El papel del pastor en el proceso del discipulado.

“La instrucción final que Jesús dio a sus discípulos fue: ‘Id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mat. 28:19; ver Hech. 1:8). Así como el Padre envió a Jesús al mundo, así él envió a sus discípulos (Juan 20:21). […] A los miembros de iglesia se los ha llamado a salir del mundo, para ser enviados nuevamente al mundo con una misión y un mensaje”.[1] En otras palabras, el discipulado debe ser vivido en medio del mundo.[2] Además de esto, “el discipulado de Jesús no es la recompensa para algunos por un comportamiento especial, sino […] el mandamiento divino [que] abarca a todos los cristianos”.[3]

Seguir a Cristo en la condición de un creyente “normal”, “común”, es muy diferente de estar con él en la condición de un verdadero formador de discípulos.

Lo que el discipulado no es

Para entender claramente el significado del discípulo /discipulado, es importante comprender lo que el discipulado no es.[4]

En primer lugar, el discípulo / discipulado no es un programa. Es decir, no es simplemente un currículo que debe ser aprendido. De hecho, es fundamentalmente la elección de seguir a Jesús, e involucra una manera de vivir por toda la vida. De esa manera, no puede ser reducido a requisitos que deben ser cumplidos. Podemos aprender buenas técnicas y habilidades con esa intención, pero ellas son herramientas y no el proceso en sí.

Además de eso, el discípulo / discipulado no es una línea de producción. No podemos pensar en producir discípulos “al por mayor”. Al contrario, el discipulado es un proceso lento, pues requiere acompañamiento e involucra un cambio gradual. En el discipulado, una persona acompaña en el proceso a otra o a un grupo muy pequeño de discípulos. Es decir, no es posible discipular a muchos al mismo tiempo.

En consecuencia, el discípulo / discipulado no es apenas para los recién convertidos. El discipulado es para toda la vida, pues nunca podemos dejar de orar, estudiar la Biblia, memorizar las Sagradas Escrituras o tener momentos devocionales. Todo aquel que se entregó y se entrega a Jesucristo diariamente debe vivir ese proceso.

Finalmente, el discípulo / discipulado no es solo para lideres. Desdichadamente, la historia del cristianismo nos muestra que muchas veces el entrenamiento espiritual fue exclusividad de líderes religiosos. Sin embargo, la Reforma Protestante cambió esa idea, rescatando el concepto bíblico que dice que todos los que siguen a Jesucristo son, o deben ser, discípulos, sin restricciones.

Lo que el discipulado es

Entre los hebreos, en el Antiguo Testamento, el término para discípulos era talmidim, e indicaba a “aquellos que seguían a algún rabino específico y a su escuela de pensamiento”.[5] En el Nuevo Testamento, hay varias palabras que se relacionan con el discípulo o el discipulado. Una de ellas es akoloutheo [seguir], la que “indica la acción de un hombre que responde al llamado de

Jesús, y cuya vida recibe nuevas directrices en obediencia”.[6] Otro término es opiso, y puede ser traducido como “ir detrás de alguien”, significando “participar de la comunión, de la vida y de los sufrimientos de Cristo”.[7] Entender el discipulado como “ir detrás de alguien” nos hace comprender que el auténtico discípulo de Jesús no puede y no debe mirar hacia atrás, recordando y siendo rehén de las experiencias del pasado. Su vida debe ser vivida desde la perspectiva del futuro al lado de Dios, sin considerar ni valorar exageradamente aquello que quedó atrás”.[8]

El principal vocablo griego traducido como discípulo es mathetes, usado en los evangelios para referirse a un seguidor de Jesús, un aprendiz, alguien comprometido con Cristo.[9] Por lo tanto, un discípulo “es alguien que oyó el llamado de Jesús y se transforma en su seguidor”.[10]

¿Cómo discipular a las personas?

Jesucristo consideraba el discipulado como un estilo de vida, el método eficaz para la predicación del evangelio. Eso puede ser esquematizado de la siguiente manera:[11]

Ven y ve

En este nivel del discipulado, el objetivo es despertar el interés de las personas en una vida cristiana auténtica. Reunir, exponer, interesar e inspirar: esas son palabras que definen la primera etapa.[12] Podemos integrarlas de la siguiente manera: Los cristianos se reúnen para exponer, en la práctica, cómo se vive el cristianismo. De esa manera, el interés de los invitados es despertado, inspirándolos a que se transformen en cristianos auténticos.

