Escribimos estas líneas sólo pocos días después de terminadas las reuniones de la junta plenaria de fin de año de la División Sudamericana. Entre los muchos acuerdos tomados se destacan los que tienen relación con los blancos que nos hemos fijado para el próximo año, y las metas para el período que media entre el momento presente y el próximo congreso de la Asociación General. Entre estas últimas figuras “alcanzar una feligresía total de 500.000 miembros para fines de 1975” y bautizar 270.000 almas hasta el 31 de marzo de 1974”.
¿Serán estas metas demasiado elevadas? Parecería que sí. Sin embargo, no lo son si tenemos en cuenta el hecho de que es el nuestro un mensaje urgente y final para el mundo.
En estos últimos días, hemos leído con muchísimo interés un libro de reciente aparición titulado Avance Evangélico en la América Latina que es el resultado de un acucioso estudio realizado durante meses por un grupo de investigadores, a través de todo el territorio latinoamericano. Hay datos sorprendentes y muy reveladores. Podríamos citar el hecho de que, en gráficos que presentan el crecimiento de las iglesias en Latinoamérica, ocupamos el primer lugar en ocho de los quince países encuestados, el segundo en otros tres, el tercero en dos, el cuarto en uno, y sólo en Brasil no figuramos entre las iglesias mencionadas a pesar de que allí hemos hecho progresos tan destacados. En otro gráfico relativo al número de miembros, sin embargo, aparecemos en Brasil en el séptimo lugar.
Los autores del libro mencionan muy a menudo a la Iglesia Adventista y sus progresos. Resalta el hecho de que nuestro crecimiento ha sido constante en la mayoría de los países, sin altibajos como es el caso de otras organizaciones en el transcurso de los años.
Al analizar las organizaciones evangélicas que operan en cada país, los autores dividen el mundo protestante en cinco grupos que son: Misiones de Fe, Pentecostales, Denominaciones Nuevas, Adventistas, y Denominaciones Tradicionales. ¿Por qué nos han catalogado como uno de los cinco grupos? Esta es su respuesta: ‘En atención al padrón de crecimiento sin paralelo de los adventistas, los hemos clasificado en forma separada”.
La misma razón es la que llevó al escritor católico William J. Whalen, profesor de Historia de la Universidad de Purdue, en los Estados Unidos, a escribir aquel artículo titulado “¿Por qué tienen tanto éxito los adventistas?” el que termina con apreciaciones tales como ésta: “Muchos aspectos del adventismo son repudiados por católicos y protestantes, pero hemos visto que en ciertas áreas —educación parroquial, sostén de la iglesia, observancia del día de reposo, interés en las misiones, reforma en la salud, actividades asistenciales— podemos descubrir algunas cosas en el adventismo que en una forma adaptada podrían enriquecer nuestras vidas como católicos”.
Cuando leemos declaraciones tales, nos alegramos y con cierta razón. Hemos llegado a ser respetados y en ciertos círculos admirados. Nuestras instituciones son modelo para muchos. Recientemente el Colegio y el Sanatorio Adventista del Plata, en Argentina, fueron declarados centros de interés turístico en la provincia, y las empresas turísticas organizan permanentemente visitas de grupos a esas instituciones. Al mismo colegio adventista le fue concedido por el Ministerio de Educación, el permiso para lanzar un nuevo curso normal de acuerdo con la reforma educativa, privilegio otorgado sólo a otras dos instituciones en la provincia, dejando de Jado a prestigiosos centros educativos estatales y católicos. ¿Por qué ese honor? Sin duda porque nos aprecian.
Sin embargo, hay otra manera de encarar este asunto. Leemos de la pluma inspirada las siguientes palabras: “Los adventistas del séptimo día están realizando progresos, duplicando su número, estableciendo misiones y desplegando la bandera de la verdad en los lugares tenebrosos de la tierra; sin embargo, la obra avanza mucho más lentamente de lo que Dios quisiera” (Servicio Cristiano, pág.123). La frase inspirada continúa con un “por qué” al que responde inmediatamente dando algunas de las soluciones.
No hay duda de que nuestro avance es lento. Hay muchas ciudades, aun en nuestro continente, donde no hay un solo adventista. Además, en aquellas ciudades donde la obra está establecida por decenios hay aún gente para quien la palabra adventista —y por lo tanto su mensaje— son desconocidos. Es cierto que no esperamos qué todos se conviertan, pero todos deben llegar a ser conscientes de la realidad de la hora en que vivimos y tener la oportunidad de hacer su decisión. En relación con esto nos preguntamos: ¿Cuál será la experiencia de la gente que está muriendo diariamente a nuestro alrededor, aun en aquellas ciudades donde la obra está establecida por décadas?
