La ’aqedah de Isaac y el paradigma del amor

Hace poco más de un año y medio, Brasil quedó perplejo ante uno de los episodios más tristes de su historia. El 13 de marzo de 2019 ocurrió una masacre en la escuela estatal Professor Raul Brasil, en la ciudad de Suzano, en la región metropolitana de San Pablo. La tragedia se llevó la vida de cinco estudiantes, dos empleados de la escuela, los dos asesinos y el tío de uno de ellos.

 Una de las víctimas fue Samuel Melchíades, de 16 años. La historia del joven, que era miembro de la Iglesia Adventista e integrante del Club de Conquistadores, repercutió en la prensa nacional dado que, de acuerdo con la estudiante Rafaela Macedo, amiga de la víctima y testigo de los hechos, Samuel habría salvado a una muchacha colocándose frente a ella e impidiendo que recibiera dos tiros.

 Esta historia de amor abnegado ilustra muy bien un acontecimiento descrito en Génesis22: el sacrificio de Isaac. Aunque Abraham ofreció a su hijo amado como ofrenda al Señor, y no se entregó desinteresadamente en lugar de otro como el joven Samuel, ambos relatos muestran que el verdadero amor implica sacrificio, resignación y entrega.

 Pero ¿qué tiene para enseñarnos sobre el amor la experiencia de Abraham y de Isaac? ¿Cuál es la relevancia de este asunto para nuestro tiempo?

Panorama interpretativo

 El relato de Génesis 22 ha inspirado a teólogosy pensadores a lo largo de la historia.En la tradición judaica, el sacrificio de Isaaces conocido como ’aqedat yitzchak, que significaliteralmente la “atadura de Isaac”. Esenombre tiene origen en el verbo “amarrar”,del hebreo ’aqad, utilizado en Génesis 22:9.

 Entre los intérpretes judíos, la ’aqedah se volvió un ejemplo supremo de lealtad a Dios y a la Torá, incluso frente al sacrificio propio. Este relato, más que cualquier otro, animó al pueblo judío a enfrentar el martirio (kiddush HaShem) frente a las persecuciones romanas, cristianas y musulmanas. [1]También se convirtió en un símbolo de expiación. El targum Neofiti, por ejemplo, afirma: “Y ahora oro por misericordia ante ti, oh, Señor Dios, cuando los hijos de Isaac tengan que sufrir, recuérdales la ‘aqedah de Isaac, su padre, y libértalos y perdona sus pecados” (Gén.22:14). [2]El rabino Yishamael llega incluso a comparar el sacrificio de Isaac con la ofrenda de Pascua, cuya sangre debía ser asperjada sobre los umbrales de las puertas. “‘Y cuando yo [el Señor] vea la sangre […]’ ¿Qué vio él? La sangre de la atadura de Isaac”. [3]

 La idea de expiación está tan presente en la interpretación judaica de Génesis 22, que ese texto pasó a ser parte de la liturgia de Rosh Hashanah, o Año Nuevo judaico. En este día de juicio, además de estudiar el capítulo 22, los judíos oran: “Recuerda, oh, Eterno, nuestro Dios, el pacto de benevolencia y el juramento que hiciste a Abraham nuestro padre en el monte Moriah, y cuando Abraham, nuestro padre, amarró a su hijo Isaac sobre el altar […]. Por tanto, somete tu ira a tu misericordia y, en tu gran bondad, aleja de tu pueblo el furor de la ira”.[4]

 Para los cristianos, la ’aqedah está alineada con el concepto de la expiación, dado que apunta tipológicamente hacia el sacrificio de Jesús.[5] En este caso, la prueba de Abraham y de Isaac en el monte Moriah se interpreta como un anticipo de la experiencia que Dios, el Padre, y Jesús, el Hijo, experimentaron en el Calvario. Abraham habría sentido la angustia de entregar a su único hijo como sacrificio, mientras que Isaac habría experimentado el peso de la separación del padre (Mat. 27:46) y se habría entregado voluntariamente (ver Luc. 23:46), así como lo hizo Jesús.

 La influencia de este relato también provocó intensa reflexión filosófica. Pensadores como Immanuel Kant, Søren Kierkegaard, Martin Buber y Emmanuel Lévinas escribieron sobre el tema. Kierkegaard llegó a dedicar una obra entera, titulada “Temor y temblor”, para reflexionar sobre la experiencia de fe perpetuada por Abraham, el “Caballero de la fe”, en el monte Moriah.