En el inicio del proceso de formación de discípulos, necesitamos contarles a los “curiosos” y a los interesados por qué motivo somos cristianos, lo que nos llevará a la esencia de nuestro cristianismo. Sin embargo, no debemos hacer eso meramente con un buen discurso elaborado. Debemos invitarlos a conocernos más de cerca. “Ven y ve”, esa debe ser nuestra invitación. Las personas necesitan ver cómo adoramos en la iglesia, cómo hacemos evangelismo, cómo nos reunimos en Grupos pequeños o cómo realizamos el culto de la puesta del sol. Ellas necesitan percibir también que somos sociables, que vivimos la religión en todos los ámbitos de la vida; por ejemplo, en actividades deportivas o en nuestro ambiente de trabajo.

Ven y sígueme

Habiendo despertado la curiosidad y el interés de las personas en relación con la vida cristiana, el objetivo de este nivel es enseñarles y ayudarlas a vivir el cristianismo. Esa fase puede ser desafiante, porque al ser humano, de manera general, no le gusta salir de su zona de comodidad. La etapa anterior puede ser muy confortable: es fácil “ir y ver” sin ningún compromiso, como un invitado o como una persona con curiosidades, sin tener que tomar decisiones. Sin embargo, “venir y ver” no es suficiente; es necesario vivir.

Por eso, cuando son enfrentadas a tomar una decisión en favor de Cristo, algunas personas pueden reaccionar con desconfianza o con desagrado. Otras pueden, simplemente, nunca más volver a la iglesia, o no atender a ninguna invitación que tenga que ver con religión, espiritualidad y Dios. A fin de cuentas, seguir a Cristo implica abandonar hábitos, principios y, en muchos casos, cambiar toda la cosmovisión. Y eso altera la vida de cualquier ser humano.

Por otro lado, la persona que “vino y vio” pudo haber sido impresionada por aquello que observó y, tocada por el Espíritu Santo, puede concluir en su corazón que esa es la vida que siempre buscó. Al pensar así, ella desea regresar más veces, demuestra interés en aprender más sobre la Biblia y querer vivir como la iglesia vive. El hecho es que esa impresión positiva ocurre con mucha frecuencia, lo que es demostrado por el crecimiento numérico de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en el mundo. Por la gracia de Dios, las personas se sienten acogidas en nuestras congregaciones, en nuestros Grupos pequeños y en otros espacios, y su interés es despertado, siendo inspiradas a vivir como cristianos auténticos.

Ven y quédate conmigo

Este nivel destaca una acción fundamental: hacer. Más que solo saber lo que se debe hacer, los discípulos deben hacer. El Maestro sabía de la importancia de eso en la transformación de un discípulo en un formador de discípulos. En Marcos 3:13 y 14, se nos dice que Jesús eligió “a doce para que estuviesen con él y para enviarlos a predicar”. Mateo, por su parte, registra las siguientes palabras de Cristo: “A la verdad la mies es mucha, pero los obreros, pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mat. 9:37, 38).

Los versículos que se acaban de leer presentan tres principios fundamentales en la formación de un formador de discípulos.

Es necesario que pasemos tiempo con Jesucristo. Él eligió “doce para que estuvies en con él” (Mar. 3:13). “Estar con él” es el secreto de una vida de influencia, de testimonio eficaz. Es el secreto para que un discípulo se transforme en un formador de discípulos. Y ¿qué significa estar con Jesús? Significa dedicar tiempo a la vida devocional: estudiar la Biblia, orar y reflexionar. En ese sentido, el Salmo 119:48 afirma: “Alzaré asimismo mis manos a tus mandamientos que amé, y meditaré en tus estatutos”.