El pensamiento que nos mueve a estas meditaciones es éste: No debemos conformarnos, o sentirnos demasiado halagados con los triunfos obtenidos pues hay mucho aún por hacer. Por otro lado, tampoco debe desesperarnos lo magro de nuestros esfuerzos, comparando los frutos con lo que falta por hacer. Debemos estudiar cuáles son las promesas de Dios y cuáles las condiciones que él requiere para cumplirlas. Y gracias a Dios las condiciones están claramente presentadas en los escritos sagrados. Se nos dice que “donde se ha salvado un alma, podrían haberse salvado veinte”.[1] También que, llenando ciertos requisitos, “se producirían cien conversiones a la verdad allí donde se produce una ahora”.[2] Más aún, más de mil personas se convertirán en un solo día”.[3] Y hasta se promete que “el poder que dominó a la gente con tanta vehemencia en el movimiento de 1844, se revelará de nuevo”[4], de manera que “habrá tantas personas convertidas en un día como las hubo en el día de Pentecostés”.[5]
Lo curioso es que esos momentos de triunfo no se caracterizarán necesariamente por una siembra proporcional a la cosecha que se realice. Se declara que “los argumentos ya fueron presentados. Sembrada está la semilla, y brotará y dará frutos”.[6] Lo único que detiene la lluvia que a su tiempo hará brotar la semilla, es que las condiciones para su recepción no se han cumplido todavía. ¿Cuáles son? En el mismo orden de las promesas mencionadas, enumeramos las condiciones: “Purificar las mentes obedeciendo la verdad”, “sentir la importancia del conocimiento y el refinamiento en los modales al realizar la obra”, “humillarse delante de Dios, ser amables, bondadosos y compasivos”, “allegarse humildes y confiados a los pies de Jesús”, “eliminar el espíritu de supremacía y lograr unidad”. Y lógicamente se habla de un trabajo más intenso mediante el cual “centenares y miles de personas visitaban las familias y les explicaban la Palabra de Dios”.
¿Serán éstas simples frases poéticas o utopías espirituales? Sin duda que no lo son. Es la inspiración quien las pronuncia, y no puede ser sólo poesía. Es lo que Dios quiere hacer y ya está haciendo en distintos lugares del globo. Pongamos un ejemplo: No es fácil evangelizar la India. La Unión Sur de ese país, durante años y años, cosechó entre 1.000 y 2.000 almas por año. En 1969 un director ministerial y evangelista de la unión decidió pedir el cumplimiento de las promesas divinas y desafió a los obreros del campo a cumplir el ideal de Dios en sus vidas, y a trabajar como no lo habían hecho nunca antes. El resultado fue inmediato, 5.649 almas ganadas en 1969, y una maravillosa cosecha en preparación para el año siguiente.
“No seamos esclavos de la historia” repetía con insistencia el pastor E. E. Cleveland a los alumnos del Curso de Extensión de 1969. “Si el año pasado bautizamos 20, nos conformaremos este año con 22”, parece ser la filosofía de muchos. Y lamentablemente, a juicio de algunos faltos de fe, una cosecha fuera de lo común se debe “a un campo muy fácil”, “a un trabajo superficial” o a otras diversas causas, pero rara vez damos gracias a Dios por el derramamiento de su poder a través de mensajeros que quieren hacer lo que Dios dice que pueden hacer por su gracia. En Sudamérica hemos bautizado 33.000 el año pasado, ¿por qué no podríamos bautizar 60.000 este año? La promesa dice: “Habría 20 conversos donde hay hoy uno solo”. Esto equivaldría a ¡660.000 este año! La condición no es que surjan superhombres a través de Sudamérica sino, simplemente, “ser amables, bondadosos y corteses”, “purificar las mentes obedeciendo la verdad”, “eliminar el espíritu de supremacía”, etc.
¿Por qué no pensar más en esto, y orar en consecuencia? Allí está el desafío, allí están las promesas. Aceptemos el primero y busquemos el cumplimiento de las segundas.
Referencias
[1] Evangelismo, pág. 81.
[2] El Ministerio de la Bondad, pág. 91.
[3] Evangelismo, pág. 386.
[4] Ibid.
[5] Id., pág. 385.
[6] Id., pág. 392.