces y de muchas maneras” por medio de los profetas que escribieron el AT. Jesús estuvo constantemente activo y presente en la historia de su pueblo. Incluso muchos lo pudieron contemplar visiblemente como el Ángel de Jehová, o Miguel, u otra teofanía.[7] Cada vez que un cristiano estudia el AT, tiene la posibilidad de escuchar la misma tierna voz de su Salvador que le habla. Podrá comprender cómo obró a lo largo de todas las edades en favor de su pueblo, podrá valorar la santidad de su Ley, la gravedad del pecado y el enorme precio que costó nuestra salvación.

Los 66 libros que componen la Biblia han llegado a nuestras manos manchadas con la sangre de profetas, apóstoles y mártires, que durante siglos entregaron sus vidas para registrar y preservar aquello que hemos heredado. Dios, en su providencia, ha tenido a bien dejarnos ese legado escrito como un registro fidedigno de su verdad. Tenemos la santa responsabilidad de escudriñar “todas” las Escrituras, ya que en eso tendremos nuestra única salvaguardia para los tiempos difíciles que han de venir. La comprensión de toda verdad revelada requiere de esfuerzo y dedicación, pero principalmente de la iluminación del Espíritu Santo.

Por lo tanto, el AT y el NT son dos ventanas que nos muestran dos perspectivas diferentes del mismo paisaje: Cristo y su obra.

Sobre el autor: profesor de Teología en la Universidad Adventista del Plata, Rep. Argentina


Referencias

[1] Ver Richard M. Davidson, “Interpretación bíblica”, en Tratado de teología adventista del séptimo día, ed. por George W. Reid (Florida, Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2009), pp. 68-79; Frank M. Hasel, “Presuposiciones en la interpretación de las Sagradas Escrituras”, en Entender las Sagradas Escrituras, ed. por George W. Reid (Florida, Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2010), pp. 33-57.

[2]  El canon hebreo posee tres divisiones principales: Torah (Ley), Nebi’im (profetas) y Ketubim (Escritos). Siendo que el libro de Salmos era el primero y principal de la tercera sección, ha de entenderse que la referencia a “Salmos” en el pasaje citado de Lucas es una alusión a todos los libros que integran la tercera sección, no solo al libro de los Salmos.

[3] Miq. 5:2; Juan 1:1; 8:58; Col. 1:15-17; entre muchos otros pasajes bíblicos.

[4] Elena de White, Patriarcas y profetas (Florida, Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), pp. 381, 382. Véase todo el capítulo titulado “La ley y los dos pactos”.

[5] El Deseado de todas las gentes (Florida, Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2014), p. 91.

[6] La educación (Florida, Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana,2012), p. 73.

[7]  Ya varios han identificado a este ser con el Cristo preencarnado. El Ángel de Yhwh es presentado con una fuerte connotación soteriológica, principalmente en la narrativa del éxodo, en donde desempeña un rol destacado como liberador del pueblo. Ver Gén. 18; Gén. 32:24, 30; Éxo. 3; 23:20, 21; 32:34; 33:14; Jos. 5:13-15; Jue. 13; Dan. 3:25; 10:1-9; Zac. 3:1, 2; Mal. 3:1.