 Estos ejemplos son una pequeña muestra del impacto causado por la historia del “sacrificio de Isaac” en el pensamiento religioso y filosófico. Sin embargo, algo llama la atención. Aunque se haya escrito mucho sobre el relato, pocos, como el escritor israelita Meir Shalev, en el libro Beginnings: Reflections on the Bible’s Intriguing Firsts [Principios: Reflexiones sobre las intrigantes primeras veces de la Biblia] se dedicaron a reflexionar acerca del amor en este pasaje.

Relato bíblico

 La narración comienza con la orden divina de sacrificar a Isaac, poniendo fin a la odisea espiritual de Abraham de una vez por todas. El patriarca había sido sometido a muchas pruebas severas desde que comenzó su viaje con el llamado de Dios en Harán. Además de dejar todo atrás y partir hacia una tierra extraña (Gén. 11:31-12:1-3), enfrentó el hambre (12:10), la guerra (14) y el dolor de exiliar a su hijo Ismael (21:8-21).

 Sin embargo, ninguna de esas experiencias igualó la prueba narrada en Génesis 22. En el capítulo 12, Dios le pidió a Abraham que deje su tierra, casa y familia. En el capítulo 22, el Señor le pidió que sacrificara a su hijo amado y abandonara la esperanza de convertirse en el padre de una gran nación, ya que la promesa de posteridad estaba vinculada a la vida de Isaac.

 El texto dice que Abraham debería ofrecer a su hijo como holocausto en la tierra de Moriah. La segunda parte de la orden es similar a la de Génesis 12, en la cual el Señor también le pidió que fuera a una tierra. Estos pasajes están unidos por la expresión “vete”, del hebreo lekh-lekha. Tal expresión, que funciona como un marco narrativo, ocurre solo en Génesis 12:1 y 22:2, que son, respectivamente, la primera y la última vez que Dios habló con el patriarca.

 Algo curioso puede observarse en la orden registrada en Génesis 22:2. El requerimiento divino se parece más a un pedido que a un mandato. Esto, porque en el texto hebreo, la acción exigida por Dios: “toma a tu hijo”, es seguida por la palabra na’, “por favor”. Como Gordon Wenham observó, el uso de esa partícula enclítica es raro en las órdenes divinas.[6]

 La petición de Dios es aterradora y aparentemente cruel. Abraham no debería simplemente sacrificar a su hijo amado, sino ofrecerlo como holocausto. Es importante recordar que, en este tipo de ofrenda, la víctima era despellejada, cortada en pedazos y totalmente quemada (Lev. 1:1-17).

 Esto debe haber quebrantado el corazón del anciano patriarca. Él, sin embargo, se sometió al pedido divino y dijo: “Heme aquí” (Gén. 22:1, 11). Kierkegaard retrató muy bien la actitud de Abraham frente a este escenario desolador: “Existieron grandes hombres por su energía, sabiduría, esperanza o amor, sin embargo, Abraham fue el mayor de todos: grande por la energía cuya fuerza es la debilidad, grande por el saber cuyo secreto es la locura, por la esperanza cuya forma es la demencia, por el amor, que se resume en odio a sí mismo”.[7]

 Abraham hizo los preparativos para el viaje y siguió rumbo a la tierra de Moriah. El hecho de que Sara no fuera citada parece indicar que ella desconocía los planes de su marido. Tal vez Abraham quería evitar que a ella arrojara dudas sobre él, como en el caso de la promesa del hijo (ver Gén. 16; 18:10-15).

 A continuación, Génesis 22:3 sugiere que no hubo diálogo durante los tres días de peregrinación. El clima del viaje era pesado, con un nítido tono de angustia. Nahum Sarna constata que, en la Biblia, “tres días constituyen un segmento significativo de tiempo, particularmente en conexión con los viajes”.[8] Esto quiere decir que Abraham tuvo tiempo suficiente para reflexionar sobre el pedido de Dios y repensar su actitud. Aun así, el patriarca se mantuvo decidido.

 La parte final del versículo 5 revela la esperanza de Abraham de volver con Isaac: “Volveremos a vosotros”, dijo el patriarca a sus siervos. Abraham creía que, de alguna forma, Isaac volvería con él. Hebreos 11:19 confirma esta idea, al mencionar que Abraham consideró que Dios era poderoso incluso para resucitar a Isaac de entre los muertos. Padre e hijo se alejaron de los siervos y fueron hasta el monte Moriah. El punto central de la narración parece ser el diálogo entre Abraham e Isaac: “Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, mi hijo. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto? Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. E iban juntos” (Gén. 22:7, 8).