Es necesaria la preparación salida y constante. El segundo principio es la preparación, pues, como dice Jesús, la mieses mucha, está madura (Mat. 9:37, 38), y los discípulos necesitan actuar. Sin embargo, ellos deben actuar de la mejor manera; a fin de cuentas, no se puede encarar con displicencia la misión de ser embajadores de Cristo en la Tierra (2 Cor. 5:20).

Es necesario involucrarse en la misión. El tercer principio fundamental en la formación de un formador de discípulos es cumplir la misión, involucrándose en las acciones planificadas por la iglesia. En Marcos 3:13 y 14 se nos dice que Jesús eligió “a doce para que estuviesen con él y para enviarlos a predicar”. Esa, por lo tanto, es la cumbre del proceso de formación de discípulos: involucrarse en la misión.

Ven y permanece en mí

En este nivel, el formador de discípulos comprendió plenamente la necesidad de permanecer en Cristo. Esto pasa a ser la prioridad en su vida, y sus frutos hacen evidente que él está conectado diariamente con la Fuente. Ya que el formador de discípulos vive en comunión con Jesús, el compromiso con la misión es una consecuencia. Sin embargo, él hace más que cumplir la misión: se transforma en un docente, enseñándoles a otros a ser discípulos. Con el tiempo y la experiencia, además de discipular, es capaz de enseñarles a otros el proceso de formación de discípulos.

Ahora él conduce a los miembros al compromiso con las actividades internas y externas de la iglesia. ¿Qué es lo que determina quién queda con uno u otro tipo de servicio? Un aspecto decisivo es el propio don del discípulo, pues algunos se sienten más confortables y mejor capacitados para el ministerio dentro de la iglesia como maestros de Escuela Sabática, miembros del equipo de alabanza, consejeros del Club de Conquistadores, entre otras muchas posibles funciones.

Otros prefieren ministerios dirigidos hacia afuera de la iglesia, como visitar interesados, cuidar de una clase bíblica o dirigir un Grupo pequeño.

Conclusión

En Hechos 13:22 se encuentra el siguiente testimonio sobre David. El Señor podría haber dicho: “Creo que David es un gran militar”, “creo que David es un gran guerrero”, “creo que David es un gran rey”, o “creo que David es un gran y fiel pastor”. Sin embargo, Dios entendió que ninguna de esas afirmaciones sería adecuada para recordar a David. Por eso, él decidió afirmar: “Encontré que a David le importan las cosas que a mí me importan. A fin de cuentas, el corazón de David late en sintonía con el mío”. El corazón del Rey era totalmente del Señor. David era un hombre según el corazón de Dios.

Los discípulos y formadores de discípulos son así: su corazón late en sintonía y en sincronía con el corazón de Dios. Ellos se interesan por aquello que le interesa al Señor. Y, por sobre todas las cosas, el corazón de ellos no está dividido: le pertenece enteramente al Señor.

Con gente así, Dios es capaz de revolucionar al mundo. Es eso lo que él quiere. Por eso, no basta con ser bautizado, ¡tenemos que vivir el discipulado!

Sobre el autor: Rector del Seminario Adventista Latinoamericano de Teología.


Referencias

[1] Tratado de teología adventista del séptimo Día (Buenos Aires: ACES, 2009), p. 618.

[2] Dietrich Bonhoeffer, Discipulado (São Paulo: Mundo Cristão, 2016), p. 24.

[3] Ib.d., p. 23.

[4] Bill Hull, The Disciple-Making Pastor: Leading Others on the Journey of Faith (Grand Rapids, MI: Baker Books, 2007), pp. 35-41.

[5] Russel Norman Champlin, Enciclopedia de Biblia, Teología e Filosofía (São Paulo: Hagnos, 2002), p. 181.

[6] Lothar Coenen y Colin Brown (coord.), Diccionario Internacional de Teología do Novo Testamento (São Paulo: Vida Nova, 2000), p. 578.

[7] Ib.d., p. 590.

[8] Ib.d.

[9] Bill Hull, The Complete Book of Discipleship: On Being and Making Followers of Christ (Colorado Springs, CO: NavPress, 2006), p. 32.

[10] Diccionario Internacional de Teología do Novo Testamento, p. 578.

[11] Esta sección fue adaptada de The Disciple-Making Pastor.

[12] Hull, p. 273.