 El hijo amado abrió el diálogo con las palabras “Padre mío”, como si estuviera haciendo un llamado al sentimiento paternal de Abraham. Parece que el anciano patriarca correspondió a esa expectativa cuando dijo cariñosamente: “Heme aquí, mi hijo”. La pregunta sobre el cordero “sugiere una ingenuidad que hace aún más desoladora la ‘futura’ muerte de Isaac. Esta impresión se refuerza por su dócil aceptación de la respuesta de Abraham, lo cual muestra que Isaac confiaba enteramente en las buenas intenciones del padre. ¿Sería lo suficientemente perspicaz para percibir a través de la respuesta enigmática de su padre que él estaba destinado a ser el cordero sacrificial? […] De un modo u otro, se refuerza nuestra apreciación por el amor confiado que existía entre el padre y el hijo”.[9]

 Isaac entendió que él era el sacrificio, y se sometió totalmente a la voluntad del padre. Aunque estaba devastado, Abraham estaba dispuesto a cumplir cabalmente la orden divina. No dudó ni vaciló al ejecutar su misión. Tenía fe en que, de algún modo, Dios le restituiría al hijo amado.

 En el momento crucial, cuando el quebrantado patriarca estaba a punto de quitar la vida a su propio hijo, el ángel del Señor lo impidió providencialmente (vers. 11, 12). En aquel instante, Abraham miró hacia atrás y “vio” un carnero que estaba trabado por sus cuernos (vers. 13, RVR 95); entonces entendió que Dios proveería un sustituto. Por eso llamó a ese monte el lugar en el que “Jehová proveerá”. Existe, sin embargo, un detalle que pasa desapercibido en la traducción de este versículo: el término hebreo vertido en español como “proveer” es ra’ah, que significa literalmente “ver”. Abraham llamó a aquel lugar el lugar donde “el Señor verá”, porque fue allí donde “vio” al carnero preso por los cuernos.

 Jesús hizo referencia a este episodio cuando dijo que Abraham “se regocijó de ver mi día” (Juan 8:56, RV2015). Esta observación legitima el abordaje judeocristiano que visualiza en el relato de la ’aqedah una referencia a la expiación, y demuestra la solidez de la relación tipológica entre Moriah y el Calvario.

 Aunque el texto afirma dos veces que padre e hijo caminaron “juntos” (Gén. 22:6,8), el narrador parece indicar que hubo un cisma entre ellos después de este episodio. Esto es evidente en el versículo 19. Abraham fue solo al encuentro de sus siervos, en contrario a su deseo anterior (vers. 5), y retornó “junto” a ellos a Beerseba. Es decir, Abraham volvió con los siervos, y no con el hijo amado.

 Isaac reaparece en la historia recién en Génesis 24:62, habitando en el Neguev, posiblemente en Beer-Laai-Rooi (ver 16:14). El desierto del Neguev estaba ubicado un poco más al sur de Beerseba, el lugar en el que Abraham había fijado su residencia (22:19). Por lo tanto, el texto sugiere que, después de aquel episodio, Abraham tomó una dirección e Isaac otra.

 De esta manera, el episodio que ocurrió en el monte Moriah anticipó al Calvario. Ambos montes presenciaron a un padre amoroso que entregó al hijo como sacrificio, así como a un hijo, separado del padre, que se sometió irrestrictamente a su voluntad.

Primer amor

 Toda la tensión que experimentaron en Moriah hace la declaración de Génesis 22:22: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas” aún más impresionante. En ese contexto de sacrificio, entrega y separación se utiliza por primera vez en la Biblia el verbo “amar” proveniente del hebreo ’ahav. Curiosamente, este término no se utiliza para referirse al amor de un hombre por una mujer ni al amor de una madre por los hijos, sino al amor de un padre por su hijo único.

 Es más interesante aun el hecho de que esa declaración no se le atribuye a Abraham ni al narrador, sino al propio Dios. Meir Shalev estuvo muy acertado al compararlo con el relato de la Creación.[10] En la prerrogativa del Creador, el Señor es quien atribuye el nombre a las obras de su mano. Así como llamó a la luz “Día” y a las tinieblas “Noche”, a la porción seca de la tierra, “Tierra”, y a la reunión de las aguas llamó “Mares”, él llamó “amor” al sentimiento de Abraham por su hijo.

 Dios es quien define qué es el amor. Para él, “amor” equivale al sentimiento del padre por el hijo. Esto quiere decir que el Señor materializó todo el afecto de Abraham por Isaac, el hijo que el patriarca tanto había anhelado y esperado, en la palabra “amor”. Ese es el paradigma del amor en las Escrituras.

 Hoy, muchas personas confunden el amor verdadero con permisividad y complacencia. Por un lado, es un hecho que el amor de Dios, expresión máxima del amor genuino, no está condicionado por la obediencia (Rom. 5:8); por otro, como queda ejemplificado en el “sacrificio de Isaac”, el amor no debe ser una barrera para actuar en armonía con la Palabra del Padre Celestial.

 Es cada vez más común oír a las personas, incluso miembros de años, directores de canto y líderes de la iglesia, rebajando la necesidad de una vida pautada por las Escrituras. Se visualizan los cambios de hábitos y la transformación de la vida como imposiciones arbitrarias de una religión que se opone al “amor” de Dios. Frases como “Si la religión te hace mal, no puede ser de Dios” o “Jesús es ligero”, desconsideran, ignoran, el verdadero significado del amor en la Biblia.

 Contrariamente a esta idea, la “atadura de Isaac” nos enseña que el amor incluye resignación, entrega sacrificio; que el sentimiento no debe ser un obstáculo para vivir conforme a la Palabra de Dios. También nos revela que amar, a veces, puede ser una experiencia dolorosa y angustiante. El concepto bíblico de amor, sin embargo, no parece agradar a aquellos que buscan una definición del término en medios puramente seculares y hasta incluso profanos.

 Abraham, por medio de una acción simbólica, experimentó como nadie la experiencia divina y verdadera de amar incondicionalmente. El amor revelado en Moriah fue una anticipación miniaturizada del amor eternizado en el Calvario, que extrapoló la dimensión padre-hijo y alcanzó a toda la humanidad: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).

 El relato de ’aqedah, así como la experiencia del joven Samuel, ilustra y ejemplifica el amor divino demostrado en el Calvario. Amar, a la luz de la Cruz de Cristo, es entregar lo mejor, es renunciar al deseo propio, es someterse a la voluntad de Dios. Como dijo el apóstol Juan, “en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:9,10). Por lo tanto, concluye Juan, “si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros” (vers. 11). ¡Esto es lo que él espera de cada uno de nosotros!

Sobre el autor: es editor en la Casa Publicadora Brasileira


Referencias

[1] Nahum M. Sarna, The JPS Torah Commentary: Genesis (Filadelfia, PA: Jewish Publication Society, 1989), p. 394.

[2] Ver Jubileus 17:15 y 49:1.

[3] Mekilhta del Rabbi Yishmael, Éxodo 12:13, disponible en https://www.sefaria.org/Mekhilta_d’Rabbi_Yishmael.12.13?lang=bi

[4] Jairo Fridlin y Vitor Fridlin (eds.), Marzor Completo (São Paulo: Sêfer, 1997), p. 204.

[5] Ver Epístola de Barnabé 7:3; Melito de Sardis, Catena Sobre Gênesis (Alexander Roberts, James Donaldson y A. Cleveland Coxe, The Ante-Nicene Fathers: Translations of the Writings of the Fathers Down to A.D. 325 [Oak Harbor: 1997], t. 8, p. 759); Irineu, Contra Heresias 4.5.4 (Roberts, Donaldson y Coxe, t. 1, p.467); Tertuliano, Resposta aos Judeus 10 (Roberts, Donaldson y Coxe, t. 3, p. 164), Contra Marcião 3.18 (Roberts, Donaldson y Coxe, t. 3, p. 336).

[6] Gordon J. Wenham, Word Biblical Commentary: Genesis 16-50 (Dallas, TX: Word, Incorporated, 2002), p. 104.

[7] Søren Kierkegaard, Temor e Tremor (San Pablo: Hemus, 2008), p. 12.

[8] Sarna, p. 151. Ver Gén. 31:22; 42:18; Éxo. 3:18; 15:22; Núm. 10:33; 33:8; Jon. 3:3.

[9] Wenham, p. 108.

[10] Meir Shalev, Beginnings: Reflections on the Bible’s Intriguing Firsts (Nueva York: Harmony Books, 2011), pp. 16, 17.